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lunes, 29 de enero de 2007
Acerca de la radio y la sociedad mexicana
Me gusta el silencio. Me gusta que el cuarto en el que trabajo esté en medio del silencio (me he dado cuenta de que los libros atenúan el ruido, en todos los sentidos). Pero al mismo tiempo, me gusta la radio, aunque la apague cada vez que puedo. Aunque su murmurar sea continuo y no se calle nunca. Desde 1923, o 1920, o 1919 –según me digan los historiadores– comenzó su voz y no ha parado nunca, ni siquiera para dormir: todo lo que ocurre ha sido dicho por la radio. Sé que mientras leo, mientras trabajo, mientras duermo, la voz de la radio no para. Todos podemos adivinar qué cosas dice, más o menos, aun sin escucharla: hay personas que parecen repetidoras, ecos exactos de los comentaristas de la radio. Hoy, lo más valorado de la radio son los líderes de opinión: eso quiere decir que mucho de lo que escucho viene en primera instancia de lo que dijo un líder de opinión. No se puede hacer mucho en este sentido: todos tenemos un líder de opinión atrás de nosotros, cuando hacemos las compras de la semana, cuando votamos y cuando opinamos en las comidas de familia. (Es un fenómeno compartido con la prensa y con la televisión. Hace poco leí las declaraciones de Ádal Ramones luego de que un grupo de seguidores de López Obrador interrumpiera su programa. El conductor externó su alarma: "Espero que las empresas de cable que cuentan con programas y público en vivo adopten nuevas medidas de seguridad. Ya no basta con tener detectores de armas, alcohol y otros artículos prohibidos.” ¿Qué se puede hacer contra las ideas? Podemos seguir pasando ideas de contrabando, ¡contra ellas los líderes de opinión no pueden nada! Ellos viven en el solipsismo: la sociedad, en el mejor de los casos, no es más que un reflejo de sus ideas. ¡Pobre de ella si no es así! El miedo de que la sociedad no sea así es muy grande: la propia empresa televisiva ha declarado que no volverá a hacer programas en vivo: los líderes de opinión no aceptan opiniones. Sin embargo, este programa entró primero a la política: este conductor invitó a los candidatos a la presidencia de la república en 2000. Es muy similar esta queja a la que presentó el cardenal Rivera ante la prensa: no desea que la política entre a la Iglesia. Pero en cambio, él aceptó que la Iglesia entrara a la política. Y eso se lo representa como un derecho legítimo.)
¿Hablar de la radio? ¿Qué no ha sido suficiente la reciente actuación de los medios en los últimos meses como para querer evitar ese tema? Tal vez lo más apropiado sea darle una patada a los medios y limpiar la mesa de trabajo. En los días recientes, las empresas de comunicación han tenido que reestructurar sus programas informativos: luego de las elecciones recientes, el ratting ha descendido alarmantemente. ¿Qué significa? ¿Que a pesar de todo los medios dependen de su público? Sí, porque se trata sólo de la justificación para sus costos de publicidad.
Pienso que me gusta la radio, más como una idea abstracta, escindida de su acontecer: me seduce su posibilidad, que sea posible reflejar a través de la voz en la distancia toda una serie de espejismos, confiar en la palabra que da vida, que refleja un pensamiento. ¿Hasta qué punto podemos jactarnos de tener acceso a eso? Pero no sólo nosotros: hasta dónde existe una verdadera posibilidad de que el espacio de otredad que supone el radio refleje al que lo escucha. Creo que ese ha sido el recorrido de la radio a lo largo de sus casi noventa años de vida en nuestro país: desde la imaginación de una sociedad hasta la toma del micrófono por parte de esa sociedad.
“El reflejo de la sociedad mexicana en la radio”. Cuando reflexioné sobre el tema de esta charla, pensé que el reflejo es el contrario: el radio se refleja en la sociedad. Y que leer el reflejo de la sociedad en la radio es como ver el negativo de una fotografía: la oscuridad que rodea a la luz es lo que necesitamos ver. ¿Cómo se logra apreciar con claridad la situación de la sociedad? Si tomamos una foto con una lente que no mire fantasmas, discursos, justificaciones, lo más seguro es que veamos a una gran parte de la sociedad tomada por el pescuezo, sujetada por el Estado. ¿Es más o menos esto o me equivoco? Tal vez sea una manera muy dura de decir que la vida cotidiana es una imposición que reviste todo un sistema de relaciones económicas y sociales que tienden a volverse invisibles. ¡Qué bien se ven los barrotes de la jaula diaria revestidos de terciopelo!
Emilio Azcárraga Vidaurreta, vendedor de automóviles en los años veinte, representante de la casa Victor (una extinta compañía fonográfica) explicó hace décadas en una entrevista que él fue el inventor del ama de casa: modelo femenino para la modernidad. Las amas de casa combinaban con el refrigerador, con las lámparas, con las novedosas consolas de sonido. Pude decirse que la mujer fue el primer objeto de estudio para la radio mexicana: más que su objeto, su víctima. La puso sobre la mesa de operaciones y le hizo una cirugía estética. Qué diferencia de las antiguas mujeres. Ama de casa: por más que su apelativo nos sugiera un tiempo medieval, el ama de casa tiene un dominio espacial preciso: su hogar y su familia. Ya bastante se ha dicho que la familia es la base de la sociedad como para que vengan algunos herejes a provocar que el obispo Sandoval Íñiguez les aclare que el hombre es el que tiene el poder dentro de la familia: la mujer puede dar ideas, proponer. ¡Pero la última palabra la tiene el hombre! Así es que ese papel que la mujer siguió durante años, casi sin alternativa y siempre sin remuneración, es un orden que proviene de siglos pero que adaptó a las circunstancias la radio mexicana.
Al principio, la radio prolongó los discursos preexistentes desde el siglo XIX. Y uno de los más notables es la creación del discurso femenino: las palabras que usaron las mujeres provienen del léxico modernista que se popularizó gracias a las canciones de la radio en los años treinta. Y un poco más adelante, con la venturosa invención de las radionovelas, se cimentó por fin un discurso: ¡ah, las radionovelas! Son el propedéutico de la vida, sólo ellas proveen de las palabras necesarias para hablar de amor, sólo ellas transmiten los valores nuevos (que son los viejos, que son eternos). Esa pequeñísima cárcel de la vida, tan chiquita como un aparato de radio, no deja de tener su encanto: si hasta Vargas Llosa y Manuel Puig la han aprovechado para establecer un sistema estético. Si la novela Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco sigue la trama de los boleros que se escuchaban en la radio.
Por virtud de los hertz, de la palabra distante e inaprensible, la publicidad que nos cosifica se ha convertido en un adorno de las habitaciones de nuestra nostalgia: “¡Triunfe en amores, con crema labial Tres Flores! Crema de almendras bouquet Colgate que suaviza y embellece, deja sus manos blancas y suaves para ser acariciadas”. Margarita Michelena, siguiendo el ejemplo de Xavier Villaurrutia en Nostalgia de la muerte (“cuando la vi, cuando la vid, cuando la vida”) escribió “Mejor mejora mejoral”. Si hasta las garras sucias de la publicidad tenían las manos acariciables en los años treinta y en los años cuarenta; si las canciones cubrían todo el día con sus ritmos y su metáforas; si las radionovelas otorgaban la dulzura de la predestinación, ¿qué podría entonces buscar una mujer fuera de su hogar?
Esta es otra de las creaciones de la radio: el hogar como un espacio indestructible. “Son las once de la noche –decía el locutor– ¿sabe dónde están sus hijos?” Como el hogar es indestructible y las divorciadas sufren en las películas, el control férreo sobre la familia es inevitable. La radio retomó los discursos anteriores (los temas del Romanticismo, el léxico del Modernismo) y los continuó: tomó algunos de los componentes sociales y nos los devolvió como nuevos. Sólo se opuso a un tema: el gran tema del arte burgués: la condición efímera de las relaciones humanas. El amor es para siempre: para cuando acabe este programa, esta canción, para cuando regresemos de unos comerciales, para vivirlo junto con los protagonistas de nuestra radionovela, de aquí al siguiente programa y todos los programas del mundo y todos los bailes en El Patio, el centro nocturno del señor Miranda. Y cuando regresemos nuevamente a nuestras transmisiones, el día de mañana, ahí estará nuestro amor, esperándonos, acechándonos a la vuelta de la esquina, a la vuelta de un paso de baile. La radio consiguió oponerse, con éxito, a las ideas de la caducidad burguesa.
El discurso femenino fue obra de hombres: Clemencia (1869) de Ignacio Manuel Altamirano edificó y estructuró en nuestro país, por primera vez, el pensamiento de una mujer liberal. Alejada de los confesionarios, de los pasquines eclesiásticos y entregada a la música como medio de expresión, Clemencia encarnaba no los deseos de las mujeres sino las buenas intenciones de los liberales. Amado Nervo recuerda que en sus tiempos las familias conservadoras no enseñaban a leer a sus hijas por miedo a que se escaparan con su novio: destino decidido desde siempre, las mujeres sólo tenían acceso a una educación que requiriera de la menor dosis ideológica posible: pintar, bordar, tocar el piano (y ya a fines del XIX, a tomar fotos familiares). Teresa de la Parra, la notable escritora venezolana, en 1924, con su novela Ifigenia. Diario que escribió una señorita porque se aburría es la primera respuesta todo un discurso estructurado por los hombres (Clemencia, Carmen, Amalia, María): Teresa de la Parra describe una sociedad que se opone a que las mujeres salgan solas a las calles: hace lo impensable, pide que la mujer conduzca su destino. ¡El país entero se escandaliza! (¡De cuántas cosas se escandalizaban antes! Hoy ya no harían sonrojarse ni al cardenal Rivera.) No hace mucho (cuando todos los partidos apoyaron la Ley contra los indígenas), la abogada Magdalena Gómez dio esperanzas para que se revocara esa Ley: tendrían que ponerse de acuerdo todos los congresos locales y devolverla al Senado. ¡Ya había ocurrido antes una vez: en el sexenio de Lázaro Cárdenas: todos los congresos rechazaron unánimemente el voto de la mujer! El primero en devolverle la palabra a la mujer fue Amado Nervo: en 1910 en una conferencia que dio en el Ateneo de Madrid declaró que si algún día existen clubes feministas en México deberían nombrar presidenta honoraria a sor Juana Inés de la Cruz.
La radio fabrica una ideología para las mujeres: la confina en el ideal Modernista por un tiempo y luego las arroja al espacio de la modernidad (siempre entendiendo “modernidad” como sinónimo de “consumo”). Las canciones de la radio estuvieron a la caza del rubor fugitivo: como los hombres tuvieron que esperar a las puertas del alma femenina para poder concebirlas, se imaginaron su espíritu como una fórmula, como un enigma a descifrar. El primer travesti fue, en este sentido, Agustín Lara (me lo imagino como una horrible drag queen art déco): “Yo fui de tus quereres la sultana, la divina mujer sensual y altiva, la emperatriz radiante y soberana, que en tus redes de amor quedó cautiva”.
La primera mujer que se manifiesta en la radio con sus palabras es María Grever. Quiero dedicarle unas palabras, aunque citarla en este contexto trae algunos riesgos: como compositora se acopla demasiado bien a lo que se podría esperar de una mujer exitosa de su tiempo, usa su nombre de casada, elogia la fidelidad (el verdadero capital de una mujer en ese entonces), considera que hay que entregar la vida en un beso, en su obra el amor se condensa en el momento de la promesa. La Grever es confesional: pero siempre se apega a lo que la sociedad quiere escuchar de una mujer. Si hoy el paso parece pequeño, lo importante es que una mujer ha dado cuenta de su pensamiento aunque no se aleje mucho de lo que la sociedad espera.
Aunque Elena Poniatowska sitúe a Rosario Castellanos como la primera mujer en alzar su voz para dar cuenta de su propia situación (con lo cual coincido), creo que sería bueno hacer caso a la voz de las compositoras de la radio (la Grever, pero también a Consuelo Velázquez, María Alma y Ema Elena Valdelamar): comienzan a crear, en el marco de la radiodifusión, el discurso independiente de la mujer. Contrarias a la retórica modernista, ellas prefieren limpiar sus canciones de alegorías y de imágenes. María Alma en Compréndeme (1943) explora la sinceridad y le pide a su interlocutor que comprenda lo que ni ella misma puede comprender. Es un bolero que conmueve porque nadie hasta entonces –ni compositor ni compositora– se había atrevido a hablarle de tú a la persona amada y pedirle que vea el amor tal como es y no como lo pintan los boleros: “Te tuve una vez muy dentro de mi corazón y no sé por qué me fui alejando de ti. Perdona mi bien si digo toda la verdad, la vida es así y debes de comprenderla”.
Este orbe de discurso se articuló con el del Nacionalismo Revolucionario que a su vez, tenía vínculos con el discurso bélico (de la segunda Guerra). Si bien la clase media tenía un interés anecdótico en la Guerra, el discurso que prevalecía era el que fue creando la Oficina de Inteligencia de los EU a lo largo de la confrontación entre los países del Eje y los Aliados. Convencidos de que el discurso ideológico era más penetrante que la propaganda inmediatista, acudieron al cine (Los tres caballeros de Disney, por ejemplo) para asegurar medios que convencieran a los mexicanos.
Luego de la guerra, las condiciones que habían favorecido a la industria radiofónica (unidos a la creación de la TV) comenzaron a asfixiar a la producción radiofónica: desde finales de los años cuarenta, las radiodifusoras comenzaron a programar música grabada y a desaparecer a las grandes agrupaciones musicales. Comenzó un periodo que duró décadas: la radio que repetía canciones, los locutores que no tenían más que anuncios en la cabeza, publicidad, la única manifestación de la voluntad popular: ¿ y usted por quién vota? ¿los Beattles o los Monkeys? Va ganado Hey Jude! Melosos precursores de la democracia, esta que nos engaña con sus eslogans vistosos. Tú, ciudadano, puedes venir por tu regalo: si algo inició la radio y la continuó y la explotó es el mito de la movilidad social: algo que heredarán los manuales de autoayuda. Ese mito, ese motor inmóvil de la sociedad que representan los programas de concursos, la superación personal, los comentarios de los expertos económicos que aconsejan en el desierto qué frutos cultivar; ese mito es inagotable: fundamentó las radionovelas como hoy fundamenta las telenovelas y el pensamiento del presidente (el actual y el electo).
Sin embargo, a principios de los sesenta, comenzó la disputa entre la radio nacional (las grandes emisoras) y las cadenas de radiodifusoras pequeñas (hoy representadas por Grupo ACIR): este enfrentamiento se da, como lo ha mostrado en sus estudios, Fátima Fernández Christlieb, en el contexto de la desaparición del Estado nación. Ahora, la globalización ha detonado otro enfrentamiento de fuerzas: porque la globalización le queda muy grande al aparato legal del Estado pero a su vez, las comunidades aisladas ven al Estado como un aparato que los excede, que no tiene capacidad rápida de respuesta para sus necesidades. Frente a los grandes monopolios (y apoyados por las nuevas tecnologías) ha surgido la radio local: las estaciones campesinas, indígenas, políticas. Son necesidades que se enmarcan en la legalidad: Abascal incluso se comprometió a respetar la existencia de Radio Plantón en sus compromisos con la APPO. Claro: eso no garantiza nada, pero la construcción de discursos requiere de los medios y eso es inevitable. Medios de autoconsumo: los indígenas producen sus contenidos y sus programas. Ante la producción ideológica del Estado se manifiestan los discursos de la minorías. Pero esta atomización de los discursos no debe aislar. Tal vez es el riesgo al que se enfrentan los grupos sociales (organizaciones, guerrillas, grupos culturales, minorías sexuales, indígenas y políticas): si la atomización del discurso es inevitable –y así lo ve el Estado– entonces se requiere para usos del poder, una ideología desarticuladora: los estudios interdisciplinarios son una buena muestra de eso. Es necesario hoy, que las minorías dediquen la misma cantidad de esfuerzo que usan para erigir su discurso que para articularlo a las demás producciones ideológicas.
Aquí, en los cortos alcances de mi vida cotidiana encuentro el reflejo de la radio: ¿qué me otorga? ¿cuál es su sentido? En medio de la circularidad de la vida, que no acaba ni empieza; en la apariencia de la vida de todos los días, se han querido erigir monumentos a la trascendencia. Pero la radio y la televisión, los medios electrónicos (no incluyo al Internet), tienen otro paradigma: el de la evanescencia. Todo lo que tocan se convierte en humo. Todo es fatalmente moda: lo que está hoy no estará nunca. ¡Ese sentido de intrascendencia es tan revolucionario (por lo menos para mí)! Decir y olvidar, sugerir y callar. Vienen los comerciales: habla y calla. Eso es agradable: callar para que otro hable, ceder el micrófono. Dividir la individualidad entre millones. Ese deseo está secretamente en la radio: creo que en eso radica su belleza, la belleza particular de la radio. Quisiera decir: los momentos son irrepetibles en sí mismos; pero, ustedes amigos radioescuchas, no se vayan porque después de la siguiente melodía habremos dejado la palabra para que otros la ejerzan con mayor responsabilidad.
(Conferencia en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 24 de octubre de 2006. En "Memoria. Revista Mensual de Política y Cultura" 215, enero de 2007)
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2 comentarios:
Mi Pavo, se antoja que prepares un artículo sobre "los bloggs", con eso de que se te da el análisis de medios... pues como que estaría bueno.
Besos.
¿Amigo, cómo está eso de que eres RP del Opus Dei?
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