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viernes, 26 de enero de 2007

Mar e historia: el Canto general de Pablo Neruda




Cuando crearon el mar no supieron dónde ponerlo así que lo fueron a dejar frente a la ventana de Pablo Neruda, en su casa de Isla Negra. América es historia rodeada de agua; y los ríos de la historia y los caudales de los océanos desembocan en Pablo Neruda, van a dar en su materia poética a veces de manera desordenada y a veces en un vaivén armonioso. Dice el estudioso Alain Sicard, en su libro El pensamiento poético de Pablo Neruda, que, a partir de 1945, el poeta tuvo dos polos: la historia y el océano. Ambos son temas inmensos e inagotables: “La ola del mar, el héroe histórico no mueren”. Una ola viene y es inmediatamente sepultada bajo la que la sucede: así son los poemas que conforman el gran libro nerudiano Canto general (1950): 256 poemas –según la edición definitiva de Hernán Loyola– que en sus versos contienen las palpitaciones del mar y de la historia del continente; 256 poemas reunidos en quince cantos en los que su autor organizó sus ideas en torno de América.

Desde el descubrimiento de América, los escritores que han vivido aquí, han querido dejar testimonio de su visión: ¿qué es América?, ¿cuál es su sitio intelectual en el mundo?, ¿cuál es la visión propia de sus habitantes? Alfonso Reyes, por ejemplo, en su libro Última Tule (1942), habla de América como la tierra presentida por el hombre medieval, el continente en el que se intentaron poner en práctica las utopías renacentistas. Desde el siglo XVI, los intelectuales han hablado de su descubrimiento y de su invención: para delinear este pensamiento americanista debe tenerse en cuenta, en primer lugar, el papel de los cronistas –Ercilla, Díaz del Castillo, las Casas– y, posteriormente, el de los poetas que han formado “la gran canción de América” –según las palabras del estudioso Gordon Brotherston. Poetas como Andrés Bello, José Santos Chocano y Rubén Darío han contribuido a crear una serie de poemas dedicados a dar una identidad al continente. Hasta Carlos Pellicer llega este pensamiento americanista. En entrevista con Emmanuel Carballo, el tabasqueño le confesó: “Si usted se atreviera a releer Piedra de sacrificios, de 1924, vería que es una anticipación muy modesta del Canto general.”

La obra del poeta chileno es un desbordamiento inmenso: primero cantó a los corazones de Marisol y Marisombra, sus amores juveniles, para luego esbozar un canto dedicado a Chile y, finalmente, abordar la historia del continente. Fue un poeta lírico que agradó los oídos de lectores tan a gusto con las paráfrasis de Rabidranath Tagore, pero los escandalizó cuando sus palabras excedieron los límites del corazón burgués. En el poema epistolar dirigido al escritor venezolano Miguel Otero Silva (1906-1985) recuerda esos años (capítulo XII del Canto):

Cuando yo escribía versos de amor, que me brotaban
por todas partes, y me moría de tristeza,
errante, abandonado, royendo el alfabeto,
me decían: “Qué grande eres, oh Teócrito!”
Yo no soy Teócrito: tomé a la vida,
me puse frente a ella, la besé hasta vencerla,
y luego me fui por los callejones de las minas
a ver cómo vivían otros hombres.
Y cuando salí con las manos teñidas de basura y dolores,
las levanté mostrándolas en las cuerdas de oro,
y dije: “Yo no comparto el crimen”.
Tosieron, se disgustaron mucho, me quitaron el saludo,
me dejaron de llamar Teócrito, y terminaron
por insultarme y mandar toda la policía a encarcelarme,
porque no seguía preocupado exclusivamente de asuntos metafísicos.

Neruda dejó de ser un seguidor de Teócrito (310-250 a. de C.), el poeta pastoril griego, cuando conoció la realidad de los mineros y de los obreros chilenos, pero sobre todo, cuando visitó la ciudad peruana de Machu Picchu, el 22 de octubre de 1943. (Neruda utilizó la grafía Macchu Picchu en su Canto y desde entonces, por tradición editorial, se publica así.) Luego de que el estudioso español Amado Alonso notara, en su libro Poesía y estilo de Pablo Neruda, que el chileno se sumergía en un “ensimismamiento progresivo” –presente sobre todo en Residencia en la tierra (1933 y 1935)–, su poesía se enfrentó a la ciudad perdida de los incas. Neruda, en efecto, se sentía sumergido, hundido y desamparado en la tierra negra de la vida cotidiana: para él, la vida de todos los día no era más que un veneno que el hombre bebe diariamente.

Cuando visitó Machu Picchu, el poeta se pudo liberar del ensimismamiento: el resultado de ese viaje es el capítulo segundo del Canto, “Alturas de Macchu Picchu”. Este poema tiene la forma de un ascenso: al tiempo que sube por las montañas de Perú, va dejando atrás los pequeños conflictos del hombre individualista. En Machu Picchu, la ciudad tantos siglos abandonada, Neruda descubrió que los hombres de hoy somos unas vasijas rotas y que las partes que nos faltan se encuentran sepultadas en nuestro pasado prehispánico. Una imagen que Neruda usa con frecuencia es la de su mano sumergiéndose en la tierra para llegar a las causas esenciales. Entre las calles donde vivieron los incas, rodeado de las montañas circundadas por el río Urubamba, el poeta hunde su mano en la tierra para desenterrar el viejo corazón del olvidado: a partir de entonces, Neruda les habla a los hombres que no conoció: a los incas muertos, maltratados y torturados; les pide que le cuenten su tormento para prestarles su voz. “Ven a nacer conmigo, hermano”, es el verso cumbre del poema: el momento en que el poeta cede su voz para que hablen por ella los oprimidos y los desheredados, los pobres, los desamparados y los asesinados.

En “Alturas de Macchu Picchu” –uno de los mejores poemas del autor– se recupera la parte desconocida del hombre: esa parte que el encierro de la vida cotidiana nos oculta. Pero la experiencia contraria, la del descenso, también se encuentra en el Canto.

En 1947, el político Gabriel González Videla llega a la presidencia de Chile gracias a una coalición entre liberales y comunistas. Neruda fue un colaborador entusiasta de su campaña: se desempeñó como Jefe Nacional de Propaganda. Sin embargo, ya en el poder, González Videla inició una persecución contra los comunistas luego de la proclamación de la Ley de Defensa de la Democracia. Neruda –senador desaforado y perseguido por el poder– dedica páginas extensas en el Canto a denunciar los crímenes del Presidente de su país: campos de concentración (sobre todo el de Pisagua), asesinatos de comunistas, genocidios y una corte de políticos y oligarcas sumisos y corruptos que ensangrentaron a Chile.

El capítulo X, titulado “El fugitivo”, es el complemento de “Alturas de Macchu Picchu” y representa simbólicamente el descenso del poeta. Cuando el gobierno de González Videla inicia la persecución contra el poeta (5 de febrero de 1948), el Partido Comunista utiliza todos los medios a su alcance para mantenerlo en la clandestinidad. Es entonces que, por razones de seguridad, se mantiene en fuga constante: a lo largo de un año se refugia en casas de desconocidos. Se trata de personas que de manera desinteresada le proporcionan refugio y alimentos. Ya con la idea del Canto general por completo clara en su mente, Neruda se dedica a establecer el orden de los capítulos y sus temas: el génesis mítico del continente y luego, su descubrimiento y su conquista. Los héroes que han contribuido a liberarla y los tiranos que la han mancillado. Las voces contemporáneas que escuchó el poeta y a las que da nombre y existencia. Los amigos lejanos a los que se dirige epistolarmente desde la clandestinidad. Y el mar: el mar que desemboca en su propia vida, el que contempla desde una casa de Valparaíso, el que le habla en las noches de su persecución; el mar que es la trémula iglesia levantada sobre el lodo. El mar es uno de los interlocutores de Neruda y, a la vez, una de las voces que atiende en la construcción de su poética.

Neruda dejó escrito que si pudiera destinar a sus manos uno solo de los dones del mar, elegiría su extenso reposo y su energía. Pareciera que es cada ola del mar la que tritura las costas pero no es así: es la fuerza central del océano que se manifiesta en el infinito número de las olas. Es una energía que se precipita sin gastarse: es una energía que siempre regresa a su reposo. Fuerza que vuelve a iniciar siempre y que expulsa en sus olas los despojos triturados de lo que fue fruta madura.

Pero Neruda observa el mar desde su persecución: en una ocasión es llevado a Valparaíso, puerto en donde es recibido por una familia humilde que intenta ayudarlo para que pueda subir a un barco como polizonte y abandonar Chile. Escondido, ve desde esa pequeña casa el mar: ante esta visión, la patria se le representa como una diosa despedazada en cuyo pecho orinan los perros.

Orfeo, el más célebre músico de la mitología griega, descendió al Hades en un intento por recuperar a Eurídice, su esposa muerta. Varias tradiciones consideran que Zeus lo fulminó por haber revelado lo que vio en el submundo. Esa experiencia dio nacimiento al orfismo: el orfismo provee de conocimiento a quien realiza un “descenso” simbólico dentro de cualquier orden de realidad. Para Hernán Loyola, este descenso legitimó al autor para cantar con un tono épico. Por eso, en Canto general convive el lirismo con la épica, la descripción con la narración y la historia con la crónica inmediata: es un libro que conjunta las distintas técnicas y los diversos puntos de vista del autor.

El Canto es una lección de historia y de dignidad; gracias a su perspectiva histórica, la lucha de los héroes muertos en otros siglos, cobra sentido. La libertad es, para Neruda, un árbol; un árbol que es la suma de la historia de América y de sus luchas sociales. Los libertadores del continente se nutren de la tierra y ascienden por la savia hasta transformarse en hojas; los hombres que luchan por la libertad del continente son la consumación de la historia. Cuando el viento agita las hojas de este árbol, las semillas caen y fecundan la tierra. Es necesario que los hombres conozcan la historia de este árbol porque sólo así podrán cuidarlo, porque conociéndolo lograrán apreciar sus flores rojas –nutridas con sangre– que son las victorias revolucionarias. Qué importante es tener una visión continental de la izquierda, de las luchas que, vistas en conjunto, adquieren un mismo sentido: todos los movimientos sociales se dirigen a un mismo punto de llegada, la liberación de los hombres de América y el respeto por su punto de vista.

Pero así como se presentan los grandes luchadores, en el Canto aparecen los traidores al continente, los dictadores y empresarios, que han manchado con su existencia la historia de América. Al escribir esta historia de sangre, el poeta intenta obligar al lector a revivir esos crímenes, pero no para llenarle el corazón de amargura, sino para ayudarlo a conocer. Porque para ser feliz e invencible, dice el autor, se debe tener presente este aspecto de la historia.

Mientras escribe, fugitivo en su país, el poeta se pregunta a sí mismo: “¿Por qué los mencionas, qué importan?” Pero Neruda decide contar la historia de los asesinos y dejar constancia de sus actos porque al nacer, recibió palabras no sólo para describir la belleza de su tierra sino también para aludir a los gusanos pálidos que viajan en el vientre de la patria, viviendo de su sangre.

Leer, desde la óptica del Canto, la historia de América, es también conocer una serie de luchas que se han repetido sin cesar a lo largo de siglos. Cuando el crítico argentino Emir Rodríguez Monegal se burla de que Neruda considere a Las Casas como un precursor del sindicalismo, no está entendiendo que el poema relata la historia de una lucha no resuelta: la Independencia de América no liberó al continente de la desigualdad ni de la explotación, no terminó con la pobreza ni con la injusticia. Al explorar el siglo XIX, Neruda deja ver el creciente poder del capitalismo estadounidense en todas las regiones de América. Cuando Jehová creó el mundo, repartió la tierra entre la Coca-Cola, la Anaconda Coopper Mining Co. y la United Fruit Co.: la voracidad de estas empresas ha comprado conciencias, ha pagado gobiernos que mantienen en la sumisión a sus países. Sí, es cierto: se acabó el esclavismo y las inhumanas condiciones del trabajo forzado; pero, ¿no es hoy el hambre –se pregunta el poeta– una nueva esclavizadora?

Pablo Neruda contempla América desde 1948: la segunda Guerra Mundial acaba de terminar y comienza la reconstrucción de Europa. El gobierno norteamericano ofrece dinero para ayudar a los países que vieron quebrantada su economía pero a cambio pide garantías: en Grecia, el presidente de los EEUU, Harry S. Truman, intensificó su intervención luego del levantamiento comunista de Markos Vafhiadis. Por otro lado, Truman apoyó el movimiento contrarrevolucionario chino de Chiang Kaishek. Es el inicio de la Guerra Fría, de los años en los que el capital estadounidense se destina a los actos contrarrevolucionarios en el mundo. En América, el general Marshall –héroe estadounidense de la Guerra Mundial– reunió en Bogotá a los presidentes sudamericanos –sátrapas impuestos por EEUU– para impulsar la creación de la OEA y así afianzar la presencia norteamericana en la región. Esta es la situación del continente que se plantea en las páginas del Canto: ante este panorama, Neruda ve con optimismo la presencia de la URSS y de la China comunista, los países que intentan liberar al hombre de la injusticia del capitalismo.

Todos los lectores del Canto y todos sus críticos se enfrentan con la lectura del capítulo IX, “Que despierte el leñador”, poema dedicado a los Estados Unidos. Aquí, Neruda demuestra su amor y conocimiento por la cultura norteamericana; no se trata de la visión maniquea que sus detractores le atribuyen. No contiene la “retórica de la guerra fría” que dice Enrico Mario Santí que lo vuelve “ilegible”. El poeta le pide al pueblo estadounidense que despierte, que deje de talar el mundo; Neruda llama la atención sobre los valores culturales de ese país y pide que se integren a las luchas de los demás hombres.

Hasta aquí he querido demostrar que el Canto no es ese libro “descosido, farragoso” que despacha Octavio Paz en unas líneas (en Los hijos del limo, 1974). Canto general, escrito de manera casi contemporánea a muchos de los acontecimientos narrados en él, es un libro orgánico, lleno de correspondencias, de sugerencias y de posibilidades de lectura. Sin embargo, la valoración total del libro debe contener las opiniones que se hagan del poema “Que despierte el leñador”. Al enfrentarse a este capítulo, el crítico se encuentra ante a una gran cantidad de preguntas: ¿Debe el artista satisfacer las posiciones ideológicas del lector? ¿Por qué se ha juzgado al todo (el Canto) por la parte (las menciones a Stalin)? ¿Por qué los mismos denostadores de Neruda excusan, por ejemplo, a Borges, a Céline o a Heiddeger? Si se ha tratado de conquistar un espacio neutral para la poesía, ¿por qué críticos como Santí consideran ilegible este capítulo por su “retórica de la guerra fría”? ¿No es esta una valoración del contenido? La crítica antimarxista considera como pruebas contra el comunismo la existencia de los regímenes de Stalin, Pol Pot o Mao. Denuncia, con justicia, las atrocidades de sus gobiernos. Pero, ¿por qué no realiza la operación contraria y descalifica al capitalismo que procreó regímenes como el de Hitler, Mussolini o los Bush? ¿Será acaso porque el régimen político no es equiparable de manera automática con el sistema económico? Los que combaten “los totalitarismos de izquierda y de derecha”, ¿en dónde colocarán exactamente al totalitarismo de Bush jr.? Llama la atención que los críticos de las atrocidades del “comunismo” no hagan extensiva su crítica a las actuales guerras neocoloniales.

En efecto: Neruda escribió el Canto durante su periodo stalinista, sin embargo, el texto no contiene complicidades con la injusticia ni con la dominación imperialista (sin contar con el posterior abandono del stalinismo por parte del poeta). Ante todo, el poema contiene una denuncia de la desigualdad y la injusticia en América y el sentido general de sus versos está contenido en esta visión del continente. Si se es consecuente, no debe soslayarse ese tema al comentarse la realidad histórica que rodea al Canto.

El conocimiento que otorga la poesía no es el mismo que se obtiene por medio del conocimiento histórico o el político. La poesía muestra los prejuicios y los puntos de vista de su autor. Para juzgar una obra desde este punto de vista, el lector debe tomar a la obra como un punto de partida: sistematizar las ideas contenidas en ella y confrontarlas con la realidad. Quienes ven al texto sólo como un fenómeno lingüístico y lo critican sin salir de sus límites, están manipulando el contenido de la obra de arte porque omiten mencionar que el fenómeno lingüístico es, a su vez, parte de un fenómeno social. Es pertinente recordar lo anterior luego de la lectura del Canto general, ya que se trata de una obra que pone en conflicto a esta especie de crítica: el Canto es una obra que intenta sobrepasar el marco que las categorías estéticas le oponen a la literatura: sí se debe considerar el marco ideológico de la Guerra Fría para entender el primer orbe de ideas en torno a la obra poética de Neruda. Hoy, descomponiendo las partes del texto, el Canto puede –y debe– incorporarse a la serie de discursos que intentan resolver el problema de América. Toda obra de arte sobrevive a su tiempo, pero sobrevive transformando sus ideas con ayuda de sus lectores: el Canto general no nos dice lo mismo que le dijo a sus primero lectores.

El artista crea a partir de su ideología: la valoración del arte debe hacerse de acuerdo a las categorías estéticas. Sin embargo, la crítica ideológica es necesaria porque contiene también a la crítica de arte. En el caso de Neruda, la crítica ideológica es necesaria; pero el stalinismo del autor no invalida su valor literario. Es necesario realizar ese corte –que parecería evidente– así como es necesario distinguir el stalinismo del marxismo: Stalin anula a Stalin, no a Marx.

Se debe volver al Canto general: obra cumbre de Pablo Neruda; toma de posición compartida en la década de los cincuenta; consumación de una técnica literaria totalizante; descubrimiento azorado de la historia de América. Pero sobre todo, debe volverse al Canto general porque su pertinencia no ha terminado: el stalinismo ha caducado pero no así las injusticias de América. Este libro es todavía –más allá de sus altas e innegables virtudes poéticas– necesario en la construcción de respuestas para los grandes problemas de nuestro continente.


–NERUDA, Pablo, Canto general. México, imprenta Talleres Gráficos de la Nación, 1950 (marzo 25). [Edición de autor, “especial y limitada”, al cuidado de Miguel Prieto. Guardas dibujadas por Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros.] 567 pp.

(Revista "Tierra prometida", 12. Invierno de 2006)

5 comentarios:

Patrulla dijo...

Mi Pavo: Ya extrañaba tus entradas, amigo. Es muy estimulante encontrar lecturas que superen por mucho las revisiones ordinarias a las que estamos acostumbrados, sobre todo los universitarios, de grandes obras como es el Canto.
Pregunta: ¿Has visto la primera edición publicada en México, e ilustrada por Julio Prieto, dónde se prodrá ver?

Pável Granados dijo...

Tengo la segunda edición del Canto, que es un facsímil de la primera. Miguel Prieto cuidó la edición e hizo la tipografía. Pero las guardas de las dor primeras ediciones tienen ilustraciones de Diego Rivera y de David Alfaro Siqueiros.

Patrulla dijo...

Sí, disculpa, me refería a la labor tipográfica del libro, he leído que es una joya de la tipografía en México. El trabajo de Prieto con sus letras rojas es inmejorable ( sólo he visto fotos), y que decir de las ilustraciones. Oye, además, me quede con ganas de leer el libro como parte de la historia de las ideas políticas sobre América. La propuesta de lectura es bien interesante, gracias, Mi Pavo, te amo, y aunque sea de lejitos yo ando al pendiente de tunas y lo que escribes.

L. London dijo...

Siempre disfruto de tropezar con ésta clase de artículos. Agradezco la opinión. <3

Anónimo dijo...

interesante punto de vista, por lo demas, aun cuando ya lo he leido unas cuantas veces "El canto..." me voy a permitir regalarmelo para navidad, buen regalo, no?
excelente encontrarnos en buenos libros, saludos de la tierra de Asturias. Segundo