Otras entradas

lunes, 2 de enero de 2023

Antología poética, de Solón Argüello

  




Me considero, ante todo, un catador de modernistas. Así que, al descubrir uno nuevo, leo sus versos de inmediato con el fin de poder agregar algo acerca de su manera de escribir. El poeta nicaragüense Solón Argüello (1879-1913) es de reciente recuperación, pues apenas en 2017 la doctora Beatriz Gutiérrez Mueller le dedicó una amplia antología y un comprensivo estudio sobre su poesía y sus pasos en México. Yo no lo recordaba, y eso que debí de haber leído su nombre en el índice del libro Florilegio de poetas revolucionarios(1916), que reunió el escritor queretano Juan B. Delgado. Argüello era originario de León, la ciudad natal de Rubén Darío, y había llegado a México hacia 1902, luego de varios años de exilio por Centroamérica. Fue poeta como Porfirio Barba Jacob o Salvador Díaz Mirón, de los que mezclaron su creación literaria con el periodismo y los puestos políticos que lograban obtener. En su caso, Argüello fue desde siempre antiporfirista y, más adelante, un convencido partidario de Madero, de quien llegó a ser consejero político. Por años fue periodista y maestro errante en sitios alejados de la capital, como Nayarit y Baja California, en donde fundó revistas literarias. Luego del asesinato de Madero, viajó a Cuba para poder anteceder y recibir a doña Sara Pérez, viuda del presidente. Viajó, sin embargo, con la idea de regresar a matar a Victoriano Huerta, así que se embarcó a Nueva York, en donde tomó un tren para volver a México. No se cuidó de callar sus intenciones, por lo que fue detenido a su entrada a la ciudad, el 26 de julio de 1913, y pocos días después, asesinado cerca de la estación de Lechería, al norte de la capital. Quiere decir que Argüello llevaba tres años de haber muerto cuando apareció el Florilegio de Juan B. Delgado, poeta especialmente interesado en Nicaragua, pues había sido cónsul en Managua, y además había escrito un libro titulado El país de Rubén Darío (1908). Es importante porque nadie más recordó a Solón Argüello durante los siguientes 62 años, sólo hasta que Julio Valle-Castillo, en 1978, reeditó algunos de sus poemas. En fin, leo sus obras y percibo que se trata de un autor que mezcla diferentes tipos metros, que a veces escribe textos que son mitad verso y mitad prosa, y que estuvo a punto de sumergirse por completo en las tinieblas literarias de la leyenda. Puesto que murió en 1913, aún no se sentían los efectos de la poética simbolista de González Martínez, que aconsejaba volver la mirada hacia adentro, por lo que la impresión que causa la naturaleza en los poemas de Argüello es la de una inmensa mansión construida por símbolos. Eso lo acerca al segundo Rubén Darío, al que comenzaba a penetrar en el misterio de la naturaleza. En su propio espíritu, nos dice Solón Argüello, se daban las matas de ajenjo, y aun así sus poemas eran pequeñas flores francas que brotaban de su lira. La típica dualidad de los poetas de tiempos de la Revolución, con sus flores del mal y sus flores del bien… Pensé que Pedro Henríquez Ureña, tan ávido de leer poemas de métrica irregular, le festejaría sus recurrentes experimentos, pero no fue así: más bien le dijo que ensayaba algunas combinaciones aceptables y otras discutibles. Los versos que pugnan por vivir en sus páginas marchitas hablan de otra época: de aquella en que la poesía era una religión interior, por encima de las ideologías políticas. Sin embargo, al abrir el libro, se encuentra colocada, acertadamente, la fotografía de Solón Argüello frente al edificio en construcción del nuevo Teatro Nacional (hoy Bellas Artes), el 5 de febrero de 1913, pidiendo armas al gobierno de Madero para combatir a los militares golpistas. Imagen histórica y poesía: se prestan vida, una a la otra, para que ambas sean comprensibles.

 

Solón Argüello. Antología poética, ed., introducción y recopilación, Beatriz Gutiérrez Mueller. México, BUAP, 2017. 

No hay comentarios: