Es bastante
sorprendente que Isaiah Berlin haga residir el nacimiento del Romanticismo en
el sentimiento de inferioridad de Alemania ante Francia. Alemania eran
trescientos príncipes gobernando sus pequeñas comarcas, una enorme región sin
metrópolis. Nada semejante a un París por estos sitios. Por el contrario, sólo
oscuras personalidades, intimistas y misteriosas, artistas algo renegados,
entregados a la religión y lejos de la mundanidad. Nada más lógico que la
religiosidad alemana estuviera tan desligada de las formalidades católicas, de
las ceremonias que demostraban el brillo de la exterioridad. Los pensadores
alemanes concebían una vía personal de relación con la divinidad. De esto se
puede sacar una conclusión: en ciertos periodos históricos, cuando la
satisfacción de las necesidades le está vedada al hombre, éste vuelve la mirada
hacia dentro de sí, tratando de construir ese mundo deseado en su propio
espíritu. Eso sería más o menos el Romanticismo, la construcción de un ideal
(individual o colectivo) como una oposición a la realidad exterior. Esa idea
constante en la obra de este autor parece que fue aprendida de estos autores.
Los alemanes serían los que de manera moderna postularon esa “libertad
negativa”. Negativa porque es una oposición a la realidad. No puedo negar que
es la idea de libertad que más me atrae, la que considero que está más cercana
del arte y de mi manera de concebir la creación. Más aún, la forma en que se
podría hermanar el concepto de arte. Ignoro qué relación tengan Herbert Marcuse e Isaiah Berlin, pero en Eros y civilización (1955), del primero,
ya se encuentra una idea que no es el todo a ajena a las conferencias que
forman este libro, y que fueron pronunciadas en 1965. Marcuse habla del arte
como un espacio en el que se depositan las ideas utópicas del hombre. De tal
manera, que evasionista o no, el arte contiene las utopías, y la aspiración de
un mundo en el que sea real la libertad. Los poetas –conservadores y revolucionarios–
convergerían en la idea de considerar el arte una categoría por encima de la
política. La construcción de ese mundo en el interior del espíritu aparece ya
en Dos conceptos de libertad (1958),
de Berlin. Aquí está muy desarrollada la idea, y se coloca como punto de
partida del Romanticismo. Hay algo más: algo que la filosofía olvida
generalmente, ¡y se precia de olvidar!, los aspectos típicamente humanos en la
formación de la ideas. La Filosofía se ofende cuando le recuerdan este tipo de
temas. Pero bien, Berlin se refiere a los orígenes sociales de la
intelectualidad en Alemania y en Francia. Mientras que los alemanes provenían
principalmente de las clases bajas, los franceses eran producto de la
aristocracia y de la alta burguesía. Naturalmente, Francia es la tierra de la
Razón, que justifica tan bien el orden de las cosas y juzga el mundo en
términos más bien apacibles. Pero se podrá ver qué tan en desacuerdo
estaban los alemanes con el orden racional que los condenaba a ser unos
segundones en la repartición de condiciones favorables al pensamiento.
Isaiah Berlin. Las raíces del Romanticismo, ed. de Henry Hardy, tr. de Silvina
Marí, pról. de John Gray. México, Taurus, 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario