Intento representarme a los profesores que aprobaron esta
tesis de bachillerato, encantados de escuchar a su adelantado alumno elogiar a
don Marcelino Menéndez y Pelayo. Que la psicología de un pueblo es producto de
su raza y de la naturaleza era la feliz ecuación que despejaba el proceso que
culminaba en una literatura. Poco imaginaba a César Vallejo (1892-1938)
engolosinado con la poesía romántica española, y llamar “gigantes” a casi todos
los literatos que “han comulgado en el altar de la literatura romántica”. Por
lo que se ve, en 1915, la academia todavía cultivaba la metáfora biológica: la
literatura es una planta, si se estudia la tierra y la maceta se llegará a
conclusiones asombrosas. Nada que reprochar. Diremos que es ciencia, pues
ignoro si en Perú el Positivismo aún no tenía detractores (en México ya había
sido derrotado en la academia, por los pensadores que encabezaba Antonio Caso).
Se dice que al día siguiente de su examen bachillerato, este joven de 23 años
leyó, para festejar, el poema “Primaveral” –su primer poema publicado– en un
balcón de la plaza O’Donovan de la ciudad de Trujillo. Se trataba de un poema
modernista con algo de influencia de Rubén Darío. Esto, según sus biógrafos,
quiere decir más o menos que no había sido sincero frente a sus profesores
mientras defendía al Romanticismo. En realidad, cuando se sintió libre acudió a
leer un poema liberador, sobre la juventud y la naturaleza. Pero leyendo el
poema noto que no es una ruptura tan grande con el Romanticismo… Alabar a la
juventud en endecasílabos con rigurosos acentos en sexta no es tan liberador
como parece. Tampoco sería tan cierto que los jóvenes de entonces, entre los
que estaría Vallejo, rompieran con el Romanticismo. Por lo menos,
pienso que los románticos nunca nos parecen viejos, a pesar de su tendencia a
la “superstición religiosa” mezclada curiosamente con la “libertad del
pensamiento”. Hay algo más, pues creo que se tiende a ver que muchos poetas de
entonces odiaban a los románticos españoles, de la época de Espronceda,
Zorrilla y Campoamor. Entonces, qué raro sería ver a un Vallejo, el autor de Los heraldos negros y Trilce, así como así celebrando a los
odiados poetas castizos. Pero es que nuestros antepasados, por raro que
parezca, no han heredado nuestros prejuicios. Porque los modernistas no se
sintieron los destructores del Romanticismo, sino acaso sus continuadores, y
más, sus culminadores. Era una idea de libertad que no se había llevado a sus
últimas consecuencias. La prueba es que la forma poética de Vallejo estaba por
liberarse. Yo no sé, pero tampoco sé si los conocedores del poeta peruano
saben, qué pensó después de su ensayo de juventud. Sólo me llama la atención
que escribiera que “la aparición del espíritu satírico ha sido siempre signo
seguro de la decrepitud o decadencia literaria”. Aunque el espíritu satírico no
me parece un mayor signo de decadencia artística que la seriedad.
César Vallejo, El
Romanticismo en la poesía castellana. Madrid, Eneida, 2009. (Biblioteca
Ensayo, 8)
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