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sábado, 11 de mayo de 2024

El orbe extraño de Panza de burro



La novela Panza de burro me sedujo porque maltrata el lenguaje lo mismo que la moralidad de sus personajes. No le importa la limpieza de su mundo narrativo, ni enaltecer nada. Todo es un derrumbarse constante. Narra la vida de una adolescente de Tenerife que no tiene acceso a ninguna herramienta en la vida que la construya. Se enamora de su mejor amiga (Isora), pero el amor es un orbe tan extraño, que no sabe enunciarlo ni vivirlo. Es algo que tiene que ver con secreciones… pero no atina a saber cuáles. Así como la autora, Andrea Abreu, maltrata a sus personajes desde dentro e incluso su circunstancia misma, la de la pobreza económica y existencial, yo también trataré de maltratar esta novela. Quiero saber de qué está hecha y cómo fue construida. Me gustaría ver las tripas lingüísticas salir si apachurro las panzas de los personajes. La autora ha dicho que ellos viven en la periferia de la periferia. Sólo que la página de turismo de Tenerife no refiere nada acerca de la miseria en esta isla, sólo fotos paradisiacas y playas azules. Tendré que imaginar una periferia rodeando otra periferia –lo cual, más que algo exterior es un agobio dentro de otro agobio. Allí se encuentran dos niñas y sus familias, condenadas a no participar de la cultura. Lo primero que quiero saber de este libro es si se trata de una novela realista, no por otra cosa que como un punto de partida, ya que Miguel de Unamuno, al explicar la creación de sus novelas plantea el problema del realismo: “Las figuras de los realistas suelen ser maniquíes vestidos, que se mueven por cuerda y que llevan en el pecho un fonógrafo que repite las frases que su Maese Pedro recogió́ por calles y plazuelas y cafés y apuntó en su cartera” (“Prólogo” a Tres novelas ejemplares y un prólogo, 1924). Esa categoría ha quedado muy distante de la gran mayoría de los narradores actuales. Sin embargo, plantea algo que me interesa: si es el espíritu del personaje en plena agonía, o si se trata de una inquietud existencial del lenguaje. ¿Habla una niña o habla el lenguaje a través de esta novela? Me intriga, no me parece impertinente preguntárselo a estas páginas. Yo, que soy tan afecto a los maniquíes literarios, veo aquí algo más: un personaje que habla y no se queda dentro de los límites del habla de una adolescente. Construye una estética literaria que parece salir involuntariamente de los poros del idioma, construirse con los rudimentos del habla canaria. Digo rudimentos, pero son palabras que suenan a una rusticidad exquisita. Parecida a las palabras que usaba Gabriela Mistral en sus poemas, rudas porque parecen sacadas de las minas de los antiguos usos dialectales. Por cierto, ¿cuál es el nombre de la narradora? Por ahora, basta con saber que Isora la llama: “shit”. Mierda. En esa palabra caben muchos sentimientos, sólo hay que buscar entre la podredumbre, pues como dijimos, mezcla el cariño y el erotismo así como los vómitos y todo tipo de fluidos. Se llama un capítulo: “Estregarse sola”, porque la protagonista se frota con las palabras que le evocan el cuerpo de Isola para causarse placer, y la propia Isola se estrega en los objetos, apareciendo a veces como una Virgen tallada en cera o excitándose con los actores de las telenovelas. En la pesadilla de la narradora, el volcán de Tenerife, el Teide, se despierta. Ante la imagen del alcalde, en la televisión, desfilan unas letras: AGARREN SUS PERTENENCIAS Y BOTENSEN PA LA MAR, SALVENSEN QUIEN PUEDA,

MIS NIÑOS. Toda la familia toma sus pertenencias, entre las que se encuentran bolsas de papas con tazos y güevos de camello. ¡No conocía esos chicles cafés con relleno de fresa! Ni conocía las telenovelas que las dos amigas ven por las tardes, ni las canciones de bachata que se aprenden (nota mental: escuchar las canciones del grupo Aventura). Por esa razón, no podría entablar un diálogo con ellas de ninguna manera. Pero puedo intentarlo a partir de sus palabras. Porque las palabras están a punto de desbordarlas. Es como si tuviera el lenguaje una vida propia, y la narradora tuviera más trabajo conteniéndolo que expresándolo. Entonces, uno puede preguntarles a sus palabras en lugar de cuestionarla a ella. Puedo pepenar en el basurero de su discurso algunas ideas bellas. Algunas logradas construcciones hechas con el material de la masturbación, pues mientras sube la marea de la lava que inunda todo, la narradora hace erupción, ayudada por unos clavos ferrusquentos. Es la construcción poética lograda con ayuda de todo lo que está a la mano, la que logra el trascurrir de los pasajes hechos de oralidad. Se acepta sin discriminar todo el flujo del pensamiento, dejando pasar la belleza en potencia, los pensamientos sin censura. Todo lo que el personaje quiera entregar. Veo que esta novela es una muestra asimismo de otro fluir narrativo que la autora reconoce como influencias: Ariana Harwicz, Rita Indiana, Pilar Quintana, Víctor Ramírez, Nivaria Tejera, Elisa Victoria y Aurora Venturini, que son para mí nombres tan ajenos como las referencias de la narradora (confieso con pena). Íntimamente comparto el goce de querer transcribir la manera de hablar de la gente, poner sus modos sin comillas y sin cursivas. Es una ironía cómplice porque es como pescar en el discurrir ajeno todo aquello que censuro, que admiro, que paladeo o que disfruto, porque el torrente inconsciente del idioma es siempre sorpresivo. Pero hay algo más: en general, la novela ha recibido críticas favorables, pues la construcción literaria lo merece. Se necesita suspender la crítica ideológica, pues la novela parece identificar la pobreza con la miseria moral, como en algunas de las viejas novelas naturalistas. Isora y shit juegan por horas con las barbis y los ken, pero shit siente placer en aguantarse hasta el final las ganas de hacer del baño. Como la abuela no deja que Isora lleve a nadie a cagar al cuarto de baño, shit se hace en una caja de cartón que Isora esconde en un cuarto de la casa. No lo sé… Pienso que todo mi merodear por la novela se concentra en los aspectos de la construcción lingüística de los personajes. No me permitiría comentarla más allá. Me sentiría como las veces en que los autores modernistas veían una relación consustancial de la pobreza con la criminalidad. Aquí aparece la ensoñación de una parte de Europa que desconozco, una zona lateral de las Canarias que muestra pobreza económica y podredumbre moral. La autora, canaria ella misma, pinta su mundo. Y se considera también parte negada de Europa, que tiende a no conocerse a sí misma en su totalidad. Desde su condena –el determinismo social– la narradora ve el mundo lejano de los turistas, pues a veces acompaña a su madre a su trabajo, limpiando cuartos de hotel. Leo que el dialecto de las Canarias tiene similitud con el habla antillana de Cuba y Puerto Rico. Mira desde una ventana divisoria el mundo de la Europa continental. Me parece extraordinario el hecho de que el habla de Canarias y su atmósfera agobien mi lectura. Es una placentera tarea leer en el entramado léxico de la novela. Entiendo que se iba a traducir, o se tradujo, al inglés. Ni siquiera alcanzo a imaginar qué tipo de diálogo entre lenguas puede darse a partir de un diálogo semejante. Pero le deseo suerte a los lectores anglparlantes en su deambular por el mundo de las dos adolescentes de Panza de burro.

 

Andrea Abreu. Panza de burro (2020), 1ª reimp. México, Elefanta, 2021.

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