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sábado, 18 de mayo de 2024

El pavo real blanco, de D.H. Lawrence



Nunca había leído un libro semejante a El pavo real blanco, de D.H. Lawrence (1885-1930). Es una ventana a un mundo en que la naturaleza brota como en un cuadro impresionista, la vegetación con sus colores que hieren los ojos con sus esplendores. Es la provincia ficticia de Nethermere (en la vida real: Eastwood, el lugar de nacimiento del autor), y por ella deambulan algunos jóvenes completamente llenos de vida y de erotismo, al grado de que sus pieles, manos, espaldas, ojos, se adhieren eróticamente a la vida como una planta trepadora. Ése es el lienzo de la vida, palpitaciones y estremecimientos que recorren como un viento todos los órganos y miembros de los seres. Así como el deseo atrae los cuerpos, la naturaleza es también indiferencia mutua. Las distintas especies se ignoran entre sí, los gatos, las ortigas y la juventud de la vida se contemplan con inconsciencia. Más que contemplar, están para ser contemplados. Es la floración de la vida. Así se mira el cuerpo apetecible de George, con su chaleco desabotonado, caminando por las veredas rodeadas de vegetación. Es una ventana que abrí, agobiado por el calendario laboral, para mirar la vida en plenitud. Ya saben, es una ilusión, es una ventana que mira hacia un mundo hecho de letras incoloras. Pero, por alguna misteriosa razón, vuelan las alondras, aturde el ruido de la naturaleza. Lettie, la muchacha enamorada de George, se acerca a las flores como si fuera una Perséfone liberada. Incluso, los dos cuerpos masculinos, de George y Cyril, se confunden como algas, en medio del estanque, se entregan como peces. Las vidas de los personajes tienden al amor, sólo que este sentimiento es apenas un esbozo dibujado sobre las inconstantes estaciones del año. Mira, nada dura en este cuadro exuberante de la vida. Son cuerpos tentadores, los de los personajes, que cuando caen del árbol se abren en la tierra. Si los recogemos un poco después, es para ver que esa promesa se ha frustrado rápidamente. No son tantos los años que hacen de George un esposo alcohólico y lleno de frustraciones. Eso lo predica la vida circundante, los bosques de álamos negros, los ríos, los llanos. Mira, por ejemplo, este olmo: está lleno de vida, arroja sus semillas al viento. El año entrante estará muerto, puedes volver si quieres, fíjate cómo estará muerto. “Los árboles saben cómo morir, nosotros no”. Recorrer el campo es un aprendizaje de la vida. ¿Cuál es la enseñanza? Lettie mira a George, el enamorado que la sigue embelesado. “¿No crees que la vida es muy cruel, George, y el amor lo más cruel de todo?” Me imagino que sí, aunque no soy experto en el tema. Parece, ciertamente, una enseñanza grabada en el firmamento como una constelación. Sin embargo, es curioso, al volver a los lugares que alguna vez nos mostraron su sabiduría, nos encontramos con que dicen cosas muy diferentes que la última vez…

 

D.H. Lawrence. El pavo real blanco The White Peackock (1911), tr. Patricia Scott. Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2022.

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