Foto: Jürgen Hörner
(Himno melancolía: dos bailarines en movimiento, otros cuantos personajes más bien en el papel de la utilería, unas sillas, grabaciones y música. Es una obra de danza pero que representa una historia. Con elementos de la industria –máscaras, muñecos, programas de televisión…– se crea una metáfora de lo natural y de lo mecánico. Pero no es precisamente una historia, sino algo más parecido a un poema. Lo que sigue son mis ideas, producidas primero, domadas después.)
Himno melancolía es una reflexión sin palabras. Aunque, cómo puede reflexionarse sin ellas. El arte lo hace con frecuencia, el arte no verbal, por medio de imágenes o de movimientos. Con la ventaja de que no se sigue un camino único sino una serie de divergencias que vuelcan a la mente en diferentes afluentes. El viento agita frecuentemente los árboles. En este caso, el cuerpo de los bailarines se agita y mueve el viento del pensamiento. Lo que quiere decir que: lo dirige. La obra comienza. Todo está perfectamente dispuesto. Pero algo se descompone. Lo que ocurre a lo largo de la representación es un mecanismo que no funciona como debería. Dije que no había palabras. Las hay. Uno de los bailarines (con rostro de conejo sonriente) las dice: [Bueno, aquí deberían ir. Son palabras de un programa de televisión que a mí no me dicen nada. En realidad no dicen nada, ya que lo que ocurre es que como en una grabación fracturada, se repiten sin sentido.] A un lado, sentados en cuatro sillas, cuatro borregos, expectantes. Aunque no exactamente expectantes, más bien indiferentes. En cierto momento representarán un papel, un papel que de papel no tiene nada, pues más bien sólo se levantan y caminan hacia el frente, o regresan y se sientan, mueven la cabeza, coordinados por los golpes de un tambor. Lo que estaba a punto de decir algo es el movimiento de una boca de la que sale el aire pero las palabras han quedado dentro, quizá disueltas antes de pronunciarse. Esto es una imagen. La uso para decir lo que no puedo decir pues el mecanismo de la puesta en escena es la puesta en escena de la mecanicidad. En el escenario: conejitos, borreguitos, ¡ah!, y un gatito. Todo muy adorable. Incluso harán un día de campo. Naturalmente, lo más a mano es comerse el gatito. Y cómo hasta el agradable acto de comerse un gatito puede resultar lúgubre, todo depende de la luz, de las presencias indiferentes de los borregos y las sombras en los rostros. ¿Pero cómo llegamos a este punto? Esperen… está un conejito siempre sonriente, están unos borreguitos, hay un día de campo, pero de dónde salieron estos elementos. Aristóteles decía: para comenzar, primero por lo primero. Pues bien, yo no. Ya que el mecanismo es precisamente lo descompuesto. Por esta razón, el principio ha quedado excluido. Es que hay algo que desde el principio ha estado en escena: un cuerpo sangrante, tirado en el piso y quizá sin vida. Será que la vida no ha huido del todo y que así como sale a gotas la sangre, la obra surge de una mente a punto de morir, como un escurrimiento del pensamiento, o el propio pensamiento como un escurrimiento. (Uno de los primeros cuentos de Samuel Beckett es el monólogo de un pensamiento en un cerebro muerto, atrapado, caminando en círculos). Si esto es así, entonces hay un doble desdoblamiento. En primer lugar, el alma del muerto (¿acribillado?) sale y se mira en el espejo. Su reflejo es su cuerpo pero con rostro de conejo. Bailan y se reflejan, pero al bailar y reflejarse también pelean, se contienen, y el conejo se independiza, me parece (nuevamente: el mecanismo del reflejo se descompone), para representar su propio papel y presentar su mundo, un mundo separado del real pero a la vez su metáfora. Si es una visión previa a la muerte, tal vez sea la representación de la evaporación del pensamiento.
Colectivo Querido Venado. Himno melancolía, un espectáculo de danza contemporánea. Coreografía y dirección: Guillermo Aguilar y Sergio Valentín. (Foro Sunland, noviembre de 2016)