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sábado, 7 de septiembre de 2024

Obra. Poesía y prosa, de Oliverio Girondo



Cuando Oliverio Girondo (1891-1967) publicó sus poemas, debió de haber causado cierto escándalo. Luego, por mucho tiempo, dejamos de espantarnos de casi todo. Hoy, que nuevamente el puritanismo nos ha poseído, este poeta argentino debería de tener una nueva oportunidad. Primero no lo leía porque no me gustaba (por esa frase cursi dedicada a las mujeres: “no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar”). Ahora nuevamente, dejé de leerlo por la fascinación morbosa que me causa su poesía. Su angustia se contagia, es como un bicho que brinca de pronto y ya lo siente uno trepado en el pecho. Sospecho que, dada esa poesía abismal, Girondo compartía conmigo esos ataques de pánico que brotan cuando uno se topa en la calle, en los sueños, con un pedazo de muerte olvidado por ahí. Como colindamos con la muerte, esa parte del lenguaje que tiene frontera con el no-ser se deforma. Pierde esa concreción que, por otra parte, agradecemos diariamente. Mientras vivamos entre agua, plantas, vértices, uñas, dedales, ángulos, aromas, escaleras, enredaderas, polvo y faroles, destilamos seguridad. Damos un paso y encontramos un suelo firme que coincide con la percepción visual. Qué bien que el tiempo y el espacio nos confirmen lo que nuestro cerebro predice. Aprovecho para dar gracias a la causalidad. Cuánto hace por mí. Veo brotar cosas y es que ella tiene esa atribución en este universo. Vivo prendido en la telaraña de las cosas. Y me alegro de las leyes de Newton, que no me desamparan, y doy gracias a la relación entre forma y sustancia que impiden que no me deshaga y me vaya por la coladera. El lenguaje parece libertad, pero no es más que una red a la que llamamos sintaxis, parte de esa gran telaraña que conocemos como costumbre. Hemos pensado mucho con el pensamiento, pero quién sabe si con el subpensamiento, y más aún: con el traspensar. Allá dentro debe de haber algo, entre las antiguas marañas del meditar, muerto, otro yo antiguo, viejo, que no recordaba haber tenido. Así estás tú con tus tús, que te llevan a cuestas muerto. Pero si no se mete el dedo en esas cavidades inobvias no será posible encontrar el poema. De hecho, había olvidado al poeta que mencioné al principio de estas líneas. Joven poeta al que su padre mandó de viaje en su juventud, a conocer ciudades gracias a un pacto que ya hubiéramos querido: si estudiaba Derecho, entonces sería enviado cada año a Europa. Probó cada ciudad como si fuera fruto prohibido y probó el erotismo como si fuera fruto permitido. Entró a las ciudades a buscar mecanismos poéticos esenciales. Fue a ver el cante jondo con el mismo fin, y vio al cantaor lamentando el retardo de las mujeres con ayes que lo retorcían en calambres de indigestión. ¡El deseo hace gruñir hasta a los espectadores pintados en la pared! Pasea alegremente por las calles, sube con las calles que suben, baja con las calles que bajan, hurga fuertemente entre los colores y los aromas, hasta que esa mano impertinente deja de sentir la materia y siente el espeluznante pinchazo de la nada y de la muerte.


Oliverio Girondo. Obra. Poesía y prosa, 1ª reimp. Buenos Aires, Losada, 2015.

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