Lo característico
de las señales es que se pueden convertir en símbolos y de ahí comenzar el
largo camino de la interpretación. Pero en esta novela francesa, el
protagonista va recibiendo todo el tiempo una serie de hechos misteriosos a los
cuales les de una interpretación correcta, la cual lo va llevando de pista en
pista hasta convertirse en una persecución vertiginosa de un misterio. Me
explico un poco mejor: el protagonista de esta novela comienza de manera
literal a arder, a tener una viva sensación de estarse quemando. Todo comenzó
desde que se encontró con Apolo en una carretera en Grecia, nada menos que con
una transfiguración del dios en un pastor, a la mitad de la nada. Luego, se
encontró con un lisiado en Atenas, y la extraña sensación de que él podía
curarlo, luego de haber visto a Apolo, el sanador… Desafortunadamente, no se
atrevió a tomarlo entre sus brazos y curarlo, si es que ese encuentro con el
dios lo había provisto de ese poder. Y, por último, frente al templo dedicado a
santo Domingo, en París, vio a un pordiosero, a quien le dio una moneda, en
medio de la calle vacía. Frente al santo de piedra –representado con un perro
que tiene una antorcha en el hocico–, el protagonista comienza a sentir los
primeros ardores en su cuerpo. Todo va pasando como si una mano le arrojara los
hechos para que él los siga a lo largo de un camino misterioso. Como un
pajarito siguiendo un camino de migas. Curiosamente, al ponerse un par de
lentes nuevos, descubre que la quemazón corporal cesa. Pero entonces, con esos
lentes puede ver el pasado de cada una de las personas con las que se cruza por
la calle, el pasado no sólo personal sino ancestral. ¿Qué será más difícil de
soportar, el incendio propio o la visión de la historia de los otros? Los
lentes le deparan la sorpresa de poder ver algo más interesante: un muerto
caminar frente a él, en el museo del Louvre. El autor, Valentin Retz, tiene una
debilidad por el hermetismo, los lenguajes secretos, pero por suerte, la novela
es sólo una apariencia de algo más. Dije que parece que los sucesos se le
presentan como arrojados por una mano. Y, en efecto, el encuentro casual con
esa mano inquietante le da una vuelta a la novela, una vuelta que convierten
todas esas vivencias en que el protagonista se regodea hasta cierto punto, pues
es un experto en Grecia, y de pronto le es dado vivir todas las aficiones de su
profesión en la vida real. Sí, un desenlace racional luego de convivir con
dioses y muertos. Pero no diré nada de eso, de hecho ya he dicho mucho, y nada
de esto tenía que decir. Pues de qué otra cosa se puede hablar cuando se impone
la trama tan decisivamente.
Valentin Retz. Negro
perfecto / Noir parfait (2015),
tr. de Jorge Huerta. México, Me cayó el veinte-Agálmata, 2016.
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