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miércoles, 26 de agosto de 2015

Segundo despertar y otros poemas





Hace muchos años me preguntó José Emilio Pacheco que cómo me imaginaba a Enrique González Martínez, “el hombre del búho”. Le contesté que silencioso y algo triste. “Era todo lo contrario: le gustaba que lo invitaran los poetas jóvenes a salir de noche, le gustaba jugar al billar y bailar. Y siempre cargaba con una novela policiaca, algo visto muy mal entonces”. Como siempre, nada que ver entre el autor y su obra. Más bien, se tiene que hilar muy fino porque uno es el autor de unos poemas y otra la persona que los escribe. En el caso de este poeta, ¿qué pensar? Desde siempre dejó la vida fuera de la poesía. Todo lo transformó en metáfora o en símbolo. Nos dejó un detallado paisaje interior y una moraleja para la vida: que a toda experiencia se puede quitar lo contingente, algo así como desplumar un pollo, y dejar sólo lo esencial. Una vez realizada la operación de quitar lo accesorio, todas las vidas se parecen sorprendentemente. Incluso, están un poco de más los enfrentamientos políticos. Al ver sombras sin rostro y sin historia se percibe qué tan absurdos son los afanes individuales. Para apresar un poco la vida se tiene que pensar en términos algo más generales. Uno termina siendo algo como un alma o un corazón, y el exterior puede ser un bosque, un mar, una corriente. Y las adversidades, una roca a la mitad del camino. Al principio fue una actitud explicable sociológicamente. En medio del naufragio histórico, volver hacia adentro era una forma de recuperar la libertad. Ahí, en el alma, florecían unas flores bellas y fragantes. Afuera, todo estaba aniquilado o en proceso de estarlo. Al convocar estos símbolos universales estaba el peligro de parecer algo despersonalizado. Era una actitud ética encomiable. La poesía como terreno común. Sólo había que desprenderse de la máscara de la personalidad y arrojarla lejos. Se correría bastante libremente por los campos de la experiencia poética. Y sin embargo, cuán cierta y cuán honda fue la vida, se dice el poeta. Ahora ya no vale la pena regresar a recoger oportunidades perdidas. Éste es el poeta que perdió un hijo y a su esposa, y que ahora intenta despertar a la vida, a los 74 años. A despertar otra vez. Incluso se siente la alegría y hasta un nuevo amor. No tienen estos versos la forma de la confesión. Atravesé sonetos enigmáticos, pues lo que me transmitían no eran experiencias concretas. Tanto se había dedicado a ocultarse este poeta, que quizá ni queriendo podría compartir sus vivencias. Pero la poesía no se ha hecho para eso, parece decir, contra todo romanticismo, el autor, simbolista de oficio. En medio del paisaje apretado de símbolos, parece que este libro me pregunta si de verdad es posible confesarse en los textos. Haz la prueba de releerte y saber si tú dejaste algo verdaderamente tuyo en todo lo que escribes, me sugiere. Bueno, sería cosa de voltear la vista atrás, como los que se vuelven estatuas, sabes bien que no lo haré, pero a cambio, dejaré de quejarme de aquellos que prefieren no tenernos la confianza de contarnos sus secretos.

Enrique González Martínez. Segundo despertar y otros poemas. México, Stylo, 1945. (Col. Nueva floresta, I)

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