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jueves, 25 de agosto de 2016

El jardín de Rama, de Arthur C. Clarke y Gentry Lee




No sabía, al comenzar a leer esta novela de ciencia ficción, que se trataba de la tercera parte de una tetralogía. Así que me pareció un logro estilístico comenzar la historia con una pequeña familia atrapada en una inmensa nave espacial –llamada Rama–, volando por el universo con dirección desconocida. Ya después inferiría que anteriormente, Rama había aparecido en la Tierra y algunos humanos habían subido en ella para inspeccionarla. Dentro habían hallado una réplica de una enorme ciudad terrestre, aunque los edificios no eran sino grandes masas sin espacios interiores. Años después (los niños irán creciendo), llegarían a una inmensa base espacial en donde un águila humanoide artificial les explicará por qué fueron arrebatados a su planeta. A los personajes no se les permite ver quién es esa raza suprema que va por el universo buscando vida inteligente. Pero la protagonista de la novela logra tener un contacto visual con un ser de otra galaxia: una especie de gusano que nada en una solución transparente. La sorpresa es el sentimiento universal de la inteligencia, parecen decir los autores. Pero olvidaba lo fundamental: que la Ciencia Ficción es el género literario hecho para hacer quedar mal a la especie humana ante ella misma (ya que no está pensada para el mercado extraterrestre). El Águila les informa a los personajes que algunos de ellos deberán de viajar a la Tierra a buscar una muestra de mil habitantes para que regresen a las profundidades del universo, con el fin de ser estudiados por los misteriosos constructores de Rama. Naturalmente, esta pequeña sociedad reproduce los defectos del ser humano. No es más que un brote de la Tierra en otra parte. Lo que quiere decir, aunque me imagino que es lo más notorio de este género, que la imaginación científica no se corresponde con una idea compleja del hombre. Por el contrario, entre más esencializado sea el hombre más funciona en esta teatralidad. No sólo hace falta la profundidad psicológica, sino la sociológica. Por alguna razón, muchas de las grandes novelas de la ciencia ficción no son más que demostraciones de que el hombre será como es hoy a pesar del progreso. Una refutación del progreso en una narrativa que desea anticiparlo y que se engolosina con él. Pero, ¿y la perfección humana? Ésa es vista como algo místico, lo más viejo de las supersticiones pervive, porque entonces los extraterrestres son “sabios”, seres iluminados y más perfectos que nos supervisan, que quieren conocer “nuestra naturaleza”. A lo mejor, la Ciencia Ficción es una forma de la Sociología muy pobre pero presentada con mucho efectismo. Es curioso que el género que se presenta como el más científico colinde con el espiritualismo más básico.

Arthur C. Clarke y Gentry Lee. El jardín de Rama / Garden of Rama (1991), tr. de Adolfo Martín. Barcelona, Ediciones B, 2010. (Col. Zeta Bolsillo, 208)

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