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sábado, 20 de enero de 2024

El ajolote, de Andrés Cota Hiriart



 

El ajolote es un anfibio de cuerpo alargado y ligero, “puede decirse que casi serpentoide”, dice el autor de este libro. Tiene, además, doce pliegues transversales en cada costado y una gran cola. Me encontré con uno de ellos y quise acercarme para analizar la verdad de estas palabras, pero el pequeño animal dejó su proverbial quietud para retirarse horrorizado al fondo de su pecera. No miran fijamente como buscando una respuesta en los demás (por lo menos, éste no lo hizo). Esta característica –la velocidad– también se encuentra consignada en el volumen de Andrés Cota Hiriart. De dichos animales, casi lo único que yo sabía era lo que narra Julio Cortázar en su cuento “Axólotl”, publicado en 1956: que su figura es silenciosa e inmóvil, y de cuerpecito rosado y translúcido. Lo que quizá no sabía Cortázar era que aquellos que miró en el Jardin des Plantes de París eran seguramente descendientes de los 34 ejemplares vivos que llegaron a aquella ciudad en 1864, enviados desde Xochimilco en tiempos de Maximiliano. Auguste Duméril, profesor del Museo de Historia Natural, se interesó en ellos y escribió un texto titulado Reproducción en la colección de reptiles del Museo de Historia Natural, de ajolotes, batracios urodelos de branquias persistentes, procedentes de México (Siredon mexicanus vel Humboldtii), que nunca antes se habían visto vivos en Europa (1865). Tal vez el ajolote tenga tantos biógrafos como Tólstoi o Napoleón. De las diferentes ramas de esa extensa bibliografía, ¿por cuál subiré? Mientras que Cortázar se interesó por algunos aspectos de la psicología del ajolote, el ilustre doctor Duméril estudió la reproducción del ajolote, al cual le dedicó sus últimos años. Pero parece que la regeneración corporal es lo más fascinante: pueden perder los ojos, la mandíbula, cualquiera de sus patas o incluso un pedazo del corazón, y volverá a regenerarse con una rapidez admirable. La esperanza de arrancar ese secreto al ajolote ha llevado a varios gobiernos a invertir cantidades enormes en investigación. El secreto de activar en los genes humanos esa capacidad hace soñar, pero no mucho tiempo, ya que se trata de un sueño todavía lejano de alcanzar. Así que es mejor soñar con sus movimientos silenciosos, con su piel que se escurre de las manos. Tiene razón el autor en que parece una pieza arqueológica sumergida en el lodo, pieza que inexplicablemente no ha perdido su brillo a pesar de su antigüedad. Es cierto que tiene algo de irreal, que parece más ficticio que otros animales y que despierta una sensación inaprensible como él. Si pudiera, me gustaría conocer al Ambystoma velasci, cuyo nombre es un homenaje al pintor José María Velasco, que lo describió por primera vez. En vez de eso, guardo un billete de 50 pesos, con la efigie del ajolote. Y me entero de que el Banco de México no emitirá más de estos billetes porque la gente prefiere coleccionarlos que gastarlos. Tengo un ajolote en casa, pero hecho de cartón. Lo miro, lo miro, sin esperanza de mirar el mundo desde sus ojos.

 

Andrés Cota Hiriart. El ajolote. Biología del anfibio más sobresaliente del mundo (2016), ilustraciones de Ana J. Bellido, 2ª ed. México, Elefanta, 2022.

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