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sábado, 11 de marzo de 2023

Altazor. Temblor de cielo, de Vicente Huidobro

  



 

Altazor (1931), de Vicente Huidobro (1893-1948), es un extenso muestrario de recursos poéticos, pero tiene un letrero en la puerta: “No usar”. Conforme los va creando, el autor los va agotando hasta llegar al punto en que los convierte en una serie de alas quemadas por el sol. “Nada de lo que está aquí sirve para la poesía”, parece decir. “Si intentas volar con estas alas, ni siquiera te elevarás. No aspires a ser un Ícaro con mi instrumental. Intenta tu propia caída. La mía, aunque parece caída, es en realidad el único ascenso concebible dado que me desplomo con mi propia invención.” La poesía lleva muchos siglos enseñándonos que no hay nada nuevo bajo el sol. Y, sin embargo, la monotonía de la vida no nos aburre. Y ante este paisaje hecho de imágenes, de creaciones que nunca había visto la naturaleza, ¿qué diremos? Que la novedad cansa más rápido, agota muy pronto la sorpresa. Novedad de novedades, todo es novedad. Anteriormente, la poesía era una manera de conocer el mundo, de penetrar en el pensamiento del Creador. Pero este Pequeño Dios que escribió Altazor le intenta dar lecciones a la naturaleza. Muy bien, poeta de mil novecientos treinta y uno, le arrancaste la palabra a los profetas y viniste a dar tu buena nueva. Qué lástima que tu revelación dura poco: se agota en sí misma. A pesar de tu alta entonación, no sirve para predicar nada. Hay que bautizar de nuevo los planetas, las cosas. Mira: algo nunca antes visto. ¡Qué buena ocasión! Hay que sacar la botella e inaugurar este fenómeno como a un barco. Lo echaremos a andar para que naufrague inmediatamente. Lo que pasa es que no tengo nada que decir. Sólo que haré con ese vacío mi gran arquitectura. Antes de que se te ocurra seguirme, segaré mi influencia en el mundo para que no bebas de ellas. Por otra parte, mi agua está envenenada, así que haz lo que te plazca. Soy inimitable, inigualable e incoloro, inconsútil e inútil. Además, todo ha naufragado, el Titanic, la Belle Époque, los frutos del dulce colonialismo. Esperemos, mientras tanto… Dadme algo para entretenerme antes de que llegue una nueva tragedia: algún descubrimiento que no huya a cada paso. Sufro desde que soy nebulosa. Conque desde allá viene cayendo este discurso. Desde las estrellas. Vienes de muy lejos, pero no sé a dónde quieres llegar. A dónde quieres llegar con tus preceptos. Pensaba esperarte cuando llegues al piso, a esta Tierra. Pero ya veo que te desmoronas al caer. Apenas llegarán cenizas, polvo de estrellas, a estas regiones. Aquí acaba de suceder una catástrofe (es la costumbre) y Europa está poblada de tumbas. Es 1919 y aún no florece nada. Siéntate a esperar. O mejor, vuela. Aléjate. O cae. Disuélvete. Dispérsate. Ciérnete. Entretente conjugando verbos y pégale algunos complementos. Algo habrá de prender en la tierra y habrá de florecer con un color nuevo. No te tengo buenos augurios en cuanto a tu poética, pero eso no te quita tu omnipotencia sobre el poema.

 

Vicente Huidobro. Altazor. Temblor de cielo (1931), ed. René Costa, 23ª ed. Madrid, Cátedra, 2020. (Letras Hispánicas, 133)

 

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