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lunes, 14 de diciembre de 2009

La falta de sentido del humor


Temo que la falta de sentido del humor se propague entre la bibliografía reaccionaria. Leí el libro de María Teresa Gómez Mont, Manuel Gómez Morin (1915-1939) (FCE, 2008) con grandes expectativas, pero sólo me hizo reír en tres ocasiones. Tres ocasiones en mil páginas es algo colindante con la desesperación. Es algo que no deberían permitirse este tipo de ideólogos, ya que el humor involuntario es la mejor y más efectiva vía de difusión de su ideario. Que el libro entero esté resumido en seis páginas ("El bagaje personal de Manuel Gómez Morin", pp. 764-769) es una broma de mal gusto. Pero que sólo tres veces se logre la carcajada franca hace sospechar en la decadencia de la prosa panista. En la página 86, cuando se dice que el general Salvador Alvarado había sido acusado de bolchevique, una nota informa que bolchevique es "sinónimo de ruso usado en México con tono despectivo". En la página 575, los Tecos, orgullo de la ultraderecha moderna, símbolo de la defensa ante el "comunismo" de Calles, son considerados un grupo "necesario en esa época" de defensa de la Universidad Autónoma de Guadalajara, el glorioso 1935, en que "libertad" y "fascismo" fueron sinónimos. Y finalmente, en la página 883 se afirma que Gómez Morin defendió la propiedad privada "para que el campesino sea dueño de la tierra que cultiva" (¡ese fin y no otro!). Considerar a Gómez Morin como el ejecutor del ideario de Zapata es buen chiste, pero no justifica el trabajo de leer las anteriores 882 páginas.

viernes, 4 de diciembre de 2009

De milagro, como la lotería (Para comenzar a echar las cartas)


Como la sota moza, Patria mía,
en piso de metal, vives al día,
de milagro, como la lotería.

RAMÓN LÓPEZ VELARDE (1888-1921)

–¡Señores, se cierran las apuestas!, ¡se echan las cartas!

Y todos suspensos, con sus semillas de frijoles en las manos. Y a los lados de la feria, las peleas de gallos, los fuegos artificiales, los algodones de azúcar y las aguas de chía. La alegría de los moles y las cajetas de Celaya que se raspan hasta lo último y que saben a resina y a niñez, como decía el poeta. En todos lados prendió el fuego de la lotería, pero el lugar predilecto de los capitalinos del siglo XIX para apostar era San Agustín de las Cuevas (es decir: Tlalpan), a donde se veía frecuentemente a Antonio López de Santa Anna, grande aficionado a las peleas de gallos.

–Bello cuerpo, linda cara, cuando pasas se me para… el que no entiende razones… ¡el corazón!

–Pórtate bien, cuatito, si no te lleva el coloradito… ¡el diablito!

–Cotorro, da acá la pata y empiézame a platicar los trabajos que pasabas cuando no sabías hablar… ¡el cotorro!

–La panza que ella tenía no era empacho de sandía… ¡la sandía!

–El muchacho de Enriqueta era muy afecto a la cha… lupa… ¡la chalupa!

Los dibujos de las cartas de la lotería vienen de lejos. ¿Qué hacen en estas tarjetas las jaras, aquella especie de flecha que usaban antiguamente los árabes? ¿No se sentirá algo solo el catrín decimonónico entre la sirena y el borracho, entre el gorrito y la luna? El académico Guido Gómez de Silva supone que esta palabra proviene de la costumbre que tenían las costureras francesas que a los 25 años no se habían casado, de festejar a Catalina de Alejandría, el 25 de noviembre. Sainte-Catherine es la patrona de las costureras y de las solteras, y por ello las costureras se ponían un tocado “a la Sainte-Catherine” (pues “Catherine” se pronuncia “catrín” y de ahí que se usara para designar a los que tanto se ocupaban de la moda y de su arreglo). Claro que hay imágenes más cercanas, como el nopal, la calavera, la maceta y la araña. Pero algunos como el bandolón, una especie de mandolina de 6 cuerdas triples, hacen evocar el Porfiriato.

–Ponle su gorrito al nene, no se nos vaya a enfermar… ¡el gorrito!

–Tiene roto el calcetín el presumido catrín… ¡el catrín!

–La luna es tuerta de un ojo y tu hermana de los dos… ¡la luna!

–El negrito de La Habana, el que se llevó a tu hermana… ¡el negrito!

–Al ver a la verde rana, ¡qué brinco pegó tu hermana!… ¡la rana!

–Tanto bebe el albañil, que quedó como el barril… ¡el barril!

–Buzo, cuando del mar salgas, tráeme una sirena con algas… ¡la sirena!

Generalmente, había alrededor del puesto más gente de la que jugaba porque la diversión lo mismo consistía en ganar que en escuchar a los gritones. Conforme aumentaban las apuestas, el dueño de la lotería iba diciendo las cartas más rápido. Pero el momento más difícil se alcanzaba cuando se tiraban las cartas sin decir la palabra sino que sólo se hacían alusiones: “¡El que le cantó a san Pedro!”, “¡Aráñamelo si puedes!”, “¡La pelea de las mujeres!”

En Pedro Páramo, Juan Rulfo dice que la feria era como una aureola sobre el cielo gris. Y a lo lejos del pueblo sólo se escuchaban los gritos de los borrachos y de la lotería: “¡La dama!, ¡la bandera!, ¡la mano!” Hasta que algún afortunado, el que no se distraía y el que iba poniendo rápidamente sus frijoles sobre el cartón, gritaba emocionado:

–¡Lotería!

Decía que las imágenes de la lotería vienen de lejos, arrastrando algo del tarot y del zodiaco y de la suerte medieval. De la Fortuna, parada sobre una rueda, en la que el hombre a veces va arriba y a veces abajo. Los poetas renacentistas decían que la única ley de la fortuna era que no tenía leyes. Parece que los primeros en entregarse al juego de la lotería, poniendo monedas sobre planas ilustradas, fueron los italianos de la época del renacimiento (en donde también se acostumbraba el tarot, con signos que posiblemente inspiraron a la lotería: la muerte, el diablo, la estrella, la luna, el sol, el mundo). Fueron los italianos los que hicieron de la lotería una institución dirigida por el gobierno para poder llevar a cabo “obras pías” (aunque, posteriormente, el rey Luis XIV hizo un sorteo de lotería para pagar los gastos de su boda, en 1665). Y fue un italiano, el filósofo Antonio Gramsci, el que llamó a la lotería: “el opio de la miseria”. Según el español José María Valverde, para los italianos, elegir los números de la lotería ha sido siempre un arte: muchos reciben revelaciones de los muertos, se inspiran en los objetos que ven azarosamente en la calle y, fundamentalmente, en los sueños. En un diario italiano se cuenta que la yegua de un carruaje dio a luz sorpresivamente, pues el cochero no había advertido su estado. El diario remataba la noticia diciendo: “El suceso ha provocado gran número de jugadas a la lotería”.

Cuando Ramón López Velarde recibió del Secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, la invitación para hacer un poema para festejar el centenario la Consumación de la Independencia (27 de septiembre de 1821), planeó un gran poema para hablar de su relación íntima con México. Los pericos volando sobre el cielo como un relámpago verde, las grandes extensiones de prados en donde el tranvía es tan pequeño que parece un regalo de juguetería, el paisaje bajo el sol tan exuberante que parece la corona del príncipe de Francia, el olor de la panadería vaciándose sobre las calles mojadas. Cada imagen de “La suave patria” explica el amor del poeta por su patria personal. En sus imágenes es posible percatarse del deslumbramiento por las riquezas del país, por los bosques y su madera, por las tierras labrantías sobre las que llueve caudalosamente. Toda la riqueza de México, las épocas de recolección y la extracción de plata (en dos sentidos: se extrae en México y la extrajeron de aquí los españoles), las grandes extensiones de maíz, la economía agropecuaria (el establo que nos escrituró el niño Dios). “La suave patria” es un canto a la abundancia, por más que el Diablo también haya puesto a nuestro nombre el petróleo (desde entonces el Diablo se opuso a la expropiación y no ha dejado de rondar la reforma petrolera).

Tal vez, uno de los aspectos que más intrigó a López Velarde fue el florecimiento de la miseria en medio de tanta riqueza: los mexicanos pobres en medio del petróleo, el ganado, la agricultura, las cosechas y el comercio. En medio de la planeación y el trabajo, le parecía que el mexicano tiene culto por el milagro y por el azar. El poeta no era ajeno a la vida incierta, y por eso se comparaba con el trueno, que cae sobre la tierra como si jugara a la ruleta: “y oigo en el brinco de tu ida y venida, / oh trueno, la ruleta de mi vida”. Con su piso de metal –pues bajo el suelo de México hay principalmente oro, plata, plomo, zinc y cobre–, México vive al día, apostando su patrimonio: “Como la sota moza”. Juan José Arreola informa que la sota moza es la carta que debe salir primero “si uno apostó sobre ella, ya sea de oros, de copas, de espadas o de bastos…” Este divertido juego que consiste en comprometer el patrimonio nacional de hoy y de varias generaciones, se sigue jugando con mexicana alegría, y gracias a esa costumbre continuamos viviendo de milagro, como la lotería.

Acerca del milagro como forma de vida, vale la pena leer un párrafo del escritor francés Rémy de Gourmont:

“Nada hay más esperado que lo inesperado; nada que en el fondo nos sorprenda menos. Lo que nos asombra por encima de todo es el desarrollo lógico de los hechos. El hombre está en perpetua espera del milagro, e incluso se enfurece si éste no sucede, con lo cual se descorazona. Pero el milagro acontece a menudo. Las vidas más humildes no son más que una serie de milagros o, más bien, de azares. Se dirá que verdaderamente no hay azar y que esta palabra no hace más que confirmar nuestra ignorancia sobre el encadenamiento de las causas. Pero siendo indescifrable este encadenamiento para nuestro espíritu, llamamos azar a todos los acontecimientos que, aun prestando nuestra mayor atención, nos sería imposible discernir su llegada. Se forman, se producen, pero no los conocemos ni podemos conocerlos. Y es bueno que no podamos. Es una acción indiferente, ya que la vida sólo es un acto de confianza en nosotros mismos y en la benevolencia del azar.”

En la Nueva España se decía que la lotería era el “más moderado de los juegos de suerte” porque se hace a la vista de la autoridad. Francisco Xavier de Sarría, un español de finales del siglo XVIII, convenció al rey Carlos III para que decretara una institución para promover la Real Lotería, cosa que logró en 1769, convirtiéndose en su primer director. Poco después se hicieron los sorteos con huérfanos españoles del colegio de San Ildefonso, quienes gritaban los números premiados a la vista de todos. El primer “gritón” se llamó Diego López y tenía 5 años cuando trabajó en el primer sorteo.

Desde entonces, los jugadores se han preguntado cuántas probabilidades hay de ganarse la lotería. Sobre esto se han escrito libros y libros con teorías que dan extensas estadísticas con años enteros de resultados, pues muchos autores piensan que la lotería tiende a “compensar” los números que salen menos. Pero como dicen los conocedores de la estadística: “La lotería no tiene memoria”. El matemático Émile Borel que se dedicó a estudiar los juegos de azar, en su libro Las probabilidades y la vida, dice que muchas personas rechazarían comprar un billete con cifras dispuestas de una manera especial, como el 272727 y, con mayor razón, el 222222. Aunque la probabilidad de que salga ese número es la misma para todos los números, la gente dirá: “Es completamente imposible que alguien gane un premio con el número 222222.” Entonces esa persona busca los resultados, ve que lo sacó el 475632 o el 235902 y piensa que el sentido común no lo engañó y que hizo muy bien en no comprar el 222222 y sí el 489542 –que tampoco salió premiado.

Según sus cálculos, Borel dice que un una serie de un millón de billetes, hay 10 formados por cifras iguales. Si se organizaran 25 sorteos al año, la probabilidad de que salga uno de ellos es de uno cada 4 mil años. Es decir, que un billete de lotería cualquiera (si en el sorteo se juegan un millón de billetes) tiene la probabilidad de salir cada 40 mil años. Sin embargo, hasta el que no cree en milagros cree en la lotería. Porque algo tiene de milagroso no tener que trabajar. En el futuro y en la lotería viven muchas íntimas esperanzas. En 1843, el escritor mexicano José Gómez de la Cortina (1799-1860) describió los pensamientos que rodean a la palabra “lotería” en un texto en el que defendía que el gobierno siguiera promoviendo la lotería, pues a causa de los problemas del país, esta institución había sido descuidada:

“¡La lotería!… ¡Oh! ¡Palabra mágica! ¡Palabra encantadora!… ¡La lotería!… ¡como quien no dice nada! ¡La fortuna de cualquier hijo de Adán, adquirida de bóbilis bóbilis, sin necesidad de arar, ni de tejer, ni de pellizcar cinta tras de un mostrador, ni de ir a China a vender opio, ni de hacer nada más que comprar, por el modesto precio de cuatro pesos, una libranza de veinte mil, pagadera al portador; y tenderse a la bartola, esperando que llegue el día del sorteo!… ¡Oh!… Esta sí que es invención sabia, útil y filantrópica… ¡Y a nadie ha ocurrido erigir una estatua ecuestre, o pedestre o de cualquier especie al inventor… Ciertamente la merecía algo más que otros héroes, que vemos por ahí encaramados en pedestales y en caballos, pues que halló el medio, no sólo de proporcionar a los pobres mortales las mayores ilusiones y las esperanzas más halagüeñas que puede concebir el corazón humano, sino de mantenerlas en incesable continuación.”

¡Quién le diría al conde de la Cortina que con todo y los estudios del doctor Émile Borel en contra, un año más tarde ganaría en un juego de lotería un premio de 50 mil pesos! Porque a pesar de los estudios estadísticos, lo único cierto es que cada semana hay un ganador que desmiente con su suerte, las millones de probabilidades en su contra.

Guadalupe Loaeza nos propone en este libro una lotería de mexicanos; de mexicanos a los que favoreció la suerte, que decidieron su vida como en un juego de azar; que aseguraron su gloria con un solo libro o con una sola canción, a los que les debemos el colorido y la musicalidad del arte mexicano, a los que se convirtieron en los rostros emblemáticos del cine mexicano, a los que han sido héroes y los que han sido villanos, a los que han vivido auténticos milagros. Todos son personajes excepcionales en cuyas vidas indiscutiblemente se ha presentado la suerte con sus miles de rostros. Con los poetas, políticos, compositores, actrices, galanes, periodistas y cantantes que desfilan por estas páginas, se podría hacer un juego de lotería que simbolizara la riqueza y el milagro que significa vivir en México.
14 de septiembre de 2009

(Prólogo al libro De mexicanos como la lotería de Guadalupe Loaeza, Ediciones B, 2009)

viernes, 30 de octubre de 2009

Murieron otros… (sobre Pedro Requena Legarreta y los poetas muertos)


A la derecha, casa de Pedro Requena Legarreta

Para mi amigo Christian Gaudí, quien murió a los 24 años el 4 de abril de 2009

I
Los muertos rieron, tocaron pieles, amaron, besaron labios, durmieron, despertaron, la admiración los turbó por un momento. Y luego su vida se detuvo, repentinamente, como para dar la imagen de la perfección. Como si el río de la vida, congelado de pronto, guardara la ilusión de la vida. Y el momento de la felicidad quedara petrificado dentro de una gota de ámbar para ser contemplado. Entonces, se opera una inversión que nos hace a los vivos: incompletos. La vida aún no se resuelve en nosotros, no ha desembocado en ninguna parte. Y los muertos, desde su culminación, nos miran, perfectos.

Y luego están aquellos muertos que pelearon valientemente y que ahora nos dan una bella lección histórica, ya que partieron hacia la guerra para enfrentar su destino y pelear en las trincheras por intereses que afortunadamente no comprendían. Tenían una cita con la muerte e hicieron de su destino personal una bella parábola que felizmente oculta los motivos económicos que llevaron a la muerte a ocho millones de personas en la Primera Guerra Mundial. Iban alegres, con una misión histórica a cuestas y sólo vieron el horror de la guerra cuando ya no era posible volver atrás.

Después vino la influenza, la cual mató probablemente a cien millones de personas en el mundo, entre 1918 y 1919. Se le llamó gripe española, no porque hubiera surgido en ese país, sino porque fue el único gobierno que no ocultó los datos de la enfermedad que tenía un índice de mortandad del cincuenta por ciento.

Ese terreno desolado fue el suelo propicio para que brotara el ocultismo, y se recopilaran enormes cantidades de testimonios de presentimientos, premoniciones y de telepatía de ultratumba. Pues “jamás nuestra tierra, desde que se humanizó, vio acumularse sobre ella, en tan poco tiempo, semejante masa de muertos jóvenes ávidos de sobrevivir” (Maurice Maeterlinck, El huésped desconocido). La desesperación de otorgar a cada muerte individual un sentido trascendental, que explicara la causa por la que toda una generación se extingue en plena juventud, en cierto sentido hace comprensible la difusión de la obra de Rabindranath Tagore (1861-1941), en la cual el ser supremo tiene la cortesía de enviar un emisario para avisar a cada hombre la decisión de su muerte. ¡Y aun el agonizante elevaba una alabanza para agradecer su destino!

El año más importante fue, definitivamente: 1914, el inicio de la guerra por la cual “la eternidad se sentía orgullosa del hombre” (Antonio Castro Leal). ¿Qué resonancia sentimental tenía en aquellos que fueron llamados para morir? El mismo crítico escribió al respecto: “El mejor día, hastiados de la tranquilidad, nos arrojamos fuera de nuestra patria. En la mesa de trabajo queda un manuscrito sobre la poesía bucólica y en el bolsillo del abrigo nos ponemos unas cuantas monedas y los diálogos de Buda. Partimos. En ocasiones hasta el infierno es un país agradable, por nuevo… La guerra no me aparece, decía un soldado, en su aspecto moral sino en su aspecto cósmico.” Ignoro si esta consolación haya servido a algún poeta. Ni siquiera sé si su propia poesía le haya servido para explicarse el horror de su destino. Pero el poeta estadounidense Alan Seeger (1888-1916) murió en acción, en Belloy-en-Santerre, pues se unió a la Legión Extranjera para pelear por Francia. T.S. Eliot, su compañero de clase en Harvard, escribió sobre él: “Seeger era muy serio en su trabajo y vertió mucho dolor sobre él. El trabajo está bien hecho, y tan pasado de moda que eso casi lo dota de un atributo positivo. Es de altos vuelos, pesadamente decorado y solemne, pero su solemnidad lo abarca todo, no es una mera formalidad literaria. Alan Seeger, como alguien que lo conoció, puedo atestiguarlo, vivió su vida entera en este plano, con impecable dignidad poética”. Seeger vivió en México de 1900 a 1902 y frecuentó las librerías de viejo de la capital; según Castro Leal “contagiándose de los vicios del país, publicaba un periódico literario que nunca aparecía en su fecha… El cuadro del paisaje de sus poemas es bien mexicano y hasta hay en su canto un movimiento melódico, aprendido de seguro en nuestra tierra”. También murió Rupert Brooke (1887-1915), el amigo de Robert Frost, a quien W.B. Yeats llamó “el joven más bello de Inglaterra”. Murió durante una batalla en la isla griega de Skyros por lo que la juventud de su país lo reconoció como un nuevo Byron. Su amigo, el compositor W.D. Browne, que estaba a su lado cuando murió, dejó escrito en su diario: “Me senté con Rupert. A las cuatro de la tarde, comenzó a debilitarse, y a las 4:46 murió, con el sol que brillaba en todas las partes, y la fresca brisa marina que sopla por la puerta y las ventanas protegidas del sol. Nadie podría haber deseado un final más tranquilo que en aquella bahía encantadora, protegida por las montañas y fragante con la salvia y el tomillo.” Y murió Leslie Coulson (1889-1916), de quien sólo se recuerda su carácter amable durante los días de la guerra. Murieron más poetas. Murieron otros –pero eso sucedió fuera de la poesía.


II
Existe un cuadro del poeta Pedro Requena Legarreta pintado en 1917, por Alfredo Ramos Martínez. Pedro murió en 1918, en Nueva York, a los 25 años, víctima de la epidemia de influenza. Entonces, su padre, José Luis Requena mandó hacer para ese retrato un marco de madera representando una lira con las cuerdas rotas. Ambos –poeta y pintor– caminaron por la campiña en busca de la inspiración. Requena escribió: “Y tú y yo llevábamos, en la sangre presas, intuiciones y ansias de luces y vuelos, sorpresas causantes de nuevas sorpresas, anhelos creadores de nuevos anhelos. Y en el alma amores e ideas opimas, que a expresarse tienden en ritmos diversos, tú captando luces, yo apresando rimas, ¡Oh vida, ambos ebrios de sol y de versos!” (“Cuadros y versos”)

Cuando murió el poeta terminaron las tertulias del restaurante El Angelo, de la Calle 8, en donde se reunían Amado Nervo, José Juan Tablada, Joaquín Méndez Rivas, el poeta hondureño Alfonso Guillén Celaya, Antonio Castro Leal, José Santos Chocano y Salomón de la Selva, entre otros. Ahí, Rubén Darío había elogiado el talento de Pedro. Ahí, Nervo le había ofrecido llevarlo consigo a Argentina para ayudarlo a difundir su obra. Entonces, su cuerpo embalsamado fue enterrado en el cementerio de Woodlawn, en donde permaneció hasta el 19 de octubre de 1920, cuando sus restos fueron trasladados a México. En octubre de 1922, por iniciativa de José Vasconcelos, Rector de la Universidad Nacional, se le realizó un homenaje en el Panteón Español con la participación de Manuel Toussaint y de Carlos Pellicer, quien se refirió a Requena con estas palabras: “Indudablemente la juventud de México ha perdido con él a su poeta mejor. Hermosa vida de cinco lustros, consagrada al amor, a la amistad y a la belleza. Espíritu ferviente y manos gentiles, existieron para la dicha casi exclusivamente… suspendamos este recuerdo sin decir la palabra postrera.”

Requena pretendía ser el mejor traductor de poesía en México, aunque también dejó una notable obra personal. En Nueva York, conoció a Tagore en una de las conferencias del escritor Nobel en el Carnegie Hall, durante 1916. Sobre este encuentro, Requena escribió: “La voz aguda de Rabindranath Tagore, una voz penetrante y bien tímida, tórnase grave y pausada cuando asienta los principios de su filosofía, apasionada cuando habla en defensa de su patria o en contra de Inglaterra, e irónica cuando satiriza finamente los progresos morales de los pueblos de occidente” (Revista Universal, Nueva York, diciembre de 1916). Posteriormente, Tagore conversó en varias ocasiones con Requena acerca de su obra literaria. Joaquín Méndez Rivas, amigo del traductor, anota que las traducciones del Gitanjalí se hicieron a partir de las versiones que Tagore hizo de su propia obra al inglés; pero Requena, para intentar acercarse en lo posible al sentido original, estudió la filosofía de los upanishads y recogió datos del propio autor.

Como parte de la colección Cvltvra, apareció en 1919 la Antología de poetas muertos en la guerra (1914-1918) con versiones de Pedro Requena y un ensayo y notas de Antonio Castro Leal. La antología es una muestra literaria de una generación que murió en la guerra europea; en ella se encuentran siete escritores ingleses, seis franceses y un estadounidense, nacidos entre 1868 y 1895. Los autores de la Antología consultaron en Nueva York la amplia bibliografía que fue apareciendo luego de la muerte de los poetas. Antonio Carreira, uno de los más importantes especialistas en Góngora, considera a los poetas del libro “magníficamente traducidos” y aventura que Max Aub pudo componer su libro Imposible Sinaí (1982, póstumo), una muestra de poetas y traducciones apócrifos, inspirado en la Antología de poetas muertos en la guerra.


III
El 16 de octubre de 2005, a las seis cuarenta de la mañana se derrumbó una casa que se encontraba en la calle de Santa Veracruz 43. Durante mucho tiempo fue conocida como Casa Requena, hasta que el nombre fue olvidado y se comenzó a llamar Mansión Mazahua por haber servido de hogar a 42 familias indígenas durante años. En el centro del patio estaba la vieja fuente, tapada por los escombros. En las paredes del primer piso se encontraban aún los mosaicos venecianos pintados a mano que la familia Requena mandó traer de Europa para decorar la casa. Antiguamente, la Casa Requena había sido una de las residencias porfirianas más célebres, por la decoración delirante que José Luis Requena había mandado hacer, gracias a la fortuna que había hecho como empresario minero. Por los días del derrumbe, alguna persona pegó sobre la fachada una serie de fotos de la casa con la decoración original. Las fotos de Pedro y de los muebles art nouveau que hace décadas la familia donó a la Universidad de Chihuahua. Las fotos de las recámaras copiadas de los cuentos de Perrault. Los muebles que parecían inspirados en los dibujos de Julio Ruelas.

Pedro Requena vivió en esa casa durante su infancia y adolescencia. Aunque fue enviado a estudiar a Estados Unidos, regresó para inscribirse en la Escuela de Jurisprudencia. Pasó esos días con sus amigos en la pastelería El Globo, en los teatros que presentaban óperas italianas y leyendo a los escritores franceses cuyos libros había traído de Europa su amigo Víctor Velázquez –hijo adoptivo de Félix, sobrino de Porfirio Díaz. Pero su vida en la Santa Veracruz terminó cuando su padre estuvo a punto de ser asesinado por Victoriano Huerta, por haber participado en la candidatura presidencial de Félix Díaz. Entonces, la familia huyó del país y se dirigió a Nueva York. Entre otras circunstancias, la lejanía es una de las causas por la que la obra de Requena se ha olvidado completamente. Tuvo un destino literario que Gabriel Zaid resumió de esta manera: “Requena pasó de ser famoso, sin ser leído, a quedar descartado, sin ser leído”.

(Revista Tierra Adentro 159, agosto-septiembre de 2009)

martes, 6 de octubre de 2009

El sentido cervantino dentro de la obra de Alfonso Reyes (Reflexiones en forma de espiral)


Para Sergio Fernández

Miguel de Cervantes nunca fue una circunstancia “exterior”, es decir nunca fue motivo de unión pública para los ateneístas. A estos jóvenes los unió primero su guerra contra Gabino Barreda y su interés en sacar el positivismo de la Escuela Nacional Preparatoria; luego, su deseo de conocer la pintura europea; defender el legado de Manuel Gutiérrez Nájera; dar conferencias acerca de lo que era la actualidad cultural en México y Europa; leer a los griegos –y a los alemanes que se consideraban helénicos (y sortear a Nietzsche, quien les dio motivos de preocupación moral). Y hay que aceptar que como generación hicieron bastante al redescubrir a sor Juana y a Juan Ruiz de Alarcón. El tercer centenario de la publicación del Quijote pasó por encima de ellos, como pasa el agua de la tormenta por encima de una casa de dos aguas, mientras adentro se habla del buen tiempo. Los mayores –Manuel José Othón, Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo y Francisco de Icaza–, ellos sí se ocuparon de Cervantes, pero por alguna causa, los jóvenes se encontraban lejos de su influencia. (Susana Quintanilla en su reciente libro “Nosotros”, sólo hace una mención a Cervantes: Reyes y Torri se conocieron platicando del libro Novelistas anteriores a Cervantes, de Buenaventura Carlos Uribau.)

Si hago esta circunscripción es porque quiero preguntarme cuál es la razón por la que Cervantes aparece sólo de manera marginal en uno de los principales grupos de humanistas de México. Porque frecuentemente se da por hecho que Miguel de Cervantes está ahí de una manera tan real y objetiva como si siempre hubiera estado con la misma fuerza. Decía que adentro de la casa se hablaba y afuera llovía, y bien podía ser un diluvio y la casa flotar por encima de la inmensidad del agua, de todas formas, uno está obligado a meter sólo una pareja de cada especie al interior para preservarla de la inundación. Y ya se ha hecho suficientemente el censo de lecturas del Ateneo (Goethe, Nietzsche, Anatole France, Góngora, Shakespeare, Schopenhauer, Platón, Walter Pater, William James, Rodó, Poe, Azorín, d’Annunzio, Darío) como para saber que el encuentro con Cervantes se trata de un asunto estrictamente personal, que tiene que ver con ese “yo” que fabrica su propia obra artística. Y ese hombre que pretende ser provechosamente nacional abre la puerta de su casa, como para huir de su propia circunstancia y cae inesperadamente en un mar generosamente universal de la cultura.

Yo no soy cervantista y mi acercamiento a su obra es necesariamente externo, es decir que lo veo en relación con todo lo demás. Y generalmente escucho que Cervantes es un problema resuelto, que por ciertas razones es la literatura de donde parte toda la concepción moderna del arte. Pero eso no es así, o por lo menos no fue así para Alfonso Reyes, quien se enfrentó a la literatura española con otra “correlación de fuerzas” (si se me permite usar esta expresión) y tuvo que comenzar a despejar sus incógnitas de manera personal. Darle un sitio a Góngora, pues le tocó admirar su obra antes de su descubrimiento oficial. Y dedicar su tiempo al Arcipreste de Hita, a Gracián, a la picaresca española. Y a un enigma llamado Cervantes. Un enigma que no está ahí para que lo solucionemos sino para convertirnos en parte del problema. Una obra literaria en la que los personajes no saben que son literatura y son transformados en literatura por un personaje que al imitar a los antiguos caballeros andantes comienza a convertir su realidad en una realidad literaria de una manera tan convincente y voraz que se vuele el epicentro de una conversión generalizada. Y para que ésta se logre realmente, tiene que abolir la frontera entre el adentro y el afuera de la obra.

“El cervantismo de Alfonso Reyes es muy marginal”, escribió Manuel Alcalá en 1966. Si regreso a este tema luego de que ya se ha enunciado algo tan categórico es sólo para extraer un sentido a una serie de textos y comentarios dispersos en la extensa obra ensayística de Reyes, a lo largo de cincuenta años. Y una relación literaria que supuestamente comenzó en la infancia: “Mi primera lectura data de aquel enorme infolio con las magníficas ilustraciones de Doré que hacía mis delicias en la casa paterna. El volumen me ‘quedaba grande’, y yo tenía materialmente que sentarme en él para leerlo” (“Quijote en mano”). Una relación menos estrecha de lo que pretendía cuando le escribió a Henríquez Ureña en 1908: “¡Ah! También voy a leer el (Quijote) (que quiere decir X 4ª vez)” Una afirmación hecha a los 19 años y que no creyó José Luis Martínez (“una presunción infantil, típica de la ambición intelectual”) y posiblemente tampoco Henríquez Ureña quien respondió con una frase más o menos hueca: “El látigo de la sátira está fabricado con fibras del propio corazón desgarrado”.

El general Bernardo Reyes se equivocó al pretender suceder a Porfirio Díaz, y la misma tarde que se lo propuso al dictador fue exiliado del país. Volvió a equivocarse el día de su muerte, cuando trató de entrar a Palacio Nacional, el 9 de febrero de 1913, y fue alcanzado por una bala. Alfonso salió de México luego de negarse a colaborar con el gobierno de Victoriano Huerta. En España comenzaron las primeras menciones a la obra de Cervantes, aunque tienen un carácter indirecto ya que provienen de la lectura de la obra de Azorín. En 1900, este autor había escrito El alma castellana, dos retratos líricos de Castilla, dedicados al siglo XVII y al XVIII, para dejar constancia de una continuidad en el tiempo, una continuidad conocida como “alma” que pretendía darle contenido al problema del nacionalismo; y cinco años más tarde, La ruta de don Quijote, un encargo de Manuel Ortega Minilla, director de El imparcial, para que Azorín viajara a La Mancha y le explicara minuciosamente al lector español cómo eran trescientos años después los pueblos que visitaron don Quijote y Sancho. (Para más señas, Ortega Minilla le regaló previsoramente un arma de fuego a Azorín para que se defendiera de los salteadores de caminos.) A lo largo de los pueblos, pobres y abandonados, el autor vio o quiso ver la realidad como una extensión de la novela de Cervantes. Azorín, un costumbrista que pretendía construir cierta metafísica de las costumbres, escribió largamente sobre Cervantes siempre en estos términos. Pero su “alma castellana” siempre fue cervantina. Visión de Anáhuac (1917), la descripción alfonsina de la ciudad de México en el momento de la llegada de Cortés, pretendía ser el primer capítulo de una serie dedicada a describir el carácter mexicano, siglo por siglo, a la manera de Azorín. Con lo que quiero decir que en ese momento Azorín fue más significativo para Reyes que Cervantes y que el par de notas que dedicó a Cervantes en 1915 y 1916, fueron a propósito de los textos de Azorín, La ruta de don Quijote y una novela sobre la juventud de El licenciado Vidriera.

La mayor parte de las referencias a Cervantes en la obra de Reyes son las diez recensiones de libros que escribió para la Revista de Filología Hispánica y dos más para el diario El Sol, entre 1916 y 1918. Las cuales no pasan de las 20 cuartillas pero ayudan a conocer las ideas en torno al Quijote que comenzaron a circular en España hace noventa años: el anuncio de las ediciones de Rodríguez Marín, el comentario de Cervantes en la literatura inglesa, de José de Armas, del que Reyes extrae el siguiente párrafo: “Con muy justificada satisfacción ha dicho este eminente hispanista (J. Fitzmaurice-Kelly) que su patria fue la primera en traducir el Quijote, la primera en publicarlo en español lujosamente, la primera en hacer el comentario de su libro y la primera en publicar una edición crítica de su texto, la de 1899.” Y a propósito de Cervantes y el romancero, de Chacón y Calvo, Reyes escribe: “Cervantes, como lo es por su espíritu toda la literatura clásica española, era un folklorista; no sólo por el folklore que en su obra aprovecha, sino por el procedimiento constructivo de su obra. Aun sin refranes y bailes, su obra sería de inspiración folklórica; pero, entendido esto, cobran mayor sentido todos los elementos directos de corte popular que la obra contiene.” Por encima de los ensayos publicados en esa época, hay dos obras que parecen haber interesado más a Reyes, la conferencia sobre don Quijote de William Paton Ker y el ensayo de Giovanni Papini “Don Quijote del Engaño”, publicado en La Voce, de Firenza, en 1916. Acerca del crítico español, escribe: “Las opiniones literarias de Cervantes… ofrecen un problema que no siempre ha sido bien planteado: el Quijote las expone muy largamente. Y resulta que ese libro tan generoso y tan amplio fue escrito por un hombre que participaba de todas las supersticiones de la preceptiva de su tiempo”. El “descuido” técnico de Cervantes hace del Quijote uno de los libros más descuidados: “si fuera antiguo, los críticos habrían creído hallar en él, como en la Ilíada, varios autores y varios interpoladores sucesivos.” Pues entonces se encontraba presente la polémica de si era pertinente leer “filosóficamente” el Quijote (José Enrique Varona, según Reyes, rechaza esa lectura en su libro Cómo debe leerse el Quijote). Sin embargo, Ker sugiere que es imposible leer la novela siguiendo sólo alguna de las intenciones manifiestas del libro, ya que se llega a un callejón sin salida o a una serie de contradicciones. Toda la novela es “una selva de invenciones, pero también de intenciones e ideales artísticos”. En este contexto, la lectura de Hegel: el libro contra la caballería es esencialmente caballeresco en la persona de don Quijote.

La interpretación de Papini, según la cual don Quijote no es un loco sino un imitador que se finge loco y que logra engañar a todos, incluyendo a Cervantes, parece haber tenido mayor influencia sobre Reyes. El sentido profundo del protagonista sería: romper con las limitaciones de su ambiente fingiéndose loco para poder viajar, pues sólo los locos tienen el privilegio de errar a su antojo. El verdadero loco es Sancho, que cree en don Quijote, el cual a su vez no tiene ninguna virtud, ya que ayuda a los débiles por imitación, nunca por convicción. Los demás personajes sospechan de su cordura, al punto de llamarlo “el cuerdo loco”. La cueva de Montesinos es la clave de su disimulo; y para en seco a Sancho, cuando éste comienza a inventar: “Si quieres que te crea, créeme mi historia de la cueva de Montesinos”. Papini y Ker coinciden en la necesidad de desconfiar de las intenciones manifestadas en la novela. Ya que se trata de una “miscelánea” en la que aparece poesía burlesca, novelas insertadas, crítica literaria de manera directa o en forma de parodia, trozos retóricos sobre temas y lugares comunes medievales o humanísticos. Pero en medio de todo esto se abre paso el tema fundamental, el viaje, porque los libro más profundos y populares son los de viajes, La Odisea, La Eneida, La Commedia, Gulliver, Robinson, Simbad, Fausto. “Todo gran libro es un remedo del Juicio Final, y para juzgar a los hombres hay que viajar y conocerlos”.

Luego de estas breves anotaciones sobre Cervantes, Reyes se refirió a su obra siempre a propósito de cualquier otro asunto. Siempre de una manera característica de su procedimiento creador, es decir, anotando diariamente, sumando cuartillas para organizar un libro, la obra cervantina puede decirse que revoloteó sobre las cuartillas de Reyes. Adolfo Castañón y Alicia Reyes seleccionaron 140 pasajes en los que el ensayista rememora un pasaje o pone un ejemplo extraído de la obra de Cervantes. Ciertos pasajes estuvieron presentes siempre, como la quema de libros hecha por el barbero y el cura, la cual es atribuida por don Quijote a su enemigo el sabio encantador Frestón. Para Reyes, Frestón es un personaje con aspectos liberadores, pues no se puede emprender la aventura ni el heroísmo si se tiene a cuestas una biblioteca de 10 mil volúmenes. Por eso los héroes no tienen libros. Si tan sólo viniera Frestón a hacer la crítica literaria de nuestras bibliotecas para aligerarnos la vida, porque un libro llama a más libros. “Leer y escribir se corresponden como el cóncavo y el convexo; el leer llama al escribir, y éste es el mayor y verdadero mal que causan los libros” (“Mal de libros”, en Calendario, 1924).

De esa quema de libros, Reyes toma el nombre de Antonio de Torquemada, ya que es uno de los autores enviados a la hoguera, aun cuando en el Persiles, es tomado como modelo para la descripción de las regiones nórdicas. Así es que el único ensayo largo de tema cervantino es el dedicado a Torquemada, en 1957, el cual es una monografía de los libros “censurados” por Cervantes. Antes, sólo hizo un relativo balance de su lectura en el ensayo “Quijote en mano”, de 1947. Reyes adoptó frente a esta obra una actitud enciclopedista, pues sus comentarios son observaciones léxicas, aspectos detallados de la expresión cervantina, y sobre todo son señalamientos de pasajes que pueden servir como ejemplos útiles para acomodar en la propia obra. Me parece que hay cierta desilusión de parte de Reyes ante don Quijote y ante Sancho. Treinta años después de su comentario a Papini, todavía resuena esta teoría en su mente, sobre todo en la afirmación del ensayista italiano: “En la vida del Quijote no hay drama porque no hay seriedad”. Pero Reyes intentó buscar “el drama”, y por eso meditó acerca de la relación de los personajes. Y casi llegó a la conclusión de que algunos –los más– son descreídos y sólo don Quijote vive sumergido en su alucinación. “Sólo Sancho Panza vive en un patético vaivén. Ya duda, ya cree, ya sigue a don Quijote a ojos cerrados; ya se le aparta, a veces irónico y otras simplemente desconfiado. Este vaivén de Sancho Panza es el dinamismo trágico del Quijote. En su corazón, y sólo en su corazón, acontece la verdadera tragedia. Desde que Sancho entra en arreglos con Don Quijote, se condena a vivir, textualmente, con el corazón hecho pedazos.” Reyes recordaba que al final del libro Sancho se sentía defraudado por su amo cuando éste acepta dejar la caballería. Pero en su relectura de 1947, se dio cuenta de que Sancho no adopta ninguna postura patética ante la inminente muerte de Alonso Quijano. Al contrario, Cervantes hace saber que “Sancho se regocijaba; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muera”. “Con estas palabras al descuido –concluye Reyes–, Cervantes ha matado en mí al Sancho Panza que yo había empezado a forjarme. Le ha quitado su más alto sentido, su valor artístico definitivo y perdurable: el ser el personaje mismo en quien se libra el combate trágico de la obra. Perdón por la insolencia.”

Alfonso Reyes no hizo teoría novelística; esa omisión no es un abandono ni una falla de su parte. Reyes tampoco era proclive a mostrar su tragedia, si es que la tuvo o si es que sospechaba que la tenía. Quisiéramos salir de nuestra vida y verla desde fuera, pero desafortunadamente, por más que nos alejemos siempre quedamos de “este lado”, del lado del yo –lo llevamos con nosotros, pegado. Cervantes vagó por el Mediterráneo, quizá se equivocó al elegir el camino de la dicha. “Erró” en ambos sentidos, como su personaje. Pero es que nadie acierta con su propia vida. Reyes erró por las embajadas y por los países; sintió el error de la muerte de su padre, y erró al distanciarse de la política mexicana, tanto como puede errarse al congraciarse con ella. Pero ninguno de ellos vio su vida, ni tampoco Reyes. Nada de lo que he dicho es una Verdad, y no debería concluir nada, así como Reyes tampoco concluyó sus ideas sobre Cervantes. Pero en la medida en que damos vueltas a lo largo de la vida, erramos. El camino no existe, el camino va quedando siempre atrás, y el que lo recorre no sabe si atrás de sí dejó una tragedia o una comedia.

(Texto leído en la inauguración de la cátedra Miguel de Cervantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Marzo de 2009)

viernes, 25 de septiembre de 2009

"Y por mi lengua quieren levantarse..." (Acerca de la poesía y el 68)


No hay mucho que yo pueda decir sobre 1968. Ni nada que pueda agregar a lo que se ha dicho. Pero por lo menos, tampoco voy a derrumbar nada, ni a quitar un mínimo grano, ya que lo que se ha escrito es historia colectiva y por mucho que los historiadores pretendan relativizar estos hechos, se destrozarán los nudillos tratando de pegar sobre ellos. Ese año es un horizonte en mi paisaje, no puedo alejarme pero tampoco acercarme, sólo sé que detrás de él está: la historia antigua. Que detrás de las montañas, las personas son otras, tienen costumbres ajenas, están ocupadas en otros asuntos. Son muy distintos. Desafortunadamente nosotros nos las vemos con muertos, no sabemos con cuántos, pero son los vivos de ellos. Aunque a decir verdad han dejado de estar muertos para nosotros, pues nunca estuvieron vivos. Sus voces no claman desde las profundidades, no piden nada, se reintegran al flujo anónimo de la historia. Como no tienen rostro, su voz se confunde entre las otras. El historiador se enfrenta al silencio pues cuando llega, tarde a todos lados, se encuentra con el silencio, todos los hechos han pasado y han dejado sus huellas. Continuamente, los historiadores más escépticos (es decir, cuando la versión reaccionaria se disfraza con un sano escepticismo) nos dicen: No fueron tantos, han dejado escapar un alud de gritos, una avalancha de manifestaciones y todo por unos cuantos muertos, pues nuestras cuentas científicas dan un número mucho menor del que ustedes afirman, no se llenó de muertos ese sitio, y lo peor de todo es que ustedes utilizan ese lamentable suceso –es cierto, nosotros nos lamentamos juntos, nada nos duele más que una agresión de este tipo– ustedes utilizan esos lamentables hechos para dominarnos. Más o menos así es el discurso de la historia reaccionaria de hoy, ya que la experiencia le ha enseñado que no hay tantos hechos extraordinarios, pretende quitar los extremos, no hay tantos villanos como suponíamos, pero tampoco tantos héroes. La experiencia, como decía Walter Benjamin, es una misteriosa máscara metálica, no sabemos qué hay atrás de ella cuando habla con su voz de profeta, cuando dice: Lo digo por experiencia. Se remueve la máscara y queda humo tan sólo. La experiencia sólo ve lo que se repite, acumula hechos parecidos, pero no sabe que existe lo extraordinario. Se niega a ver que por encima de la vida cotidiana hay otra forma de existencia, se dedica a reproducir el círculo eterno de la semana laboral, con sus días de asueto y sus horas de comida. Nada hay tan emocionante como un viernes seguido de un sábado al cual sucederá el domingo, consagrado para el descanso y la vida en familia. Con lo cual seguirá dando vueltas la enorme rueda de los acontecimientos. Pienso que el temor a romper la cotidianidad fue durante mucho tiempo el miedo a esa historia, pues los jóvenes de hace cuarenta años estuvieron enfrentados a esos valores que dejaban a la sociedad tal como estaba, pero al mismo tiempo sacrificaba la libertad personal.

Tal vez, esté explicando con cierto misterio, y tal vez el misterio equivale a explicar con el silencio. Pero dentro de ese silencio, hay una serie de murmullos, los de las voces que no se apagan del todo. Es cierto que los muertos están muertos, pero entonces qué es lo que se escucha en la oscuridad. Si nada consta en actas, si no hay nadie, a quiénes pertenecen las voces. La historia está guardando sus mejores galas para festejar dos centenarios, es lógico que quiera ser invitada al festín de los vencedores, que por esta ocasión son los enemigos. Pero estamos acostumbrados, hace cien años, los que festejaban eran los enemigos de los festejados. Pero no debería de alarmarnos, tal vez los que lucharon no harían fiestas tan bonitas, aunque no sabría decir si este centenario promete. Hay tantos motivos de orgullo, como un segundo piso administrado por la iniciativa privada, se pondrán las biografías de los héroes de aquellos que tienen una estación del metro, incluso, no sé si sepan, hay un robot de Hidalgo que explica sus ideales de 9 a 1, de lunes a viernes. Se le aprieta un botón y comienza a hablar, parece que hasta responde las inquietudes del público. Tal vez el responsable de las celebraciones del Centenario sea un robot que repite un discurso hueco, ya que hasta la fecha nadie ha podido encontrarle un discurso con ciertas ideas más o menos coherentes.

De cualquier forma, es más cómodo hablar de todo eso, cuando ya ha pasado tanto tiempo. Zapata está más vivo, eso es cierto, pero no obsta, se le puede invitar al banquete, se puede decir su nombre incluso. De preferencia no, pero se puede, con cierta delicadeza. Pero el 68, tal vez no sea tema. Sí Maximiliano y Santa Anna, pero no estos momentos porque la izquierda no ha dejado de señalar esos hechos. Porque hostigan al poder, porque los movimientos de hoy son deudores de aquel movimiento reprimido tan brutalmente. ¿Que no hubo tantos muertos? ¿Carece de validez entonces darle voz? A mí lo único que se me presenta en estos momentos es la oposición de la historia y la poesía. Ya que hay una corriente actual que pide que se acabe con los “mitos históricos”, la poesía es entonces invitada a pasar al banquillo de los acusados. Esos poetas y sus bellas mentiras, que crean mitos y echan a perder las mentes más lúcidas. Es mejor que se haga un corte preciso entre la realidad y la literatura, clama la Historia, como si la Historia no tuviera una posición interesada. Y se prefiere que los poetas permanezcan fuera de las opiniones políticas, tal vez construyendo sus mundos independientes. Pero en el fondo, mitificar y desmitificar son dos caras de la misma moneda, o una lucha un tanto centrada en la ideología, en tanto que los hechos se escapan. Mientras uno discute con otro, mientras los mitos se cosen y se descosen como Penélope, mientras decidimos si la realidad es cognoscible o no por la Historia, no faltará el político que meta mano en nuestros bolsillos seguro de que el juicio de la Historia se producirá cuando nadie sepa qué era lo que se estaba juzgando. Cuando la Historia junte sus evidencias, cuando reúna valor y grite sus conclusiones volverá a estar rodeada de silencio.

“No consta en actas”. Sí, eso parece. No hay nadie. Nada. Hace poco me enteré en el blog del descendiente de uno de los niños héroes, que la maestra de primaria le dijo: “Los niños héroes no existieron”. Como al descendiente de Aureliano Buendía cuando una buena tarde se enteró por el cura de Macondo de que Aureliano Buendía no existió. Si los hechos no fueron así, cómo fueron. No es que el poeta presente pruebas, presenta experiencias y el poema es el camino por el que sigue su propia verdad. Una verdad que nunca es extensiva, que a lo mucho sirve para que se refleje en ella toda la humanidad. Pero sólo reflejarse. Generalmente, se le pide a la poesía cierta “objetividad”, como si tuviera la responsabilidad de ser el mapa para que se descubra Troya. Se le pide que sea responsable. Se le pide que dé juicios informados. Y la poesía…, bueno, ustedes saben, ya la han visto, la poesía, no hace mucho caso de eso. Se ha tomado muy en serio eso de poner en práctica una libertad interior, quiere salir de sus límites, aun cuando se le pida que sea “políticamente correcta”. Contiene deseos muy profundos, pero los exhibe. Nadie me ha preguntado mi opinión acerca de la literatura comprometida, pero pienso darla, pues sé que nunca llegará la pregunta. Y prefiero que cuando llegue, la respuesta le salga al paso. Como la poesía es compromiso de por sí, no puede objetársele ninguna omisión. Yo debería voltear el cuestionamiento hacia otro sitio. Es la teoría social la que debería darnos alguna respuesta; es ella la que debería responder qué camino seguir para resolver las dudas que formulan los poetas, así como los caminos para convertir esas posibilidades poéticas en realidades potenciales. Desafortunadamente, el compromiso que falta es el contrario, el de la política con la poesía.

No obstante, el poeta sabe sus caminos. Se puede permitir ser voluntarista y mistificador. Se puede permitir cualquier cosa. ¿Dije “cualquier cosa”? Sí, cualquier cosa. Es cierto, se puede permitir la censura. Pero no hay puerta cerrada. Yo, por mi parte, no puedo imponerle nada a nadie. Pero por otra parte tengo el derecho de no ir a donde me llaman. Y no pienso ir detrás de las interpretaciones ritualistas del 68, así como no seguiré cierto voluntarismo insinuado a veces en algunos pasajes del libro. Sobre todo, no me atrae la metáfora prehispánica, que hace de los hechos políticos vividos en 1968 un momento ritual, cíclico, purificador de la historia. Pero como dije antes, el poeta tiene derecho a eso. Sobre todo porque la poesía nunca esconde su visión interesada de las cosas. Siempre es el interés del poeta. Por muy escondido que tenga sus intereses. En última instancia, tiene un compromiso con lo posible. Aunque, viéndolo bien, lo posible es hasta cierto punto interesado. Pienso en un caso concreto, ya que a nada me llevará el rumbo de la especulación. Juan Bañuelos escribe sobre una joven muerta. Bueno, no es sólo una joven muerta. Es Regina Teuscher. Ya ustedes la conocen, pues se hizo un musical al respecto con Lucero. Tenían sus productores tan buenas intenciones democráticas que hasta tuvo un bello subtítulo: “Musical para una nación que despierta”. En él, como en la famosa novela, Regina es elegida por un Lama del Tíbet, aquellos espirituales seres tantas veces han ayudado a la CIA y que pugnan por la teocracia y por el paternalismo. El día en que se presentó el libro, una mujer se levantó de su lugar: “Soy la hermana mayor de Regina”, dijo. “De Ana María Regina Teuscher Krüger. Me llamo María Luisa Teuscher y he venido a preguntarle, señor Velasco, quién lo autorizó a utilizar a mi hermana para hacer tanto dinero, para escribir esa bola de mentiras, de sandeces, para engañar a la gente…” El autor del libro dijo: “Hay muchas Reginas. Usted habla de una de ellas”. Pero eso es anecdótico y a nosotros no nos gusta lo anecdótico, fuchi, nos gusta lo trascendental. Y lo trascendental es que la noche del estreno estuvieron presentes Martha Sahagún de Fox, Francisco Barrio y Rodolfo Elizondo. De ninguna manera estuvo la familia Teuscher, es decir los dueños de esa visión parcial y fragmentaria de esa edecán. Comparto con ustedes los conceptos de El Diario de Torreón del 26 de marzo de 2003: “Regina, un Musical para una Nación que Despierta, cuenta la historia de una niña que nació en el Tíbet y que tiene una misión: despertar espiritualmente a México; lograr un solo pensamiento y así lograr un mejor país, sin corrupción y con los valores por lo que lucharon los héroes que nos dieron patria y libertad. Por todo eso, Regina está relacionada con el gobierno de Vicente Fox; por la esperanza que tenía la gente de ver un cambio, ya que Regina tenía la misión de encontrarse con él y ayudarlo a unir un sólo pensamiento.” Tal vez recuerden que por esas fechas Vicente Fox se declaró heredero del 68. No todo es así, por más que algunos ex líderes del 68 se hayan sentido honrados por esa declaración. De esa manera no se resuelven los conflictos históricos. Por más que Fox se hubiera aprendido las canciones de Lucero, eso no soluciona nada.

Hay otra voz, que nada tiene que ver con la de Lucero ni con su musical. Es el silencio de Regina. La que está en la plancha con el rostro desfigurado, pero con la belleza intacta. Ese silencio que Lucero no deja escuchar es el verdadero fluir del ritmo de aquella época. Hay una voz, definitivamente. Encuentro en los mejores momentos poéticos de los autores reunidos en Epopeya del 68, de José Alberto Damián, Himber Ocampo y Alejandro Zenteno Chávez, una voz recuperada que da voz al silencio y a las voces que claman desde el abismo, a las cuales la poeta polaca Wislawa Szymborska pide disculpas por escuchar un disco de minué.

(Presentación del libro Epopeya del 68, de José Alberto Damián, Himber Ocampo y Alejandro Zenteno; Salón de Actos, Facultad de Filosofía y Letras, 24 de septiembre de 2009)

domingo, 6 de septiembre de 2009

Ciudades invisibles, narradores invisibles



La patria es impecable y diamantina, dijo López Velarde. Florece inaccesible al deshonor; aunque me parece que no opinaban lo mismo los ministros de la suprema corte que hace unos años votaron en contra del poeta de Campeche, Witz Rodríguez, por haber escrito un poema, “La patria entre mierda”. En ese entonces, la ministro Olga Sánchez determinó que el ultraje poético afectaba “la seguridad de nuestra nación”. Desde luego, lo más peligroso es escribir, da igual de qué o sobre qué pues la escritura generalmente tiene forma de espiral y conforme más se le deja sola a su libre arbitrio, alimentándose de sí misma, podrá tomar formas incomprensibles y peligrosas, ya que la libertad generalmente está mal entendida. En algún momento las palabras pueden salir del libro y será inútil cerrar el libro, cerrar las bibliotecas –o inaugurarlas, como no hace mucho lo hizo un presidente, en un edificio enorme, ¡la biblioteca de Babel de la superación personal! Es claro que la Suprema Corte nos protege de las extralimitaciones de nuestra libertad. Como es el caso del poeta Witz Rodríguez, quien escribió: “Yo / me seco el orín en la bandera / de mi país, / ese trapo / sobre el que se acuestan / los perros / y que nada representa”. No comprendo bien los lazos metafísicos entre un regular poema y la desestabilización del país, aunque algo han de saber los ministros que ahora perciben 340 mil pesos al mes para ejercer sus conocimientos filológicos. Sólo hay que tener confianza pues las palabras pueden decir muchas cosas y saltar por donde quieran, como víboras saliendo de un nido, en todas direcciones. Y alguien debe esperar fuera con un martillo para aplastarlas. Las palabras, generalmente no saben lo que dicen, no saben en qué momento ofenden la moral pública, afectan los derechos de terceros, contravienen la paz y la seguridad pública, o perturban el orden público. ¡Y eso ya es demasiado! Alguien debe mantener el respeto por las palabras, por ejemplo la policía. ¿Ven lo que ocurre? Yo sólo quería decir que la patria es impecable y diamantina, como el gran poeta. Pero las palabras salen solas, rumbo a sus propios intereses. En el poema hay bellos consejos como ser igual, fiel al espejo cotidiano, igual en todos los momentos como el ave maría del rosario. Pero nadie siguió el consejo de López Velarde. Fundamentalmente, la patria. Los poetas… bueno, los poetas hacen lo que pueden. Van siguiendo los hechos, poetizan lo que pueden. La Suprema Corte hasta los lee con interés. No, de preferencia no los lee. Sólo si alguien los denuncia. No entremos al tema de la libertad, no tiene mucho caso y se avanza poco. Además, generalmente discutimos mucho, hacemos enemigos y no llegamos a ninguna conclusión. Es mejor, por ahora, pensar que cada quien puede tener su idea de libertad –y que en eso radica su libertad. Así puede decir lo que quiera –y yo ya no mencionaré a la Suprema Corte, pero confío en que no se les olvide que ahí está–, decir lo que sea. Y en una revista hay un diálogo. Aunque cada quien habla por su lado, pero ¿de qué otra forma están hechos los diálogos? Hay que decir que todos los textos tienen forma de círculos concéntricos, como una piedra que cae y cuyos significados se alejan de ella, poco a poco hasta que se disuelven. Claro que en la realidad esto no es así, pero sí en la quietud del pensamiento, cuando escribimos y escuchamos nuestra propia voz extendiéndose sobre el universo. Ahora, si ustedes me preguntan, yo sólo veo que las palabras se sofocan casi al salir de la boca y son silenciadas. Hay tanto qué decir y tantas personas diciéndolo al mismo tiempo que casi no hay tiempo para recibir el interés por nuestra palabra. Pero eso no importa, lo fundamental es que las palabras salen en busca de algo, de otra forma se quedarían en donde estaban, existiendo potencialmente. Hablé antes de un poeta y de su patria. Con cuánta emoción las palabras salieron siguiéndolo. No obstante, el poeta y su patria han quedado muy lejos. El santo olor de la panadería, el ritmo y la lujuria de las horas, los pájaros de oficio carpintero, en fin, ya saben, todo eso. Cuando nuestras palabras salieron, todo eso ya se había esfumado. La palabra salió y esquivó a tiempo un descabezado. Y se enfrentó a otra realidad, la cual, no sé si les interese mi opinión, es completamente inaprensible para mí, no obstante traté de entenderla a através de los textos que están en Tierra Adentro. Creí que yo había llegado tarde a discutir ciertas cosas, entre otras, el tema del centralismo –o el de la marginalidad. Pensé que ya se había discutido todo lo concerniente, pero no es así. Se discute, duele, es que todavía está vivo. Jesús Gardea –a quien desafortunadamente sólo conocía por el cuento “Todos” antologado por Mario González Suárez en Paisajes del limbo y por dos cuentos aparecidos en una colección de Cuadernos mexicanos, de la SEP, me imagino que con la intervención de José Emilio Pacheco– tal vez sea “marginal”. No por vivir en Ciudad Juárez la mayor parte de su vida. O no sólo por eso. Aunque yo tengo mi idea de marginalidad: y es la obra que está dejada de lado por la elaboración de un canon, en algún sitio. El canon no se teje a sí mismo. Tiene una araña gorda adentro, Harold Bloom, aunque ciertamente esa araña no lo decide todo por más que se indigne contra Harry Potter y trate de pescar niños para rellenarlos de “canon”. Comparto la idea de Christopher Domínguez al final de este número (p. 87) de que “el gusto por las estrellitas como forma de calificación” es lo que “vulgarmente se espera de la crítica”; sin embargo, no creo que él haya estado al margen de esa manera de hacer crítica. Pero decía que no todo es así, pues Domínguez Michael incluye a Gardea en su Antología de narrativa sin que éste sea necesariamente reconocido. Me gustaría que se historizara el canon, para no tenerlo como un ídolo, mirando sobre las cabezas, como la espada de Damocles, pescando por la cabeza al autor que no le es grato, para tirarlo al olvido. Porque lo que hay son “trabajadores del canon”, si me permiten decirlo así, aunque sé que no se me permite y de todas maneras lo hago. En medio de todo esto, Tierra Adentro es una fuerza que se opone, no es que esté sola esta publicación, o mejor dicho, sí está sola. Es una fuerza centrífuga, porque además de todo debo añadir nuestro canon es centralista, la cual es su forma de ser provinciano a su modo. O era centralista hasta la aparición de las mafias estatales. (Provinciano en el mal sentido, así como Milán Kundera acusa de provincianismo a los franceses, que no saben el valor de su literatura para el mundo –en Francia, según su libro El telón, es más valorado como escritor Charles de Gaulle que Baudelaire.) No todo es así, por suerte, creo que la respuesta a lo que me preguntaba a mí mismo está en la misma revista: en el tema de las ciudades invisibles. En estos textos veo además autores invisibles, o que asumen cierta invisibilidad para relatar, pues sus interlocutores ignoran su condición de escritor. Y ese narrador invisible, disuelto con su ciudad, se disuelve de tal manera que logra entrar a donde un autor visible no podría entrar. Como un fluido que penetra entre los engranajes de la realidad. De la misma manera, la literatura es invisible para la ciudad, por suerte. De lo contrario no permitiría nada a la literatura. “Lo esencial es invisible a los ojos”, decía el Principito, quien no sabía de Economía Política. No sé si ustedes lo recuerden, la estructura económica de su planeta consistía en podar baobabs de tal forma que las raíces no lo desintegraran. Tal vez se refería a las invisibles semillas que amenazaban con desarrollarse y terminar con su asteroide. Bien podría decir lo mismo el Código da Vinci, ya que la teoría complotista opera en lo invisible. Son semillas que si se dejan crecer destruirán el mundo, como sabiamente aconsejaba George W. Bush. Hay un mecanismo desconocido, sin duda, básicamente el de la economía que mencionan algunos de los autores de estos textos. Hay algunos, como el de la aventura de encontrar mariguana gold en Acapulco que oculta muy bien su posibilidad. Aunque la posibilidad de encontrar peor mariguana es mayor eso no invalida la búsqueda. Así como la búsqueda de medicinas de patente sostiene una forma de vida en Guadalajara, esa industria invisible oculta al mismo tiempo los mecanismos que la hacen posible. Y los escritores invisibles, que tienen que dejar de ser para poder conocer, que tienen que sacrificar su pluma –su computadora– para poder vivir aunque sea por un rato para luego regresar con su experiencia y tomar un cuerpo prestado. Es lo que ocurre en el texto sobre Torreón, ya que los fantasmas toman un cuerpo para existir en comunidad, para presenciar el futbol y ser por medio de esa cohesión que da ser parte de la afición. Ocurre lo mismo con la reportera que conoce casualmente a un traficante sólo cuando se despoja de su profesión. Hay algo que palpita en lo invisible, de tal forma que el ojo que no es visto puede ver y que al develarse como el ojo que observa se pierde para siempre. Decía que veo una fuerza centrífuga que desbarata el monopolio de la Voz y la entrega a otros, para que no se eternice el que habla en la posesión de las palabras. Es el ejemplo a seguir en esta publicación, dar voz a Alguien Siempre Distinto, otorgar un espacio a Todos los Espacios. Y yo, yo sólo quería decir que la patria es impecable y diamantina, si me lo permite la Suprema Corte, y pasar la palabra a alguien que la utilice con mayor responsabilidad.

(Presentación de la revista Tierra Adentro 159, en el Centro Cultural España, 1o de septiembre de 2009)

lunes, 20 de julio de 2009

John Ashbery, "En la granja del norte". Versión de José Balza


En algún lugar alguien viaja furiosamente hacia ti,
a increíble velocidad, viaja día y noche,
a través de ventiscas y el ardor del desierto,
cruzando torrentes, salva estrechos pasos.
¿Pero sabrá él dónde hallarte,
reconocerte cuando te vea,
darte lo que tiene para ti?

Poco crece aquí,
mas los graneros estallan con comida
los sacos de alimentos apilados a los armarios.
El arroyo corre con dulzura, cebando el pez;
oscuridad de aves en el cielo. ¿Es suficiente
que el plato de leche sea puesto por la noche,

que pensemos en él a veces,
a veces y siempre, con mixtos sentimientos?

jueves, 26 de marzo de 2009

Un ideal dentro del Yo (Reflexiones sobre el centenario del Ateneo de la Juventud)


Con las celebraciones del centenario del Ateneo de la Juventud volverán a escucharse palabras como “belleza” y “humanidad” de la misma manera más o menos abstracta con que fueron enunciadas hace cien años. Se hablará de las derivaciones (directas o no) que este grupo intelectual tuvo en nuestra tradición, como la tendenciosa defensa de la “libertad de cátedra”; o de la “batalla” que terminó en la autonomía concedida a la derecha universitaria y que permitió el magisterio, en la Universidad Autónoma de México, de fascistas como Jesús Guiza y Acevedo, preocupados por detener la amenaza del “materialismo histórico”. Y se explicará de nuevo cómo es que Próspero sometió las fuerzas de la naturaleza y triunfó sobre los instintos destructivos de Calibán y dio libertad a Ariel, el espíritu que se fortalece con la bondad y que ha servido de símbolo a la juventud para encaminar sus proyectos. Pero qué postura tomar si uno está del lado de Calibán, el caníbal que da una mordida en la cabeza de la racionalidad europea. Cómo es que se debe deslindar uno de la ideología ateneísta, si es que vale la pena y si es que a alguien le importa que se tome postura acerca de una discusión cerrada y que tal vez nunca se dio, pues nada más lejano que pretender cuestionar el “ateneísmo” que dio plumas como Alfonso Reyes, Enrique González Martínez, Rafael López y Pedro Henríquez Ureña y situó a México en medio del mundo, como si fuera una bella floración en el centro de la cultura occidental, que bebía su savia de las más profundas raíces griegas y cuya degustación del espíritu dionisiaco estuvo a punto de secar flor y fruto (¡o de transformarlos en: delirio creativo!), aunque afortunadamente triunfó el bien, y se esterilizó el helenismo para utilizarlo como una salutífera pedagogía destinada a nutrir el espiritualismo inoculado en la juventud que comenzó a educarse en “las humanidades” durante el huertismo. Un pequeño grupo de personas que de manera tensa y activa se nutrían y convivían para formar esa alta cultura ¡tan necesaria! y que por lo tanto volvía indispensable a la élite que la produjo (parafraseo a Henríquez Ureña); un pequeño grupo actuó para construir, pero construir hacia adentro, si es que puede decirse de este modo, ya que la construcción fue interior en gran medida. ¿O es que fue exterior? ¿Es que sus esfuerzos se desbordaron y crearon “algo” a lo que podamos llamar de alguna manera? Pues es que paradójicamente, la libertad fue interior y trabajó en secreto, dentro del sí-mismo de cada uno de sus integrantes para producir la expresión artística, para brotar como una sustancia frutal que se manifiesta cuando la estación manda que explote el fruto. Algo que estalló hacia adentro, en la maduración de una obra personal que, a su vez, esculpió la interioridad de cada uno de esos artistas dedicados a construir sus propios valores y seguir apasionadamente sus creaciones morales (de ahí que su Estética se encuentre apuntalada firmemente sobre su Ética). Paradójicamente el Ateneo de la Juventud fue una agrupación que se vio en la necesidad de pactar políticamente para darse su sitio como élite, al mismo tiempo que la tensión interna fue cediendo para dejar ver individualidades. Dentro de ese “Yo empírico” sometido a las leyes de la naturaleza existía otro “Yo inmaterial”, a salvo de la contingencia del mundo (Isaiah Berlin). Al quitar esa endeble cáscara con la que el “Yo empírico” cubre la personalidad profunda del artista se descubre un ideal auténtico, trabajado en la soledad. Idealismos aparte, éste debe ser retomado, arrojado al mundo para frotarlo con él y saber qué carga de verdad oculta. De verdad estética, se entiende. Y esa obra generacional se expondrá ante aquel que quiera cuestionarla, siempre y cuando el que cuestione pierda toda infalibilidad. Todo esto no es una Verdad, sólo es algo que así me represento para poder explicarme el por qué se debe “salvar” (aunque no me corresponda, ni sea yo el indicado para “salvar” nada) ese ideal estético construido por cada uno de esos artistas reunidos hace cien años en el Ateneo de la Juventud.

sábado, 31 de enero de 2009

La poesia en Mexico durante los años de la Revolucion

I. Los jóvenes ateneístas al interior de la Revista Moderna

Los integrantes del Ateneo de la Juventud se educaron artísticamente en el Porfiriato: se formaron leyendo a los primeros modernistas y comenzaron su carrera colaborando en las principales revistas del régimen, la Revista Azul y la Revista Moderna. Casi ninguno de ellos dio muestras de querer la disolución del régimen. En todo caso, soñaron con su pronto fin en términos democráticos. Cuando Porfirio Díaz le contestó al reportero James Creelman que México estaba listo para la democracia, los jóvenes escritores vieron cerca el camino de la sucesión. Lo verdaderamente importante era consolidar los nexos con el poder y asegurar la herencia de Justo Sierra, el Ministro de Instrucción Pública. Los actores de esta transición: una generación con edades que oscilaban entre los 17 y los 34 años en 1906 cuando se fundó la revista Savia Moderna (el mayor, Enrique González Martínez y Alfonso Reyes y Julio Torri, los menores) fundaron primero la Sociedad de Conferencias y, posteriormente, el Ateneo de la Juventud (28 de octubre de 1909).
La Revista Moderna de México (1903-1911) de Jesús E. Valenzuela también acogió en sus páginas a los jóvenes escritores. Nombres nuevos como el de Abel C. Salazar se pueden leer desde el primer número (septiembre de 1903); así, en los años siguientes, la obra poética de los alumnos de los modernistas aparecería cotidianamente en la revista más importante de la década. Estos escritores tuvieron necesariamente cercanía con las poéticas que se impulsaban al interior de la revista: Enrique González Martínez, Manuel de la Parra, Roberto Argüelles Bringas y muchos de los poetas que luego serían miembros del Ateneo se iniciaron en la escuela del Simbolismo practicado por Nervo, Tablada o Díaz Mirón. Sólo varios años después, al consolidarse como grupo aparte, intentarían una renovación estética.
Alfonso Cravioto –hijo del ex Gobernador de Hidalgo– dio a los jóvenes escritores la primera oportunidad de independizarse: con la herencia paterna alquiló una oficina en el edificio La Palestina, de la calle 5 de Mayo, y patrocinó la revista Savia Moderna que apareció de enero a junio de 1907. La publicación terminó cuando el mecenas se fue de luna de miel a Europa y dejó de suministrar el dinero necesario para subsistir. Los seis meses no fueron suficiente impulso para que el grupo continuara con vida propia, y al poco tiempo volvieron a las páginas de la Revista Moderna. En este segundo periodo formaron un grupo dentro de la revista y comenzaron labores paralelas como la organización de la Sociedad de Conferencias, que funcionaría de 1907 a 1909.
Entre diciembre de 1907 y marzo de 1909, el incremento de poesía joven en la Revista Moderna fue notable: en este lapso aparecieron casi 60 poemas de los escritores que participaban al mismo tiempo en la Sociedad de Conferencias.
Desde entonces, pueden observarse ciertas tendencias de las que saldrían las escuelas poéticas de los años siguientes. Brevemente, expongo las principales direcciones de la poesía joven en la revista de Valenzuela:
1) En primer lugar, se encuentran los poetas que se iniciaron en el Simbolismo –algunos de ellos siguen muy de cerca a Nervo–: Luis G. Urbina, Enrique González Martínez, Manuel de la Parra, Alfonso Reyes y Luis Castillo Ledón. La figura de Luis G. Urbina fue importante para los ateneístas: desde 1901 se desempeñaba como Secretario Particular de Justo Sierra, Secretario de Instrucción Pública, puesto estratégico que lo situaba entre el poder cultural y la juventud literaria. Fue un poeta que no hallaba su sitio literario pues era llamado romántico por los modernistas y modernista por los románticos. Aunque había nacido en 1864 (era mayor que Nervo y Tablada), sólo fue aceptado de manera plena por los ateneístas. Entre Urbina y González Martínez puede verse una continuidad poética: la poesía conversacional, la construcción a base de símbolos y prosopopeyas, el tono vespertino de su obra, la noción del poema como mundo interior… Algunos de sus poemas tienen correspondencias conscientes; otros, evidencian intereses literarios sumamente cercanos. Véanse los siguientes ejemplos:

-Dolor: ¡qué callado vienes!
¿Serás el mismo que un día
se fue me dejó en rehenes
un joyel de poesía?
(Balada de la vuelta del juglar, Luis G. Urbina)

Dolor, si por acaso a llamar a mi puerta
llegas, sé bienvenido; de par en par abierta
la dejé para que entres… No turbarás la santa
placidez de mi espíritu… al contemplarte, apenas
el juvenil enjambre de mis dichas serenas
apartaráse un punto con temblorosa planta…
(Dolor, si por acaso…, de Enrique González Martínez)

La poesía de González Martínez determinará la poesía de la primera mitad de la década de la Revolución. En ella encontraron inspiración autores como Porfirio Barba Jacob, Rodrigo Torres Hernández y los jóvenes estudiantes de la Preparatoria como Xavier Villaurrutia y Salvador Novo. Al interior del Ateneo, esta influencia continuará en la obra de Porfirio Barba Jacob. Su poema Canción de la vida profunda parece inspirada en un poema de Albert Samain; Fernando Vallejo, biógrafo del poeta colombiano, considera más cercana la influencia de González Martínez, pues la expresión “vida profunda” aparece en el soneto famosísimo Tuércele el cuello al cisne…: “Huye de toda forma y de todo lenguaje / que no vayan acordes con el ritmo latente / de la vida profunda…” Los cuarenta años de amistad entre González Martínez y Barba Jacob resultó provechosa para ambos, opina Vallejo. También lo fue para los jóvenes escritores que vieron en la obra de González Martínez una vía para continuar el proceso de independencia del poema.
2) La presencia de Salvador Díaz Mirón sólo se observa de manera plena en la obra poética de Roberto Argüelles Bringas. Amado Nervo, caminando por la calle con el poeta, lo presentó a Luis Castillo Ledón con estas palabras:
-Es el futuro gran poeta de México.
No llegó, sin embargo, a reunir su obra y sólo hasta 1986 el crítico Serge I. Zaïzeff editó su poesía completa. El asunto principal de su poesía es la misma poesía: su obra es el resultado de una poética agresiva y exigente. Se ha dicho con razón que en su obra “la fuerza asfixia la fuerza”, pues fue un poeta que, dotado de una enorme fuerza expresiva, intentó domar la forma de la misma manera que Díaz Mirón. Una de las aportaciones formales del Ateneo fue el “bisoneto”. En esta composición los versos riman como en un soneto normal, y lo mismo ocurre con los hemistiquios, los cuales riman entre sí. El bisoneto “Ventarrón” es un ejemplo de su exigencia literaria:

El bóreas, como un poeta sañudo que va de viaje
al llegar de la montaña, los torrentes de armonía
de su inspiración extraña desata en la vega umbría,
en la azul linfa discreta y en el fondo del boscaje.

Ya ante la ruina escueta gime un cántico salvaje;
ya el ameno prado baña con furiosa gritería;
bien sacude encina huraña con injuria ronca y fría;
¡bien en la techumbre reta convulsivo de coraje!

¡Con su plectro imparte azotes! ¡Y al herir las cuerdas flojas
de liras de árboles huecos de dolor arranca voces
que se pierden dando botes...! ¡y vibrar hace congojas

que en gritos roncos y secos, como en corceles veloces,
huyen, de sus raudos trotes rugiendo entre yertas hojas,
como apóstrofes, los ecos que lastiman, como coces!

3) Rafael López fue, durante sus años de la Revista Moderna, un ejemplo de Simbolismo decadentista: siguió los pasos de José Juan Tablada y de Nervo. Junto con el mismo Tablada, fue uno de los pocos poetas que rejuvenecieron luego de su contacto con la obra de López Velarde. Versatilidad literaria e ironía, caracterizaron su obra de madurez. Su poema Laguna de Chapala (1927) es un logrado homenaje paródico a La suave patria. En 1911 había publica su poema La leyenda de los volcanes, una de las pocas muestras de poesía de tema nacional en la Revista Moderna (el otro: Rubén M. Campos).

Ahí están, cual invencibles torres de Dios. Con herrumbres
de cien siglos y despojos de cien razas. Sus pilares,
sosteniendo de los cielos las espléndidas techumbres,
lanzan al azul los duros capiteles de sus cumbres,
calcinadas por el fuego de las púrpuras solares.

4) Desde abril de 1907 hasta marzo de 1908, Efrén Rebolledo envía a la Revista Moderna su poesía escrita en Japón. Frecuentemente comparado con Tablada con el fin de demostrar que Rebolledo no asimiló la poesía japonesa, se olvida que el joven escritor publicó sus poemas varios años antes que el autor de Li-Po. Octavio Paz resumió la discusión en su libro El signo y el garabato (1975) con este comentario:

A pesar de que Rebolledo conoció más íntimamente el Japón que Tablada, su poesía nunca fue más allá de la retórica ‘modernista’; entre la cultura japonesa y su mirada se interpuso siempre la imagen estereotipada de los poetas franceses de fin de siglo y su Japón fue un exotismo parisino más que un descubrimiento hispanoamericano”.

Sin embargo, los poemas de Rebolledo prepararon la curiosidad de los lectores por el Japón literario; es cierto que no salió nunca de los límites de su educación afrancesada pues Rebolledo es ante todo un parnasiano que se enfrenta por primera vez en la literatura mexicana ante un paisaje ajeno y recurre a su experiencia como lector de la literatura francesa para dar cuenta de su experiencia.
5) Por último, la poesía de Othón (muerto en 1906) aparece en la obra que Alfonso Reyes, Luis Castillo Ledón y Alfonso Cravioto dieron a conocer en Revista Moderna. La cultura clásica de ambos escritores se acomodaba perfectamente con la visión arcádica del paisaje. Cuando se funda la revista Savia Moderna, los escritores se colocarían bajo la obra de Gutiérrez Nájera, pero también bajo la de Othón. El poeta potosino sería fundamental para el desarrollo literario: desde los modernistas porfirianos hasta López Velarde, hubo un reconocimiento general por su obra poética y una continuidad en el interés por el paisaje y por la sinceridad poética.


II. El proyecto cultural del Ateneo
Aunque comúnmente se ha afirmado que el Ateneo no tuvo revistas, sus integrantes escribieron para casi todas las publicaciones del periodo. El propio González Martínez fue director de tres de ellas: Argos, Pegaso y México Moderno. Vasconcelos dirigió El Maestro, la revista que dio a conocer La suave Patria. Lo anterior, sin contar las revistas en las que los miembros del Ateneo colaboraron con frecuencia: La Nave, Nosotros, Revista de Revistas y El Universal Ilustrado. Fernando Curiel y Gabriel Zaid –los dos principales estudiosos de este grupo literario— han sostenido que los ateneístas prefirieron moverse en ámbitos distintos de los editoriales; tienen razón si se considera que sus publicaciones estuvieron al servicio de proyectos mucho más abarcadores: fueron funcionarios culturales, secretarios de Estado, rectores de la Universidad y diplomáticos. Sus publicaciones toman sentido en un contexto más amplio: por ejemplo, las ediciones de clásicos impulsadas por Vasconcelos son inseparables de la cruzada alfabetizadora.
En 1908, al poco tiempo de creada la Sociedad de Conferencias, organizaron el acto para homenajear a Gabino Barreda, fundador de la Preparatoria Nacional. Sin embargo, el supuesto homenaje reconocía la importancia de Barreda y al mismo tiempo terminaba con el Positivismo como pensamiento pedagógico dominante. Pocos días antes del acto, Pedro Henríquez Ureña le escribe, pavoneándose, a Alfonso Reyes: “Nos hemos vuelto tan íntimos de don Justo”. Sierra, en efecto, había dado ánimos a la nueva generación y tenía a Luis G. Urbina, su Secretario Particular, mezclado con la juventud literaria. Pero una de las intenciones del Secretario de Instrucción era evitar que Díaz entregara la Preparatoria al clero (Zaid trata el tema ampliamente en su artículo “López Velarde, ateneísta”, incluido en el libro Tres poetas católicos). El homenaje causa el enojo de los positivistas pero consolida al Ateneo: Caso obtiene su primer puesto importante como Secretario de la Universidad. Este es el inicio de la toma del poder intelectual del grupo; pueden revisarse las biografías de los ateneístas y se estará ante una radiografía del poder de finales del Porfiriato.
Escribe Gabriel Zaid en su ensayo “López Velarde, ateneísta”: “Lo lamentable es que los ateneístas soñaran con el poder tecnocrático de Parra o de Sierra: que prolongaran el porfiriato cultural, en vez de restaurar la autonomía de la república literaria, fundada libre por Altamirano”. Pero Altamirano no fundó la república literaria independiente, sino al servicio del nacionalismo liberal; y los ateneístas crearon un espacio intelectual legitimador que supo adaptarse a los distintos regímenes: Díaz, Huerta, Carranza y Obregón.
Sin embargo, el Ateneo atravesó por un periodo de disgregación al terminar el huertismo. En general, habían apoyado al régimen de Huerta y habían contribuido a desprestigiar el régimen de Madero. Arrepentidos o no de su participación, contribuyeron a crear un ambiente de paz interior y de inquietudes estéticas en un país devastado. Quienes admiran a Antonio Caso como un hombre que mantuvo el espíritu universitario dando clases durante los días de la Decena Trágica, olvidan que el profesor impartía sus clases como una manera de no ver más allá de su salón y de evitar lo que llamaba “la pérdida de las bases aristocráticas de la sociedad”.
Sin proponérselo, Caso fue un precursor filosófico de la Revolución: al rebatir el pensamiento de los positivistas mina las bases del régimen que se fundaba en el orden y el progreso. Es decir, se enfrentó con un pensamiento que intentaba hacer creer que “la inercia es el camino de la perfección” (en palabras de Alfonso Reyes). Pero Caso –tiene razón Enrique Krauze– “arrebató el pensamiento a los positivistas, pero sólo para dejarlo a los pies de los intuicionistas”.
El huertismo fue el último espacio en que gozaron los ateneístas de relativa calma intelectual; lo vivieron con la ilusión de un Porfiriato restaurado que devolvería la paz tan dolorosamente lograda en el régimen de Díaz. En el año y medio que duró el régimen de Huerta, Nemesio García Naranjo terminó con los planes positivistas de estudios pero sólo para intentar la instauración de una educación “humanista” basada en el intuicionismo; Luis G. Urbina dirigió la Biblioteca Nacional; Enrique González Martínez trabajó en Instrucción Pública. Los siguieron los nombres de Francisco M. de Olaguíbel, Salvador Díaz Mirón, Ricardo Gómez Robelo y Porfirio Barba Jacob, entre otros .
Si durante el Porfiriato los escritores se dedicaron en su mayor parte al periodismo, entre 1911 y 1920 la literatura se hizo cada vez más dependiente de la función pública: muchos de los ateneístas y sus contemporáneos tuvieron un cargo público o diplomático. En este aspecto, pueden encontrarse diplomáticos, funcionarios públicos, diputados, rectores de la Universidad, gobernadores, jueces y senadores. Además de los numerosos escritores que estudiaron Derecho –profesión cercana de las letras–, en este periodo se nota la importante presencia de un médico: Enrique González Martínez. Hubo periodistas que combinaron su trabajo con la crítica literaria y la investigación histórica. Otras ocupaciones fueron las de bibliotecario, burócrata y profesor, empleo cada vez más frecuente para los escritores. Se puede agregar a la lista un poeta empresario de visita por México (José Santos Chocano), un estudiante normalista muerto en la Revolución (Rodrigo Torres Hernández) y un sacerdote (Alfredo R. Placencia).
El poeta colombiano Leopoldo de la Rosa, único en todo el siglo, no trabajó jamás: vivió de pedir prestado. Sólo una vez fue contratado: en 1921, por José Vasconcelos, para dar cuerda a un reloj de pared en la SEP. Según documenta Fernando Vallejo: “Tan parado como siempre siguió el reloj, y cuando Vasconcelos le reclamó a Leopoldo éste le respondió que era muy poco los seis pesos diarios que le pagaban. Heróicamente Leopoldo nunca trabajó”.
Por último, debe decirse que la poesía de la década de la Revolución se produjo en la capital. Hubo sólo dos notables excepciones: Francisco González León y Alfredo R. Placencia, poetas que jamás visitaron la ciudad de México y que conocieron el prestigio literario hasta principios de los años 20. Debe decirse, por último, que tal vez a causa del desarrollo editorial y educativo, la mayor parte de los poetas proviene de sólo cuatro entidades del país: Distrito Federal, Jalisco, Veracruz y Guanajuato.


III. Las aportaciones poéticas del Ateneo
La obra poética del Ateneo escrita entre 1911 y 1915 se distinguió por continuar la de los modernistas (sobre todo las de Gutiérrez Nájera, Othón, Díaz Mirón y Nervo) incorporando las nuevas tendencias de la poesía francesa. González Martínez hizo popular la obra de Francis Jammes y gracias a sus traducciones volvió a tomar fuerza el prosaísmo: tal vez sea este autor la fuente del prosaísmo de López Velarde. Su libro de traducciones Jardines de Francia (1915) es una suma de las influencias francesas reconocidas a mediados de la década. A esta poética, ajena a lo inmediato, no tardaría en confrontarla la realidad. El mismo año de Jardines de Francia, Manuel Gómez Morín escribe su libro 1915 en el que, refiriéndose a su generación, afirma que con la Revolución “descubrimos que existía México”.
La producción poética del Ateneo como grupo hegemónico se dio entre 1911 y 1915 (entre el fin de la Revista Moderna de México y el inicio de la poesía provincialista). Cuatro libros definieron el periodo: Lámparas en agonía (1910), de Luis G. Urbina; Los senderos ocultos (1911) y La muerte del cisne (1915), de Enrique González Martínez; y Con los ojos abiertos (1912), de Rafael López. Caro Victrix (1916) de Efrén Rebolledo puede considerarse el último gran libro instalado en el Modernismo “exterior”; es decir, el que a la manera de Díaz Mirón o Gutiérrez Nájera se preocupa por la escenografía y subordina el poema a lo visual. Otros escritores menores del Ateneo recogieron su obra en un libro y de manera tardía casi siempre: Manuel de la Parra (Visiones lejanas, 1914), Luis Castillo Ledón (Lo que miro y lo que siento, 1916), Eduardo Colín (La vida intacta, 1916), Erasmo Castellanos Quinto (Del fondo del abra, 1919). Es notable el caso de Alfonso Reyes, quien sólo hasta 1922 editó su primer libro de poesía, Huellas. Otros, como Roberto Argüelles Bringas, no lograron reunir en vida su obra poética.
Con sus traducciones, González Martínez presentó a los poetas de su tiempo un vasto mapa de lo que la lírica francesa ofrecía a los escritores mexicanos. Esta visión significó mucho, pues presentaba a los escritores franceses que intentaban sacar a la poesía de su país de un punto muerto que –según el crítico Marcel Raymond- había alcanzado su momento más álgido en 1905.
Entre Urbina y González Martínez, de 1906 a 1911, se va desarrollando una teoría estética fundada esencialmente en la influencia de los escritores neosimbolistas (especialmente, la de los poetas reunidos en la revista Phalange, antecedente intelectual de Paul Valéry; la relación de este grupo con la literatura mexicana ha sido comentada por Ulalume González de León en el prólogo a Obras escogidas de A. O. Barnabooth, de Valery Larbaud, México, Vuelta, 1987). Entre los postulados neosimbolistas que enuncia Marcel Raymond, algunos fueron seguidos fielmente por González Martínez:
-La concepción de la poesía como una “metafísica informal” capaz de penetrar en la realidad y conocer el ser. (Salvador Elizondo, sobrino de González Martínez, se ha referido a la poesía como una “forma irracional de conocimiento”).
-La imagen es la encarnación de los estados del alma que se expresa en la duración. (Nótese que la presencia del Intuicionismo filosófico en México introdujo la idea de “duración”.)
-La única intención legítima para el poeta debe ser el conocimiento profundo de la realidad.
-A pesar de la intención de aprender la realidad a partir de símbolos, los poetas desdeñan los símbolos indirectos; prefieren los símbolos no elaborados, los que se manifiestan “de manera natural”.
No fueron muchos los cisnes que se pasearon por la literatura mexicana; ni Amado Nervo ni José Juan Tablada se distinguieron por poblar su obra de cisnes blancos. Por eso cuando Enrique González Martínez, en 1911, escribió el soneto en el que se alentaba a torcer el cuello al cisne de engañoso plumaje, más pareció una rebelión contra la estética parnasiana que una recriminación concreta contra los poetas mexicanos.
Héctor Pérez Martínez, en una conferencia pronunciada en 1924, asegura que el soneto de González Martínez dio los lineamientos sobre la poesía escrita a partir de entonces. Esta nueva poesía fue caracterizada por la falta de atención hacia el exterior y por preferir la sinceridad. En la obra de González Martínez, el símbolo es un elemento estructurador del mundo: forma de conocimiento de la realidad. Puesto que el símbolo sugiere, depende del lector encontrar las implicaciones últimas de la imagen. Fue el propio González Martínez quien exploró las posibilidades de esta poética y fue él mismo quien clausuraría el periodo iniciado por su obra. En 1915, con La muerte del cisne, deja en claro que la poesía no podría continuar por los caminos de la autocontemplación. ¿Cuál sería el camino a seguir? El propio González Martínez tuvo una respuesta personal que le fue impuesta: la muerte de su esposa y de su hijo, el poeta Enrique González Rojo; y por otro lado, la presencia de las guerras mundiales. Estos acontecimientos impusieron en su obra una tensión que se resolvió en bellos poemas en los que el jardín interior se tambalea ante los embates de la realidad. Luego de vivir un dolor personal, la obra de González Martínez desemboca en una experimentación personal lejos de las modas literarias. Gracias a su capacidad de renovación, González Martínez pudo escribir lo mejor de su obra en los años de madurez: todavía en sus últimos años dio a conocer dos magníficos poemas extensos: Babel (1949) y El nuevo Narciso (1952).
Pero los poetas contemporáneos a La muerte del cisne no intentaron en ese momento una ruptura con la estética modernista: Efrén Rebolledo continuó el Parnasianismo hasta el máximo refinamiento; Nervo se refugió en la sinceridad; Díaz Mirón concentró su técnica en la elaboración de unos cuantos poemas. Habría de ser Ramón López Velarde el autor que diera una salida a la situación de la poesía en 1915.
En el Ateneo se independizó y maduró un género literario, el poema en prosa. Tres escritores –lectores de Charles Lamb y de Marcel Schwob, de la prosa aforística de Nietzsche y, sobre todo de los Pequeños poemas en prosa de Baudelaire- significaron un parteaguas en la prosa: Julio Torri, Carlos Díaz Dufoo jr. y Mariano Silva y Aceves. En ellos se encuentra la semilla de la obra literaria de autores como Max Aub, Gilberto Owen, Juan José Arreola y Augusto Monterroso. La obra de los tres significó una ruptura con la prosa artística del Modernismo; de hecho, es posible que la obra de estos autores sea la primera manifestación literaria ajena a ese movimiento. Leídos en el contexto general de la prosa de la década puede decirse incluso que la renovación literaria del Ateneo comenzó por la prosa: Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos… A estos autores se les puede agregar la obra de los refinados prosistas; pero visto desde dentro, el Ateneo tuvo en este sentido una tensión estilística: por un lado, la prosa monumental de Vasconcelos y la grandilocuencia de Caso; por otro, el perfeccionamiento estilístico que daba como resultado una obra mínima y perfecta. ¿No tendrá su germen en el Ateneo esta escisión de la prosa mexicana? Julio Torri confiesa que su texto La oposición entre temperamento oratorio y el artístico era una crítica a Antonio Caso. Se entenderá el disgusto de Caso si se lee la opinión de Torri sobre los oradores: “Inútil me parece decir que jamás adquieren de un escritor cualquiera ese conocimiento profundo que se convierte en carne y sangre de uno, y que trasciende aun a los ademanes y gestos habituales”. Hasta ese momento, ningún escritor mexicano se había atrevido a escribir una composición en la que la prosa pudiera parecer un trabajo de exquisitez miniaturista, como la siguiente, también de Torri:

Labios que hoy besamos y que mañana estarán exangües, cuando la amiga ocasional repose en la plancha acogedora del depósito de cadáveres. Tendremos que alegar ante el juez de instrucción nuestros honorables antecedentes de horteras respetables o una coartada que no parezca del todo inverosímil.

Otro aspecto (muy poco tratado) tiene la poesía del Ateneo: la incorporación del verso libre a nuestra poesía. Fue Alfonso Reyes, en el poema El descastado, de 1916, el primero en utilizarlo. Pero la innovación poética de Reyes no tuvo repercusión visible: todavía se tendría que aguardar hasta la siguiente generación de escritores, la de los Contemporáneos, para que la poesía mexicana incorporara a su acervo el verso libre.
Por último, falta agregar a la lista de intereses del Ateneo el interés por la cultura novohispana. Nervo había sido el revalorador de sor Juana en 1910, luego de una conferencia en Madrid, de la que salió su libro Juana de Asbaje. Más adelante, Reyes siguió las huellas de Ruiz de Alarcón y de fray Servando Teresa de Mier. Desde el plano de la narrativa, Genaro Estrada con Pero Galín y Mariano Silva y Aceves con Arquilla de marfil despertaron el interés por las épocas de Felipe III y Carlos III, por la corte del Virrey Mancera y por las leyendas populares. Según el Abate González de Mendoza, el colonialismo fue producto de la repercusión de “la sacudida revolucionaria”. Así, un grupo de escritores quisieron buscar en una idealización de los tiempos novohispanos una ciudad segura, amable y civilizada, lejana de los movimientos revolucionarios. Alfonso Cravioto, integrante del Ateneo, publicó en 1921 El alma nueva de las cosas viejas, poemario de tema novohispano. A pesar de la poca calidad de los textos, el libro de Cravioto es importante por ser la única muestra poética de un movimiento artístico que se manifestó pocos años antes de comenzar la década de los 20. Aquí, el autor postula la importancia de un arte mexicano. “Busquémoslo y si no existe, inventémoslo”, sugiere. Muy pocas son sus aportaciones formales (versos bisílabos, eneasílabos y de trece sílabas). Sin embargo, este libro debe leerse en el marco de una ideología que se formaba por esas fechas: el discurso nacional que distinguiría al poder a partir de los años veinte. Hernán Cortés, Cuauhtémoc, Sor Juana, Sigüenza y Góngora, Tolsá son algunos de los nombres que Cravioto incorpora a su visión del arte mexicano. Y no debe asombrar la semejanza temática con La suave patria o con el muralismo en varios de sus poemas. En realidad, lo que este libro contiene son apreciaciones sobre las categorías de la historia oficial: no todas las figuras y escenas que Cravioto propone pertenecen al discurso nacionalista de las siguientes décadas, pero es interesante señalar que -a diferencia de sus antepasados liberales- Cravioto busca integrar el arte novohispano relegado por el pensamiento liberal decimonónico. (Se puede suponer que Cravioto tuvo mucho qué ver con el museo colonial que se formó en San Juan de Ulúa durante los días en que Carranza lo utilizó como Palacio de Gobierno). La recreación de la vida y la cultura novohispana lo hermanan con las Tradiciones y leyendas mexicanas publicadas por Vicente Riva Palacio y Juan de Dios Peza en 1885 en medio de las polémicas de los liberales contra los positivistas: Cravioto, treinta y cinco años después participa con los mismos temas en una polémica distinta y cercana. De hecho, rescata las nociones de Justo Sierra en torno a Cortés (Sierra lo llama “padre de la raza” y a Hidalgo “padre de la patria” en respuesta a Bulnes que llama “padre de la patria” a Cortés).


IV. La revista Nosotros
En 1912 surge el primer grupo de seguidores del ateneísmo, la revista Nosotros (1912-1914), formada por alumnos de Rafael López en la Escuela Normal: Francisco González Guerrero, Rodrigo Torres Hernández y Gregorio López y Fuentes. Aunque su obra partió de la escrita por Rafael López y Enrique González Martínez, su interés literario fue consolidar un nuevo grupo. De aquí salió un libro memorable, La siringa de cristal (1914), de López y Fuentes. El libro se caracterizó por llevar al extremo ciertos usos del Modernismo como la rima de partículas átonas, la división de adverbios en mente para utilizar la rima interna, los hemistiquios que rompen la palabra en dos. La obra de López y Fuentes fue reconocida por Manuel Maples Arce como uno de los puntos de partida para romper con la estética modernista. Véase el poema Deshojación, incluido en La siringa de cristal:

Hay muchas gemas raras en la clara vitrina
del cielo, que ha vestido con sus más ricas galas,
y nieva luna como si garza peregrina
volara deshojando las plumas de sus alas.

Te yergues a manera de una afilada espina
y me miras a los ojos; con tu mano, a las
que la luna, cual mota, si apenas enharina,
una flor que aborreces al aire despetalas.

Ves cómo huyen los pétalos y te pones muy triste
y sollozas y gimes porque no conseguiste
arrancar su secreto; entonces lentamente

junto a tus hombros húmedos de luna y de cenizas
“de tu huerto es” –te digo—y reclino la frente
y amenos despetalas tu labios en sonrisas.

Por su lado, a González Guerrero se le debe la primera antología publicada en México del poeta uruguayo Julio Herrera y Reissig (Cvltvra, 1916), quien influyó tanto en López y Fuentes como en Ramón López Velarde. El grupo terminó de forma abrupta en 1914: Torres Hernández murió peleando por Zapata en Morelos, López y Fuentes se alistó para luchar contra la invasión norteamericana en Veracruz, y González Guerrero se dedicó a la crítica literaria en la ciudad de México.
La poesía de los integrantes de Nosotros ha sido casi inexplorada: si bien tuvieron la vida en contra, falta conocer la importancia de la obra de López y Fuentes y su influencia sobre el Estridentismo; falta estudiar la extensa obra crítica de González Guerrero y la figura casi fantasmal del poeta oaxaqueño Rodrigo Torres Hernández. Aún se le debe un estudio a la única revista literaria que pudo resistir durante los días posteriores a la caída de Díaz.


V. López Velarde y el Provincialismo
A mediados de la década comenzó la influencia de la poesía belga; se leyó, sobre todo, la obra de Émile Verhaeren, Georges Rodenbach y Maurice Maeterlinck. Luis Noyola documentó la influencia de Rodenbach en López Velarde. Este autor tuvo una presencia más honda: la obra de Xavier Villaurrutia se inició con un sentimiento literario muy cercano al del autor belga. También Enrique González Martínez dio tres conferencias sobre estos autores y fueron publicadas en 1918 por Cvltvra. Años después, en 1931, Francisco Castillo Nájera hizo una antología, Un siglo de poesía belga que reunió a 78 poetas. Gabriel Zaid considera que los escritores católicos se interesaron por esta poesía ya que simbolizaban la cultura católica moderna. Además, los poetas belgas tocaron el tema del nacionalismo que interesó a la generación de López Velarde.
La publicación de La sangre devota (1916) fue una renovación de la poesía mexicana: la falta de originalidad y de experimentación a que había llegado puede observarse en la obra de los ateneístas menos destacados; en general, se habían dedicado a seguir acríticamente la obra de los principales modernistas. La obra de algunos ateneístas como Manuel de la Parra, Luis Castillo Ledón o Ricardo Gómez Robelo leída a la luz del primer libro de López Velarde los vuelve irrecuperables: ¿cuál habrá sido su encanto antes de la aparición del zacatecano? La sangre devota continuó los caminos iniciados por las obras de Gutiérrez Nájera y Othón, fue una continuación de la tradición poética y no constituyó una ruptura con los paradigmas del Modernismo. Sin embargo, la parte sustanciosa de la obra de López Velarde no fue entendida a profundidad; sus seguidores (Fernández Ledesma, Martínez Valadez) sólo copiaron lo más exterior de su poética. En casos mejores, como los de Alfredo Ortiz Vidales o Francisco González León contribuyeron a la creación literaria de la provincia; los pueblos y las calles de su obra son más parecidos a una novela francesa que a la realidad mexicana. Fue su obra una manera de postular su utopía social.
Pero no debe olvidarse que La sangre devota contiene poemas escritos desde 1908, por lo que el libro puede ser leído como una muestra de la poesía escrita desde la provincia como una respuesta a la estética de la ciudad. Ajena al mundo del ateneísmo, la obra provinicialista de López Velarde tuvo lectores que vieron en ella una recuperación del campo y el pueblo que purificaban la estética corrupta de la ciudad: algunos enarbolaron estas ideas para captar literariamente la provincia. Pero ignoraban que la genialidad de López Velarde provenía de una serie de procedimientos literarios, de la construcción del poema en una forma tan compleja que le ha valido comparaciones con Góngora (Enrique Diez Canedo, José Emilio Pacheco). Fue Antonio Castro Leal, en una nota publicada en El Nacional, quien traspasó los umbrales de la crítica superficial: “Este poeta es, por otra parte, un poco extraño y empieza a mostrar un arte paulatinamente oscuro y difícil. Estas nuevas cualidades nacieron de las viejas cualidades…”
En efecto, desde el principio, la obra de López Velarde tuvo varias interpretaciones. Al cumplirse treinta años de la desaparición del poeta, Alfonso Reyes escribió un comprensivo texto en el que habla de tres aguas que corren por su poesía: el agua corriente del tiempo que transcurre, de la vida cotidiana; el agua en cristal que proviene del Parnasianismo: la escultura y la armonía; y el agua profunda: “voz patética, sensualidad y miedo, simbolismo más o menos consciente, sonambulismo ‘suprarrealista’…” En su momento, no todos los críticos ni todos los poetas supieron encontrar la fuente de esas tres aguas.
De la obra del zacatecano se desprenden dos maneras de concebir la poesía: quienes vieron en la provincia el tema a explotar con los recursos de la poesía francesa y belga (Jammes, Rodenbach, Verhaeren) y quienes tomaron de la poesía del zacatecano las herramientas para renovar la lírica. Estos últimos, estridentistas y contemporáneos, se nutrieron en el Modernismo pero iniciaron la década de los 20 con una experimentación novedosa. En cambio, entre los seguidores del López Velarde provincialista se encuentra un último periodo del Modernismo prácticamente inexplorado (sobre el tema sólo conozco la conferencia de Héctor Pérez Martínez, “Los poetas provincialistas”, Huytlale 11, febrero de 1954, pp. 118-122). Modernistas provincialistas fueron Alfredo R. Placencia, Ramón López Velarde, Manuel Martínez Valadez, Alfredo Ortiz Vidales, Francisco Castillo Nájera, Eduardo J. Correa, Enrique Fernández Ledesma, Francisco González León y Jesús Zavala. En general, a estos autores los unió la visión de la provincia a través de la poesía francesa. Que este periodo esconde poetas de extraordinaria factura puede demostrarlo la obra de González León o la del olvidado Ortiz Vidales. La publicación de un libro prácticamente desconocido, En la paz de los pueblos (1923), puede significar el fin del Modernismo; “En el cuarto. IX”, poema en el que la cuaderna vía resuena sordamente, puede dar fe de la calidad de esta etapa de la poesía:

Yo soy un pobre hombre sin entusiasmo, triste
y como pluma, regla de no sé qué pupitre
oficinesco, vivo metodizadamente
guardado, sin moverme, en medio de la gente.

Hubiera yo podido ser cruz, estrella, rosa
o gozar de la vida señalando la hora
de manecilla, tieso, como grave persona
que ya tiene completa cara de ceremonia.

Pero yo no lo quise y la vida, la vida,
yo no sé, siempre tuve una mirada fría
juzgándola y ella, como mujer perdida
ahora hace burla de mi melancolía.

Por lo demás es dulce, ¡oh!, sí, es suave, hondo,
este vivir aislado casi como un ogro.
Este sol, aquel libro, este oro del fondo
en el cuarto son nadie, ¿no son de veras todo?

Para situar correctamente al Provincialismo, es necesario hacer notar que fue una manera de escribir rechazada prácticamente en su totalidad por el Ateneo de la Juventud. En la obra de González Martínez, sólo “Iglesia de barrio” puede pertenecer a esta estética; más ejemplos puede ofrecer Rafael López, único poeta del Ateneo marcado literariamente por la amistad de López Velarde.

* * * * *

Se ha llamado Posmodernismo al periodo comprendido entre la publicación de Los senderos ocultos y la muerte de Ramón López Velarde. Sin embargo, la existencia del Posmodernismo dependería de la ruptura con los postulados del Modernismo. En realidad, el Modernismo funcionó al revés: la poesía mexicana entre 1880 y 1921 fue una acumulación de recursos literarios modernistas. Las corrientes que en Europa fueron claramente diferenciadas y a veces hasta opuestas, en México convivieron sin problema incluso en la obra de un mismo autor. ¿Es posible diferenciar, por ejemplo, en la obra de Efrén Rebolledo el Decadentismo del Parnasianismo?
La idea de que es necesario conocer la tradición poética francesa es cierta para toda la poesía de la década: los poetas de la Revista Moderna lograron trasplantar a México la poesía francesa hasta los simbolistas finiseculares; los ateneístas incorporaron a los autores neosimbolistas. Con la muerte de López Velarde en junio de 1921, termina el Modernismo mexicano. Existe una conexión con la juventud literaria: José Gorostiza es el encargado de pedir al zacatecano la escritura de La suave Patria.
Pero es cierto: hubo un libro –Azul…– que fue la entrada al Modernismo. Otro habrá que sea la puerta de salida; ese es Zozobra (1919), de López Velarde también. Está fuera de los límites de este ensayo –y del ensayista– determinar si ese libro puede considerarse fuera del modernismo. Lo cierto es que leído sólo con los criterios de la poesía Modernista, las grandes conquistas poéticas de López Velarde se esfuman ante la vista.

Buscar al mejor poeta vivo o al más importante de un periodo es más que un ejercicio: es la puesta en práctica de la creencia en el puesto del poeta como el más prominente del mundo literario. En 1913, Pedro Henríquez Ureña se hizo la pregunta: ¿Quién será el poeta de mañana? Parece que no se dio cuenta de que la pregunta estaba dirigida a quien se esperaba que sucediera a González Martínez: Alfonso Reyes. Julio Torri, al reseñar La sangre devota, llamó la atención sobre Ramón López Velarde y dio respuesta a la pregunta de Henríquez Ureña: “López Velarde es nuestro poeta de mañana, como lo es González Martínez de hoy, y como lo fue de ayer Manuel José Othón”. Acostumbrado a guiar el rumbo de la literatura, Henríquez Ureña quiso leer a López Velarde sin mayor trascendencia: en sus textos críticos, el escritor zacatecano es sólo una nota al pie de la página. En el dossier que acompaña la edición de la Obra poética que preparó José Luis Martínez (México, Archivos del FCE, 1998), el comentario de Henríquez Ureña (escrito en 1949) destaca por la manera de escatimarle méritos al poeta:

Otro tipo de poesía barroca, en que la complicación y novedad de las imágenes que se dan la mano con una cariñosa ternura por las cosas comunes y cotidianas, apareció con Ramón López Velarde, que retrató la vida pintoresca de las viejas ciudades del centro de México y finalmente trazó una breve síntesis del país con su Suave patria.

El gran hecho del establishment fue la sucesión de González Martínez: cuando todos deseaban que Alfonso Reyes heredara el cetro del Poeta, resultó que el mejor poeta apareció fuera del grupo en la forma de un burócrata provinciano, muy alejado de los grandes árboles genealógicos del Porfiriato. Esta sucesión forzosa transgredió las reglas de los grupos intelectuales, pero fue el lugar de donde salió la poesía mexicana contemporánea.

(Este texto fue escrito con una beca del Centro Mexicano de Escritores, 2004-2005)