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sábado, 1 de agosto de 2020

Sobre la fotografía, de Walter Benjamin


 

Al igual que otras artes, la fotografía no nació con fines estéticos, sino concentrando diversos intereses, quizá, en primer lugar, los científicos. Las yemas de los dedos, las rugosidades de los troncos, los acercamientos a la naturaleza que, al amplificarse, no se sabe si se está mirando algo dado por la naturaleza o una obra de arte moderno (moderno, cuando la fotografía nació). Interesaría más a un Goethe o a un Humboldt por motivos científicos. Es cierto que ahora la miramos como arte o como un documento que puede muy bien encajar entre los intereses periodísticos y los estéticos (una especie de “crónica iconográfica” de la realidad). Pero entre un extremo y otro se desgajan varios estados interesantes. En realidad, Walter Benjamin (1892-1940) no dejó un libro especial sobre este tema; sin embargo, se pueden entresacar sus ideas al respecto de textos concomitantes, de aproximaciones repentinas. De las muchas ideas, hay algunas que me interesan, ante las cuales me detengo como ante una exposición fotográfica. Por ejemplo, la dialéctica entre fotografía y artes plásticas que debió de ocurrir a mediados del siglo XIX, pero que seguramente se prolongó más tiempo (discusión que quizá nos abarca): si la fotografía tuvo influencia sobre las artes plásticas. Algunos pintores comenzaron a utilizar fotografías como modelo y fueron dejando de lado los retratos “al natural”. Por otra parte, los pintores de retrato fueron los primeros jubilados por el nuevo arte, y sus principales adversarios. Igualmente, se tuvo que dar un diálogo, posible en cuanto la fotografía se convirtió en mercancía. Como dice Benjamin: su conversión en mercancía la introdujo al mercado del arte. Y la abrió en un camino doble, pues la fotografía sería entonces expresión de un mundo –“leemos” en ella las estructuras de una sociedad–, pero nos habla también de la interioridad de su autor, el “estilo” único que existe en las fotografías. Me gusta que el autor haga de la fotografía un auxiliar en la comprensión del mundo. Definitivamente, no tenemos capacidad de atención para todo. Debería de haber mundo para llevar a casa. Así que tomar imagen de lo que vemos para consumo individual posterior es una de las ganancias de la fotografía. Especialmente, en los museos. El arte, parece decir, no se puede terminar de comprender en el museo. Así que hay que llevárnoslo con nosotros. Tomar fotos para verlas en casa; porque hay algo que pertenece a la sala de exposiciones, es cierto: la primera impresión, pero ésa se gasta pronto. Al reducir la obra de arte a una reproducción fotográfica se pierden algunos aspectos (quizá los más técnicos, los que interesan al pintor que quiere saber de movimientos del pincel y del trabajo con la espátula) pero se dialoga entonces con la estructura del arte. Se reduce en el espacio, pero se puede tener una conversación personal con la obra. Eso, antes de ver que la fotografía es en sí un arte y que requiere una manera individual de platicar con ella. Hay algo de las ciudades que sólo nos lo puede decir un plano, lo mismo pasa con la plástica, la escultura y la arquitectura: algo que sólo su reproducción fotográfica nos muestra. Pareciera cumplir las funciones de un reflejo, de un retrato. Pero si hay algo que sólo la fotografía agrega al mundo del arte, necesariamente es el inicio de su discurso propio. Aquello que sólo la fotografía puede decir. Pero me quedaré aquí, en los albores de este arte, en el primer gran interés de la fotografía: los rostros. Aquello que es tan huidizo del ser humano, su expresión, que cambia tan rápido como una nube –mira: ha dejado de ser para siempre. Los rostros de las fotografías más antiguas nos miran con pasmo porque son fijados para la posteridad. Dice el autor, con toda verdad, que tienen una belleza melancólica e incomparable.

 

Walter Benjamin. Sobre la fotografía, ed. y trad. José Muñoz Millanes, 7ª ed. Valencia, Pre-Textos, 2015. (Pre-Textos/Ensayo, 705)

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