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sábado, 12 de diciembre de 2015

El Romanticismo en la poesía castellana, de César Vallejo

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Intento representarme a los profesores que aprobaron esta tesis de bachillerato, encantados de escuchar a su adelantado alumno elogiar a don Marcelino Menéndez y Pelayo. Que la psicología de un pueblo es producto de su raza y de la naturaleza era la feliz ecuación que despejaba el proceso que culminaba en una literatura. Poco imaginaba a César Vallejo (1892-1938) engolosinado con la poesía romántica española, y llamar “gigantes” a casi todos los literatos que “han comulgado en el altar de la literatura romántica”. Por lo que se ve, en 1915, la academia todavía cultivaba la metáfora biológica: la literatura es una planta, si se estudia la tierra y la maceta se llegará a conclusiones asombrosas. Nada que reprochar. Diremos que es ciencia, pues ignoro si en Perú el Positivismo aún no tenía detractores (en México ya había sido derrotado en la academia, por los pensadores que encabezaba Antonio Caso). Se dice que al día siguiente de su examen bachillerato, este joven de 23 años leyó, para festejar, el poema “Primaveral” –su primer poema publicado– en un balcón de la plaza O’Donovan de la ciudad de Trujillo. Se trataba de un poema modernista con algo de influencia de Rubén Darío. Esto, según sus biógrafos, quiere decir más o menos que no había sido sincero frente a sus profesores mientras defendía al Romanticismo. En realidad, cuando se sintió libre acudió a leer un poema liberador, sobre la juventud y la naturaleza. Pero leyendo el poema noto que no es una ruptura tan grande con el Romanticismo… Alabar a la juventud en endecasílabos con rigurosos acentos en sexta no es tan liberador como parece. Tampoco sería tan cierto que los jóvenes de entonces, entre los que estaría Vallejo, rompieran con el Romanticismo. Por lo menos, pienso que los románticos nunca nos parecen viejos, a pesar de su tendencia a la “superstición religiosa” mezclada curiosamente con la “libertad del pensamiento”. Hay algo más, pues creo que se tiende a ver que muchos poetas de entonces odiaban a los románticos españoles, de la época de Espronceda, Zorrilla y Campoamor. Entonces, qué raro sería ver a un Vallejo, el autor de Los heraldos negros y Trilce, así como así celebrando a los odiados poetas castizos. Pero es que nuestros antepasados, por raro que parezca, no han heredado nuestros prejuicios. Porque los modernistas no se sintieron los destructores del Romanticismo, sino acaso sus continuadores, y más, sus culminadores. Era una idea de libertad que no se había llevado a sus últimas consecuencias. La prueba es que la forma poética de Vallejo estaba por liberarse. Yo no sé, pero tampoco sé si los conocedores del poeta peruano saben, qué pensó después de su ensayo de juventud. Sólo me llama la atención que escribiera que “la aparición del espíritu satírico ha sido siempre signo seguro de la decrepitud o decadencia literaria”. Aunque el espíritu satírico no me parece un mayor signo de decadencia artística que la seriedad.

César Vallejo, El Romanticismo en la poesía castellana. Madrid, Eneida, 2009. (Biblioteca Ensayo, 8)

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