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viernes, 18 de junio de 2021

Obras completas I, de Alfonso Reyes



 

La experiencia me ha vuelto un espeleólogo especializado en las obras completas. Fundamentalmente, en las de Alfonso Reyes. No de manera inmediata, pero puedo encontrar pasajes y datos en sus distintos volúmenes; desciendo, busco en las profundidades y regreso con el espécimen buscado. Y eso, antes de la existencia de Google Books. Sin embargo, a mí se me hace inexplicable la erudición de Reyes, cuánto se necesitó para formar esas listas enormes de índices onomásticos que cierran cada uno de sus tomos de obras. Hay mucho que decir en torno a don Alfonso, por desgracia casi todo es parecido. Las miles de opiniones en torno a su obra se pueden agrupar en abultados montones. Y más o menos los críticos dicen lo mismo, que es de prosa luminosa, la cual alumbra los asuntos que expone; que era universal; que tenía la cita precisa; etc. Todos nos repetimos, yo incluido pues también doy vueltas en círculos por los campos de lugares comunes. Más raro es el especialista que interpela a don Alfonso, aquel que se acerca al grupo de personas reunido en torno al anfitrión de esta reunión y entabla diálogo con él. Ante el lector que maneja todos los datos, toda la bibliografía y que se ha carteado con todos los eruditos, no hay mucho que decir. No es que yo recorra muchas reuniones ni cenáculos, pero en ninguno de esos sitios he encontrado ningún experto en paremiología que pueda sostener una conversación con Alfonso Reyes. Si uno se acerca, lo escucha hablar de cómo el ritmo es la explicación de la existencia de los refranes… La conversación comienza en las alturas meteorológicas de la teorización, allá arriba en las nubes, y los grandes bloques se van desmoronando hasta deshacerse con las manos en las tertulias, convertidas en agradable charla anecdótica: “Pues yo, don Alfonso, estuve cuando se pronunció por primera vez un refrán…” Por cierto: dado que un texto es a la vez una máscara, hay que interrumpir brevemente para anotar que los textos incluidos en éste, su primer volumen de obras completas, son de la autoría de un joven de 21 años. Naturalmente, el dato nos desanima, nos vuelve a plantear por enésima vez la conveniencia de no escribir. Pero como la escritura es para nosotros un ejercicio de salvación existencial y no resultado de estos estudios que brillan en sociedad, persistimos. Comenzamos un texto para decir algo que al final no logramos. En cambio, Alfonso Reyes tiene dominio de su yo, sabe exponerlo en los campos que coloca como escenografía a su pensamiento. Caeré en otro lugar común (una disculpa) para decir que en su juventud ya tenía claros los temas que continuaría a lo largo de su vida: Grecia, Góngora, Mallarmé y Goethe. De este último destacaba, desde su juventud, que era un aficionado a la simetría: fue elegante de arquitectura literaria. Medía el terreno antes de edificar los textos. Pero la simetría, dice Reyes, es símbolo de superstición: las cualidades del número perfecto de los pitagóricos provienen de la simetría. Me gustaría saber si alguien ha visto si hay o no simetría en la obra de Reyes, es decir: superstición. Esa superstición produjo una bella escena que Goethe escribió en sus memorias: “yendo a caballo por el campo, se vio venir con rumbo opuesto, también a caballo y vistiendo traje de botones dorados… años después, con ese traje y con ese rumbo, cruzaba por el propio camino”. Antes de esto hubiera pensado que la racionalidad numérica salvaba de la magia y de la superstición.

 

Alfonso Reyes. Obras completas de Alfonso Reyes I. Cuestiones estéticas. Capítulos de literatura mexicana. Varia (1955), 3ª reimp. México, FCE, 1996.

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