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domingo, 4 de enero de 2009

Para deletrear a Enrique González Rojo


El libro "En marcha hacia la concreción. (En torno a una filosofía del infinito)" es un núcleo que tiende una multiplicidad de puentes hacia todas las posibilidades del “cuestionarse”; es asimismo el puente, la pregunta y los puntos de llegada; es el mapa de lo inconcluso y la proyección de lo que ni siquiera se alcanza a ver. Tal vez por eso sea inútil hablar de él, no obstante es más inútil callar ya que el silencio aparece en este libro penetrado y hasta destrozado como una cáscara inútil, envuelto por la esencia de la Pregunta. Ya que el ser se presenta aparentemente “terminado”, aprensible por el sujeto que lo contempla, rodeándose infinitamente el uno al otro, el proceso de “destapar” las relaciones reales entre uno y otro dejan ver en primer término la forma abierta del ser, en un continuo devenir, siendo algo que no era al principio, hasta que rompe la relación original con el sujeto que lo mira y relativizando la visión absoluta del “Yo” que la enuncia. Así, otro tanto ocurre con el sujeto que mira y que recuerda el momento en que no existía la realidad dada a su experiencia. Estos puentes “teóricos” unen históricamente y evidencian la falsa unión del eclecticismo. En la Filosofía ya no cabe el Yo que extrae de sí mismo todos los hilos de la medición, el entramado del mundo –como una araña que extrae de sí misma una red que le permite colgarse en su pequeña esfera– en el cual se enreda y se extravía, pues ¿de qué se trata ese afán infinito de colocar al mundo como un inalcanzable punto de llegada? ¿De qué sirve una telaraña que no sirve para cazar ni una sola mosca sino para verla alejarse para siempre? Sin embargo, ver enredarse a la araña cartesiana en su propia tela no siempre es motivo sólo de diversión, puesto que fue precisamente ella la que inició una grieta en el edificio de la Filosofía, una grieta que ha hecho que el edificio actual sea una serie dispersa de ladrillos; desde lo lejos se ve: un muro. Pero al acercarse, se mira una dispersión de ladrillos flotando, desligados unos de otros, sólo unidos por las “relaciones imaginarias”. ¿Han notado el aislamiento de los ponentes en los celebrados y multipromocionados encuentros y simposios académicos? ¿Se han fijado en sus maneras “políticamente correctas” que impiden la discusión entre ellos –cualquier tipo de discusión? Pareciera que se puede pasar a través de ese muro, –y sin embargo no hay forma, ya que de manera sistemática se piensa que entre el sujeto y la realidad hay una capa, una especie de tejido denso que impide el conocimiento. Hay que agujerarlo, es lo más que se le permite al filósofo: hay que hacer un agujero y asomarse a ver qué es lo que se puede ver. Se vuelve a su propio cuaderno y lo registra, lo describe: qué es lo que hay. Se mira desde una disciplina particular, la cual está encerrada en su propio marco teórico incompleto, y se continúa con una descripción cada vez más compleja y detallada. Pero es que el mundo académico ha tratado de superar esta limitación: y se organiza entonces un “coloquio” y una mesa redonda, los cuales son los principales soportes teóricos de la integración del conocimiento “posmoderno”. Cada especialista tendrá algo que decir, algo que aportar en su visión de la realidad que está “del otro lado”, como si la realidad estuviera en otro lado, como si este “aquí” estuviera siempre “allá” y no pudieran encontrarse nunca. Para ellos, los especialistas, el conocimiento sería la mayor cantidad de agujeritos que pudiera soportar la malla que los separa de la realidad sin romperse, ya que entonces ésta caería inservible y no habría ningún lugar seguro desde dónde asomarse sin temor de contaminarse con la vida. Pero ninguno de esos especialistas tiene las herramientas para cuestionar el lugar desde el que observa ya que todos aceptan que el lugar desde el que miran es singular y abstracto (según los términos de "En marcha hacia la concreción") pues al singularizarse, el fenómeno pierde sus conexiones con la realidad y cae sobre el escenario como una estrella falsa desprendida de una escenografía. Sólo que al “abstraer” no sólo se desprende esa estrella falsa sino que asimismo ocurre con la escenografía, el escenario, las butacas, el teatro e incluso el universo que los sostiene, puesto que todo es susceptible de “singularizarse abstractamente” para quedar solamente encima de un “Yo” que lo soporta teóricamente. Pero, ¿qué función tiene esta serie de singularizaciones que van apartando los entes del mundo? Todos ellos están al servicio de un ocultamiento, ya que pretenden destruir –aunque sea teóricamente– las relaciones reales e históricas entre el sujeto y el objeto así como hacer que el sujeto pierda su condición de objeto humanizado.

De manera cada vez más notoria, noto en mí una tendencia a hablar del yo en tercera persona, como algo ajeno, un traje que me gustaría portar, pero que tengo que moldear para poder introducirme en él; más bien, como si fuera un capullo que a la larga me transformaría en otra cosa, de un gusano en Algo Que No Sé. Pero ¿qué es lo que voy a introducir en él sino a mí mismo? Es que tal vez le doy demasiada presencia y corporeidad a las partes no conscientes de ese Yo tan ajeno a mí. Quizás es que mantengo ese miedo a la personalidad como un títere del Súper Yo y del Ello y que no quisiera ser controlado por ellos. Aunque ese miedo no sea más que una manifestación de la manipulación del Súper Yo que me obliga a no exhibirme ni a exponerme. Y aun más: que sea probable que tenga una continua tendencia a mostrar por escrito una gran carga de datos irracionales, de presentar mi discurso de forma alegórica. Pero es que he sentido sustentada esa proclividad que me pertenece en la obra de Enrique González Rojo, pues si algún puente me gustaría cruzar aquí es el que une su obra filosófica con la poética. Porque él cruzaba ese puente de manera natural hasta que un día no pudo más: y se quedó del lado de la poesía, permaneció ahí un breve tiempo, durante el cual escribió sus "Reflexiones en torno a la poesía", como una forma de construir un puente nuevo que fuera de la construcción poética hacia la lógica y de ahí a la filosofía. Un camino indirecto que permite perseguir a la metáfora y obligarla a que dejara el terreno de la poética para que fuera despojada y dejara ver su lógica interna. Existe en él, un procedimiento que consiste en “seguir” a una imagen o en continuar una metáfora –y hacerlo sin limitaciones evidentes. Dejar que camine, aunque a fin de cuentas sea el poeta el que se canse y no la imagen poética, ya que ella se mantiene abierta al ser durante más tiempo sin que éste se la trague definitivamente. En este sentido, pero también en otros muchos, me siento obligado a decir que asumo la herencia intelectual de la obra filosófica de Enrique González. Aunque como sabe bien cualquier lector de su obra, recibir su pensamiento como “legado” es como recibir una bomba en las manos, de la cual no hay que deshacerse ni tampoco desactivarla, sino: incrementar su potencial destructivo y proyectarla sobre la realidad ya que las fuerzas destructivas son precisamente las fuerzas constructivas de otro orden (Marx). Tampoco quiero decir “herencia” como propiedad ya que sería un sinsentido intentar apropiarse de una filosofía que rechaza la idea del poseer. Más aun, el pensamiento de González Rojo vuelve, aunque de manera distinta, al tema de la relación entre poder y verdad. Ya se ha dicho mucho, pero quiero insistir en ello, para que no se olvide: Todo instinto ambiciona dominar: y en cuanto tal intenta filosofar (Nietzsche). Y precisamente quiero insistir en esto, pues esta frase es diseccionada a lo largo y lo ancho por la filosofía de Enrique González Rojo. "En marcha hacia la concreción" me hace evidente que es necesario que el materialismo histórico dialogue con Nietzsche, con una envergadura similar a la de Marcuse en su dilatado diálogo con Freud. Esta necesidad es planteada por Mazzino Montinari, uno de los mayores estudiosos de Nietzsche, al que cito extensamente, pues creo que el libro de González Rojo responde a la petición del filólogo italiano:

“A Nietzsche no le pasa inadvertido el origen social, político en sentido amplio, de los valores morales, pero comete el error de creer que el socialismo moderno no es más que la continuación del cristianismo. Lo que Nietzsche ataca del socialismo es la tartufferie que proclama la igualdad de todos los hombres como ‘objetivo moral’. Nietzsche no llegó a conocer la polémica de Marx y Engels contra la consigna pequeñoburguesa de la igualdad que resonaba en las filas de la socialdemocracia alemana y, en general, del socialismo europeo. Así que Nietzsche nunca fue más allá de la dimensión moral al juzgar el fenómeno político-cultural más importante de su época, el socialismo, y lo vio sólo como una manifestación del ‘resentimiento’, semejante a aquella de los cristianos que, en la Antigüedad, destruyó la civilización grecorromana. Podemos decir que Nietzsche no disponía siquiera de los conocimientos más elementales para una correcta valoración de la teoría socialista. Para los teóricos socialistas de las generaciones posteriores a Marx fue muy fácil liquidar el tema de Nietzsche afirmando que éste había sido un apologeta pequeñoburgués de la explotación capitalista. Pero dichos teóricos reducían –y reducen– todo el pensamiento del más grande destructor de mitos… a la esfera política, como si en la política se agotara el ámbito de lo humano. A todos los intérpretes marxistas, de Mehring a Luckács, les debió de pasar inadvertido el hecho de que la crítica de Nietzsche iba directamente dirigida contra cualquier intento de condena moral de la realidad del hombre. Por supuesto, no es cuestión de intentar ‘recuperar a Nietzsche para la democracia y el socialismo’, como se ha dicho recientemente, sino de hacer constar que en una sociedad socialista y democrática (o en el movimiento hacia ella) no puede faltar una ‘dimmensión Nietzsche’, es decir, la dimensión de la libertad de espíritu que nace de la carga crítica, racional y liberadora de su pensamiento y que nunca se cansa de cuestionarlo todo, que incluso se permite reclamar que el individuo (aun en una sociedad de presuntos iguales) encuentre su defensa y el campo de su propia actividad espontánea en la cultura (como la entendía también Burckhardt) y, en definitiva, contra el Estado: suponiendo que de verdad se crea en la necesidad de la extinción del Estado en el ‘reino de la libertad’, es decir, que se desee realmente la superación de la ‘política’ como represión” ("Lo que dijo Nietzsche").

No obstante, supongo que hay más que eso en la relación con Nietzsche, ya que las pretensiones del instinto que ambiciona dominar no se encuentran suficientemente desarrolladas en las pulsiones freudianas, por lo que Enrique González Rojo deriva una pulsión apropiativa que tiene una función englobante pues se manifiesta en las pulsiones particulares. Si ese instinto intenta filosofar lo hace en función de justificarse a sí mismo. En un principio, la pulsión cabalga sobre su filosofar, pero ya que el acto de filosofar se desboca, tiende a levantarse contra su jinete y se vuelve susceptible de modificarlo ya sea llevándolo a lugares a donde no desea ir o bien intercambiando el papel de caballo por el de jinete, modelando el instinto. La pulsión apropiativa puede ser modelada de tal forma que la lime de sus efectos nocivos. Toda visión nietzscheana tiene su puesta en práctica así como “la idea siempre tiende al acto” (Rudolf Eucken), pero no poniendo en práctica los valores “humanistas”, sino precisamente poniéndolos en crisis, ya que estos valores legitiman a su vez el orden de cosas que produce sus valores. Y quién sino la televisión pone esos valores en el lugar tan alto en el que se encuentran, ya que ella tiene patrocinadores que a su vez tienen altos valores morales así como un desinteresado interés por trasmitírnoslos. Esos valores tienen siempre el mismo objetivo: mostrarnos que esta es la única realidad posible y que las demás son utopías. Debemos tener siempre presente que el socialismo ha fracasado y que siempre están los valores de la humanidad velando contra los marxistas, los ecologistas, los zombies o los extraterrestres. Nunca revelando cuáles son sus oscuros intereses pero siempre mostrando que sus intereses son oscuros. Vaciando de contenido histórico todo tipo de discurso pues la principal aspiración debe ser la de presentar la historia como una fatalidad cuya representación del mejor de los mundos posibles sea George Bush. El Todo, una concatenación de sucesos determinados para que el hombre se encuentre preso en su libertad individual y en su cárcel social. ¿Qué es lo que se oculta ahora? ¿Por qué la filosofía entendida según Enrique González Rojo es ese continuo “ocultamiento”? Porque ese mecanismo ideal del capitalismo debe ser evidenciado por el intelectual, un intelectual que se despoja de su potencial liderazgo, pues precisamente la enunciación de la categoría de la “clase intelectual” es la que hace tambalear la antigua discusión entre “capitalismo” y “socialismo real”, ya que evidencia que la sola socialización de los medios de producción es una falacia que beneficia a la “clase intelectual”, proclive a esconder sus intenciones de poder. El liderazgo no le corresponde al intelectual, en realidad no le debería de corresponder a nadie. La autogestión es el punto en el que confluye la elaboración teórica de González Rojo, una teoría social y una forma del pensamiento que debe vislumbrar finalmente su realidad. Pero sobre todo, quiero destacar que a la autogestión le interesa devolver la palabra a sus legítimos propietarios, ya que la palabra sí es una posesión legítima que ha sido negada por el capitalismo, en donde la concentración de la palabra ha sido tomada por la fuerza. En ese sentido “autogestión” es la construcción de un discurso propio en donde los excluidos se manifiestan y por eso tiene un compromiso con los oprimidos, a los cuales siempre es necesario enunciar pues a las mujeres, a las minorías sexuales y a los indígenas siempre se les ha borrado con el dudoso honor de ascenderlos al nivel del hombre neutro, “de la humanidad”. Por eso es necesario el rechazo al poder y a sus abogados, manteniendo “la voluntad de verdad”, aunque ignoro si eso es posible. Desafortunadamente no me es dado ver esa posibilidad aunque creo que no me satisface del todo la respuesta de "En marcha hacia la concreción", pues considero que el solo hecho de sustituir “poder” por “influencia social” en la actividad intelectual no basta. Creo en el rechazo de ciertas posturas intelectuales como la valoración estética, ya que en el caso de la construcción del canon literario o artístico, por ejemplo, persiste una voluntad de poder por medio de la cual el crítico decide qué leer antes de decidir con qué obras dialogar. La crítica artística en función de la valoración es un ejercicio de poder, eso se me viene a la mente, pero ignoro en cuáles otras está presente, aunque Nietzsche lo encontró en la “voluntad de verdad”.

Decía antes que es inútil hablar acerca de este libro y de sus temas, ya que el “infinito” implica una sucesión sin fin de derivaciones, todas en potencia y la menor parte de ellas en el acto; pero al nombrarlo, esto es: al tomarlo entre las manos, ocupa una porción de espacio conceptual, pues el “infinito” no siempre ocupa una extensión infinita sino que puede ser contenido en un marco delimitado por el conocimiento, como si algo pudiera ser infinito “hacia adentro” o dentro de sus límites –que es como ocurre con la realidad, ya que ella es infinita dentro de sus límites. Es entonces que el espíritu se acerca a los entes y los toma entre sus manos para violentarlos, obligarlos a que muestren sus potencialidades, todos ellos reacios a mostrarse como son ya que al ser mostrados como “conceptos” evitan mostrar su devenir. Puesto que “cada ente persevera en su ser”, se resisten a mostrarse, se tienen que abrir al tiempo y ser vulnerados por su propio devenir. Se enfurecen y agreden, se excitan eufóricamente. Vergonzoso. ¿Pero ya ustedes habían visto antes que el ente luchara así con el espíritu hasta penetrarlo? Y es cuando el espíritu, fecundado por el ente, engendra la idea, para comérsela de inmediato, pues el espíritu quiere saber qué tan rápido es capaz de digerir sus propias ideas. Aunque a veces ocurre que es la inspiración la que fecunda el espíritu –y es más complicado pues uno quisiera entrar lo más posible en la creación que, de cualquier manera, nunca sabe reconocer la paternidad, crece casi por sí misma (eso quiere hacer creer) y termina por arrojar al autor de sí misma, como si acabara de dar a luz y el autor fuera el producto desechable y no ella. Es que la obra quiere ganar inmortalidad –y tiene cierto derecho, aun cuando no deje de ser objeto y su validez vuelva a depender de la “correlación de principio” en la que se encuentra atrapada. Pero es que los valores literarios –con los que se pretende medir y validar la obra– vienen necesariamente de fuera de esta “correlación de principio” y no están inherentes pues el autor y la obra los introyectan de un “afuera” siempre social. Aunque ese afuera social tiene un afuera cósmico, situado dentro de los límites del infinito, el cual tiene un afuera que lo supone “la condición de posibilidad real de todo lo que sucede”. Y lo que sucede está siempre en este marco, gracias al cual se ha podido exiliar a Dios, siempre al acecho, pretendiendo colarse a la existencia en cualquier objeto, porque Dios habita en la nada, la cual también debería ser exterminada pues es una puerta de entrada para Dios, quien hubiera deseado crear el mundo. Afortunadamente detrás de esa puerta del ser no hay nada, ni Dios sino sólo una causa que no es la primera, pues tampoco Dios podría detener la sucesión infinita de causas, no se podría poner detrás de ellas pues lo harían a un lado. Eso también interesa a Enrique González Rojo, pues la teoría cosmológica de Stephen Hawking tiene espacio para la especulación, aunque en el universo de González Rojo no haya espacio para las conclusiones idealistas de Hawking. “En tanto cuanto el universo tuviera un principio podríamos suponer que tuvo un creador. Pero si el universo es realmente autocontenido, si no tiene frontera o borde, no tendría principio ni final. Simplemente sería. ¿Qué lugar queda para Dios?” (Hawking) Sí, tal vez no haya un borde del universo, pero si lo hay me gustaría que alguien pusiera un letrero que dijera: “Aquí estuvo Enrique González Rojo, dando la batalla por el Materialismo Dialéctico”.

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