Escribo estas breves notas bibliográficas para protegerme
del tiempo y de la vida. Curiosamente, las escribo con bloques de vida y de
tiempo. Pero no son míos, son otras vidas y otros tiempos, lo que quiere decir
que los tomo para transportarlos a este espacio. Formo líneas que se diluyen
poco a poco. Me sirven por un momento para ocultarme de mi tiempo. Son
reflexiones que no necesariamente tienen actualidad, de preferencia no: la
fabrican y la imponen, pues me cuesta trabajo tocar el presente, amasarlo para
formar con él cualquier cosa. En fin, veo que a ustedes no, que fluyen tan bien
en el tiempo presente. Pienso todo esto porque José Carlos Mariátegui
(1895-1930) tenía una naturalidad para pensar lo contemporáneo que es como si
tuviera para él una distancia suficiente para situarlo en el devenir de los fenómenos.
Hoy consideramos que fue el primer marxista de América. Esto significa que
trabajó con los hechos de su tiempo y les dio un significado, dialogó con la
realidad y formó con ella categorías atravesadas por la historia. En este caso,
escribió sobre los fenómenos más inmediatos. Lo hizo para dividir el cuerpo del
alma y luego volver a juntarlos. Dijo, por ejemplo, que la maquinaria del arte
puesta en marcha por las vanguardias es independiente de los resultados que
ofrecieron. “Toda revolución tiene sus horrores. Es natural que las
revoluciones artísticas tengan también los suyos”, escribió. Así que se debe de
separar la mirada que ve los objetos artísticos de la que ve el torrente que
los arrastra. Y, hasta cierto punto, realizar la misma operación sanitaria
entre la vida y el autor. Pero esto es importante: hasta cierto punto. Si Rilke
escribió que “los versos no son sentimientos, como creen muchos, sino
experiencias”, Mariátegui inmediatamente desconfía. ¿Entonces alguien como
Rimbaud cómo se explica? Sería una protuberancia monstruosa del arte. Pensar
que la vida se va sedimentando dentro del artista también es falaz, pues todos
seríamos artistas por el hecho de vivir. Por otra parte, esto no quiere decir
que exista en este pensador peruano una preferencia por las formas puras. Por
el contrario, le gustaba encontrar en los libros una “fe apasionada y creadora”.
Veía esa fe en algunos autores que ya no leemos. Por ejemplo, Waldo Frank
(1889-1967), de quien prácticamente no se consiguen libros en español. Él hizo
este llamado a los intelectuales hispanoamericanos: "Debemos ser amigos. No amigos de la ceremoniosa clase oficial,
sino amigos en ideas, amigos en actos, amigos en una inteligencia común y
creadora… Tenemos el mismo ideal: justificar América, creando en América una
cultura espiritual.” De la misma manera, en la construcción de un pensamiento
americano, Mariátegui incluía a los Estados Unidos. Es el mismo pensamiento que
más adelante incluiría Pablo Neruda en el capítulo “Que despierte el leñador”
de su Canto general. “El leñador” que
debe despertar son los Estados Unidos, para que dejen de talar este planeta.
Como se ve, no hemos hecho el suficiente ruido que lo despierte…
José Carlos Mariátegui. Ensayos literarios. Sobre Joyce, Breton y las vanguardias europeas.
Buenos Aires, Mardulce, 2012.
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