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lunes, 6 de febrero de 2017

La muerte y la doncella I-V, de Elfriede Jelinek



Gracias a un tierno beso, la mujer es posesión del hombre. Así lo enseñan los antiguos cuentos de hadas, como puede comprobar quien se adentre en la lectura de, por ejemplo, la Bella Durmiente. Igualmente, si la zapatilla entra en el pie adecuado, su poseedora se convertirá en una posesión. Todos los parlamentos de estas historias que hemos escuchado a lo largo de la vida antes de dormir, nos muestran las palabras de los hombres, las cuales rumiaremos durante el sueño, posteriormente en la vigilia y más adelante en nuestras relaciones con el mundo. Las mujeres no tienen parlamento en estas historias, aun cuando hayan sido ellas quienes las contaron originalmente en los escondidos pueblos alemanes y franceses. La voz de la Bella Durmiente o de Blanca Nieves al despertar con un beso no fue recogida por la prensa y mucho menos por la Historia. De hecho, no existirían tales palabras si no fuera por el marco puesto por los hombres: el príncipe que se acerca cautelosamente a una mujer dormida y se dice: “Si yo no la beso, seguirá muerta”. El narrador que ha recogido la historia le pone la definitividad a esta historia y representa a estas heroínas como mujeres agradecidas ya que un hombre les ha compartido el ser. Se levantan sobre sus palabras, estas mujeres. No están preparadas para ser reinas, por lo que son princesas. En este libro aparecen cinco obras de teatro en que la mujer toma la palabra, cinco princesas. La autora se inspiró en el dramaturgo austriaco Werner Schwab (muerto a los 35 años, casi desconocido en español), quien parodió en sus Dramas de reyes a los personajes regios de Shakespeare. Los hombres pueden, naturalmente, tomar la palabra como báculo y hablar con una seguridad comparable a la de Dios. Pero, ¿y las mujeres? Se erigen con la palabra, la cual no distingue entre la vida y la muerte. Los muertos usan las mismas palabras, aunque puede decirse que aunque las palabras carecen de género por sí mismas, no lo carece el acto de hablar. Por lo que los monólogos de estas princesas (de los cuentos y de la realidad, pues está incluida Jackie Kennedy), su existir se va convirtiendo en palabras, su pensamiento inseguro se va exteriorizando y se proyecta como sobre una pantalla. Igualmente, la autora, Elfriede Jelinek se caracteriza por proyectar: su obra literaria ha ampliado las posibilidades de la literatura. Esto, que puede sonar hueco, no es poca cosa. Suena hueco como suena la voz en un cuarto vacío, listo para ser amueblado. Las obras de esta escritora son cuartos nuevos en la casa de la literatura, aunque no son apacibles, más bien son tan inquietantes que no nos gustaría siquiera conocerlos, mucho menos habitarlos. Pero pocos placeres son comparables al acto de seguir su palabra solitaria, aunque la palabra “placer” tiene en el caso de esta autora una connotación completamente distinta, lindante con la perturbación (y me parece que casi no puedo hallar más alto halago para algún escritor).

Elfriede Jelinek. La muerte y la doncella. Dramas de princesas / Der Tod und das Mädchen. Prinzessinendramen [2003], tr. de Ela Fernández-Palacios, introducción de Brigitte E. Jirku. Valencia, Pre-Textos, 2008. (Col. Narrativa Contemporánea)

1 comentario:

Unknown dijo...

Pavel: Es un deleite leerlo, ademas, nos introduce en un mundo totalmente desconocido -por lo menos lo es para mi- en el que al dar una oteada desde la superficie de su comentario, nos permite adentrarnos en el tema del libro. Gracias porque de otro modo, seguramente seguiria siendo desconocido. Saludos y felicitaciones.
Dr. P.Perezgrovas Garza.