Lo que más me gusta de la música yucateca es esa
apacibilidad romántica de sus letras y la dulzura de sus interpretaciones. Pues
muy mal enfoque. Eso no evidencia otra cosa que superficialidad y
desconocimiento. Lo interesante es ver cómo en esta especie de música hecha de
pétalos del Romanticismo hay una violencia constante. Sí, quieres decir que las
rosas tienen espinas, ocultas y todo, pero que pinchan cuando se toman para estudiar
el fenómeno con más profundidad. Seguro te fijaste que las canciones yucatecas son
la expresión de una sociedad particularmente clasista y de su racismo. Los
bailes tan lujosos de la mejor sociedad durante el Porfiriato, ésos trataban de
imponer algo, una idea sobre su propio mundo. Los conciertos de música
“refinada” se calificaban, a principios del siglo XX, como “exquisitos” y
“distinguidos”. Aunque es evidente que gran parte del selecto público no tenía
grandes intereses musicales cuando asistía a las veladas, sino que iba a ver
qué pescaban o qué criticaban. Eso es más cercano a la realidad, y revisar la
utilería del instante –la champagne, bombillas eléctricas y hasta una
escenografía que simulaba las ruinas del Partenón– sirve para evidenciar lo que
de verdad dice la música. Es sin duda esa manera de hacer estudios musicales,
la que define este libro. Cambia bastante la idea de la música cuando se la ve
unida a la su momento y a las ideologías contemporáneas. Como que el ramillete
cotidiano de canciones pierde inocencia. Hasta la creación de un Conservatorio
en Mérida (1873) se mira aquí desde el punto de vista de la confrontación
política. Los blancos, que eran el más alto estrato de esa sociedad, buscaban diferenciarse
de los mestizos. Sus bailes eran más lujosos y en ellos se tocaban valses,
polcas y mazurcas. Nada que ver con los mestizos, que bailaban jaranas y los
zapateados. Por supuesto que se trataba también de una sociedad cerrada a casi
todas las nuevas influencias. Ante el bambuco (el género colombiano que se hizo
popular en Yucatán hacia 1920) hubo muchas reticencias, lo mismo que ante el
bolero, de origen cubano. Ricardo Palmerín fue el gran compositor de bambucos,
en tanto que Guty Cárdenas lo fue de boleros. Es curioso que hoy sean los compositores
yucatecos más populares, mientras que en su tiempo hayan representado la infiltración
del extranjero para los músicos académicos. Toda esa placidez de la historia de
la música en Yucatán queda fuera de estas páginas. El culpable es un sociólogo
francés, Pierre Bourdieu, cuyas miradas a los temas aparentemente
insignificantes han hecho que volvamos la vista hacia atrás para contar
nuevamente una historia que creíamos concluida.
Enrique Martín Briceño. Allí canta el ave. Ensayos sobre música yucateca. Mérida, Gobierno
del Estado de Yucatán. Secretaría para la Cultura y las Artes. Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, 2014.
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