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viernes, 30 de mayo de 2025

Flush, de Virginia Woolf



Nada más bonito que hacer la biografía de un cocker spaniel, el más bello entre todos los perros, el más cariñoso, el más entrañable. Hablo así porque de niño traté con uno, al que extraño desde entonces, porque murió envenedado cuando yo tenía ocho años, y que se llamaba Balú. Me gustaría hacer su biografía, pero luego de tantos años, recuerdo muy poco de él. Me gustaría hacer biografías de perros y gatos, de algunas plantas también. Tengo una en mi balcón que estoy seguro que tiene una personalidad única. Tengo la costumbre de hablar con ella, y sé que le gusta que la acaricien y la tomen en cuenta. El gran João Guimarães Rosa escribió sobre un burrito, no su biografía sino un solo día de su vida. Largas páginas, porque su vida era realmente interesante (se llama “El burrito pardo”, y está en su libro Campo general y otros relatos). En el caso de Virginia Woolf (1882-1941), al escribir esta biografía sus intereses eran otros. Dice la experta Marta Pessarrodona, en el epílogo al libro, que la novelista inglesa más que escribir sobre un perro quería sentir como él. Quería saber qué significa ser un perro, y eligió uno de los más notables, Flush, el cocker spaniel de la gran poeta del siglo XIX, Elizabeth Barrett Browning (1806-1861). Ser un perro es bastante interesante, aunque eso causa que dejemos de enterarnos de muchas de las cosas de su dueña. Flush se interesa más en los espacios, los olores, los otros perros, los viajes, el regazo de su dueña… Nosotros quisiéramos saber un poco más de Elizabeth. Sabemos que un día tomó entre sus brazos a Flush y dejó la casa paterna para huir con su prometido, el poeta Robert Browning. Lo sabemos porque Flush tuvo una gran emoción de conocer Italia, a donde ambos esposos huyeron. Pero este pequeño perro no supo que el padre de Elizabeth nunca le perdonó haberse casado… Virginia Woolf quiso saber también qué se sentía ser niña (adulta ya, había olvidado ese periodo), quiso saber qué se sentía ser hombre (lo escribió en su novela Orlando). Uno debe de aprender, si quiere especializarse en este tipo de biografías, que los periodos de la vida de los animales y las plantas son muy diferentes a los nuestros. En el caso de Flush, la vida en Italia fue importante, pero también fue la época en que llegó a la vejez, poco después de los diez años. Elizabeth le dedicó a Flush bello poema de agradecimiento por haber estado a su lado siempre, sin importar que ella, enferma, estuviera en una habitación cerrada y casi sin luz. Pero como Flush no tenía ningún interés por la poesía, no aparece en estas páginas, ni parece haber sido relevante en su vida. Fue bastante más importante para él su secuestro, pues por los días en que era joven, se acostumbraba robar a los perros para pedir rescate a sus amos. Flush sufrió tres secuestros, pero para comodidad de los lectores, la autora de la biografía decidió convertirlos en uno solo.

 

Virginia Woolf. Flush Flush: A Biography (1933), tr. Rafael Vázquez Zamora, epílogo de Marta Pesarrodona, 2ª ed. Barcelona, Destino, 2004. (Col. Destinolibro, 66)

domingo, 18 de mayo de 2025

Radio Benjamin, de Walter Benjamin



Entre 1927 y 1932, Walter Benjamin (1892-1940) condujo alrededor de cien programas de radio dirigido a niños y jóvenes. Desafortunadamente, fue una actividad que no le interesó mucho a su creador y un poco menos a sus estudiosos. Generalmente, cuando se habla de Benjamin se dice muy poco que fue guionista y locutor, y es una lástima pues en esos programas está la base de su pensamiento filosófico, enunciado de una manera amena, en guiones en que se dirige a sus jóvenes radioescuchas con pasión y sin considerarlos un auditorio de segunda. Ojalá existieran hoy locutores que se dirigieran de ese modo al público infantil. Hay un aspecto en que Benjamin se parece a otros artistas de su tiempo, y es que no es raro que se mire a los medios audiovisuales como un bache en una exitosa carrera intelectual. Octavio Paz nunca quiso acordarse de que había compuesto una canción que cantó Jorge Negrete, y José Revueltas no tenía especial interés en hablar de sus guiones cinematográficos. Por varias razones, pero básicamente por un error en la censura nazi, tenemos ahora poco más de cuarenta guiones de los que leyó Walter Benjamin en un momento pionero de la radio en el mundo (en los años 20 era una industria realmente naciente). Los temas pueden agruparse en tres: los que se refieren a Berlín y a su gente, a personajes de la cultura alemana y grandes tragedias modernas (además de la destrucción de Pompeya). Todos los capítulos llaman la atención, desde la persecución de las brujas o el terremoto de Lisboa, pero a mí personalmente me atrajo la historia de los gitanos. Historia narrada con comprensión para ese pueblo generalmente incomprendido. Hubo programas asimismo dedicados al enigmático Kaspar Hauser, a la vida y características de los perros y a la toma de La Bastilla, pero me permitiré enfocarme por cuestiones de gusto personal en los gitanos, quienes viajaban por Europa en sus características carretas. (¿Recuerdan que Django Reinhardt pasó sus primeros años en un campamento instalado cerca de París? El mismo que se incendió accidentalmente en 1928). Aunque comenzaron su peregrinar por Europa en tiempos del emperador Segismundo (a mediados del siglo XV), en tiempos en que Benjamin se refería a ellos, era común verlos ganarse la vida con sus osos amaestrados, como equilibristas o como pirófagos. Al principio fueron bien recibidos por los países por los que pasaban; llevaban una carta de protección de Segismundo, Rey de Bohemia, por lo que comenzó a llamárseles bohemios, aunque no todos provenían de esa región. Pero los franceses creyeron que su origen era el reino de Bohemia e identificaron con ese lugar el ideal de la vida libre y despreocupada, de ahí que la bohemia sea una forma de vida y una manera de la existencia vagabunda… La carta del Emperador le servía a quien la mostraba para no ser deportado. Para gozar del libre tránsito por los países recurrieron a numerosas astucias, como decir que provenían del Pequeño Egipto. En realidad, en sus tradiciones ya no quedaba casi rastro de sus tradiciones reales, pero un lingüista del siglo XIX descubrió que su lengua provenía del Indostán. Pero afirmaban que provenían del Pequeño Egipto, nos explica Benjamin, porque ése era el lugar que se creía el origen de la magia, ocupación que le dio prestigio y trabajo a este pueblo. Por otra parte, la radio, que sobrevive pese a su condición efímera, es otra forma de la magia, aunque no lo viera así Walter Benjamin.

 

Walter Benjamin. Radio Benjamin, tr. Joaquín Chamorro, ed. Lecia Rosenthal. Madrid, Akal, 2015.

jueves, 8 de mayo de 2025

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick



En esta novela de Philip K. Dick (1928-1982), los animales reales son uno de los mayores lujos que las personas pueden darse. Luego de la destrucción que provocó la Guerra Mundial Terminus, la propia vida parece un bien escaso en la Tierra, pues de hecho, gran parte de la humanidad abandonó el planeta para vivir en Marte (aparentemente, con una calidad mejor). Bueno, no se sabe bien. Las noticias que llegan de ese planeta son pocas y confusas. Aquí, en la Tierra ha quedado un polvo persistente que no deja ver el cielo, una penumbra constante y pocos habitantes que no tienen muy claro en qué mundo viven. Nosotros, los lectores, tampoco tenemos mucha claridad, pero intentamos penetrar en la oscuridad de la trama. Es un mundo en que los “replicantes”, es decir: los robots semejantes a los hombres, se vuelven tan similares que necesitan ser erradicados. Los encargados de hacerlo son cazarrecompensas que cobran por cada robot infiltrado. Son tan similares a nosotros que se los medios para reconocerlos tienen que ser cada vez más refinados. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? fue publicada en 1968, pero creo que ahora, casi seis décadas después, se asoma en verdad el terror que palpitaba en estas páginas. Eso se debe a que vivimos el tiempo en que la tecnología ha logrado su mejor acto de magia: hacer el mejor retrato, no del ser humano, sino de su conciencia. No logramos desprender aquello que es sólo una serie compleja de operaciones matemáticas de lo que parece ser humano. Mucha gente se olvida de que está frente a un número de ilusionismo para creer en la conciencia creada por la tecnología. Pero ciertamente, estamos a punto de confundirlos a ambos. Sólo que la novela de Philip K. Dick todavía es inalcanzable: vemos a los robots gozar del arte, cantar, apreciar la ópera y las artes plásticas. Una de ellos tiene curiosidad por el sexo. Parecen tener miedo. Y el propio protagonista, llega a tener miedo de ser él mismo un robot. ¿Sería posible? ¿Puede ser que él tenga recuerdos falsos y que sea en realidad uno más de aquellos replicantes? Bien visto, la propia literatura tiene esa probabilidad. El lenguaje puede ser el disfraz de una máquina que no tiene conciencia. Como cuando la IA nos escribe un texto, nos responde una pregunta… Diferente a muchas distopías que sueñan con un poder extremo, esta novela presenta una sociedad que parece funcionar sin un poder que controla todo atrás de las apariencias. Por el contrario, hay dos corporaciones policiacas que no saben de sus mutuas existencias… Toda la gente está al pendiente de un solo programa de televisión, y parece practicar una sola religión. Pero estos dos poderes son independientes y falsos. Pienso que no tenemos miedo de crear una verdadera inteligencia artificial (eso parece un simple acto de magia), sino de darnos cuenta un día (¿pronto?) de que vivimos entre interlocutores inexistentes. Una compleja sociedad  en que nuestros interloctores se encuentran construidos de vacío.

 

Philip K. Dick. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Do Androids Dream of Electric Sheep? (1968), tr. Miguel Antón, 1ª ed, 3ª reimp. México, Minotauro, 2024.