Escribir, escribir porque sí. Y luego, buscar una justificación. Y quizá, delinear hasta una poética. Pero breve, que quepa en unas cuantas líneas, porque le quitas espacio a lo importante. Decir, por ejemplo, que comentarios como éste son piezas pequeñas de un rompecabezas inmenso e incompleto, cuyas piezas difícilmente embonarán. Que tienen la forma que tienen por la prisa, que se escriben en los bordes de los compromisos importantes, por la única necesidad de no dejar pasar. Porque antes, ¿recuerdas?, dejabas pasar los libros, los arrojabas a un afluente que se dirigía al olvido. Ahora también, pero el olvido sólo te pertenece a ti, que tienes la pasión de convertir en palabras olvidables. El personaje de esta novela tiene asimismo una pasión: la pintura de Velázquez. Ésa lo hace viajar a Madrid, en los inicios de la Guerra Civil. Le han dicho que una familia de aristócratas necesita dinero, y por esa razón necesita la opinión de un experto. Naturalmente, acepta, aunque el camino sea peligroso y a pesar de que no haya que hablar con nadie pues en los trenes, en las ciudades, quién sabe con quién se cruce uno. Pero como decía: la pasión. Y a su alrededor se entrecruzan otros asuntos, como las conspiraciones, el amor, el fascismo. En esta novela, que corre tan natural y placenteramente, hay una precisa recreación de la España antes de Franco. Jorge Luis Borges odiaba ciertas maneras de la descripción. Decía que en el Corán no hay un solo camello, y nadie ha dicho, por esa razón, que sea menos árabe. No hay nada de pintoresquismo en esta novela, no hay descripciones detalladas, sólo apuntes hechos rápidamente al pasar. Y eso lo hace profunda. Hay algo en la técnica de este autor que no podría exponer, pero cuyos resultados son notables: la cualidad de dar el efecto del movimiento de una ciudad, de las masas anónimas que la transitan. Personajes cuyo anonimato los une, con una personalidad que oculta algo. Los personajes nunca son lo que aparentan. Se van revelando según las circunstancias de esta novela que podría ser llamada policiaca, si bien no sabemos siquiera quién es el que en realidad está investigando, pues el protagonista se encuentra tan confundido como los policías que intentan seguir la trama de los hechos. Si tuviera que compararlo con algún autor mexicano, elegiría a Jorge Ibargüengoitia, por su costumbrismo irónico y por el ridículo social. Y luego, me preguntaría qué se necesita para que la obra de un autor tenga importancia fuera de las fronteras de su país, porque Eduardo Mendoza ha sido distinguido con el Premio Cervantes 2016, pero tengo la impresión de que no tiene el reconocimiento que merece entre los lectores de otros países. Olvidaba la pasión que persigue el protagonista: la pintura de Velázquez. Todos los peligros se toleran porque se tendrá oportunidad de especular de largamente sobre la autenticidad de una obra desconocida del pintor de Felipe IV. ¿Para qué es que está Velázquez en este panorama de una España en descomposición? Quizá como ejemplo de que esos tiempos decepcionantes nos heredan un arte que seguirá deslumbrando.
Eduardo Mendoza. Riña de gatos. Madrid 1936. México, Planeta, 2016.
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