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sábado, 30 de septiembre de 2017

Memorias, de Alfonso Reyes

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Para Alicia Reyes, por su medalla Alfonso Reyes, de la UANL

Se dice que Alfonso Reyes (1889-1959) iluminaba todos los temas que tocaba. Por suerte, decidió tocarse a sí mismo con su dedo luminoso. Y donde generalmente hay sombras, o sea en la personalidad, su estilo pinta con los colores de la conciencia. No sé si eso está necesariamente bien, ya que pocas veces don Alfonso bosquejaba los enredos del inconsciente. Gracias a estas páginas sé de su corazón enfermizo, de sus largos viajes en automóvil, y me entero de que grabó el disco de “Voz viva” de la Universidad Nacional ya con oxígeno a su lado. Y sin embargo, no se le siente sofocada su respiración cuando se leen estos textos. Como siempre, los periodos vigorosos, la prosa rítmica y saludable. No obstante su salud mermada, lleva 26 tomos de obras completas sobre las espaldas. ¿Cómo se le hace para continuar con agilidad por los trayectos de la literatura? Ah, pues seguramente dejando el pasado en el pasado. O conservando la sorpresa por la vida. Quizá es que hay que tener siempre un libro por escribir para no perder la curiosidad intelectual. Sí, será tal vez todo lo que dices. Pero yo pienso que también hay mucho esa idea de no dejar nada en el pasado. Siempre, cargar los bultos de la erudición y la memoria, subirlos en una barca pequeñita, y llevarlos sobre los ríos, para traerlos al presente. Eso ha de conservar maravillosamente la salud. ¿Y las lecturas? Igualmente, hacen bien. Seguro que Montaigne las ha de enumerar en algún ensayo sobre la salud. Recordar constantemente permite a la memoria andar libremente sin anteojos, sin miopía ni astigmatismo. Miren qué nítida se mira esa niña acróbata de 1897, en el circo que visitó Monterrey. Don Alfonso la recuerda porque se anunció que iba a ejecutar “el salto mortal”, pero en el momento en que esta por realizarse, los señores que estaban en el público se alarmaron, gritaron que no, que no era posible que la cirquerita arriesgara su vida y lograron evitar el acto circense. No hay nada en la obra de Reyes que no tenga, o sea susceptible de tener, una nota al pie. El circo, el circo Orrín, su historia y la documentación de su paso por todo el país, en el cual trabajaba el payaso Bell. Dichosos los que vieron sus números musicales y su rostro triste, allá por los años del Porfiriato. La realidad de Reyes debe de aparecer toda adornada, llena de notas al pie y añadidos que la memoria no se resigna a quitar. En fin, no tuvo tiempo de poner o quitar, ya que este libro es póstumo y lo armó José Luis Martínez. Los aficionados a Reyes lo leemos con bastante alegría. Aunque, me imagino que él tendría como parte favorita de este volumen el índice onomástico. Ahí están la abuela, el tío, la prima, los patios, las calles, las fiestas, las batallas… Ah, y el padre. No olvidemos que es su tema central, que todo el ramaje de los recuerdos sólo rodea al general Bernardo Reyes, tronco de ese árbol genealógico, quien murió trágicamente, que avanzó con valor hacia la muerte, y quedó impreso como una estampa de la mitología antigua.

Alfonso Reyes. Memorias: Oración del 9 de febrero / Memoria a la facultad / Tres cartas y dos sonetos / Berkeleyana / Cuando creí morir / Historia documental de mis libros / Parentalia / Albores / Páginas adicionales, intr. y comp. José Luis Martínez. México, FCE, 1990. (Obras completas, XXIV)

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