Keith Ross
¿Mi padre a
los veinte años? Podría imaginármelo, si hago un esfuerzo e intento verlo
caminar por sus calles, ir a la Facultad de Veterinaria por las mañanas, y al
trabajo por las tardes, en su Volkswagen
rojo, y recién casado. Pero prefiero no hacerlo, no comparar ambas vidas, la
suya y la mía. Hay un muro puesto para siempre entre las vidas paralelas. En
este caso, un muro lapidario y definitivo pues mi padre murió a los cuarenta y
ocho años. Pero ni siquiera vivo le hubiera podido preguntar nada, y eso que
ahora quisiera comprenderlo. ¿Qué te motivaba a los veinte años?, ¿por qué
decidiste esto y no aquello?, ¿de qué cosa te arrepientes? No, ni siquiera
antes, frente a él, me hubiera atrevido a preguntarle nada de nada. Lo hago
ahora porque sé que no está. Y ponerlo en relación con mi vida, ni siquiera en
la literatura. Es algo que sí logró hacer el autor de esta novela, aunque para
llenar los huecos de la vida ajena tuvo que valerse de la imaginación. Ya sé que
estamos hablando de literatura, pero aunque fuera una historia verdadera
hubiera sido igualmente difícil, pues se habla de un padre ausente para
siempre, que vino de la lejana Inglaterra y llegó hasta la impensable Baja
California Sur. No queda nada de su relación con el país nativo. Ah, sí, una
carta, una dirección, el único vínculo y la decisión de andar el camino de
vuelta. Ya que el padre no quiso revelar nada de su pasado, hay que ir y
buscarlo por cuenta propia. Desobedecer la prohibición de respetar el pasado de
los ancestros. Lo que nos dejaron está encriptado en nuestra personalidad, como
un enigma secreto que tampoco nos atrevemos a resolver. El padre de esta novela
deja secretos intactos, y el narrador se queda con algunas cuantas dudas. Está
bien que así queden, irresueltas; lo curioso es que el protagonista se
encuentre a sí mismo en Inglaterra, el país que su padre abandonó. La mitad de
la historia debió de ser imaginada o inventada, ya lo dije, pero insisto: es
volátil y hecha de palabras inseguras la historia de nuestros padres contada
por nosotros mismos. Pero quizá necesitamos volver a andar el mismo camino que
nuestros antepasados, aunque sea en la imaginación, para convencernos de que
teníamos que estar aquí, andando lo que tenemos que andar. Por otra parte, en
cuestiones menos trascendentales, la novela no decepciona, mantiene el interés
y la curiosidad por ambas vidas (la del padre y la del hijo). En muy raras
ocasiones, la literatura que se publica en los Estados nos viene a buscar. Siempre
hay que ir por ella a sus lugares de origen. Pero pienso que hay que
descentralizar la curiosidad literaria. Por alguna razón, se nos olvida se
interlocutores de la literatura mexicana.
Keith
Ross. Los piratas vienen de lejos. La
Paz, BCS, Instituto Sudcaliforniano de Cultura, 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario