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viernes, 3 de febrero de 2017

Contarlo todo, de Jeremías Gamboa


 
Contarlo todo resume admirablemente las ideas en torno a la literatura contra las que me he rebelado toda la vida. Gabriel Lisboa, el protagonista de esta historia quiere convertirse en un escritor y a ello dedica todos los aspectos de su existencia. Pretende trabajar y poco a poco lograr la tranquilidad necesaria para escribir su novela. Como aprendiz de periodista en un semanario de la capital de su país, logra entrever que uno de sus jefes alguna vez tuvo el deseo de ser también escritor, aunque la rutina del semanario se lo impidió. Gabriel conoce, gracias a su trabajo, todo tipo de historias, desde algunas excentricidades de la vida cotidiana hasta las vivencias de personajes de la vida política de Perú. Sin embargo, nada de eso le llama la atención. Busca algo más interesante, con mayor trascendencia. ¿Qué será? Se sienta frente a la pantalla pero no logra avanzar, la página en blanco se le impone. No hay una poética ni consideraciones en torno a la literatura. Se reúne con un grupo de amigos con los que hace un grupo literario como hay tantos, cuyos miembros van a tomar café, caminar sin rumbo, leerse sus obras entre sí y fantasear con la literatura. Finalmente, después de diez años, la inspiración desciende sobre el protagonista y lo lleva a escribir. Como la novela termina en este momento, hay que concluir que las quinientas páginas que acabamos de leer son el libro que Gabriel va a escribir. Por desgracia, no hay muchas cosas interesantes en ellas. Y eso que el narrador se ha dedicado a contar con gran efectismo que tuvo acné, que no ganó en un concurso de cuento del colegio y que después de mucho sufrimiento ha logrado ser aceptado por la familia de su novia.  Es decir: una vida sin mucho interés relatada con el estilo menos atractivo. En esta novela, la literatura no es un trabajo ni una disciplina, sino un rapto de inspiración. Para lo cual no es necesario escribir cotidianamente, sino estar a la expectativa del instante que detona una obra. La literatura como fetiche. Y expurgar todo aquello que no es literatura de la obra. Pero inexplicablemente, a la hora de decidir, Gabriel se decide por contar su propia vida. Qué extraña decisión. Tal vez cree en una extraña tautología: que la vida de uno mismo es apasionante porque en ella está uno mismo. Como si el trabajo del escritor ungiera al escritor. Qué interesante, ése que va allá es un escritor. Pero entonces, lo que triunfa aquí es una exterioridad vacía. El autor ha demostrado que puede escribir un libro, pero no un buen libro. Aunque, desde el punto de vista de su poética, eso resulta innecesario.

Jeremías Gamboa. Contarlo todo. México, Random House Mondadori, 2013.

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