Otras entradas

lunes, 14 de diciembre de 2009

La falta de sentido del humor


Temo que la falta de sentido del humor se propague entre la bibliografía reaccionaria. Leí el libro de María Teresa Gómez Mont, Manuel Gómez Morin (1915-1939) (FCE, 2008) con grandes expectativas, pero sólo me hizo reír en tres ocasiones. Tres ocasiones en mil páginas es algo colindante con la desesperación. Es algo que no deberían permitirse este tipo de ideólogos, ya que el humor involuntario es la mejor y más efectiva vía de difusión de su ideario. Que el libro entero esté resumido en seis páginas ("El bagaje personal de Manuel Gómez Morin", pp. 764-769) es una broma de mal gusto. Pero que sólo tres veces se logre la carcajada franca hace sospechar en la decadencia de la prosa panista. En la página 86, cuando se dice que el general Salvador Alvarado había sido acusado de bolchevique, una nota informa que bolchevique es "sinónimo de ruso usado en México con tono despectivo". En la página 575, los Tecos, orgullo de la ultraderecha moderna, símbolo de la defensa ante el "comunismo" de Calles, son considerados un grupo "necesario en esa época" de defensa de la Universidad Autónoma de Guadalajara, el glorioso 1935, en que "libertad" y "fascismo" fueron sinónimos. Y finalmente, en la página 883 se afirma que Gómez Morin defendió la propiedad privada "para que el campesino sea dueño de la tierra que cultiva" (¡ese fin y no otro!). Considerar a Gómez Morin como el ejecutor del ideario de Zapata es buen chiste, pero no justifica el trabajo de leer las anteriores 882 páginas.

viernes, 4 de diciembre de 2009

De milagro, como la lotería (Para comenzar a echar las cartas)


Como la sota moza, Patria mía,
en piso de metal, vives al día,
de milagro, como la lotería.

RAMÓN LÓPEZ VELARDE (1888-1921)

–¡Señores, se cierran las apuestas!, ¡se echan las cartas!

Y todos suspensos, con sus semillas de frijoles en las manos. Y a los lados de la feria, las peleas de gallos, los fuegos artificiales, los algodones de azúcar y las aguas de chía. La alegría de los moles y las cajetas de Celaya que se raspan hasta lo último y que saben a resina y a niñez, como decía el poeta. En todos lados prendió el fuego de la lotería, pero el lugar predilecto de los capitalinos del siglo XIX para apostar era San Agustín de las Cuevas (es decir: Tlalpan), a donde se veía frecuentemente a Antonio López de Santa Anna, grande aficionado a las peleas de gallos.

–Bello cuerpo, linda cara, cuando pasas se me para… el que no entiende razones… ¡el corazón!

–Pórtate bien, cuatito, si no te lleva el coloradito… ¡el diablito!

–Cotorro, da acá la pata y empiézame a platicar los trabajos que pasabas cuando no sabías hablar… ¡el cotorro!

–La panza que ella tenía no era empacho de sandía… ¡la sandía!

–El muchacho de Enriqueta era muy afecto a la cha… lupa… ¡la chalupa!

Los dibujos de las cartas de la lotería vienen de lejos. ¿Qué hacen en estas tarjetas las jaras, aquella especie de flecha que usaban antiguamente los árabes? ¿No se sentirá algo solo el catrín decimonónico entre la sirena y el borracho, entre el gorrito y la luna? El académico Guido Gómez de Silva supone que esta palabra proviene de la costumbre que tenían las costureras francesas que a los 25 años no se habían casado, de festejar a Catalina de Alejandría, el 25 de noviembre. Sainte-Catherine es la patrona de las costureras y de las solteras, y por ello las costureras se ponían un tocado “a la Sainte-Catherine” (pues “Catherine” se pronuncia “catrín” y de ahí que se usara para designar a los que tanto se ocupaban de la moda y de su arreglo). Claro que hay imágenes más cercanas, como el nopal, la calavera, la maceta y la araña. Pero algunos como el bandolón, una especie de mandolina de 6 cuerdas triples, hacen evocar el Porfiriato.

–Ponle su gorrito al nene, no se nos vaya a enfermar… ¡el gorrito!

–Tiene roto el calcetín el presumido catrín… ¡el catrín!

–La luna es tuerta de un ojo y tu hermana de los dos… ¡la luna!

–El negrito de La Habana, el que se llevó a tu hermana… ¡el negrito!

–Al ver a la verde rana, ¡qué brinco pegó tu hermana!… ¡la rana!

–Tanto bebe el albañil, que quedó como el barril… ¡el barril!

–Buzo, cuando del mar salgas, tráeme una sirena con algas… ¡la sirena!

Generalmente, había alrededor del puesto más gente de la que jugaba porque la diversión lo mismo consistía en ganar que en escuchar a los gritones. Conforme aumentaban las apuestas, el dueño de la lotería iba diciendo las cartas más rápido. Pero el momento más difícil se alcanzaba cuando se tiraban las cartas sin decir la palabra sino que sólo se hacían alusiones: “¡El que le cantó a san Pedro!”, “¡Aráñamelo si puedes!”, “¡La pelea de las mujeres!”

En Pedro Páramo, Juan Rulfo dice que la feria era como una aureola sobre el cielo gris. Y a lo lejos del pueblo sólo se escuchaban los gritos de los borrachos y de la lotería: “¡La dama!, ¡la bandera!, ¡la mano!” Hasta que algún afortunado, el que no se distraía y el que iba poniendo rápidamente sus frijoles sobre el cartón, gritaba emocionado:

–¡Lotería!

Decía que las imágenes de la lotería vienen de lejos, arrastrando algo del tarot y del zodiaco y de la suerte medieval. De la Fortuna, parada sobre una rueda, en la que el hombre a veces va arriba y a veces abajo. Los poetas renacentistas decían que la única ley de la fortuna era que no tenía leyes. Parece que los primeros en entregarse al juego de la lotería, poniendo monedas sobre planas ilustradas, fueron los italianos de la época del renacimiento (en donde también se acostumbraba el tarot, con signos que posiblemente inspiraron a la lotería: la muerte, el diablo, la estrella, la luna, el sol, el mundo). Fueron los italianos los que hicieron de la lotería una institución dirigida por el gobierno para poder llevar a cabo “obras pías” (aunque, posteriormente, el rey Luis XIV hizo un sorteo de lotería para pagar los gastos de su boda, en 1665). Y fue un italiano, el filósofo Antonio Gramsci, el que llamó a la lotería: “el opio de la miseria”. Según el español José María Valverde, para los italianos, elegir los números de la lotería ha sido siempre un arte: muchos reciben revelaciones de los muertos, se inspiran en los objetos que ven azarosamente en la calle y, fundamentalmente, en los sueños. En un diario italiano se cuenta que la yegua de un carruaje dio a luz sorpresivamente, pues el cochero no había advertido su estado. El diario remataba la noticia diciendo: “El suceso ha provocado gran número de jugadas a la lotería”.

Cuando Ramón López Velarde recibió del Secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, la invitación para hacer un poema para festejar el centenario la Consumación de la Independencia (27 de septiembre de 1821), planeó un gran poema para hablar de su relación íntima con México. Los pericos volando sobre el cielo como un relámpago verde, las grandes extensiones de prados en donde el tranvía es tan pequeño que parece un regalo de juguetería, el paisaje bajo el sol tan exuberante que parece la corona del príncipe de Francia, el olor de la panadería vaciándose sobre las calles mojadas. Cada imagen de “La suave patria” explica el amor del poeta por su patria personal. En sus imágenes es posible percatarse del deslumbramiento por las riquezas del país, por los bosques y su madera, por las tierras labrantías sobre las que llueve caudalosamente. Toda la riqueza de México, las épocas de recolección y la extracción de plata (en dos sentidos: se extrae en México y la extrajeron de aquí los españoles), las grandes extensiones de maíz, la economía agropecuaria (el establo que nos escrituró el niño Dios). “La suave patria” es un canto a la abundancia, por más que el Diablo también haya puesto a nuestro nombre el petróleo (desde entonces el Diablo se opuso a la expropiación y no ha dejado de rondar la reforma petrolera).

Tal vez, uno de los aspectos que más intrigó a López Velarde fue el florecimiento de la miseria en medio de tanta riqueza: los mexicanos pobres en medio del petróleo, el ganado, la agricultura, las cosechas y el comercio. En medio de la planeación y el trabajo, le parecía que el mexicano tiene culto por el milagro y por el azar. El poeta no era ajeno a la vida incierta, y por eso se comparaba con el trueno, que cae sobre la tierra como si jugara a la ruleta: “y oigo en el brinco de tu ida y venida, / oh trueno, la ruleta de mi vida”. Con su piso de metal –pues bajo el suelo de México hay principalmente oro, plata, plomo, zinc y cobre–, México vive al día, apostando su patrimonio: “Como la sota moza”. Juan José Arreola informa que la sota moza es la carta que debe salir primero “si uno apostó sobre ella, ya sea de oros, de copas, de espadas o de bastos…” Este divertido juego que consiste en comprometer el patrimonio nacional de hoy y de varias generaciones, se sigue jugando con mexicana alegría, y gracias a esa costumbre continuamos viviendo de milagro, como la lotería.

Acerca del milagro como forma de vida, vale la pena leer un párrafo del escritor francés Rémy de Gourmont:

“Nada hay más esperado que lo inesperado; nada que en el fondo nos sorprenda menos. Lo que nos asombra por encima de todo es el desarrollo lógico de los hechos. El hombre está en perpetua espera del milagro, e incluso se enfurece si éste no sucede, con lo cual se descorazona. Pero el milagro acontece a menudo. Las vidas más humildes no son más que una serie de milagros o, más bien, de azares. Se dirá que verdaderamente no hay azar y que esta palabra no hace más que confirmar nuestra ignorancia sobre el encadenamiento de las causas. Pero siendo indescifrable este encadenamiento para nuestro espíritu, llamamos azar a todos los acontecimientos que, aun prestando nuestra mayor atención, nos sería imposible discernir su llegada. Se forman, se producen, pero no los conocemos ni podemos conocerlos. Y es bueno que no podamos. Es una acción indiferente, ya que la vida sólo es un acto de confianza en nosotros mismos y en la benevolencia del azar.”

En la Nueva España se decía que la lotería era el “más moderado de los juegos de suerte” porque se hace a la vista de la autoridad. Francisco Xavier de Sarría, un español de finales del siglo XVIII, convenció al rey Carlos III para que decretara una institución para promover la Real Lotería, cosa que logró en 1769, convirtiéndose en su primer director. Poco después se hicieron los sorteos con huérfanos españoles del colegio de San Ildefonso, quienes gritaban los números premiados a la vista de todos. El primer “gritón” se llamó Diego López y tenía 5 años cuando trabajó en el primer sorteo.

Desde entonces, los jugadores se han preguntado cuántas probabilidades hay de ganarse la lotería. Sobre esto se han escrito libros y libros con teorías que dan extensas estadísticas con años enteros de resultados, pues muchos autores piensan que la lotería tiende a “compensar” los números que salen menos. Pero como dicen los conocedores de la estadística: “La lotería no tiene memoria”. El matemático Émile Borel que se dedicó a estudiar los juegos de azar, en su libro Las probabilidades y la vida, dice que muchas personas rechazarían comprar un billete con cifras dispuestas de una manera especial, como el 272727 y, con mayor razón, el 222222. Aunque la probabilidad de que salga ese número es la misma para todos los números, la gente dirá: “Es completamente imposible que alguien gane un premio con el número 222222.” Entonces esa persona busca los resultados, ve que lo sacó el 475632 o el 235902 y piensa que el sentido común no lo engañó y que hizo muy bien en no comprar el 222222 y sí el 489542 –que tampoco salió premiado.

Según sus cálculos, Borel dice que un una serie de un millón de billetes, hay 10 formados por cifras iguales. Si se organizaran 25 sorteos al año, la probabilidad de que salga uno de ellos es de uno cada 4 mil años. Es decir, que un billete de lotería cualquiera (si en el sorteo se juegan un millón de billetes) tiene la probabilidad de salir cada 40 mil años. Sin embargo, hasta el que no cree en milagros cree en la lotería. Porque algo tiene de milagroso no tener que trabajar. En el futuro y en la lotería viven muchas íntimas esperanzas. En 1843, el escritor mexicano José Gómez de la Cortina (1799-1860) describió los pensamientos que rodean a la palabra “lotería” en un texto en el que defendía que el gobierno siguiera promoviendo la lotería, pues a causa de los problemas del país, esta institución había sido descuidada:

“¡La lotería!… ¡Oh! ¡Palabra mágica! ¡Palabra encantadora!… ¡La lotería!… ¡como quien no dice nada! ¡La fortuna de cualquier hijo de Adán, adquirida de bóbilis bóbilis, sin necesidad de arar, ni de tejer, ni de pellizcar cinta tras de un mostrador, ni de ir a China a vender opio, ni de hacer nada más que comprar, por el modesto precio de cuatro pesos, una libranza de veinte mil, pagadera al portador; y tenderse a la bartola, esperando que llegue el día del sorteo!… ¡Oh!… Esta sí que es invención sabia, útil y filantrópica… ¡Y a nadie ha ocurrido erigir una estatua ecuestre, o pedestre o de cualquier especie al inventor… Ciertamente la merecía algo más que otros héroes, que vemos por ahí encaramados en pedestales y en caballos, pues que halló el medio, no sólo de proporcionar a los pobres mortales las mayores ilusiones y las esperanzas más halagüeñas que puede concebir el corazón humano, sino de mantenerlas en incesable continuación.”

¡Quién le diría al conde de la Cortina que con todo y los estudios del doctor Émile Borel en contra, un año más tarde ganaría en un juego de lotería un premio de 50 mil pesos! Porque a pesar de los estudios estadísticos, lo único cierto es que cada semana hay un ganador que desmiente con su suerte, las millones de probabilidades en su contra.

Guadalupe Loaeza nos propone en este libro una lotería de mexicanos; de mexicanos a los que favoreció la suerte, que decidieron su vida como en un juego de azar; que aseguraron su gloria con un solo libro o con una sola canción, a los que les debemos el colorido y la musicalidad del arte mexicano, a los que se convirtieron en los rostros emblemáticos del cine mexicano, a los que han sido héroes y los que han sido villanos, a los que han vivido auténticos milagros. Todos son personajes excepcionales en cuyas vidas indiscutiblemente se ha presentado la suerte con sus miles de rostros. Con los poetas, políticos, compositores, actrices, galanes, periodistas y cantantes que desfilan por estas páginas, se podría hacer un juego de lotería que simbolizara la riqueza y el milagro que significa vivir en México.
14 de septiembre de 2009

(Prólogo al libro De mexicanos como la lotería de Guadalupe Loaeza, Ediciones B, 2009)

viernes, 30 de octubre de 2009

Murieron otros… (sobre Pedro Requena Legarreta y los poetas muertos)


A la derecha, casa de Pedro Requena Legarreta

Para mi amigo Christian Gaudí, quien murió a los 24 años el 4 de abril de 2009

I
Los muertos rieron, tocaron pieles, amaron, besaron labios, durmieron, despertaron, la admiración los turbó por un momento. Y luego su vida se detuvo, repentinamente, como para dar la imagen de la perfección. Como si el río de la vida, congelado de pronto, guardara la ilusión de la vida. Y el momento de la felicidad quedara petrificado dentro de una gota de ámbar para ser contemplado. Entonces, se opera una inversión que nos hace a los vivos: incompletos. La vida aún no se resuelve en nosotros, no ha desembocado en ninguna parte. Y los muertos, desde su culminación, nos miran, perfectos.

Y luego están aquellos muertos que pelearon valientemente y que ahora nos dan una bella lección histórica, ya que partieron hacia la guerra para enfrentar su destino y pelear en las trincheras por intereses que afortunadamente no comprendían. Tenían una cita con la muerte e hicieron de su destino personal una bella parábola que felizmente oculta los motivos económicos que llevaron a la muerte a ocho millones de personas en la Primera Guerra Mundial. Iban alegres, con una misión histórica a cuestas y sólo vieron el horror de la guerra cuando ya no era posible volver atrás.

Después vino la influenza, la cual mató probablemente a cien millones de personas en el mundo, entre 1918 y 1919. Se le llamó gripe española, no porque hubiera surgido en ese país, sino porque fue el único gobierno que no ocultó los datos de la enfermedad que tenía un índice de mortandad del cincuenta por ciento.

Ese terreno desolado fue el suelo propicio para que brotara el ocultismo, y se recopilaran enormes cantidades de testimonios de presentimientos, premoniciones y de telepatía de ultratumba. Pues “jamás nuestra tierra, desde que se humanizó, vio acumularse sobre ella, en tan poco tiempo, semejante masa de muertos jóvenes ávidos de sobrevivir” (Maurice Maeterlinck, El huésped desconocido). La desesperación de otorgar a cada muerte individual un sentido trascendental, que explicara la causa por la que toda una generación se extingue en plena juventud, en cierto sentido hace comprensible la difusión de la obra de Rabindranath Tagore (1861-1941), en la cual el ser supremo tiene la cortesía de enviar un emisario para avisar a cada hombre la decisión de su muerte. ¡Y aun el agonizante elevaba una alabanza para agradecer su destino!

El año más importante fue, definitivamente: 1914, el inicio de la guerra por la cual “la eternidad se sentía orgullosa del hombre” (Antonio Castro Leal). ¿Qué resonancia sentimental tenía en aquellos que fueron llamados para morir? El mismo crítico escribió al respecto: “El mejor día, hastiados de la tranquilidad, nos arrojamos fuera de nuestra patria. En la mesa de trabajo queda un manuscrito sobre la poesía bucólica y en el bolsillo del abrigo nos ponemos unas cuantas monedas y los diálogos de Buda. Partimos. En ocasiones hasta el infierno es un país agradable, por nuevo… La guerra no me aparece, decía un soldado, en su aspecto moral sino en su aspecto cósmico.” Ignoro si esta consolación haya servido a algún poeta. Ni siquiera sé si su propia poesía le haya servido para explicarse el horror de su destino. Pero el poeta estadounidense Alan Seeger (1888-1916) murió en acción, en Belloy-en-Santerre, pues se unió a la Legión Extranjera para pelear por Francia. T.S. Eliot, su compañero de clase en Harvard, escribió sobre él: “Seeger era muy serio en su trabajo y vertió mucho dolor sobre él. El trabajo está bien hecho, y tan pasado de moda que eso casi lo dota de un atributo positivo. Es de altos vuelos, pesadamente decorado y solemne, pero su solemnidad lo abarca todo, no es una mera formalidad literaria. Alan Seeger, como alguien que lo conoció, puedo atestiguarlo, vivió su vida entera en este plano, con impecable dignidad poética”. Seeger vivió en México de 1900 a 1902 y frecuentó las librerías de viejo de la capital; según Castro Leal “contagiándose de los vicios del país, publicaba un periódico literario que nunca aparecía en su fecha… El cuadro del paisaje de sus poemas es bien mexicano y hasta hay en su canto un movimiento melódico, aprendido de seguro en nuestra tierra”. También murió Rupert Brooke (1887-1915), el amigo de Robert Frost, a quien W.B. Yeats llamó “el joven más bello de Inglaterra”. Murió durante una batalla en la isla griega de Skyros por lo que la juventud de su país lo reconoció como un nuevo Byron. Su amigo, el compositor W.D. Browne, que estaba a su lado cuando murió, dejó escrito en su diario: “Me senté con Rupert. A las cuatro de la tarde, comenzó a debilitarse, y a las 4:46 murió, con el sol que brillaba en todas las partes, y la fresca brisa marina que sopla por la puerta y las ventanas protegidas del sol. Nadie podría haber deseado un final más tranquilo que en aquella bahía encantadora, protegida por las montañas y fragante con la salvia y el tomillo.” Y murió Leslie Coulson (1889-1916), de quien sólo se recuerda su carácter amable durante los días de la guerra. Murieron más poetas. Murieron otros –pero eso sucedió fuera de la poesía.


II
Existe un cuadro del poeta Pedro Requena Legarreta pintado en 1917, por Alfredo Ramos Martínez. Pedro murió en 1918, en Nueva York, a los 25 años, víctima de la epidemia de influenza. Entonces, su padre, José Luis Requena mandó hacer para ese retrato un marco de madera representando una lira con las cuerdas rotas. Ambos –poeta y pintor– caminaron por la campiña en busca de la inspiración. Requena escribió: “Y tú y yo llevábamos, en la sangre presas, intuiciones y ansias de luces y vuelos, sorpresas causantes de nuevas sorpresas, anhelos creadores de nuevos anhelos. Y en el alma amores e ideas opimas, que a expresarse tienden en ritmos diversos, tú captando luces, yo apresando rimas, ¡Oh vida, ambos ebrios de sol y de versos!” (“Cuadros y versos”)

Cuando murió el poeta terminaron las tertulias del restaurante El Angelo, de la Calle 8, en donde se reunían Amado Nervo, José Juan Tablada, Joaquín Méndez Rivas, el poeta hondureño Alfonso Guillén Celaya, Antonio Castro Leal, José Santos Chocano y Salomón de la Selva, entre otros. Ahí, Rubén Darío había elogiado el talento de Pedro. Ahí, Nervo le había ofrecido llevarlo consigo a Argentina para ayudarlo a difundir su obra. Entonces, su cuerpo embalsamado fue enterrado en el cementerio de Woodlawn, en donde permaneció hasta el 19 de octubre de 1920, cuando sus restos fueron trasladados a México. En octubre de 1922, por iniciativa de José Vasconcelos, Rector de la Universidad Nacional, se le realizó un homenaje en el Panteón Español con la participación de Manuel Toussaint y de Carlos Pellicer, quien se refirió a Requena con estas palabras: “Indudablemente la juventud de México ha perdido con él a su poeta mejor. Hermosa vida de cinco lustros, consagrada al amor, a la amistad y a la belleza. Espíritu ferviente y manos gentiles, existieron para la dicha casi exclusivamente… suspendamos este recuerdo sin decir la palabra postrera.”

Requena pretendía ser el mejor traductor de poesía en México, aunque también dejó una notable obra personal. En Nueva York, conoció a Tagore en una de las conferencias del escritor Nobel en el Carnegie Hall, durante 1916. Sobre este encuentro, Requena escribió: “La voz aguda de Rabindranath Tagore, una voz penetrante y bien tímida, tórnase grave y pausada cuando asienta los principios de su filosofía, apasionada cuando habla en defensa de su patria o en contra de Inglaterra, e irónica cuando satiriza finamente los progresos morales de los pueblos de occidente” (Revista Universal, Nueva York, diciembre de 1916). Posteriormente, Tagore conversó en varias ocasiones con Requena acerca de su obra literaria. Joaquín Méndez Rivas, amigo del traductor, anota que las traducciones del Gitanjalí se hicieron a partir de las versiones que Tagore hizo de su propia obra al inglés; pero Requena, para intentar acercarse en lo posible al sentido original, estudió la filosofía de los upanishads y recogió datos del propio autor.

Como parte de la colección Cvltvra, apareció en 1919 la Antología de poetas muertos en la guerra (1914-1918) con versiones de Pedro Requena y un ensayo y notas de Antonio Castro Leal. La antología es una muestra literaria de una generación que murió en la guerra europea; en ella se encuentran siete escritores ingleses, seis franceses y un estadounidense, nacidos entre 1868 y 1895. Los autores de la Antología consultaron en Nueva York la amplia bibliografía que fue apareciendo luego de la muerte de los poetas. Antonio Carreira, uno de los más importantes especialistas en Góngora, considera a los poetas del libro “magníficamente traducidos” y aventura que Max Aub pudo componer su libro Imposible Sinaí (1982, póstumo), una muestra de poetas y traducciones apócrifos, inspirado en la Antología de poetas muertos en la guerra.


III
El 16 de octubre de 2005, a las seis cuarenta de la mañana se derrumbó una casa que se encontraba en la calle de Santa Veracruz 43. Durante mucho tiempo fue conocida como Casa Requena, hasta que el nombre fue olvidado y se comenzó a llamar Mansión Mazahua por haber servido de hogar a 42 familias indígenas durante años. En el centro del patio estaba la vieja fuente, tapada por los escombros. En las paredes del primer piso se encontraban aún los mosaicos venecianos pintados a mano que la familia Requena mandó traer de Europa para decorar la casa. Antiguamente, la Casa Requena había sido una de las residencias porfirianas más célebres, por la decoración delirante que José Luis Requena había mandado hacer, gracias a la fortuna que había hecho como empresario minero. Por los días del derrumbe, alguna persona pegó sobre la fachada una serie de fotos de la casa con la decoración original. Las fotos de Pedro y de los muebles art nouveau que hace décadas la familia donó a la Universidad de Chihuahua. Las fotos de las recámaras copiadas de los cuentos de Perrault. Los muebles que parecían inspirados en los dibujos de Julio Ruelas.

Pedro Requena vivió en esa casa durante su infancia y adolescencia. Aunque fue enviado a estudiar a Estados Unidos, regresó para inscribirse en la Escuela de Jurisprudencia. Pasó esos días con sus amigos en la pastelería El Globo, en los teatros que presentaban óperas italianas y leyendo a los escritores franceses cuyos libros había traído de Europa su amigo Víctor Velázquez –hijo adoptivo de Félix, sobrino de Porfirio Díaz. Pero su vida en la Santa Veracruz terminó cuando su padre estuvo a punto de ser asesinado por Victoriano Huerta, por haber participado en la candidatura presidencial de Félix Díaz. Entonces, la familia huyó del país y se dirigió a Nueva York. Entre otras circunstancias, la lejanía es una de las causas por la que la obra de Requena se ha olvidado completamente. Tuvo un destino literario que Gabriel Zaid resumió de esta manera: “Requena pasó de ser famoso, sin ser leído, a quedar descartado, sin ser leído”.

(Revista Tierra Adentro 159, agosto-septiembre de 2009)

martes, 6 de octubre de 2009

El sentido cervantino dentro de la obra de Alfonso Reyes (Reflexiones en forma de espiral)


Para Sergio Fernández

Miguel de Cervantes nunca fue una circunstancia “exterior”, es decir nunca fue motivo de unión pública para los ateneístas. A estos jóvenes los unió primero su guerra contra Gabino Barreda y su interés en sacar el positivismo de la Escuela Nacional Preparatoria; luego, su deseo de conocer la pintura europea; defender el legado de Manuel Gutiérrez Nájera; dar conferencias acerca de lo que era la actualidad cultural en México y Europa; leer a los griegos –y a los alemanes que se consideraban helénicos (y sortear a Nietzsche, quien les dio motivos de preocupación moral). Y hay que aceptar que como generación hicieron bastante al redescubrir a sor Juana y a Juan Ruiz de Alarcón. El tercer centenario de la publicación del Quijote pasó por encima de ellos, como pasa el agua de la tormenta por encima de una casa de dos aguas, mientras adentro se habla del buen tiempo. Los mayores –Manuel José Othón, Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo y Francisco de Icaza–, ellos sí se ocuparon de Cervantes, pero por alguna causa, los jóvenes se encontraban lejos de su influencia. (Susana Quintanilla en su reciente libro “Nosotros”, sólo hace una mención a Cervantes: Reyes y Torri se conocieron platicando del libro Novelistas anteriores a Cervantes, de Buenaventura Carlos Uribau.)

Si hago esta circunscripción es porque quiero preguntarme cuál es la razón por la que Cervantes aparece sólo de manera marginal en uno de los principales grupos de humanistas de México. Porque frecuentemente se da por hecho que Miguel de Cervantes está ahí de una manera tan real y objetiva como si siempre hubiera estado con la misma fuerza. Decía que adentro de la casa se hablaba y afuera llovía, y bien podía ser un diluvio y la casa flotar por encima de la inmensidad del agua, de todas formas, uno está obligado a meter sólo una pareja de cada especie al interior para preservarla de la inundación. Y ya se ha hecho suficientemente el censo de lecturas del Ateneo (Goethe, Nietzsche, Anatole France, Góngora, Shakespeare, Schopenhauer, Platón, Walter Pater, William James, Rodó, Poe, Azorín, d’Annunzio, Darío) como para saber que el encuentro con Cervantes se trata de un asunto estrictamente personal, que tiene que ver con ese “yo” que fabrica su propia obra artística. Y ese hombre que pretende ser provechosamente nacional abre la puerta de su casa, como para huir de su propia circunstancia y cae inesperadamente en un mar generosamente universal de la cultura.

Yo no soy cervantista y mi acercamiento a su obra es necesariamente externo, es decir que lo veo en relación con todo lo demás. Y generalmente escucho que Cervantes es un problema resuelto, que por ciertas razones es la literatura de donde parte toda la concepción moderna del arte. Pero eso no es así, o por lo menos no fue así para Alfonso Reyes, quien se enfrentó a la literatura española con otra “correlación de fuerzas” (si se me permite usar esta expresión) y tuvo que comenzar a despejar sus incógnitas de manera personal. Darle un sitio a Góngora, pues le tocó admirar su obra antes de su descubrimiento oficial. Y dedicar su tiempo al Arcipreste de Hita, a Gracián, a la picaresca española. Y a un enigma llamado Cervantes. Un enigma que no está ahí para que lo solucionemos sino para convertirnos en parte del problema. Una obra literaria en la que los personajes no saben que son literatura y son transformados en literatura por un personaje que al imitar a los antiguos caballeros andantes comienza a convertir su realidad en una realidad literaria de una manera tan convincente y voraz que se vuele el epicentro de una conversión generalizada. Y para que ésta se logre realmente, tiene que abolir la frontera entre el adentro y el afuera de la obra.

“El cervantismo de Alfonso Reyes es muy marginal”, escribió Manuel Alcalá en 1966. Si regreso a este tema luego de que ya se ha enunciado algo tan categórico es sólo para extraer un sentido a una serie de textos y comentarios dispersos en la extensa obra ensayística de Reyes, a lo largo de cincuenta años. Y una relación literaria que supuestamente comenzó en la infancia: “Mi primera lectura data de aquel enorme infolio con las magníficas ilustraciones de Doré que hacía mis delicias en la casa paterna. El volumen me ‘quedaba grande’, y yo tenía materialmente que sentarme en él para leerlo” (“Quijote en mano”). Una relación menos estrecha de lo que pretendía cuando le escribió a Henríquez Ureña en 1908: “¡Ah! También voy a leer el (Quijote) (que quiere decir X 4ª vez)” Una afirmación hecha a los 19 años y que no creyó José Luis Martínez (“una presunción infantil, típica de la ambición intelectual”) y posiblemente tampoco Henríquez Ureña quien respondió con una frase más o menos hueca: “El látigo de la sátira está fabricado con fibras del propio corazón desgarrado”.

El general Bernardo Reyes se equivocó al pretender suceder a Porfirio Díaz, y la misma tarde que se lo propuso al dictador fue exiliado del país. Volvió a equivocarse el día de su muerte, cuando trató de entrar a Palacio Nacional, el 9 de febrero de 1913, y fue alcanzado por una bala. Alfonso salió de México luego de negarse a colaborar con el gobierno de Victoriano Huerta. En España comenzaron las primeras menciones a la obra de Cervantes, aunque tienen un carácter indirecto ya que provienen de la lectura de la obra de Azorín. En 1900, este autor había escrito El alma castellana, dos retratos líricos de Castilla, dedicados al siglo XVII y al XVIII, para dejar constancia de una continuidad en el tiempo, una continuidad conocida como “alma” que pretendía darle contenido al problema del nacionalismo; y cinco años más tarde, La ruta de don Quijote, un encargo de Manuel Ortega Minilla, director de El imparcial, para que Azorín viajara a La Mancha y le explicara minuciosamente al lector español cómo eran trescientos años después los pueblos que visitaron don Quijote y Sancho. (Para más señas, Ortega Minilla le regaló previsoramente un arma de fuego a Azorín para que se defendiera de los salteadores de caminos.) A lo largo de los pueblos, pobres y abandonados, el autor vio o quiso ver la realidad como una extensión de la novela de Cervantes. Azorín, un costumbrista que pretendía construir cierta metafísica de las costumbres, escribió largamente sobre Cervantes siempre en estos términos. Pero su “alma castellana” siempre fue cervantina. Visión de Anáhuac (1917), la descripción alfonsina de la ciudad de México en el momento de la llegada de Cortés, pretendía ser el primer capítulo de una serie dedicada a describir el carácter mexicano, siglo por siglo, a la manera de Azorín. Con lo que quiero decir que en ese momento Azorín fue más significativo para Reyes que Cervantes y que el par de notas que dedicó a Cervantes en 1915 y 1916, fueron a propósito de los textos de Azorín, La ruta de don Quijote y una novela sobre la juventud de El licenciado Vidriera.

La mayor parte de las referencias a Cervantes en la obra de Reyes son las diez recensiones de libros que escribió para la Revista de Filología Hispánica y dos más para el diario El Sol, entre 1916 y 1918. Las cuales no pasan de las 20 cuartillas pero ayudan a conocer las ideas en torno al Quijote que comenzaron a circular en España hace noventa años: el anuncio de las ediciones de Rodríguez Marín, el comentario de Cervantes en la literatura inglesa, de José de Armas, del que Reyes extrae el siguiente párrafo: “Con muy justificada satisfacción ha dicho este eminente hispanista (J. Fitzmaurice-Kelly) que su patria fue la primera en traducir el Quijote, la primera en publicarlo en español lujosamente, la primera en hacer el comentario de su libro y la primera en publicar una edición crítica de su texto, la de 1899.” Y a propósito de Cervantes y el romancero, de Chacón y Calvo, Reyes escribe: “Cervantes, como lo es por su espíritu toda la literatura clásica española, era un folklorista; no sólo por el folklore que en su obra aprovecha, sino por el procedimiento constructivo de su obra. Aun sin refranes y bailes, su obra sería de inspiración folklórica; pero, entendido esto, cobran mayor sentido todos los elementos directos de corte popular que la obra contiene.” Por encima de los ensayos publicados en esa época, hay dos obras que parecen haber interesado más a Reyes, la conferencia sobre don Quijote de William Paton Ker y el ensayo de Giovanni Papini “Don Quijote del Engaño”, publicado en La Voce, de Firenza, en 1916. Acerca del crítico español, escribe: “Las opiniones literarias de Cervantes… ofrecen un problema que no siempre ha sido bien planteado: el Quijote las expone muy largamente. Y resulta que ese libro tan generoso y tan amplio fue escrito por un hombre que participaba de todas las supersticiones de la preceptiva de su tiempo”. El “descuido” técnico de Cervantes hace del Quijote uno de los libros más descuidados: “si fuera antiguo, los críticos habrían creído hallar en él, como en la Ilíada, varios autores y varios interpoladores sucesivos.” Pues entonces se encontraba presente la polémica de si era pertinente leer “filosóficamente” el Quijote (José Enrique Varona, según Reyes, rechaza esa lectura en su libro Cómo debe leerse el Quijote). Sin embargo, Ker sugiere que es imposible leer la novela siguiendo sólo alguna de las intenciones manifiestas del libro, ya que se llega a un callejón sin salida o a una serie de contradicciones. Toda la novela es “una selva de invenciones, pero también de intenciones e ideales artísticos”. En este contexto, la lectura de Hegel: el libro contra la caballería es esencialmente caballeresco en la persona de don Quijote.

La interpretación de Papini, según la cual don Quijote no es un loco sino un imitador que se finge loco y que logra engañar a todos, incluyendo a Cervantes, parece haber tenido mayor influencia sobre Reyes. El sentido profundo del protagonista sería: romper con las limitaciones de su ambiente fingiéndose loco para poder viajar, pues sólo los locos tienen el privilegio de errar a su antojo. El verdadero loco es Sancho, que cree en don Quijote, el cual a su vez no tiene ninguna virtud, ya que ayuda a los débiles por imitación, nunca por convicción. Los demás personajes sospechan de su cordura, al punto de llamarlo “el cuerdo loco”. La cueva de Montesinos es la clave de su disimulo; y para en seco a Sancho, cuando éste comienza a inventar: “Si quieres que te crea, créeme mi historia de la cueva de Montesinos”. Papini y Ker coinciden en la necesidad de desconfiar de las intenciones manifestadas en la novela. Ya que se trata de una “miscelánea” en la que aparece poesía burlesca, novelas insertadas, crítica literaria de manera directa o en forma de parodia, trozos retóricos sobre temas y lugares comunes medievales o humanísticos. Pero en medio de todo esto se abre paso el tema fundamental, el viaje, porque los libro más profundos y populares son los de viajes, La Odisea, La Eneida, La Commedia, Gulliver, Robinson, Simbad, Fausto. “Todo gran libro es un remedo del Juicio Final, y para juzgar a los hombres hay que viajar y conocerlos”.

Luego de estas breves anotaciones sobre Cervantes, Reyes se refirió a su obra siempre a propósito de cualquier otro asunto. Siempre de una manera característica de su procedimiento creador, es decir, anotando diariamente, sumando cuartillas para organizar un libro, la obra cervantina puede decirse que revoloteó sobre las cuartillas de Reyes. Adolfo Castañón y Alicia Reyes seleccionaron 140 pasajes en los que el ensayista rememora un pasaje o pone un ejemplo extraído de la obra de Cervantes. Ciertos pasajes estuvieron presentes siempre, como la quema de libros hecha por el barbero y el cura, la cual es atribuida por don Quijote a su enemigo el sabio encantador Frestón. Para Reyes, Frestón es un personaje con aspectos liberadores, pues no se puede emprender la aventura ni el heroísmo si se tiene a cuestas una biblioteca de 10 mil volúmenes. Por eso los héroes no tienen libros. Si tan sólo viniera Frestón a hacer la crítica literaria de nuestras bibliotecas para aligerarnos la vida, porque un libro llama a más libros. “Leer y escribir se corresponden como el cóncavo y el convexo; el leer llama al escribir, y éste es el mayor y verdadero mal que causan los libros” (“Mal de libros”, en Calendario, 1924).

De esa quema de libros, Reyes toma el nombre de Antonio de Torquemada, ya que es uno de los autores enviados a la hoguera, aun cuando en el Persiles, es tomado como modelo para la descripción de las regiones nórdicas. Así es que el único ensayo largo de tema cervantino es el dedicado a Torquemada, en 1957, el cual es una monografía de los libros “censurados” por Cervantes. Antes, sólo hizo un relativo balance de su lectura en el ensayo “Quijote en mano”, de 1947. Reyes adoptó frente a esta obra una actitud enciclopedista, pues sus comentarios son observaciones léxicas, aspectos detallados de la expresión cervantina, y sobre todo son señalamientos de pasajes que pueden servir como ejemplos útiles para acomodar en la propia obra. Me parece que hay cierta desilusión de parte de Reyes ante don Quijote y ante Sancho. Treinta años después de su comentario a Papini, todavía resuena esta teoría en su mente, sobre todo en la afirmación del ensayista italiano: “En la vida del Quijote no hay drama porque no hay seriedad”. Pero Reyes intentó buscar “el drama”, y por eso meditó acerca de la relación de los personajes. Y casi llegó a la conclusión de que algunos –los más– son descreídos y sólo don Quijote vive sumergido en su alucinación. “Sólo Sancho Panza vive en un patético vaivén. Ya duda, ya cree, ya sigue a don Quijote a ojos cerrados; ya se le aparta, a veces irónico y otras simplemente desconfiado. Este vaivén de Sancho Panza es el dinamismo trágico del Quijote. En su corazón, y sólo en su corazón, acontece la verdadera tragedia. Desde que Sancho entra en arreglos con Don Quijote, se condena a vivir, textualmente, con el corazón hecho pedazos.” Reyes recordaba que al final del libro Sancho se sentía defraudado por su amo cuando éste acepta dejar la caballería. Pero en su relectura de 1947, se dio cuenta de que Sancho no adopta ninguna postura patética ante la inminente muerte de Alonso Quijano. Al contrario, Cervantes hace saber que “Sancho se regocijaba; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muera”. “Con estas palabras al descuido –concluye Reyes–, Cervantes ha matado en mí al Sancho Panza que yo había empezado a forjarme. Le ha quitado su más alto sentido, su valor artístico definitivo y perdurable: el ser el personaje mismo en quien se libra el combate trágico de la obra. Perdón por la insolencia.”

Alfonso Reyes no hizo teoría novelística; esa omisión no es un abandono ni una falla de su parte. Reyes tampoco era proclive a mostrar su tragedia, si es que la tuvo o si es que sospechaba que la tenía. Quisiéramos salir de nuestra vida y verla desde fuera, pero desafortunadamente, por más que nos alejemos siempre quedamos de “este lado”, del lado del yo –lo llevamos con nosotros, pegado. Cervantes vagó por el Mediterráneo, quizá se equivocó al elegir el camino de la dicha. “Erró” en ambos sentidos, como su personaje. Pero es que nadie acierta con su propia vida. Reyes erró por las embajadas y por los países; sintió el error de la muerte de su padre, y erró al distanciarse de la política mexicana, tanto como puede errarse al congraciarse con ella. Pero ninguno de ellos vio su vida, ni tampoco Reyes. Nada de lo que he dicho es una Verdad, y no debería concluir nada, así como Reyes tampoco concluyó sus ideas sobre Cervantes. Pero en la medida en que damos vueltas a lo largo de la vida, erramos. El camino no existe, el camino va quedando siempre atrás, y el que lo recorre no sabe si atrás de sí dejó una tragedia o una comedia.

(Texto leído en la inauguración de la cátedra Miguel de Cervantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Marzo de 2009)

viernes, 25 de septiembre de 2009

"Y por mi lengua quieren levantarse..." (Acerca de la poesía y el 68)


No hay mucho que yo pueda decir sobre 1968. Ni nada que pueda agregar a lo que se ha dicho. Pero por lo menos, tampoco voy a derrumbar nada, ni a quitar un mínimo grano, ya que lo que se ha escrito es historia colectiva y por mucho que los historiadores pretendan relativizar estos hechos, se destrozarán los nudillos tratando de pegar sobre ellos. Ese año es un horizonte en mi paisaje, no puedo alejarme pero tampoco acercarme, sólo sé que detrás de él está: la historia antigua. Que detrás de las montañas, las personas son otras, tienen costumbres ajenas, están ocupadas en otros asuntos. Son muy distintos. Desafortunadamente nosotros nos las vemos con muertos, no sabemos con cuántos, pero son los vivos de ellos. Aunque a decir verdad han dejado de estar muertos para nosotros, pues nunca estuvieron vivos. Sus voces no claman desde las profundidades, no piden nada, se reintegran al flujo anónimo de la historia. Como no tienen rostro, su voz se confunde entre las otras. El historiador se enfrenta al silencio pues cuando llega, tarde a todos lados, se encuentra con el silencio, todos los hechos han pasado y han dejado sus huellas. Continuamente, los historiadores más escépticos (es decir, cuando la versión reaccionaria se disfraza con un sano escepticismo) nos dicen: No fueron tantos, han dejado escapar un alud de gritos, una avalancha de manifestaciones y todo por unos cuantos muertos, pues nuestras cuentas científicas dan un número mucho menor del que ustedes afirman, no se llenó de muertos ese sitio, y lo peor de todo es que ustedes utilizan ese lamentable suceso –es cierto, nosotros nos lamentamos juntos, nada nos duele más que una agresión de este tipo– ustedes utilizan esos lamentables hechos para dominarnos. Más o menos así es el discurso de la historia reaccionaria de hoy, ya que la experiencia le ha enseñado que no hay tantos hechos extraordinarios, pretende quitar los extremos, no hay tantos villanos como suponíamos, pero tampoco tantos héroes. La experiencia, como decía Walter Benjamin, es una misteriosa máscara metálica, no sabemos qué hay atrás de ella cuando habla con su voz de profeta, cuando dice: Lo digo por experiencia. Se remueve la máscara y queda humo tan sólo. La experiencia sólo ve lo que se repite, acumula hechos parecidos, pero no sabe que existe lo extraordinario. Se niega a ver que por encima de la vida cotidiana hay otra forma de existencia, se dedica a reproducir el círculo eterno de la semana laboral, con sus días de asueto y sus horas de comida. Nada hay tan emocionante como un viernes seguido de un sábado al cual sucederá el domingo, consagrado para el descanso y la vida en familia. Con lo cual seguirá dando vueltas la enorme rueda de los acontecimientos. Pienso que el temor a romper la cotidianidad fue durante mucho tiempo el miedo a esa historia, pues los jóvenes de hace cuarenta años estuvieron enfrentados a esos valores que dejaban a la sociedad tal como estaba, pero al mismo tiempo sacrificaba la libertad personal.

Tal vez, esté explicando con cierto misterio, y tal vez el misterio equivale a explicar con el silencio. Pero dentro de ese silencio, hay una serie de murmullos, los de las voces que no se apagan del todo. Es cierto que los muertos están muertos, pero entonces qué es lo que se escucha en la oscuridad. Si nada consta en actas, si no hay nadie, a quiénes pertenecen las voces. La historia está guardando sus mejores galas para festejar dos centenarios, es lógico que quiera ser invitada al festín de los vencedores, que por esta ocasión son los enemigos. Pero estamos acostumbrados, hace cien años, los que festejaban eran los enemigos de los festejados. Pero no debería de alarmarnos, tal vez los que lucharon no harían fiestas tan bonitas, aunque no sabría decir si este centenario promete. Hay tantos motivos de orgullo, como un segundo piso administrado por la iniciativa privada, se pondrán las biografías de los héroes de aquellos que tienen una estación del metro, incluso, no sé si sepan, hay un robot de Hidalgo que explica sus ideales de 9 a 1, de lunes a viernes. Se le aprieta un botón y comienza a hablar, parece que hasta responde las inquietudes del público. Tal vez el responsable de las celebraciones del Centenario sea un robot que repite un discurso hueco, ya que hasta la fecha nadie ha podido encontrarle un discurso con ciertas ideas más o menos coherentes.

De cualquier forma, es más cómodo hablar de todo eso, cuando ya ha pasado tanto tiempo. Zapata está más vivo, eso es cierto, pero no obsta, se le puede invitar al banquete, se puede decir su nombre incluso. De preferencia no, pero se puede, con cierta delicadeza. Pero el 68, tal vez no sea tema. Sí Maximiliano y Santa Anna, pero no estos momentos porque la izquierda no ha dejado de señalar esos hechos. Porque hostigan al poder, porque los movimientos de hoy son deudores de aquel movimiento reprimido tan brutalmente. ¿Que no hubo tantos muertos? ¿Carece de validez entonces darle voz? A mí lo único que se me presenta en estos momentos es la oposición de la historia y la poesía. Ya que hay una corriente actual que pide que se acabe con los “mitos históricos”, la poesía es entonces invitada a pasar al banquillo de los acusados. Esos poetas y sus bellas mentiras, que crean mitos y echan a perder las mentes más lúcidas. Es mejor que se haga un corte preciso entre la realidad y la literatura, clama la Historia, como si la Historia no tuviera una posición interesada. Y se prefiere que los poetas permanezcan fuera de las opiniones políticas, tal vez construyendo sus mundos independientes. Pero en el fondo, mitificar y desmitificar son dos caras de la misma moneda, o una lucha un tanto centrada en la ideología, en tanto que los hechos se escapan. Mientras uno discute con otro, mientras los mitos se cosen y se descosen como Penélope, mientras decidimos si la realidad es cognoscible o no por la Historia, no faltará el político que meta mano en nuestros bolsillos seguro de que el juicio de la Historia se producirá cuando nadie sepa qué era lo que se estaba juzgando. Cuando la Historia junte sus evidencias, cuando reúna valor y grite sus conclusiones volverá a estar rodeada de silencio.

“No consta en actas”. Sí, eso parece. No hay nadie. Nada. Hace poco me enteré en el blog del descendiente de uno de los niños héroes, que la maestra de primaria le dijo: “Los niños héroes no existieron”. Como al descendiente de Aureliano Buendía cuando una buena tarde se enteró por el cura de Macondo de que Aureliano Buendía no existió. Si los hechos no fueron así, cómo fueron. No es que el poeta presente pruebas, presenta experiencias y el poema es el camino por el que sigue su propia verdad. Una verdad que nunca es extensiva, que a lo mucho sirve para que se refleje en ella toda la humanidad. Pero sólo reflejarse. Generalmente, se le pide a la poesía cierta “objetividad”, como si tuviera la responsabilidad de ser el mapa para que se descubra Troya. Se le pide que sea responsable. Se le pide que dé juicios informados. Y la poesía…, bueno, ustedes saben, ya la han visto, la poesía, no hace mucho caso de eso. Se ha tomado muy en serio eso de poner en práctica una libertad interior, quiere salir de sus límites, aun cuando se le pida que sea “políticamente correcta”. Contiene deseos muy profundos, pero los exhibe. Nadie me ha preguntado mi opinión acerca de la literatura comprometida, pero pienso darla, pues sé que nunca llegará la pregunta. Y prefiero que cuando llegue, la respuesta le salga al paso. Como la poesía es compromiso de por sí, no puede objetársele ninguna omisión. Yo debería voltear el cuestionamiento hacia otro sitio. Es la teoría social la que debería darnos alguna respuesta; es ella la que debería responder qué camino seguir para resolver las dudas que formulan los poetas, así como los caminos para convertir esas posibilidades poéticas en realidades potenciales. Desafortunadamente, el compromiso que falta es el contrario, el de la política con la poesía.

No obstante, el poeta sabe sus caminos. Se puede permitir ser voluntarista y mistificador. Se puede permitir cualquier cosa. ¿Dije “cualquier cosa”? Sí, cualquier cosa. Es cierto, se puede permitir la censura. Pero no hay puerta cerrada. Yo, por mi parte, no puedo imponerle nada a nadie. Pero por otra parte tengo el derecho de no ir a donde me llaman. Y no pienso ir detrás de las interpretaciones ritualistas del 68, así como no seguiré cierto voluntarismo insinuado a veces en algunos pasajes del libro. Sobre todo, no me atrae la metáfora prehispánica, que hace de los hechos políticos vividos en 1968 un momento ritual, cíclico, purificador de la historia. Pero como dije antes, el poeta tiene derecho a eso. Sobre todo porque la poesía nunca esconde su visión interesada de las cosas. Siempre es el interés del poeta. Por muy escondido que tenga sus intereses. En última instancia, tiene un compromiso con lo posible. Aunque, viéndolo bien, lo posible es hasta cierto punto interesado. Pienso en un caso concreto, ya que a nada me llevará el rumbo de la especulación. Juan Bañuelos escribe sobre una joven muerta. Bueno, no es sólo una joven muerta. Es Regina Teuscher. Ya ustedes la conocen, pues se hizo un musical al respecto con Lucero. Tenían sus productores tan buenas intenciones democráticas que hasta tuvo un bello subtítulo: “Musical para una nación que despierta”. En él, como en la famosa novela, Regina es elegida por un Lama del Tíbet, aquellos espirituales seres tantas veces han ayudado a la CIA y que pugnan por la teocracia y por el paternalismo. El día en que se presentó el libro, una mujer se levantó de su lugar: “Soy la hermana mayor de Regina”, dijo. “De Ana María Regina Teuscher Krüger. Me llamo María Luisa Teuscher y he venido a preguntarle, señor Velasco, quién lo autorizó a utilizar a mi hermana para hacer tanto dinero, para escribir esa bola de mentiras, de sandeces, para engañar a la gente…” El autor del libro dijo: “Hay muchas Reginas. Usted habla de una de ellas”. Pero eso es anecdótico y a nosotros no nos gusta lo anecdótico, fuchi, nos gusta lo trascendental. Y lo trascendental es que la noche del estreno estuvieron presentes Martha Sahagún de Fox, Francisco Barrio y Rodolfo Elizondo. De ninguna manera estuvo la familia Teuscher, es decir los dueños de esa visión parcial y fragmentaria de esa edecán. Comparto con ustedes los conceptos de El Diario de Torreón del 26 de marzo de 2003: “Regina, un Musical para una Nación que Despierta, cuenta la historia de una niña que nació en el Tíbet y que tiene una misión: despertar espiritualmente a México; lograr un solo pensamiento y así lograr un mejor país, sin corrupción y con los valores por lo que lucharon los héroes que nos dieron patria y libertad. Por todo eso, Regina está relacionada con el gobierno de Vicente Fox; por la esperanza que tenía la gente de ver un cambio, ya que Regina tenía la misión de encontrarse con él y ayudarlo a unir un sólo pensamiento.” Tal vez recuerden que por esas fechas Vicente Fox se declaró heredero del 68. No todo es así, por más que algunos ex líderes del 68 se hayan sentido honrados por esa declaración. De esa manera no se resuelven los conflictos históricos. Por más que Fox se hubiera aprendido las canciones de Lucero, eso no soluciona nada.

Hay otra voz, que nada tiene que ver con la de Lucero ni con su musical. Es el silencio de Regina. La que está en la plancha con el rostro desfigurado, pero con la belleza intacta. Ese silencio que Lucero no deja escuchar es el verdadero fluir del ritmo de aquella época. Hay una voz, definitivamente. Encuentro en los mejores momentos poéticos de los autores reunidos en Epopeya del 68, de José Alberto Damián, Himber Ocampo y Alejandro Zenteno Chávez, una voz recuperada que da voz al silencio y a las voces que claman desde el abismo, a las cuales la poeta polaca Wislawa Szymborska pide disculpas por escuchar un disco de minué.

(Presentación del libro Epopeya del 68, de José Alberto Damián, Himber Ocampo y Alejandro Zenteno; Salón de Actos, Facultad de Filosofía y Letras, 24 de septiembre de 2009)

domingo, 6 de septiembre de 2009

Ciudades invisibles, narradores invisibles



La patria es impecable y diamantina, dijo López Velarde. Florece inaccesible al deshonor; aunque me parece que no opinaban lo mismo los ministros de la suprema corte que hace unos años votaron en contra del poeta de Campeche, Witz Rodríguez, por haber escrito un poema, “La patria entre mierda”. En ese entonces, la ministro Olga Sánchez determinó que el ultraje poético afectaba “la seguridad de nuestra nación”. Desde luego, lo más peligroso es escribir, da igual de qué o sobre qué pues la escritura generalmente tiene forma de espiral y conforme más se le deja sola a su libre arbitrio, alimentándose de sí misma, podrá tomar formas incomprensibles y peligrosas, ya que la libertad generalmente está mal entendida. En algún momento las palabras pueden salir del libro y será inútil cerrar el libro, cerrar las bibliotecas –o inaugurarlas, como no hace mucho lo hizo un presidente, en un edificio enorme, ¡la biblioteca de Babel de la superación personal! Es claro que la Suprema Corte nos protege de las extralimitaciones de nuestra libertad. Como es el caso del poeta Witz Rodríguez, quien escribió: “Yo / me seco el orín en la bandera / de mi país, / ese trapo / sobre el que se acuestan / los perros / y que nada representa”. No comprendo bien los lazos metafísicos entre un regular poema y la desestabilización del país, aunque algo han de saber los ministros que ahora perciben 340 mil pesos al mes para ejercer sus conocimientos filológicos. Sólo hay que tener confianza pues las palabras pueden decir muchas cosas y saltar por donde quieran, como víboras saliendo de un nido, en todas direcciones. Y alguien debe esperar fuera con un martillo para aplastarlas. Las palabras, generalmente no saben lo que dicen, no saben en qué momento ofenden la moral pública, afectan los derechos de terceros, contravienen la paz y la seguridad pública, o perturban el orden público. ¡Y eso ya es demasiado! Alguien debe mantener el respeto por las palabras, por ejemplo la policía. ¿Ven lo que ocurre? Yo sólo quería decir que la patria es impecable y diamantina, como el gran poeta. Pero las palabras salen solas, rumbo a sus propios intereses. En el poema hay bellos consejos como ser igual, fiel al espejo cotidiano, igual en todos los momentos como el ave maría del rosario. Pero nadie siguió el consejo de López Velarde. Fundamentalmente, la patria. Los poetas… bueno, los poetas hacen lo que pueden. Van siguiendo los hechos, poetizan lo que pueden. La Suprema Corte hasta los lee con interés. No, de preferencia no los lee. Sólo si alguien los denuncia. No entremos al tema de la libertad, no tiene mucho caso y se avanza poco. Además, generalmente discutimos mucho, hacemos enemigos y no llegamos a ninguna conclusión. Es mejor, por ahora, pensar que cada quien puede tener su idea de libertad –y que en eso radica su libertad. Así puede decir lo que quiera –y yo ya no mencionaré a la Suprema Corte, pero confío en que no se les olvide que ahí está–, decir lo que sea. Y en una revista hay un diálogo. Aunque cada quien habla por su lado, pero ¿de qué otra forma están hechos los diálogos? Hay que decir que todos los textos tienen forma de círculos concéntricos, como una piedra que cae y cuyos significados se alejan de ella, poco a poco hasta que se disuelven. Claro que en la realidad esto no es así, pero sí en la quietud del pensamiento, cuando escribimos y escuchamos nuestra propia voz extendiéndose sobre el universo. Ahora, si ustedes me preguntan, yo sólo veo que las palabras se sofocan casi al salir de la boca y son silenciadas. Hay tanto qué decir y tantas personas diciéndolo al mismo tiempo que casi no hay tiempo para recibir el interés por nuestra palabra. Pero eso no importa, lo fundamental es que las palabras salen en busca de algo, de otra forma se quedarían en donde estaban, existiendo potencialmente. Hablé antes de un poeta y de su patria. Con cuánta emoción las palabras salieron siguiéndolo. No obstante, el poeta y su patria han quedado muy lejos. El santo olor de la panadería, el ritmo y la lujuria de las horas, los pájaros de oficio carpintero, en fin, ya saben, todo eso. Cuando nuestras palabras salieron, todo eso ya se había esfumado. La palabra salió y esquivó a tiempo un descabezado. Y se enfrentó a otra realidad, la cual, no sé si les interese mi opinión, es completamente inaprensible para mí, no obstante traté de entenderla a através de los textos que están en Tierra Adentro. Creí que yo había llegado tarde a discutir ciertas cosas, entre otras, el tema del centralismo –o el de la marginalidad. Pensé que ya se había discutido todo lo concerniente, pero no es así. Se discute, duele, es que todavía está vivo. Jesús Gardea –a quien desafortunadamente sólo conocía por el cuento “Todos” antologado por Mario González Suárez en Paisajes del limbo y por dos cuentos aparecidos en una colección de Cuadernos mexicanos, de la SEP, me imagino que con la intervención de José Emilio Pacheco– tal vez sea “marginal”. No por vivir en Ciudad Juárez la mayor parte de su vida. O no sólo por eso. Aunque yo tengo mi idea de marginalidad: y es la obra que está dejada de lado por la elaboración de un canon, en algún sitio. El canon no se teje a sí mismo. Tiene una araña gorda adentro, Harold Bloom, aunque ciertamente esa araña no lo decide todo por más que se indigne contra Harry Potter y trate de pescar niños para rellenarlos de “canon”. Comparto la idea de Christopher Domínguez al final de este número (p. 87) de que “el gusto por las estrellitas como forma de calificación” es lo que “vulgarmente se espera de la crítica”; sin embargo, no creo que él haya estado al margen de esa manera de hacer crítica. Pero decía que no todo es así, pues Domínguez Michael incluye a Gardea en su Antología de narrativa sin que éste sea necesariamente reconocido. Me gustaría que se historizara el canon, para no tenerlo como un ídolo, mirando sobre las cabezas, como la espada de Damocles, pescando por la cabeza al autor que no le es grato, para tirarlo al olvido. Porque lo que hay son “trabajadores del canon”, si me permiten decirlo así, aunque sé que no se me permite y de todas maneras lo hago. En medio de todo esto, Tierra Adentro es una fuerza que se opone, no es que esté sola esta publicación, o mejor dicho, sí está sola. Es una fuerza centrífuga, porque además de todo debo añadir nuestro canon es centralista, la cual es su forma de ser provinciano a su modo. O era centralista hasta la aparición de las mafias estatales. (Provinciano en el mal sentido, así como Milán Kundera acusa de provincianismo a los franceses, que no saben el valor de su literatura para el mundo –en Francia, según su libro El telón, es más valorado como escritor Charles de Gaulle que Baudelaire.) No todo es así, por suerte, creo que la respuesta a lo que me preguntaba a mí mismo está en la misma revista: en el tema de las ciudades invisibles. En estos textos veo además autores invisibles, o que asumen cierta invisibilidad para relatar, pues sus interlocutores ignoran su condición de escritor. Y ese narrador invisible, disuelto con su ciudad, se disuelve de tal manera que logra entrar a donde un autor visible no podría entrar. Como un fluido que penetra entre los engranajes de la realidad. De la misma manera, la literatura es invisible para la ciudad, por suerte. De lo contrario no permitiría nada a la literatura. “Lo esencial es invisible a los ojos”, decía el Principito, quien no sabía de Economía Política. No sé si ustedes lo recuerden, la estructura económica de su planeta consistía en podar baobabs de tal forma que las raíces no lo desintegraran. Tal vez se refería a las invisibles semillas que amenazaban con desarrollarse y terminar con su asteroide. Bien podría decir lo mismo el Código da Vinci, ya que la teoría complotista opera en lo invisible. Son semillas que si se dejan crecer destruirán el mundo, como sabiamente aconsejaba George W. Bush. Hay un mecanismo desconocido, sin duda, básicamente el de la economía que mencionan algunos de los autores de estos textos. Hay algunos, como el de la aventura de encontrar mariguana gold en Acapulco que oculta muy bien su posibilidad. Aunque la posibilidad de encontrar peor mariguana es mayor eso no invalida la búsqueda. Así como la búsqueda de medicinas de patente sostiene una forma de vida en Guadalajara, esa industria invisible oculta al mismo tiempo los mecanismos que la hacen posible. Y los escritores invisibles, que tienen que dejar de ser para poder conocer, que tienen que sacrificar su pluma –su computadora– para poder vivir aunque sea por un rato para luego regresar con su experiencia y tomar un cuerpo prestado. Es lo que ocurre en el texto sobre Torreón, ya que los fantasmas toman un cuerpo para existir en comunidad, para presenciar el futbol y ser por medio de esa cohesión que da ser parte de la afición. Ocurre lo mismo con la reportera que conoce casualmente a un traficante sólo cuando se despoja de su profesión. Hay algo que palpita en lo invisible, de tal forma que el ojo que no es visto puede ver y que al develarse como el ojo que observa se pierde para siempre. Decía que veo una fuerza centrífuga que desbarata el monopolio de la Voz y la entrega a otros, para que no se eternice el que habla en la posesión de las palabras. Es el ejemplo a seguir en esta publicación, dar voz a Alguien Siempre Distinto, otorgar un espacio a Todos los Espacios. Y yo, yo sólo quería decir que la patria es impecable y diamantina, si me lo permite la Suprema Corte, y pasar la palabra a alguien que la utilice con mayor responsabilidad.

(Presentación de la revista Tierra Adentro 159, en el Centro Cultural España, 1o de septiembre de 2009)

miércoles, 5 de agosto de 2009

Antonio Caso, una lectura



Hace unos meses, Christopher Domínguez afirmaba, en su columna del Ángel de Reforma, que para su generación Antonio Caso (1883-1946) es un desconocido. ¿El hecho de que desde hace muchos años haya dejado de comentarse su obra quiere decir que están muertos o superados los debates en los que participó con sus ideas? ¿Qué significa que sea uno de los ateneístas menos conocidos? ¿Por qué es un pensador que ni siquiera los conservadores se han esforzado por mantener vivo? Fui a los libros de Caso para regresar con una lectura. Lo poco que pueda decir sobre su obra y su vida está en función de lo que pueda extraer para hacer un posible diálogo con sus ideas.

Caso antes del Ateneo de la Juventud
Antonio Caso Andrade fue hijo de un ingeniero de pensamiento liberal y positivista y de una madre de ideas católicas; y hermano mayor del arqueólogo Alfonso Caso (1896-1970), descubridor de la Tumba 7 de Monte Albán. Su pensamiento filosófico tiene raíces en las ideas familiares, pues por un lado tuvo simpatía por el Positivismo durante su juventud, aun cuando no quedó testimonio escrito de esa etapa; y por el otro, mantuvo siempre un pensamiento católico anticlerical semejante al de su madre y al de varios liberales mexicanos que lo precedieron, como Altamirano o Prieto. Lo demuestra el hecho de que a los 19 años participó al lado de Diego Rivera y José Vasconcelos en una manifestación estudiantil para protestar en contra de José A. Esparza y Antonio Icaza, dos sacerdotes implicados en denuncias de abuso sexual.

Estudió en la Escuela Nacional Preparatoria y recibió con agrado, como él mismo lo manifestó más adelante, las enseñanzas de los profesores positivistas. Eligió la carrera de Derecho por su cercanía con la Filosofía, a pesar de que su padre le había escogido la carrera de Ingeniería. No recibió una educación formal como filósofo, por lo que fue formando de manera personal una biblioteca filosófica que fue consultada por sus compañeros del futuro Ateneo. Desde que estudiaba en la Escuela Nacional de Jurisprudencia destacó entre sus condiscípulos, por lo que el 1º de julio de 1905 fue elegido para pronunciar un discurso de homenaje a Justo Sierra, primer responsable del recién creado Ministerio de Instrucción Pública. A los pocos días, el 27 de julio, fue invitado a leer su primer texto conocido, el poema “Canto a Juárez”, en el Instituto Literario de Toluca. A nueve días de la muerte de Benito Juárez, ocurrida el 18 de julio de 1872, los estudiantes de aquel Instituto organizaron una velada luctuosa, la cual se convirtió en un acto tradicional celebrado anualmente. También a esa etapa pertenece otro poema hoy extraviado, “El alabado”.

Posiblemente, hacia 1905 conoció a Alfonso Cravioto, quien era un año menor que él y compañero de estudios en Jurisprudencia. Cravioto acababa de recibir una herencia de su padre, Rafael Cravioto (1829-1903), ex Gobernador del Estado de Hidalgo, con la que financió la revista Savia Moderna, la cual apareció de marzo a julio de 1906. Esta publicación fue el primer intento de reunir a los jóvenes escritores que no habían logrado formar un grupo independiente de la Revista Moderna de México que dirigía Jesús E. Valenzuela. Varios de los futuros ateneístas comenzaron a publicar en la revista de Cravioto, sin abandonar su cercanía con Valenzuela. En ella apareció el primer artículo de Caso, “El silencio” (marzo de 1906) en el que se notan ciertas ideas espiritualistas, aun cuando en esa época todavía no rompía con el Positivismo.

Álvaro Matute considera que Caso tuvo una serie de coincidencias con el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1883-1946), quien llegó a la ciudad de México en 1906. Ambos fueron ante todo académicos, es decir formadores de discípulos, aunque a lo largo de su vida hayan participado como intelectuales en la discusión pública. A finales de mayo de ese año, Henríquez Ureña fue invitado a las oficinas de Savia Moderna. Allí conoció a Caso, a quien escuchó poco después “en una velada del centenario de Stuart Mill, discurso que me reveló una extensa cultura filosófica y una manera oratoria incorrecta todavía, pero prometedora”. Desde entonces, Henríquez Ureña y Caso iniciaron una amistad reforzada por una serie de ideas en común, pues ambos tenían intereses similares así como cierta insatisfacción ante la educación positivista. En sus “Memorias”, Henríquez Ureña relata la ruptura con este pensamiento:

Una noche, a mediados de 1907 (cuando ya el platonismo me había conquistado, literaria y moralmente), discutíamos Caso y yo con [Rubén] Valenti: afirmábamos los dos primeros que era imposible destruir ciertas afirmaciones del positivismo; Valenti alegó que aún la ciencia estaba ya en discusión, y con su lectura de revistas italianas nos hizo citas de Boutroux, de Bergson, de Poincaré, de William James, de Papini… Su argumentación fue tan enérgica, que desde el día siguiente nos lanzamos Caso y yo en busca de libros sobre el anti-intelectualismo y el pragmatismo. Precisamente entonces iba a comenzar el auge de éste, y la tarea fue fácil.



El Ateneo formado por Caso
Alrededor de Henríquez Ureña se fue constituyendo un pequeño grupo que comenzó a reunirse en la biblioteca de Caso para leer los autores que la educación positivista no contemplaba en los programas de estudio. En esas reuniones, llamadas por Alfonso Reyes “veladas de Santa María”, se leyeron principalmente textos filosóficos de Platón, Kant, Schopenhauer y Goethe. Una evocación de Reyes escrita en 1917 da una idea de su carácter:

¡Adiós a las noches dedicadas al genio, por las calles de quietud admirable o en la biblioteca de Antonio Caso, que era el propio templo de las musas! Preside las conversaciones un enorme busto de Goethe, del que solíamos colgar sombrero y gabán, convirtiéndolo en un convidado grotesco. Y un reloj, en el fondo, va dando las horas que quiere; y cuando importuna demasiado, se lo hace callar: que en la casa de los filósofos, como en la del Pato Salvaje, no corre el tiempo. Caso lo oye y lo comenta todo con intenso fervor; y cuando, a las tres de la mañana, Vasconcelos acaba de leernos las meditaciones del Buda, Pedro Henríquez Ureña se opone a que la tertulia se disuelva, porque –alega entre el general escándalo– “apenas comienza a ponerse interesante”. A esta hora de la vida dedicamos hoy copiosos recuerdos, seguros de que fue la mejor.


Aunque las lecturas de los jóvenes discípulos de Henríquez Ureña contemplaban la filosofía alemana y las corrientes de pensamiento opuestas al positivismo, se ha destacado con frecuencia el interés por Grecia de estas reuniones que darían forma al futuro pensamiento del Ateneo de la Juventud. Esta orientación puede interpretarse como un afán por incorporar a México a la tradición occidental fundada sobre el helenismo, como puede verse en la obra de sus integrantes, desplegada a lo largo de la primera mitad del siglo XX, como El nacimiento de Dionisos de Henríquez Ureña (1916), Ifigenia cruel de Reyes (1924) o Evocación de Aristóteles del propio Caso (1946), sólo por mencionar algunos ejemplos. Al respecto, escribe Reyes, en su “Comentario a la Ifigenia cruel”: “Justificada la afición de Grecia como elemento ponderador de la vida, era como si hubiéramos creado una minúscula Grecia para nuestro uso: más o menos fiel al paradigma, pero Grecia siempre y siempre nuestra.”

Si bien Savia Moderna y las “veladas de Santa María” tenían como intención organizar formalmente un grupo intelectual independiente de la Revista Moderna, parece que el verdadero estímulo se lo proporcionó la aparición de una segunda época de la Revista Azul (abril-mayo de 1907), dirigida por Manuel Caballero. Esta publicación, que se autonombraba como heredera de la que hiciera Manuel Gutiérrez Nájera entre 1894 y 1895, se presentó como enemiga del Decadentismo, es decir de los autores cercanos a la Revista Moderna de México. Sin embargo, fueron los futuros ateneístas los que tomaron la responsabilidad de contestar los ataques de Revista Azul. El 11 de abril de 1907, el diario El Entreacto, también dirigido por Caballero, publicó un desplegado de los jóvenes escritores:

Nosotros, los que firmamos al calce, mayoría de hecho y por derecho, y del núcleo de la juventud intelectual […] protestamos públicamente contra la obra de irreverencia y falsedad que en nombre del excelso poeta Manuel Gutiérrez Nájera, se está cometiendo con la publicación de un papel que se titula Revista Azul […]. Protestamos […] porque el referido sujeto no sólo no es capaz de continuar la obra del “Duque Job” sino ni siquiera de entenderla.


Aunque Caso no se contaba entre los firmantes, es importante consignar este hecho ya que, junto con el grueso de los participantes en la “protesta literaria”, organizaría ese mismo año una Sociedad de Conferencias, según una propuesta del arquitecto Jesús T. Acevedo. Su propósito, según Reyes, era “tener trato directo con los públicos, para hablar con ellos”: “El primer ciclo se dio en el Casino de Santa María. En cada sesión había un conferenciante y un poeta. Así fue extendiéndose nuestra acción por los barrios burgueses. Hubo de todo: metafísica y educación, pintura y poesía. El éxito fue franco.” En este ciclo, Antonio Caso participó con la conferencia “La influencia de Nietzsche en el pensamiento moderno” (12 de junio), una de las primeras exposiciones acerca del filósofo alemán en México. Un año más tarde, en el segundo ciclo de conferencias, organizadas en el Conservatorio Nacional, Caso habló de “Max Stirner y el individualismo exclusivo”. De ambos filósofos alemanes tomó Caso elementos que le sirvieron para enfrentarse al Positivismo, todavía hegemónico en la Escuela Nacional Preparatoria. El siguiente comentario de José Rojas Garcidueñas puede hacerse extensivo a los dos pensadores: “El ocuparse Antonio Caso de Max Stirner probablemente se debió, por una parte, a proseguir la campaña ya emprendida, y que culminaría en los años subsecuentes, de dar a conocer y estudiar diversos sistemas filosóficos, para romper y acabar el monopolio oficial que había venido ejerciendo hasta cierto punto el positivismo”. En efecto, en 1909 Caso dio un curso sobre la historia del Positivismo que terminó de definir a la juventud sobre las limitaciones de este pensamiento al que consideraba una “fe en la ciencia”. Estas conferencias, como dice José Luis Mártínez, “por ahorro mental se designan ‘contra el positivismo’, auque su tema real sea la nueva filosofía espiritualista”. Según Rosa Krauze, para escapar de los límites de la formación positivista, recurrió a la lectura de Kant, Hegel, Nietzsche, Schopenhauer, Boutroux, Bergson y James, entre muchos otros, aunque nunca tomó el pensamiento de estos autores de manera total, siempre utilizó algún aspecto de cada uno de ellos para enfrentarse a ciertos problemas que le interesaban: “la primera formación de Caso [consistía en] un antiintelectualismo intuicionista, pragmatista e indeterminista, matizado por una intensa preocupación moral”. Posteriormente, una vez constituido el Ateneo, Caso dictó conferencias en los dos ciclos organizados por el grupo, “La filosofía moral de Eugenio M. de Hostos” (8 de agosto de 1910, en la Escuela Nacional de Jurisprudencia) y “La filosofía de la intuición” (noviembre de 1913, en la Librería General de Francisco Gamoneda). No fue un azar el tema de cada una de las conferencias organizadas por el grupo (la nueva filosofía, los pensadores hispanoamericanos, las nuevas perspectivas para el estudio de la cultura mexicana, el descubrimiento de la arquitectura colonial, la música popular mexicana, la revaloración de Juan Ruiz de Alarcón, etc.), pues como afirma José Luis Martínez: “Caso y Henríquez Ureña las planeaban y balanceaban, y el dominicano se encargaba del examen previo de los textos de los novatos, y aun de rechazar los proyectos no suficientemente maduros”. Así, siguiendo al mismo crítico, “el alma fue Henríquez Ureña; pero su conciencia, su densidad pensante fue Antonio Caso”.

La primera serie de conferencias (mayo-julio de 1908) casi coincide con el homenaje realizado el 22 de marzo de ese año en honor de Gabino Barreda (1820-1881), fundador de la Escuela Nacional Preparatoria e introductor del Positivismo. Este homenaje, abiertamente antipositivista, organizado por los futuros ateneístas era una manera de decir, según Gabriel Zaid: “Estamos en contra del positivismo, pero no de sus instituciones, que esperamos tomar”. En enero, Henríquez Ureña le había escrito a Reyes sobre la conveniencia de aprovechar la discusión propiciada por el libro La enseñanza secundaria en el Distrito Federal (1908), de Francisco Vázquez Gómez, en torno a la incongruencia de imponer la educación positivista cuando la Reforma había logrado la enseñanza libre. Y en otra carta, fechada el 17 de febrero, agrega:

Figúrate que el doctor Vázquez Gómez es instrumento de la Compañía de Jesús, y que los jesuitas han intrigado tanto con don Porfirio, que éste llegó a decirle a don Justo que veía algo digno de tomarse en consideración en la proposición de Vázquez Gómez de que la enseñanza preparatoria se dejara en manos de particulares; así, pensaba, se dedicaría ese dinero a la primaria. En manos particulares es decir en manos de los curas; pues ¿qué particulares sino ellos, cuenta con medios de instalar colegios? La manifestación resulta más oportuna de lo que hubiéramos pensado. La vacilación de don Porfirio es cosa de erizar los cabellos, dice Caso. Nos hemos hecho tan “íntimos” de don Justo.


El “homenaje” tuvo como parte central el discurso de Sierra, pronunciado para tomar postura ante el Positivismo, pero también para evitar que Díaz fuera a entregar la Preparatoria al Clero. Por esta causa, Caso opina que tal vez la más importante de las obras del escritor campechano sea “la memorable oración que pronunció, en honra del doctor Barreda […] ante un público inmenso de jóvenes y entusiastas discípulos”. La apoteosis, escribe Zaid, “culminó en que los estudiantes, desenganchando los caballos y poniéndose en el tiro, le dieron un paseo triunfal” a Sierra. No hay que olvidar que el primer cuestionamiento que realizó Caso al Positivismo fue su concepción de los alcances del conocimiento científico, por lo que la postura de Sierra marcó su pensamiento; dice el discurso:

Dudemos; en primer lugar, porque si la ciencia es nada más que el conocimiento sistemático de lo relativo, si los objetos en sí mismos no pueden conocerse, si sólo podemos conocer sus relaciones constantes, si esta es la verdadera ciencia, ¿cómo no estaría en perpetua lucha? ¿Qué gran verdad fundamental no se ha discutido en el terreno científico, o no se discute en estos momentos? La geometría está al debate, y varios de sus postulados son tenidos como opuestos a toda objetividad, a toda realidad […]. Las ciencias de la vida, que se gloriaban de tener por base su absoluta independencia de lo inorgánico; las que, según el apotegma de uno de los más ilustres biólogos, tenían por punto de partida la necesidad de lo vivo para producir lo vivo, se acercan cada día más al mundo físico-químico, y comienzan a columbrarse en éste relámpagos fugitivos de vitalidad, bosquejos del puente que colmará ese abismo, que parece un reto a la lógica de la ley de evolución. Allí, en la biología, se detenían Barreda y su maestro Comte: ¿Más no basta esta especie de temblor de tierra bajo las grandes teorías científicas, para hacer comprender que la bandera de la ciencia no es una enseña de paz?


La filosofía de Caso es también una reacción ante el desmoronamiento del Positivismo, pues intenta construir un conocimiento basado en la metafísica. Por eso, años después, en 1939, se pregunta, al comentar el discurso de Sierra:

¿Qué podrá salvarse de esta duda radical, incoercible, que siente un temblor de tierra constante bajo las grandes teorías científicas y mira a las religiones como estupendos organismos vivos, confinando con la metafísica, y a esta misma síntesis mental como algo completamente hipotético y probablemente quimérico? ¿En qué asiento, que no sea deleznable, vamos a fundar nuestra vida y a construir nuestro ideal, si ni las ciencias, ni la filosofía, ni las religiones nos lo proporcionan?…

Como resultado del homenaje a Barreda, se estrecharon los vínculos entre la juventud universitaria y Sierra, en una relación siempre de “coincidencia y colaboración en política educativa” (Alfonso García Morales). Se hacía evidente que los jóvenes vieron la oportunidad de “heredar” el poder cultural, concentrado en Justo Sierra, pues el presidente Díaz había hecho declaraciones al reportero James Creelman, el 3 de marzo de 1908, que alentaban el tema de la sucesión: “He esperado pacientemente porque llegue el día en que el pueblo de la República Mexicana esté preparado para escoger y cambiar sus gobernantes, sin peligro de revoluciones armadas, sin lesionar el crédito nacional y sin interferir con el progreso del país. Creo que, finalmente, ese día ha llegado.” Así que era probable que estas palabras hicieran más urgente la constitución de un grupo cultural presente en las elecciones de 1910. No obstante, Caso fue reeleccionista durante esa etapa, pues dirigió por breve tiempo el semanario político La Reelección, convencido por Rosendo Pineda, uno de los Científicos más cercanos a Díaz. No obstante, señala Salvador Azuela, “se desentendió de tal manera del empeño por no tener gusto para la acción política, que hubo necesidad de fundar otro periódico con el nombre de El Debate, que era de una terrible mordacidad”. En junio de 1909 ya se encuentra de regreso en salón El Generalito, de la Preparatoria, pronunciando la serie de conferencias sobre la “Historia del positivismo”. Vale la pena recordar que, tal como afirma Henríquez Ureña, Caso se apoya en Nietzsche porque éste “logra descubrir la base de metafísica idealista en que se apoya el positivismo”; sin embargo, hasta hoy no existe un estudio que explique la recepción de Nietzsche en la filosofía, pues como se sabe, los textos del filósofo alemán fueron manipulados por su hermana, la antisemita Elisabeth Förster-Nietzsche. Sin contar con que no se conoce con exactitud las ediciones leídas por los ateneístas, aunque Reyes, Henríquez Ureña y Caso mencionan frecuentemente El nacimiento de la tragedia.

El 28 de octubre de 1909, como una idea original de Caso, se instaló el Ateneo de la Juventud en el salón de actos de la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Ese día se efectuaron elecciones, quedando como primer Presidente Antonio Caso. El Ateneo funcionó como un espacio quincenal, abierto al público, en el que los miembros se reunían a leer su producción personal. Como afirma Fernando Curiel, “Ateneo de la Juventud” es un nombre que al mismo tiempo se inserta en una tradición mexicana de las asociaciones intelectuales y sugiere la idea de la renovación generacional; pero sobre todo fue un grupo conformado por una élite que aspiraba al poder cultural. Con esta regularidad continuó funcionando hasta principios de 1914, durante el periodo de Victoriano Huerta.

El maestro Caso
Desde 1906, Caso había resultado ganador en un examen de oposición para la clase de Historia, pero el jurado lo consideró muy joven para impartir la materia. Al año siguiente había sido designado profesor de Conferencias Ilustradas sobre Historia y Geografía, en la Escuela de Artes y Oficios para Hombres. Pero su fama como profesor va unida a la fundación de la Universidad Nacional el 22 de septiembre de 1910, luego de que Justo Sierra nombrara Rector a un antiguo católico maximilianista, Joaquín Eguía Lis, y a Antonio Caso como Secretario. Pocos después, respondió al positivista Agustín Aragón, quien argumentaba que la fundación de la Universidad era un retroceso porque abría la puerta a la metafísica; Caso insistió en que el Positivismo no había dejado de ser una fe:

¡Qué tremendo sería nuestro destino si, al sacudir el yugo de la Iglesia Católica, hubiésemos de caer necesariamente bajo la férula de ese ‘catolicismo sin cristianismo’, de ese ‘seudocatolicismo laico’, de ese monstruoso organismo político que preconizó en sus delirios de dominio universal aquel teócrata de la humanidad, espíritu gemelo de los Inocencios y los Hildebrandos, el genial e irreverente discípulo del socialista Saint-Simon, a quien veneráis como a pontífice infalible! (Revista de Revistas, 26 de marzo de 1911)


Sin embargo, luego de que Francisco León de la Barra nombrara a Vázquez Gómez, antiguo enemigo de los ateneístas, Secretario de Instrucción Pública (mayo de 1911), Caso renunció a su cargo. A partir de entonces, ocuparía cargos de diversa categoría en la Universidad Nacional, pero siempre considerando que su principal responsabilidad era el magisterio. En este aspecto, fue fundamental para la siguiente generación, pues dio a conocer el pensamiento de un gran número de autores europeos, fundamentalmente franceses, y expuso de manera sistemática disciplinas como la Sociología y la Estética. Su grandilocuente estilo oratorio convenció a los alumnos que asistieron a sus clases entre 1909 y 1916, muchos de los cuales guardaron un recuerdo emocionado de esos años (de los futuros Contemporáneos, algunos prefirieron desertar y otros se le enfrentaron por escrito). Jorge Cuesta, por ejemplo, escribe del maestro:

Lo dejé [el libro Problemas filosóficos] alimentando un amargo sentimiento de impotencia, del que sólo me alivió la esperanza que puse en sus lecciones orales. No asistí sino a una o dos: salí de ellas más desalentado que antes. El entusiasmo pedagógico era algo que no había encontrado todavía en mi vida escolar. La exaltación de sus gestos y de su voz sólo consiguió atemorizarme. Yo pretendía, ingenuamente, que la filosofía era un ejercicio intelectual esforzado, pero tranquilo. Su exuberancia excedía mi poder, y tanto, que tuve miedo que la decepción de mí fuese allí definitiva.


Tal vez, la generación más afín a su magisterio fue la de los “Siete Sabios” (Manuel Gómez Morín, Vicente Lombardo Toledano, Alberto Vázquez del Mercado, Antonio Castro Leal, Alfonso Caso, Teófilo Olea y Leyva y Jesús Moreno Baca), la cual formó incluso una Sociedad de Conferencias similar a la del Ateneo de la Juventud. Escribe Gómez Morin:

En el inolvidable curso de Estética de Altos Estudios y en las conferencias sobre el Cristianismo en la Universidad Popular, estaban González Martínez y Saturnino Herrán y Ramón López Velarde y otros más jóvenes. Todos llevados allí por el mismo impulso.
En esos días, Caso labraba su obra de maestro abriendo ventanas espirituales, imponiendo la supremacía del pensamiento, y con ese anticipo de visión propio del arte, en tono con las más hondas corrientes del momento, González Martínez recordaba el místico sentido profundo de la vida, Herrán pintaba a México, López Velarde cantaba a un México que todos ignorábamos viviendo en él. (1915)


Más adelante, tuvo como discípulos a Eduardo García Máynez, Oswaldo Robles, Guillermo Héctor Rodríguez, Francisco Larroyo y Andrés Henestrosa. Afirma Carlos Monsiváis: “Como en México las generaciones ya no tienen maestros directos sino maestros indirectos (el maestro directo Antonio Caso murió definitivamente en México, nadie puede conmoverse por asistir a una clase), el magisterio se ha trasladado a los libros y uno se conmueve a través de ellos.” Por esta razón, vale la pena transcribir el testimonio de una de sus alumnas, Concha Álvarez (citada por Krauze):

Se hizo el silencio expectante. Empezó a hablar el maestro. El tema del día era Sócrates. Ante nuestros ojos asombrados resucitó la sociedad fastuosa y refinada de Atenas, la ciudad llena de las obras de arte más grandes de todos los tiempos; la vida del ateniense fuera de su casa, siempre en el ágora, en el gimnasio, en la asamblea, en las calles de su querida Polis.
Y la política apasionando su espíritu, su democracia amenazada por ambiciones ávidas de la herencia de Pericles.
En ese ambiente situó a Sócrates. “Feo, chato, ventrudo, allí donde todos los hombres eran hermosos. Recorría las calles de Atenas inquietando los espíritus de sus conciudadanos, con preguntas capciosas: “¿Qué es el bien? ¿Qué es la virtud? ¿Es una ciencia? ¿Se puede enseñar?”
“Los atenienses se irritaban, sentíanse lastimados, confundidos. La ironía de Sócrates rompía la cáscara de su vida fácil, les preocupaba. Y Atenas empezó a odiar al terrible dialéctico. Sócrates, indiferente, recorría la plaza publica desempeñando su oficio perpetuo de despertar almas e inquietar con las grandes inquietudes las conciencias.”
Y así continuó la cátedra, hasta la muerte del filósofo que describió según la célebre Apología de Platón: “Sentí que mis lágrimas corrían en abundancia y me cubrí la cara con el manto para llorar sobre mí mismo. Pues no era la desgracia de Sócrates la que lloraba sino la mía, el pensar en el amigo que iba a perder.”
Terminó la clase. Nadie se movió de su asiento. Un silencio recogido, emocionado, siguió a sus últimas palabras. Fue después, pasada un poco la emoción, que estalló el aplauso.


Posteriormente, entre sus alumnos se encontraban varios de los miembros de Contemporáneos (Cuesta, Owen, Ramos), pero sus ideas no lograron satisfacer las inquietudes estéticas y filosóficas de esa generación y por ello, existen varias alusiones en su contra en la obra de varios de ellos o francas burlas como la “noticia” de que el maestro Caso había raptado a una mujer en Puebla, aparecida en la revista estudiantil San-Ev-Ank. Tal vez, Carlos Pellicer sea el único poeta de esa generación que lo recordaba con admiración:

Me acerqué una vez al maestro Caso para decirle que si me permitía que yo le leyera unos versos, y el pobre tardó mucho para decirme que sí. A pesar de eso, le agarré la palabra y me presenté en su casa unos días después a la hora indicada, a las ocho de la noche. Yo llevaba como tres kilos de papel echado a perder. El maestro me aguantó como hora y media. Después de la hora y media yo prudentemente guardé mis hojas y entonces él, después de una pausa, me dijo: “Mi querido Carlos, qué mal está todo eso”. A los seis meses, echándole valor al valor me le acerqué otra vez a la salida de una clase en la Escuela de Altos Estudios, que estaba antes en Licenciado Verdad, donde se alojó la Rectoría después en tiempo del licenciado Vasconcelos, y le dije: “Maestro, yo quisiera leerle unos versos”. También tardó más que la otra vez. Me dijo que sí. Yo fui otra vez con una millarada de cosas muy largas y me dijo: “Querido Carlos, esto está peor que lo otro”. Todavía hubo un tercer acto con el maestro Caso y me dijo: “Todo eso está muy malo, muy malo”. El maestro Caso tenía una cultura retórica, sabía hacer versos, tenía un gran sentido poético y era muy mal poeta, pero sabía hacer las cosas, vamos, sabía eso que llamamos en todas las artes el oficio; lo sabía muy bien. En esa última ocasión me estuvo dando consejos, me acompañó hasta la puerta y le dije que próximamente marcharía a Sudamérica… En fin, volví a los dos años y medio y después de algunos meses, un día encontré al maestro Antonio Caso en la calle y le dije: “Maestro, ¿se atreve usted a recibirme?” Me dijo: “Sí, hombre, cómo no. ¿De qué se trata?” “De lo mismo”. Pues nada, a los dos días me presenté en su casa y entonces le leí seis poemas. Ya eran de otro modo y le leí una cosita muy pequeña que se llama “Recuerdos de Iza”, un pueblecito de los Andes. Él se me quedó mirando y me dijo: “Bueno, yo esperaba que tarde o temprano en usted tenía que surgir el poeta.” […] Pero ¿qué tal si en lugar de eso el maestro Caso me hubiera dicho: “Hombre, usted es un Victor Huguito”, o alguna cosa así, pobre de mí. No, las tres veces que yo consulté al maestro Caso y que él me dijo puntualmente “qué mal está todo eso”, pues yo allá en mis retiros de Colombia y Venezuela lo recordaba con una emoción muy sincera y efectivamente leía mis papeles y veía que aquello estaba muy mal.


Desde esa etapa de su vida, Caso tenía presente el “activismo ético” del alemán Rudolf Christoph Eucken, de quien tomó la frase: “La idea tiende al acto”. Por eso, en su Estética (XI. Las artes impuras), justifica la acción del orador como un impulsor de la acción: “El poeta es un espectador de la vida. El orador un actor. Poesía quiere decir creación y contemplación; elocuencia, obra. Una oratoria que no tiende al acto, es pura declamación inconsistente, puro verbalismo irreal. Para invitarnos a reformar el mundo, a modelarlo, hablan los oradores…”

Caso, universitario
La diversidad de posturas políticas de los miembros del Ateneo, le permitieron al grupo tener presencia en los diversos regímenes del periodo revolucionario. Aunque los planteamientos de los ateneístas iban más allá de la visión académica, su ámbito fue el de la Universidad y la función pública. Para comprender el momento y las circunstancias de Caso, hay que señalar que la Universidad a lo largo de la década de los 10 fue sobre todo antimaderista y prohuertista. Según Garciadiego, esto se debió a dos causas fundamentales; por un lado, Madero pretendió dirigir la Universidad con dos ministros sucesivos, uno adverso a la comunidad universitaria (Vázquez Gómez) y otro, ajeno (José María Pino Suárez), lo que le valió serios problemas con la institución. Y por otra parte, Huerta, viendo los fracasos de Madero, decidió que tanto Instrucción Pública como la Universidad fueran dirigidos por miembros ilustres de la comunidad. Además, asegura Garciadiego, la experiencia personal de Huerta “le había enseñado que el progreso se logra, sobre todo, mediante la educación”, por lo que convirtió a la educación en pieza central de su política.

Durante el régimen de Madero ocurrieron tres importantes hechos en la vida académica. En primer lugar, se consolidó la Escuela de Altos Estudios, un ambicioso proyecto integral de Sierra y Ezequiel A. Chávez, que en la práctica fue una “institución de difusión cultural en lugar de una de investigación científica” (Garciadiego), la cual gracias a los cursos de Caso y Reyes, se convirtió en una escuela en funciones. Caso impartió unos cursos libres de Filosofía en junio de 1912 y de Estética en 1913, lo que contribuyó a cimentar Altos Estudios, una escuela que pasó por problemas de personal y de asistencia durante años. También durante el maderismo, se dio el movimiento oportunista que creó la Escuela Libre de Derecho. Varios abogados adinerados comenzaron a organizar y financiar un movimiento en contra de Luis Cabrera, director de Jurisprudencia, y como consecuencia iniciaron una institución privada: “Una educación superior privada era radicalmente contraria a lo propuesto por Sierra en 1910”, apunta Garciadiego. La Escuela Libre de Derecho fue apoyada por profesores en activo y retirados de Jurisprudencia. Caso –junto con otros cuatro profesores– aceptó dar clases en ella sin renunciar a Jurisprudencia. Finalmente, hay que mencionar la Universidad Popular creada en 1912 por una recomendación del Consejo Universitario, para seguir el artículo de la Ley Constitutiva, que decía que la Universidad Nacional debía desempeñar labores de difusión cultural. Caso, Henríquez Ureña y Reyes comenzaron a dar clases en esta institución:

sus actividades consistirían en conferencias aisladas y visitas guiadas a museos y sitios históricos, y los conferencistas y guías, por lo general miembros del Ateneo, escogerían libremente el tema a tratar o el sitio a visitar, con la única restricción de que los temas políticos quedarían prohibidos. Los objetivos eran el mejoramiento de la situación de los obreros y sus familias, así como la promoción del nacionalismo por medio del conocimiento y la cultura. (Javier Garciadiego, Rudos contra técnicos)


Nemesio García Naranjo, Ministro huertista de Instrucción tuvo mayor movilidad que sus antecesores, lo que le permitió consolidar el cambio de plan de estudios, iniciado en diciembre de 1913; este funcionario, escribe Garciadiego, “reconoció la grandeza de Barreda y la importancia que había tenido la escuela; sin embargo, alegó que después de casi cincuenta años de haber sido fundada la Preparatoria ya era decadente; que su rígido currículum había olvidado erróneamente, la educación moral”. Como resultado de esta reforma, la Preparatoria incluyó en su programa materias humanísticas. Aunque el autor de la reforma fue García Naranjo, debe señalarse que el movimiento ateneísta contribuyó a minar la hegemonía del positivismo, sobre todo por medio de las clases del filósofo.

Caso no era un intelectual antimaderista, pues al mismo tiempo que daba clases en la Libre de Derecho trabajaba como asesor legal de la Dirección de Correos. Además, Salvador Azuela afirma que “se sabe que Vasconcelos, maderista, obtuvo para él la secretaría del Ayuntamiento de la ciudad de México. A la caída de Madero, renunció al cargo para dedicarse a la enseñanza.” Pero tampoco era plenamente huertista pues fue la única voz universitaria que protestó por la militarización de la educación en la Preparatoria alegando que era más urgente hacer escuelas en los cuarteles que cuarteles en las escuelas. Sin embargo, tuvo una postura de omisión; es decir, luchó por darle autonomía a la Universidad y defendió la libertad de cátedra, pero al mismo tiempo, sus posturas “antipolíticas” eran una forma de legitimar el poder de facto (salvo cuando consideraba de izquierda al régimen).

Caso, el filósofo
Con la publicación de su primer libro, Problemas filosóficos (1915), Caso inició la organización de su pensamiento, aun cuando nunca pretendió crear un sistema. Parte de su obra fue concebida como complemento y resultado de sus clases, pero varios de sus libros fueron reuniones de artículos periodísticos. A pesar de todo, Caso, en medio de la polémica con su alumno Samuel Ramos, alardeaba: “Mientras su señoría escribe artículos de periódico, yo amontono libros, que me producen miles de pesos…” Dice Rosa Krauze que Caso publicó en la prensa y revistas especializadas, como El Universal (hasta su muerte), Excélsior y Revista de Revistas, artículos sobre filosofía, arte, moral, temas literarios, educativos, políticos “y aun sobre música que él conocía profundamente. Y con ellos iba formando libros… En otras ocasiones, Caso hacía exégesis filosóficas; tradujo y escribió libros de texto, también una Historia y antología del pensamiento filosófico y dos libros de poemas.” Pero el libro que resume su pensamiento personal fue La existencia como economía, como desinterés y como caridad (1916, reeditada y aumentada en 1919 y 1943).

Caso, como dice Rosa Krauze “rehusó especular a través de ningún sistema […] urgido por la necesidad de dar salida a sus ideas, las desarrollaba casi siempre en forma de artículos que recogía para más tarde darles cierta unidad […] Aunque sería posible, como quieren sus exégetas, hallar un sistema filosófico en su producción, éste no fue el propósito del maestro”. En efecto, hay una serie de ideas constantes en su pensamiento filosófico, necesariamente sistemáticas, sin importar que haya sido su intención o no. Con ciertas variaciones, las siguientes son las ideas centrales de la filosofía de Caso expresadas entre 1906 y 1946.

Antonio Caso escribió una extensa obra filosófica con la esperanza de que las ideas se convirtieran en actos y de que la elaboración del pensamiento tuviera consecuencias prácticas. El impulso de su obra se lo dio la lucha contra el positivismo, lo condicionaron las circunstancias históricas, pero hubo más, pues como dice Rosa Krauze, “hubo seguramente motivos más hondos”:

Nosotros nos atrevemos a suponer que estos motivos tenían sus raíces en la religión personal de Antonio Caso.
Caso profesaba el cristianismo. Ninguna figura como la figura de Cristo lo había cautivado más y a nadie amaba con mayor celo. “Para mí, confesó en alguna de sus entrevistas, Jesús es el modo de resolver todos los problemas.” Pero si amaba a Jesús, lo desvinculó de los dogmas de la iglesia.


Es decir, intentó convertir el cristianismo en la base de un pensamiento filosófico. La esencia del cristianismo, sin las ideas que fueron incorporadas por el catolicismo y el protestantismo, en su interpretación, se reduciría a dos enseñanzas: “el amor al prójimo y la vida eterna”. Como seguidor de Cristo, su pensamiento se inscribe en el idealismo objetivo, pues cree en la existencia de una realidad independiente del sujeto, creada por un ser divino. Pero Caso distingue dos formas de idealismo. Por una parte, el alemán, desarrollado por Hegel, del cual se distancia. En una conferencia pronunciada en agosto de 1917 en la Alianza Francesa, “La filosofía francesa contemporánea”, define el idealismo alemán:

Para los modernos filósofos germánicos, lo ideal es idéntico a lo real. Hegel fue el autor de la tremenda transformación de los valores de la palabra, al formular su célebre apotegma preñado de peligrosos corolarios metafísicos y morales: todo lo real es racional, todo lo racional es real.
Ya se concibe entonces, fácilmente, cuál será la actitud de un pueblo que se convence de que el ideal está inmanente en las cosas del mundo. Creerá que la historia, por sí misma, va realizando el triunfo paulatino del bien. Que lo que sucede cúmplese en servicio de Dios, necesaria fatalmente, como se eslabonan por su intrínseca necesidad lógica las premisas de un silogismo.


Caso toma partido por el idealismo francés, “menos dialéctico, menos inhumano”. Para él, los ideales de la Revolución Francesa consisten en “la colaboración efectiva, social, cristiana, del hombre con Dios. El mundo es objeto sumiso de la voluntad que realiza el ideal.” El hombre transforma la realidad y lucha contra ella. De aquí proviene la idea de ver la Historia como el desempeño del heroísmo humano. Y de Thomas Carlyle extrae la concepción heroica de los grandes hombres. A la clasificación de los héroes del historiador inglés, que incluye divinidades, profetas, poetas, sacerdotes, literatos y reyes, Caso agrega al filósofo y constantemente se refiere al “heroísmo filosófico”. En 1927, su alumno Samuel Ramos criticaría esta postura grandilocuente de Caso que ve a los filósofos de forma desmesurada, como grandes montañas y convierte “el drama histórico” en “un movimiento externo, con gestos y ademanes teatrales”.

Pero el idealismo de Caso contempla la oposición entre el espíritu y la materia, pues según su teoría “lo físico se caracteriza por un conjunto de notas espacio-temporales; lo psíquico es inespacial y sólo se da en el tiempo” (y por eso, siguiendo este planteamiento, el materialismo puede explicar la materia, pero no el espíritu). Para fundamentar esta idea, recurrió a la obra del francés Maine de Biran, espiritualista del siglo XVIII, cuyo pensamiento entroncó con el de Bergson a principios del siglo XX. Para Maine de Biran, el yo no sólo piensa y luego existe (cogito ergo sum) sino que también quiere (volo ergo sum). Así, en el acto de esforzarse, el yo conoce lo que es y lo que no es él mismo. Ese yo es capaz de conocer el mundo pero luego de convertirlo en un hecho psíquico, por eso “la percepción” es para Bergson una acción antes que un conocimiento. La razón no funda nada por sí misma, afirma Caso, sino que requiere de la evidencia y ésta sólo llega a la razón por medio de la intuición, una forma de percepción que penetra en el objeto a conocer. Es decir, de manera contraria al método científico de los positivistas que lleva extrae los datos del objeto al sujeto, el intuicionismo hace que el sujeto penetre en el objeto. Pensaba que la intuición es necesaria pues la razón pura no es capaz de penetrar el ser-en-sí, según la crítica de Kant a Aristóteles. Pero el conocimiento de la Fenomenología de Edmund Husserl hizo reflexionar nuevamente a Caso sobre el problema de la esencia. Husserl parte del “yo pensante” cartesiano y acepta toda la experiencia para percibirla y describirla. Gracias a la Fenomenología, Caso concluye que “los seres cambian” pero “las esencias permanecen inalterables”:

Los objetos universales son siempre; no cambian, no se mudan, no se transforman. Un ser concreto e individual tiene historia. Los objetos universales no la tienen. Son fuera de todo tiempo y, no obstante, la intuición los ve, con la misma claridad, con la propia pristinidad con que contempla lo individual. Husserl […] declara que son, simplemente, “los últimos datos de la intuición”. […] Por esto dice el propio Husserl, con legítimo orgullo: el positivismo verdadero es el mío y no el de los filósofos empiristas: “el positivismo de las esencias”. (La existencia como economía, como desinterés y como caridad)


El positivismo declaraba constantes las relaciones entre los entes, de tal manera que la filosofía sólo era una coordinadora de los conocimientos particulares. Así, la ley natural concibe la relación necesaria entre causa y efecto. Caso inicia su crítica contra el Positivismo en dos aspectos. Como dice Rosa Krauze, “si el conocimiento debía partir de la experiencia, había que aceptar ‘toda la experiencia’, sin condiciones, sin límites, sin restricciones de ninguna especie. La metafísica y la religión también nacían de la experiencia”. Pero además, Caso encuentra una serie de eventos no necesarios. Así como una ley física no explica un fenómeno biológico, la suma de las leyes científicas no explican la totalidad; hay eventos no necesarios o “desinteresados”: la caridad, el heroísmo y el arte. Para Caso, el “estado económico” es el de la necesidad, pues el ser biológico destina su energía a sobrevivir y sólo el excedente de energía le permite modificar su forma de vida. De aquí se desprende el pensamiento moral y estético de Caso. Por un lado, la caridad y el heroísmo son acciones desinteresadas, basadas en el bien moral que no tiene justificación “científica”. Y por otra parte, como afirma Juan David García Bacca, Caso piensa que es preciso dejar el estado de economía para ascender al estado de desinterés, estético. Curiosamente, las matemáticas son en el pensamiento de Caso un instrumento para dejar el estado de economía: “Merced al lenguaje del matemático, se descubre la ARMONÍA del UNIVERSO.” Es decir, la idea de la belleza proviene, en última instancia, de una comprensión científica del universo; parece una manera de superar el pensamiento platónico depositando la belleza no en el mundo de las ideas sino en el de la ciencia.

La Estética de Caso proviene, pues, del excedente de energía que permite superar el “estado de economía”. Ese excedente tiene un primer ámbito en el que se desarrollan combinadamente las capacidades lúdicas y las artísticas, afirma en consonancia con Schiller. El arte supera la etapa moral, pues no debe juzgarse al arte por sus valores morales, ya que su finalidad no es el bien, sino una “finalidad sin objeto”; cuando se habla de lo bueno, lo útil y lo agradable, hay un interés de parte del que percibe el fenómeno, pero cuando el espectador habla de “lo bello” hay un desinterés, “un objeto que satisface sin interés alguno es bello”. Por eso, el arte excede a su vez la etapa utilitaria y moral para convertirse en una “proyección” (Einfühlung), es decir, el espíritu humano se “proyecta” en el mundo, siendo así el arte una forma en la que el ser humano se hace objetivo, pero al mismo tiempo se encarga de transformar la idea en acto. Pero no se trata sólo de decir sino de expresar: no enunciar lo que se siente sino de proyectar los sentimientos.

Caso, siguiendo a Kant, contrapone lo bello a lo sublime, dos conceptos en constante lucha. Por un lado, “la razón advierte su impotencia para ahondar el infinito”, es decir que la inconmensurabilidad de la naturaleza se encuentra lejos de proporcionar placidez al espíritu; el sentimiento que tiene el hombre ante esa desproporción es lo sublime. La belleza, por su parte es considerada por el espíritu como algo conquistado, una posesión del espíritu. Así, lo sensible (o captado por los sentidos) “se torna simbólico del sentimiento”. De aquí se desprende una postura personal de Caso que concibe al arte como un símbolo:

Cuando un árbol, un sauce, inclina su follaje sobre la lámina de un lago, el alma del poeta fuga de sí mismo, se unifica con el follaje lánguido del sauce, y llora con él sobre el lago en silencio. Es que ha infundido, simpáticamente, su dolor en un árbol que se inclina. Si el ciprés apunta al cielo, la intuición poética sube por el ramaje que asciende, y hace el árbol erecto, un episodio de su anhelo infinito. El hombre consuela a sus queridos muertos con el signo del ciprés que apunta al cielo. Es decir, se consuela a sí mismo. La pujanza rectilínea del árbol sagrado, muestra constantemente, dentro de la conciencia, esa región verdadera o quimérica, pero humanísima al cabo, en que nada se olvida, porque nada perece.

Este pensamiento estético confluye con el arte simbolista, pero sin el fundamento hermético que le dieron sus fundadores, como Baudelaire. Finalmente, el arte según Caso debe ser la ejecución personal de la obra, cada vez más acotada por “la máquina” en las sociedades modernas. El cinematógrafo, la fotografía y el fonógrafo son aparatos al servicio de esquemas, es decir, de repeticiones. Así, el arte contemporáneo, basado en la maquinización y en la producción en serie, sería la expresión de “la decadencia de la cultura auténtica”.

Caso publicó dos libros de poesía, Crisopeya (1931) y Políptico de los días del mar (1935), además de su poema dedicado a Juárez . Son dos colecciones de poemas escritos según las convenciones de la poesía del Porfiriato. Sobre todo, se observa la influencia de Díaz Mirón y Othón, así como sus aficiones literarias (El poema del Cid, La Fontaine, Confucio, Dante, La Biblia), pictóricas (Carducho, Velázquez) e históricas (China, Persia, Turquía, Roma, la España del siglo XVII, Europa del siglo XVIII). Más cercanos a la lírica española que las influencias francesas, sus poemas son esencialmente sonetos descriptivos de tema histórico y moral. Sólo la joven generación de la revista Barandal, dirigida por Octavio Paz, hizo un comentario irónico sobre Crisopeya. Sin embargo, es importante considerar a Caso en el corpus poético del Ateneo, pues aunque escribió y publicó sus poemarios veinte años después que sus compañeros de grupo, con este aspecto de su obra revela ciertas ideas constantes en la poética Simbolista y habla de la perdurabilidad de una tradición hispanófila, bucólica y parnasiana, aun cuando sea de manera marginal. Ciertamente, Caso fue incapaz de apreciar el arte posterior al Modernismo, a la pintura impresionista o a la música de Debussy; y por esta causa, su Estética es a la vez un testimonio de las inquietudes intelectuales desde el fin del Porfiriato hasta mediados de los años veinte.

Como puede verse, Caso no sólo se dedicó a derrumbar el pensamiento positivista, sino que construyó una filosofía basada en el espiritualismo y el intuicionismo, la cual sirvió como base de una reforma educativa necesaria, durante el periodo de Huerta. No piensa así Octavio Paz, en El laberinto de la soledad: “Caso y sus compañeros destruyen la filosofía oficiosa del régimen sin que, por otra parte, sus ideas ofrecieran un nuevo proyecto de reforma nacional. Su posición intelectual apenas si tenía relación con las aspiraciones populares y con los quehaceres de la hora.” Tales “quehaceres de la hora” serían los intentos por minar la ideología positivista concentrada en la frase “orden y progreso”, los cuales concentraron a la juventud intelectual de la ciudad de México, por lo que no puede asegurarse que hayan sido ajenos a un interés social. Además, debe agregarse que en sus clases de Filosofía planteó, hacia 1915, la necesidad de encontrar lo propiamente mexicano, por lo que se le debe considerar el iniciador de la Filosofía de lo Mexicano que posteriormente desarrollaron Samuel Ramos, Emilio Uranga, Leopoldo Zea y el propio Paz. Caso adaptó el término bovarismo, utilizado originalmente por Jules de Gaultier para explicar las personalidades que “se conciben distintos de como son”. En el pensamiento de Caso, el “bovarismo nacional” intenta explicar al mexicano como un pueblo que niega lo que es y que se empeña en afirmar lo que no es. De ahí, la “imitación extralógica” del mexicano, que sigue modelos extranjeros de manera innecesarios y superfluos. Ambos términos, en el pensamiento político de Caso, son obstáculos para lograr la unidad nacional, vista por él como una “homogeneidad cultural” llevada a cabo por la “raza triunfante” en la Conquista, es decir, España. “Antonio Caso –escribe Mónica Chávez González– reconoció en el indígena a un ser susceptible de ser civilizado mediante una educación que propagara los valores occidentales que, por historia, corresponden al país. Esto consistía en enseñarle el idioma castellano, la religión católica y la forma de propiedad privada.” Para la construcción de un proyecto nacional, Caso veía la necesidad de una élite intelectual que escribiera, formara discípulos y produjera teoría. A eso dedicó su esfuerzo luego de que el Ateneo se desmembrara con la salida de México de Henríquez Ureña y Reyes. A partir de 1915, Caso decía haberse quedado “completamente solo”. Sin embargo, fue esa su mejor época como profesor pues, como indica Enrique Krauze, se convirtió en el guía de los pocos maestros de humanidades con los que contaba la Universidad y hasta los viejos positivistas, convencidos de la falsedad de las ideas comptianas que habían profesado, le cedieron sus clases. Era al mismo tiempo, director de la Escuela Nacional Preparatoria y profesor de Ética, Psicología, Lógica y Problemas filosóficos; de Filosofía en Altos Estudios y en la Escuela Normal para Señoritas; y de Sociología en la Escuela de Jurisprudencia. Más adelante, fue Rector de la Universidad, por breves periodos, del 7 al 11 de mayo de 1921 y del 12 de diciembre de 1921 al 28 de agosto de 1923. Defendió la idea de la Autonomía de la Universidad, como profesor y como funcionario; en 1917 había asistido a la Cámara de Diputados para pedir la autonomía de la Universidad, al lado de su hermano Alfonso, Antonio Castro Leal, Manuel Gómez Morin, Vicente Lombardo Toledano y Alberto Vázquez del Mercado, entre otros.

A partir de 1921, cuando pronunció su discurso de ingreso a la Academia Mexicana (Comento breve de la Oda a la música de Fray Luis de León), comenzó a recibir condecoraciones, homenajes y distinciones. Ese mismo año fue enviado a Perú como Embajador oficial de México al primer centenario de la Independencia de ese país, en el cual ofreció una serie de conferencias. También como orador, visitó Chile, Argentina y Brasil. En diciembre de 1924 regresó a Perú para participar en la conmemoración por los cien años de la Batalla de Ayacucho y viajó a Cuba. Entre las distinciones que recibe, pueden mencionarse –según enlista el Diccionario de escritores– sus nombramientos como Profesor emérito de la UNAM, Director Honorario de la Facultad de Filosofía y Letras, socio del Instituto Internacional de Sociología de París, miembro honorario de la Academia de Historia de Buenos Aires, del Ateneo de Santiago de Chile, de la Sociedad de Geografía de Lima, de la Sociedad Nacional de Abogados de México y de la Sociedad de Geografía y Estadística de México. Miembro de la Academia Hispano-Americana de Cádiz, miembro correspondiente de las Academias de Historia de Colombia, de Letras de La Habana y de la Sociedad de Geografía e Historia de Costa Rica. Socio fundador de la Academia Mexicana de Jurisprudencia y Legislación, presidente del Conservatorio Nacional de Música y Declamación, presidente del Consejo de la Universidad Femenina de México, y miembro fundador de El Colegio Nacional, donde dio conferencias sus últimos años. Curiosamente, Caso no formó parte de la Casa de España en México (posteriormente, Colegio de México), posiblemente por reticencias ante la llegada de los intelectuales españoles en 1939. Mientras se encontraba en una sesión de Colegio Nacional, Antonio Caso pidió permiso para salir a tratar unos asuntos. Ya no regresó, pues murió en un hotel a unas calles de ahí, en brazos de una prostituta. “Nuestra muerte ilumina nuestra vida”, escribió Octavio Paz. Tal vez a la manera de Nietzsche, Caso intentó borrar la experiencia personal de su obra filosófica y sólo pretendió escribir de su experiencia intelectual. Pero el último momento de su vida revela una existencia íntima que no quedó patente en su obra, pero que hace de Caso un personaje desconocido, oculto por los ademanes teatrales que muchos de sus contemporáneos vieron tan huecos.

Caso, el polemista
Juan Hernández Luna enlista doce polémicas sostenidas por Caso entre 1911 y 1937. Con Agustín Aragón había discutido el problema de la fundación de la Universidad, en 1911, y la teoría de la historia del filósofo rumano Xenopol, en 1922. Ese mismo año debatió con Francisco Bulnes acerca del “porvenir de América Latina”; con Manuel Puga y Acal, en 1924, sobre el imperio de Maximiliano; con Alfonso Junco, en 1936, discutió el problema de “la existencia de Dios”; y finalmente, con su exalumno Guillermo Héctor Rodríguez debatió la pertinencia del neokantismo, en 1937. Todas ellas fueron discusiones poco trascendentes, sobre asuntos más o menos circunstanciales. Sin embargo, entre las polémicas de Caso destacan especialmente la que sostuvo con su exalumno Samuel Ramos (1927) y una serie de intercambios con Francisco Zamora, Vicente Lombardo Toledano y Eduardo Pallares sobre la orientación ideológica de la Universidad, el materialismo y el marxismo (1933 y 1935).

En los dos primeros números de la revista Ulises (mayo y junio de 1927), editada por Xavier Villaurrutia y Salvador Novo, el joven filósofo Samuel Ramos publicó un balance crítico de la obra y el magisterio de Caso. El interés de Ramos al escribir sobre Caso era realizar un balance del hombre que representaba un punto de partida en la Filosofía del siglo XX. En su ensayo, básicamente lo acusaba de falta de argumentación en su obra, de pérdida de “la aptitud a la renovación”, de ignorar todo lo que se ha pensado después del Bergson, Croce, Boutroux y James, así como de dejar a medias el estudio de esos filósofos. Pero fundamentalmente, le reprochaba “abogar por la intuición en un país en que hace falta la disciplina de la inteligencia”. Ramos escribe que “la esencia del pragmatismo”, corriente en la que sitúa a Caso, “es demostrar que la facultad pensante no está al servicio de la verdad pura sino de las necesidades vitales humanas.” Curiosamente, Caso responde en términos no pragmáticos cuando afirma que no aboga por las ideas filosóficas “teniendo en cuenta las necesidades del país”: “Esto no me importa, o me importa en último término. Lo que me interesa es pensar.”

La importancia de esta polémica en el pensamiento de Caso es que hace notar su alejamiento del pragmatismo, el cual le había servido para distanciarse del Positivismo. Pero luego de publicar su Sociología (1927), comenzó su distanciamiento del pragmatismo. Según Rosa Krauze: “Ya incorporado dentro de las nuevas tendencias, Caso se dirigió hacia el personalismo, siguiendo la línea de ideas que había apuntado desde su juventud. Su estudio quedó dividido en dos partes: el personalismo y el existencialismo, y el personalismo desde el punto de vista social.” Este último periodo de su pensamiento es influido por los acontecimientos históricos (la Segunda Guerra Mundial) y filosóficos (el existencialismo, Heiddeger) que pusieron en el centro del pensamiento metafísico a la muerte y la angustia. Caso prácticamente dejó terminado antes de morir un texto con reflexiones sobre estos temas, titulado “La muerte y el ser”. Aunque reconoce la genialidad de Heiddeger, no acepta las conclusiones a las que llega pues no hace ninguna referencia al más allá, con lo que considera que el filósofo alemán despoja a la existencia humana de sentido. Y aun más, se pregunta: “¿Acaso el nacimiento no implica también un misterio para el hombre?” El nacimiento, no la muerte “entraña la verdadera incógnita del hombre, el secreto de la existencia, el fundamento del existencialismo filosófico orientado hacia el principio y no hacia el fin” (El Universal, 3 de marzo de 1944). “El que aspira a lo eterno debe alcanzarlo, toda vida humana gravita hacia un centro fuera del hombre, porque el hombre mismo no es una meta, y nuestro destino es subsistir para dar pábulo al anhelo consubstancial de perfección.”

Caso vs. Lombardo
Pero este planteamiento es apenas una parte de la postura de Caso, pues todavía formuló su idea del personalismo. En ella establece que la “persona humana” es la suprema categoría de la existencia. No obstante, el individuo no debe estar subordinado a la comunidad, ni viceversa; axiológicamente, ambos deben estar subordinados a la cultura: “La cultura como fin del individuo, implica la sociedad, y como fin de la sociedad implica al individuo”. Ya que Caso considera que el marxismo es una religión (“el marxismo-leninismo, como toda religión, implica un dogma y un mito particulares, un conjunto de prácticas culturales, un conjunto de organismos dispuestos a cumplir con los actos del nuevo culto y una ética derivada de la concepción del dogma”, Rosa Krauze p. 350), establece que el individuo debe tener derecho a la propiedad privada, siempre y cuando no pase de lo estrictamente indispensable. Caso es un demócrata que opina que este sistema político debe ser apenas un medio para conseguir la cultura. Pero en última instancia, el fin del hombre es Dios y no la sociedad; sólo un pacto con “la verdad cristiana” hará que las sociedades encuentren la satisfacción del hombre.

Si por un lado, la polémica con Ramos marca el último periodo de su pensamiento filosófico; el debate con respecto a la orientación ideológica de la Universidad enfrenta a Caso con el materialismo, pensamiento al que siempre repudió.
En 1929, un grupo de estudiantes de Derecho formó un movimiento para solicitar que se les incluyera en el Consejo Universitario. Luego de que las negociaciones fracasaran, el presidente Emilio Portes Gil acusó al movimiento de tener intereses secretos, por lo que procedió a cerrar la Escuela de Derecho. Los estudiantes comenzaron una huelga que amenazó con hacerse más grande, hasta que inesperadamente Portes Gil hizo una propuesta de Autonomía universitaria, ya que se encontraban próximas las elecciones en las que el gobierno tenía que rivalizar con el movimiento vasconcelista. Esta fue una medida que pretendía ganar el apoyo de los estudiantes, aun cuando la Autonomía concedida iba en contra de las peticiones estudiantiles, ya que la nueva Ley Orgánica establecía que el Rector sería elegido por el Consejo Universitario de una terna propuesta por el Presidente, y no al revés. Asimismo, el Presidente podía vetar las resoluciones tomadas por el Consejo y el Rector estaba obligado a rendir un informe anual al Congreso de la Unión y al Secretario de Educación. Aun cuando movimiento de estudiantes conocido como Generación del 29, y su líder más sobresaliente, Alejandro Gómez Arias, se convirtió en el símbolo de la Autonomía, Imanol Ordorika afirma que sus miembros prácticamente nunca llegaron a ocupar lugares en el Consejo Universitario. Al contrario, fue el grupo de los Siete Sabios, organizado alrededor de Antonio Caso, el que tuvo mayor control de la política universitaria.

Más adelante, en septiembre de 1933, tuvo lugar en México el Primer Congreso de Universitarios Mexicanos, una asamblea nacional de rectores, profesores y representantes estudiantiles de 21 estados, a la que asistieron como invitados, el presidente Abelardo L. Rodríguez, el secretario de Educación Pública Narciso Bassols y el cuerpo diplomático. Antonio Caso fue designado miembro honorario, en tanto que Vicente Lombardo Toledano era representante de la UNAM y presidente de la comisión encargada de estudiar el tema de la “Orientación ideológica de la Universidad”. El documento redactado por esta comisión sostuvo que las universidades mexicanas “contribuirán, por medio de la orientación de sus cátedras y de los servicios de sus profesores y establecimientos de investigación, en el terreno estrictamente científico, a la sustitución del régimen capitalista, por un sistema que socialice los instrumentos y los medios de la producción económica”. Vale la pena citar las principales ideas del documento al que se opuso Caso. Las conclusiones aprobadas por la asamblea planteaban rematar los cursos de bachillerato con “la enseñanza de la filosofía basada en la naturaleza”, enseñar la historia “como evolución de las instituciones sociales, dando preferencia al factor económico como factor de la sociedad moderna y, la ética, como una valoración de la vida que señale como norma para la conducta individual, el esfuerzo constante dirigido hacia el advenimiento de una sociedad sin clases, basada en las posibilidades económicas y culturales semejantes para todos los hombres”. Asimismo, se planteaba que las universidades contribuyeran al conocimiento “de los recursos económicos de nuestro territorio, […] de las características biológicas y psicológicas de nuestra población y al estudio de nuestro régimen de gobierno”. También proponía la necesidad de proveer económicamente de forma vitalicia a los “elementos de cualidades de excepción” para que puedan dedicarse desde su etapa de estudiantes, “con toda tranquilidad y entusiasmo”, a la investigación científica. Y finalmente, establecía que los graduados de las instituciones universitarias deberían prestar un servicio obligatorio y retribuido por un año en el sitio considerado necesario por la institución que otorgó el grado.

Debe considerarse que el documento de la comisión era apenas un acuerdo de asamblea que debía plantearse ante el Consejo Universitario para que tuviera algún valor. En los puntos del documento, Caso vio –aun cuando no se mencionara explícitamente–, la influencia del “materialismo histórico”, así que en su intervención en la asamblea, se mostró en contra de que la Universidad adoptara un “credo” filosófico y que se opusiera a la libertad de cátedra. Si bien Lombardo y Caso discutieron posturas particulares acerca de la enseñanza de la Historia, la Ética y la Filosofía, en sus intervenciones destaca el tema del papel social de la Universidad.

Caso piensa que la Universidad es una comunidad de cultura, y que la cultura es la creación de valores. De tal forma que sus principales actividades son investigar y enseñar; es decir, la comunidad universitaria logra nuevos conocimientos, rectifica los anteriores y los transmite. Pero Caso afirma que la cultura es una finalidad, y Lombardo refuta este punto:

La cultura es un simple instrumento del hombre, no es por consiguiente una finalidad en sí. Y como afirmo que la cultura en sí y por sí no existe, también afirmo que la humanidad abstracta, que el bien en abstracto, no existen, porque ningún valor en abstracto existe. […] Cada régimen histórico ha tenido una cultura especial. ¿Por qué? Porque la cultura es justamente eso, valoración, expresión de juicios colectivos. […] No hay régimen histórico que no haya tenido a su servicio una manera de pensar la vida, una serie de juicios que tratan, en primer término, de hacer que perseveren, de hacer que se mantengan las instituciones que caracterizan a ese régimen histórico.


Así, Lombardo organiza su discurso contra la libertad de cátedra por considerarla falaz:

El siglo XIX que creó el régimen capitalista es una etapa histórica en la evolución de todos los pueblos, etapa que ha formado una pedagogía capitalista. No ha habido, pues, tal neutralidad. La libertad de cátedra ha servido simplemente para orientar al alumno hacia una finalidad política, en relación con las características del Estado burgués. Ésa es la realidad. El Estado no ha sido neutral frente a las contiendas de los trabajadores, sino que todo él, a través de sus órganos, ha servido a una sola clase, a la clase capitalista; y la enseñanza de las escuelas oficiales no ha sido más que un vehículo para sustentar en la conciencia de los hombres el régimen que ha prevalecido. No ha habido tal libertad de cátedra. Hemos tenido, como siempre, una pedagogía al servicio del régimen.


Hay que notar que ni Caso ni Lombardo consideran la Universidad como un espacio de discusión, sino que conciben al alumno como un actor más o menos pasivo de las enseñanzas, un individuo que acude a las aulas “a formar su criterio”. Además, Caso tiene un concepto de la libertad de cátedra curioso, por decir lo menos, como puede verse en un texto escrito en 1940, en el que expone su idea de la universidad novohispana:

Comparemos […] el espíritu superior, libre, sincero, culto, de los doctores universitarios contemporáneos de Bucareli y de Gamarra, con lo absurdo del materialismo histórico como dogma intangible de la Universidad Autónoma. Recordemos a aquellos piadosos sujetos, sufragando en pro de la libertad de pensamiento; y a los modernos corifeos del materialismo marxista pretendiendo sofocar la libertad, bajo la irrisoria dominación de una tesis discutida y ya desprestigiada.
¿Qué reflexionaremos como comentario indispensable de tan grave contraste?… Diremos que México se muestra, en lo que concierne a la Cultura, por debajo de lo que elaboró Nueva España. Diremos que parece que los siglos han desfilado en vano; que el pensamiento se ha entumecido y desnaturalizado; ¡porque no valía la pena de sufrir tantas revoluciones en pro de la Libertad política, intelectual y social, para venir a parar en la negación de aquella franquicia sagrada y bendita, sin la cual todas las demás salen sobrando: la libertad de pensamiento y de enseñanza!


Por otra parte, es necesario ver esta polémica como la expresión de un enfrentamiento mayor entre el régimen y la Universidad. Como afirma Imanol Ordorika:

Esta confrontación era, al fin y al cabo, la síntesis de dos puntos de vista opuestos en cuanto al papel social de la educación superior; reflejaba la lucha entre los que exigían compromiso social para la solución de problemas prácticos de desarrollo y los convencidos de que la única responsabilidad de la Universidad estribaba en adquirir y proporcionar el saber en un sentido abstracto.


Luego de ambas intervenciones, la asamblea votó a favor de Lombardo por 22 votos, contra 9 para Caso, a pesar de que este último había amenazado al finalizar su intervención: “Hemos de hacer colectivismo o hemos de irnos de las aulas. Señor rector de la Universidad Nacional: si esto se aprueba, el profesor Caso deja de pertenecer a la universidad. Os lo protesto de todo corazón, con toda mi alma.” Una vez que se clausuró el Congreso, los estudiantes católicos dirigidos por Manuel Gómez Morin y Rodulfo Brito Foucher, escribe Lombardo,

contando con el apoyo decidido de la prensa, de la iglesia católica, y de los elementos llamados comunistas –en México estos extremos se han juntado muchas veces– pasaron de las palabras a los hechos. Se apoderaron del edificio de la rectoría de la Universidad por la fuerza. El gobierno se cruzó de brazos y dejó hacer. El rector Medellín se encerró en su casa y la más alta institución de cultura de México, cayó en manos de los partidarios del irracionalismo filosófico.


La Federación Estudiantil dirigida por los católicos “azuzados por Brito, asaltaron las oficinas de la confederación, sacaron los muebles, prendieron fuego al archivo y recorrieron las calles de Argentina, Justo Sierra, El Carmen y San Ildefonso gritando mueras a Medellín, a Lombardo, a la universidad marxista, al gobierno y vivas a Antonio Caso y a la libertad de cátedra”. Lombardo y sus colaboradores salieron de sus oficinas, expulsados por los conservadores que quedaron al mando de la universidad; al mismo tiempo, Caso renunció a sus cátedras hasta que no desapareciera la reciente indisciplina. El Consejo Universitario acordó la remoción de Brito Foucher, director de Derecho, luego de acusarlo del caos de la Universidad así como de haber provocado la renuncia en masa de sus profesores, de utilizar la dirección de la escuela para sus fines personales y de servir a grupos confesionales. Como respuesta, los alumnos de Derecho se declararon en huelga y tomaron la Rectoría, apoyando a Brito, pero Caso intervino “invitando a los huelguistas a que abandonaran las oficinas […] y lucharan por una verdadera reforma universitaria”. Pero luego de varias asambleas, la huelga se hizo general y los alumnos de Filosofía y Letras y Derecho apoyaron a Caso, provocando que los directores de todas las facultades renunciaran en masa.

Pero el debate continuó en los periódicos. Por un lado El Universal y Excélsior se declararon partidarios de Caso y el segundo llamó al marxismo “filosofía de cerdos” y a Lombardo “Lenin de patio de vecindad”. Y para Caso, a la ética marxista

la constituye ese anhelo judío primordial, de dar la mano a todo lo bajo, a todo lo caído, a cuanto sea mezquino y numeroso, para exaltarlo a la cima donde sólo pueden aspirar el aire puro los optimates de la inteligencia y de la voluntad […] Pero es más; del mismo modo que el Contrato social, de Rousseau, cesó de tener importancia una vez realizada la Revolución Francesa, El capital de Marx, ya no reviste el interés que tuvo cuando causó la Revolución Rusa. Estamos “más allá del marxismo”. Ahora, el socialismo se combina en todas partes con un enérgico movimiento nacionalista. Nuestra Revolución tiene un perfil propio, y debe desembocar en un gobierno enérgico, de amplio sentido social; en un nacionalismo social. Esto es lo que ha realizado en Italia Mussolini; lo que hoy pretende lograr Hitler en Alemania.


Se ha dicho que en 1933 el nazismo “aún no mostraba su verdadero rostro”, sin embargo, las mismas ideas mantuvo Caso hasta su último libro, Evocación de Aristóteles, de 1946. Hernández Luna, seguidor de Caso, con su muy particular visión, deja ver que la Universidad, al oponerse a la implantación de la educación socialista, tendió lazos a las instituciones educativas más conservadoras de provincia:

Pronto aquella discusión habría de cobrar una significación de alcance nacional. La tesis de Lombardo fue extendiendo sus manos rojas por el Partido Nacional Revolucionario y por las Cámaras de Diputados y de Senadores, hasta quedar plasmada una año más tarde, en la reforma socialista del Artículo 3º Constitucional. La tesis de Caso arraigó tanto en la conciencia de profesores y estudiantes, que levantó en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la mayor parte de las universidades de provincia un macizo y alto muro de libertad docente y de investigación científica. Gracias a este muro la enseñanza universitaria pudo resistir los embates de la educación socialista y quedar fuera de los alcances del texto del Artículo 3º Constitucional.

La Universidad en manos de los católicos era un caso conflictivo para el gobierno, así que decidió otorgarle plena independencia. Medellín había renunciado a la rectoría y Lombardo a la Preparatoria. Ante la perspectiva de la elección de un nuevo rector, la prensa católica propuso de manera unánime a Caso, pero la Asamblea Constituyente nombró a Gómez Morin como Rector interino, con lo que terminó la huelga. Poco después, en octubre, el presidente Rodríguez y Bassols lanzaron una propuesta para otorgar la autonomía completa a la Universidad. El Congreso aprobó la Ley que la privaba del calificativo de “Nacional” puesto que no estaba comprometida con los proyectos del Estado. Esta ley convertía el Consejo Universitario en la máxima autoridad, y en el encargado de nombrar rector y autoridades universitarias. Gómez Morin fue ratificado rector, ahora por el Consejo Universitario, y comenzó una política “descaradamente clerical” (Hernández Luna) que le abrió la puerta a los jesuitas y a los pensadores francamente fascistas como Francisco Guiza y Acevedo. Si por un lado, la autonomía fue concedida por el gobierno para asfixiar económicamente a la Universidad en manos de los católicos; por otro lado, Gómez Morin pretendía convertir la institución en una Secretaría de Educación paralela, por lo que empezó el modelo de las “escuelas incorporadas”. De ahí su relación con la Universidad Autónoma de Guadalajara, la primera universidad privada de México (fundada en 1935). “Aparecen los ‘conejos’ y ‘los tecos’, grupos procedentes del Colegio Francés Morelos y de la Universidad Autónoma de Guadalajara, organizaciones de choque dirigidas por jesuitas que permanecen en la sombra” (Hernández Luna) y antecesores del MURO y de la actual organización secreta, el Yunque.

Pero la polémica sobre el marxismo continuó en los diarios, enfrentando a Caso con Lombardo Toledano y Francisco Zamora, profesor de Economía, a lo largo de 1935. Zamora, un polemista notable, sostuvo una serie de intercambios en los diarios en los que condujo a Caso a la base de su desacuerdo teórico con el materialismo histórico: “la sensación no es reducible al movimiento”, con que pretendía demostrar que el materialismo es incapaz de explicar el espíritu, porqué éste no ocurría en el tiempo y el espacio sino sólo en el tiempo. Zamora cita los trabajos de la psicología experimental de su tiempo para responder a Caso:

Cualquiera que abra un compendio de psicología científica, aun cuando no sea de los más modernos, como del de James, por ejemplo, encontrará: primero, que las sensaciones se describen como corrientes centrípetas aportadas al cerebro por los nervios llamados aferentes; segundo, que esas corrientes, así como las centrífugas de los nervios eferentes, se consideran, no en sentido figurado sino real, como descargas de las células nerviosas, de tal manera que James compara la salida de una corriente de esa especie con la explosión de un arma de fuego; tercero, que la velocidad de esas corrientes ha sido medida, a partir de Helmholtz; y cuarto, que la voluntad se estudia como una compleja trama de movimientos.
En otras palabras, a pesar de que la psicología siguió hasta hace poco un camino que ha dado motivo para que se le regatee el carácter de ciencia natural y aun el de verdadera ciencia –como dice Pavlov–, afirma las conexiones entre la actividad psíquica y el sistema nervioso. Y así ha podido reducir las sensaciones a corrientes de energía nerviosa, o sea, a movimiento.


Caso, no obstante, se mostró irreductible, pues la separación de lo espiritual y lo material fue el centro de su pensamiento a lo largo de cuarenta años. Por lo que Zamora ve esta postura como “la expresión de un sentimiento, de una creencia mística”, y le reprocha a Caso que con sus fantasías de origen religioso se muestre incapaz de interpretar ciertos aspectos de la realidad cósmica. Zamora y Lombardo tienen una postura notoriamente distante de Caso, pues son los pensadores que separan el pensamiento socialista mexicano de las concepciones románticas e idealistas de sus antecesores. En el discurso de Caso, por el contrario, la fe habla en nombre de la ciencia; su ideología representa las posiciones de la clase media: “refleja las aspiraciones de la pequeña burguesía, que oscilando entre la clase capitalista y la proletaria, busca más allá de la realidad objetiva el punto de apoyo que en ella no encuentra”. Zamora llega por distintos medios a la misma conclusión que Rosa Krauze, su principal estudiosa: “el espiritualismo del señor Caso hinca sus raíces más en su inconsciencia que en su conciencia. Es un producto, no de su razón, sino de su sentimiento de clase. Tiene el valor de una creencia, más que el de una convicción científica. No puede ni debe, por consiguiente, ser discutido”. No debe dejarse de lado que el Ateneo de la Juventud postuló para la educación y la realidad mexicana una serie de valores humanistas abstractos y espiritualistas, en cuyas derivaciones, fecundas y nocivas, no debe soslayarse el pensamiento de Antonio Caso.