Me llama la atención que en el título de este libro se use la palabra “destino”. En una obra como ésta, en que cada palabra se discute, no deber de estar puesta porque sí. Quiere decir que por más que la Historia se haga más compleja, tenga más herramientas para abordar la realidad, no deja de chocar contra un término inamovible como éste. El destino… Veamos. Debemos de preguntarnos si estamos de acuerdo con éste término al enfrentarnos con una biografía. Ya saben, eso de que el Destino ya ha escrito algunas cosas que no podrán ocurrir de otra manera por más que tratemos de romper los cimientos del mundo. Esto sería un poco tramposo si lo pensamos así. Porque, por un lado, el destino sería entonces muy poco imaginativo como argumentista, ya que la mayor parte de las cosas que ocurren son persistencias de los hechos. Es cierto, algo cambia por ahí. Una hambruna, una rebelión, un descubrimiento científico que altera todo. Pero se nos diría entonces que eso tampoco escapa al destino, que si buscamos las raíces que traen pegados los sucesos, daríamos con el origen de esa aparente anomalía. Debemos reformular entonces el carácter monolítico del destino, y ahora nos lo figuraremos como producto de fuerzas en conflicto, con lo cual le quitaremos el carácter de Todopoderoso. Ahora bien, ya que hemos avanzado en ideas demasiado abstractas, podemos mirar abajo, al mundo de lo particular. Acerca de la época del libro, el inicio del siglo XVI, el autor lo sabe todo, lo ha leído todo, pero sopla delicadamente sobre toda la hojarasca de la erudición y deja ver un mundo, la Alemania de entonces, formada por pequeños reinos con ciudades esplendorosas. Frágilmente esplendorosas porque toda su riqueza se gastaba en defenderse y en cuidarse de sus vecinos. Mientras que las ciudades francesas –nos dice Lucien Febvre (1878-1956)– iban irradiando orden a su alrededor, las ciudades alemanas eran egoísmos furiosos en guerra. He aquí que apareció Martin Lutero (1483-1546) en este mundo, un hombre que pensaba que no tenía segundas intenciones, empujado por Dios para decir su palabra. Los burgueses de entonces, enriquecidos, que no nada más vivían bien sino en la abundancia, no se sentían plenos con una iglesia que les impartía una moral para pobretones. Entre alemanes dispuestos a matarse a mordidas, surgió Lutero, pensando que el mundo lo seguiría. Su idea era hacer lograr que la Iglesia volviera a sus fuentes primeras. No se imaginaba, él, que no era de este mundo, que los príncipes saludarían sus ideas y lo reverenciarían. En vida suya diez países arrojaron el poder del Papa. Poderes que se derrumban, furias de Papas, terremotos de reinos. Qué pena: nada de eso me llega. Ah, sí, la pequeña brisa de un libro que cierro.
Lucien Febvre. Martín Lutero, un destino / Un destin: Martin Luther (1927), tr. Tomás Segovia, 1ª ed., 12ª reimp. México, FCE, 2013. (Col. Breviarios, 113)
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