Otras entradas

domingo, 19 de enero de 2025

MANIAC, de Benjamín Labatut

 


Afortunadamente, me impongo la brevedad, pues de otro modo, me extendería en glosar MANIAC, de Benjamín Labatut. Comenzando por el hecho de que es difícil saber qué tipo de libro es, pues no parece propiamente una novela. Me simpatiza saber que el autor no sabe al comenzar cada uno de sus libros a qué forma literaria corresponderá… Es como una partida de go, el antiguo juego chino, que se va desarrollando según el encuentro de las intuiciones de los contendientes. El volumen se enfoca en tres momentos de la ciencia, los cuales son unidos por un hilo narrativo que tiene como constante la irracionalidad dentro de la ciencia. Sólo que se trata de un hilo que no sirve para salir, sino para perderse en el laberinto de la ciencia moderna. Retratos de dos científicos y de un jugador de go, así como los sistemas computacionales que han sido creados para competir con la mente humana. Los estilos son diferentes en cada una de las tres partes del libro. Mientras que John von Neumann, parte del equipo que desarrolló la bomba atómica, reúne un coro de voces que narra su existencia, el torneo entre una máquina, AlphaGo, y uno de los grandes jugadores de go, Lee Sedol, es relatado por una voz impasible al mismo tiempo que efectista. Ciertamente, la última parte del libro es una extraordinaria crónica cuya eficacia no depende del conocimiento que un lector pueda tener del go. Pero hablaba de un hilo narrativo; en realidad, es un hilo que parece que el autor va dejando a lo largo de su recorrido y que yo seguí, sin darme cuenta de su rumbo. Al llegar al momento en que von Neumann, casi en el lecho de muerte, es visitado por su hija Marina, ella se encuentra con uno de los últimos artículos de su padre, en que él concluye que el cerebro funciona de manera fundamentalmente distinta a una computadora. En tanto que las computadoras –como la que él desarrolló y que da título al libro– funcionan de manera secuencial, el cerebro hace una inmensa cantidad de operaciones simultáneas. La ciencia, a lo largo de su historia, ha recurrido a las metáforas para darse a entender. Una de las más recientes y más difundidas ha sido, precisamente, la comparación entre computadora y cerebro. Es decir, hemos puesto sobre una cantidad inmensa de operaciones matemáticas una máscara humana, la metáfora que le da personalidad y sentido a programas que no saben de humanidad. Ante la idea de la Inteligencia Artificial, pareciera que esta novela se rinde. Mistifica esta nueva puerta que la tecnología ha fabricado y abierto ante nosotros. El truco de magia más complejo y más costoso de la humanidad, es cierto. Pero me hizo recordar a un viejo filósofo ruso, Panfil Danilovich Yurkevich, quien dijo en 1861 que la naturaleza “no posee la fuerza mágica de transformar cantidades en cualidades”. Los algoritmos cada vez más complejos no adquieren alma de pronto. Existe la genialidad, asombra, es cierto: es algo aterrador a veces, fascinante. Pero sabemos que proviene de una capacidad de actuar ante una cantidad inimaginable de sucesos aleatorios. La ciencia tiene sus genios. Pero hay que deshacerse de la típica idea positivista de “ciencia” –enunciada en la p. 280 de MANIAC–: “La ciencia es neutra por completo; provee medios de control aplicables a cualquier propósito, pero permanece indiferente ante todos”. Sólo quiero recordar algo que decía Edgar Allan Poe en Eureka, su libro de ciencia: que el científico comparte con el artista ese momento de creación poética que se llama la hipótesis. El científico concibe el mundo y luego sale a verlo y comprobar si se parece a su idea. Por otra parte, hay que recordar siempre que la revelación y la posesión por el genio, no es nada si no hay antes, durante y después, el trabajo constante e infinito.

 

Benjamín Labatut. MANIAC (2023), 11ª ed (3ª en México). México, Anagrama, 2024.

sábado, 11 de enero de 2025

Las mentiras de hoy y sus ilustres antepasadas



Los actuales medios corporativos de comunicación, así como las redes sociales, no luchan por la verdad. De hecho, ya no es siquiera una de las consignas que podría reivindicar cualquier periódico tomado al azar. Por el contrario, su frase más afinada sería: “La verdad es irrelevante”, formulada por Raymundo Riva Palacio (“La abrupta salida de Azucena”, La política On Line, 22/1/24), queriendo decir que no importa lo que pasara en realidad: nadie quitará del imaginario colectivo la idea de que Andrés Manuel López Orador ejerció la censura. La verdad es irrelevante, pero también es indiferente, según los nuevos ideólogos de la crítica textual. Las noticias falsas, a las cuales se afiliaron Donald Trump, muchos diarios estadonidenses, la mayor parte de la prensa mexicana, etc., no son el resultado de una documentación cotidiana de los hechos, sino textos que sirven para construir una realidad. Algunos medios, El UniversalReformaTelevisa, TV Azteca, ya tienen la edad suficiente para aparecer en una versión de la Historia de México en 50 mentiras, pero sobre todo sería interesante categorizarlas. Tradicionalmente, se puede pensar en aquellas que se difundían de acuerdo con el gobierno para desviar la atención sobre ciertos hechos polémicos para ciertos regímenes. Hoy, se pueden consultar las diferentes coberturas para percatarse de que las noticias, en su conjunto, no alcanzan a cubrir los fenómenos. Aunque ocurre que muchos hechos se cubren de manera coral, repitiendo las mismas frases, coincidiendo incluso en frases o en fechas de lanzamiento de las noticias, como en el caso de Anabel Hernández, cuyas afirmaciones sobre supuestos nexos entre López Obrador y el Cártel de Sinaloa aparecieron de manera sospechosamente coordinada con otros portales y con The New York Times. En el caso de los medios estadounidenses, pueden leerse ciertas notas como una negociación con el poder político, como se ve en el reciente reportaje de este periódico sobre un supuesto laboratorio de fentanilo en Sinaloa: un medio que publica notas falsas para sostener el discurso del gobierno estadounidense. Es, finalmente, un feliz regodeo en sus propias editoriales, una cocción que consiste en echarse su propia salsa y saborear sus propias recetas, convencidos de que el país, la sociedad, quieren servirse ese plato y saborearlo. Es la filosofía del coreano Byung-Chul Han, que considera que las noticias falsas son inmunes a la verdad. Entonces, se postula esta afirmación válida para este momento de la sociedad: discurso y verdad son independientes. La verdad no tiene sus cronistas, y los cronistas de moda construyen “su narrativa”, la cual se levanta para erigirse en la verdad de una época. Sería tan cómoda esta forma de ver si no es que la credibilidad de los medios comerciales de América Latina no se hubiera derrumbado. Su respuesta es, naturalmente, su misma receta. El columnista Sergio Sarmiento culpó a las mañaneras de López Obrador de minar la credibilidad de la prensa. Esta frase tan ingeniosa no sirvió en esta ocasión como aderezo de la prensa autocelebratoria. Por desgracia para ellos, la conclusión de este periodo es que los periodistas se harán responsables de sus palabras. Los habituales montajes, las fábulas de la tirania antidemócrata, la renovación de opinólogos sin renovación de ideas, el reciclaje del miedo al comunismo, es decir, la actual tramoya de los medios de comunicación… Y el rostro indignado de Ciro Gómez Leyva cuando se duda de su integridad, que casi nos hace decir: “Seguro que es un periodista impecable”. Incluso intentaré olvidar que pidió disculpas por publicar cotidianamente (sólo 90 días seguidos) encuestas falsas favoreciendo a Enrique Peña Nieto en 2012. La prensa actual es sólo una moderna encarnación de una costumbre antigua, parece decir el título de este libro: La historia del mundo en 50 mentiras, de Natasha Tidd, autora de un blog dedicado a develar falsedades históricas. En retrospectiva, deben de organizarse las mentiras históricas en categorías más ambiciosas. Ciertamente, su negocio tiene poco más de un siglo, pero antes de eso debe de hablarse de manipulaciones, de embustes, tergiversaciones, más que de mentiras creadas deliberadamente en un combate de discursos. Hay cincuenta ejemplos en este libro en que se puede profundizar con el fin de construir las categorías de la mentira. Por ejemplo, está el caso de Iván IV el Terrible (1530-1584), coronado primer Zar de Rusia a los 16 años. Dentro de Rusia, creó un territorio controlado directamente por él, llamado Opríchnina, y por una tropa de élite a su servicio. Para fortalecer su imperio era necesario un sucesor fuerte, pero él, en un arranque de ira, había matado con un golpe de su cetro a su primogénito, Iván Ivanóvich, a los 27 años. El segundo de sus hijos, Teodoro I, gobernó trece años, a partir de la muerte del Zar, en 1584. Aunque “gobernó” es un decir, porque dedicaba su atención a rezar y a hacer sonar las campanas de las iglesias, así que fue realmente manipulado por Borís Godunov, designado por Iván IV para asistirlo en su gobierno. Se pensaba que Teodoro I no duraría mucho en el poder, así que se tendría que esperar a que creciera su hermano menor, Dimitri, sólo que él fue asesinado a los ocho años, en 1591. Hay óperas, obras de teatro, cuadros, cuentos, novelas y películas, relacionados con este pasaje de la historia rusa, inspiradas en el crimen del padre, en el poder absoluto, en el misticismo enajenado de Teodoro, en el poder de Borís Godunov… Una vez muerto Teodoro I, ascendió al trono como Borís I, quien gobernó por siete años. Murió en 1605 y le dejó el poder a su hijo Teodoro II, pero sólo estuvo días en el trono, pues fue asesinado poco después. La mentira, o más bien: la aceptación de la mentira, se manifestó porque entre 1604 y 1611 aparecieron sucesivamente tres jóvenes que aseguraban ser Dimitri, el asesinado hijo de Iván el Terrible. Cada uno de ellos quiso convencer que había sobrevivido milagrosamente al asesinato. Incluso, la viuda del Zar, María Nagaya, reconoció al primero de esos Dimitris como su hijo, aunque lo hizo porque temía que la asesinaran si no lo hacía. Por otra parte, Dimitri I el Impostor, se había reunido con un noble polaco que le dio la mano de su hija Marina Mniszech a cambio de un millón de eslotis (la moneda polaca) para que ella lo acompañara en la aventura de tomar el poder de Rusia. Sin embargo, Dimitri I duró poco tiempo en el trono, pues fue asesinado en 1606, cuando apenas había gobernado por diez meses. Afortunadamente para los conspiradores, apareció un segundo Dimitri que Marina lo reconoció como su esposo, milagrosamente salvado. El matrimonio, seguido de un ejército de campesinos apoyado por Lituania y Polonia, quiso avanzar hacia Moscú, pero Dimitri II fue asesinado en 1610. Todavía apareció un tercer Dimitri, que se proclamó zarévich en mayo de 1611, sólo que decepcionó a su partidarios, quienes lo asesinaron un año después. Quizá cansadas de ver que se repetía la misma obra, cada vez con menor fortuna, varias ciudades rusas decidieron acabar con Marina Mniszech, quien tenía un hijo de tres años al que llamaba “el verdadero Zar”, Iván Dimitriyevich. Ella murió en prisión en 1614, y ese mismo año, su hijo fue colgado públicamente, seguramente para desanimar las vocaciones de cualquier aspirante a llegar a Zar por el camino de la estafa.

 

Natasha Tidd. La historia del mundo en 50 mentiras / A SHORT HISTORY of the WORLD in 50 LIES (2023), tr. Citlali Valentina Bonilla García. México, Crítica, 2024.

sábado, 4 de enero de 2025

Antología de la literatura fantástica, de Ocampo, Borges y Bioy Casares



De la lectura de la Antología de la literatura fantástica, realizada por Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo, se derivan varias impresiones, algunas fantásticas y otras no fantásticas. Entre estas últimas, me parece que la más importante es la desilusión en cuanto a la variedad de literaturas. Casi puede decirse que esta Antología consiste en poner las obras de los amigos argentinos y una nutrida selección de autores ingleses. Franceses sólo tres, dos estadounideneses, una mexicana (Elena Garro), etc. Además, es un poco imprecisa la definición de “fantástico”, aunque no sé si se deba a cuestiones de época. Entre las primeras (las impresiones fantásticas) casi en primer lugar está la presencia de José Bianco, escritor que no debiera de mencionarse de vez en cuando. De pronto, me doy cuenta de que no está entre los muertos, sino que lo cuento entre los autores vivos. Lo contrario de lo que pasa en su mundo jamesiano, que después de convivir con ellos, nos damos cuenta que eran fantasmas los personajes que nos rodeaban. Sombras suele vestir es su cuento, una especie de soplo frío, complejo, que necesita dos lecturas para revelar el truco de su prosa. Y está el Hogar sólido de Elena Garro, que hace que recordemos por qué su presencia fue tan importante en la literatura argentina de entonces. Voces fantasmales, cuyo fraseo hace evocar las épocas, la manera de hablar de la época del Imperio, las voces modernas de los años 20…, todas encerradas en un enorme sarcófago, dando vueltas eternamente. Pero “fantástico” sería algo así como la presencia de un detalle que hace que la realidad se ponga en duda. Por lo menos, nuestra idea de realidad. Al leer, la pregunta: ¿en qué momento aparecerá ese detalle? Entonces, agradezco a esta antología la presencia de un cuento, Enoch Soames, de Max Beerbohm, exquisito retrato de la época de los simbolistas, del fin de siglo inglés, con sus pintores y sus poetas y su ansia de eternidad. Ansia que lleva al más mediocre de los autores, Enoch Soames a confesarle a un amigo, en la mesa de un café, su deseo de viajar al futuro, cien años después, para ir a la sala de lectura del Museo Británico y saber si su nombre existerá registrado entre los libros de historia literaria.

– Por eso me vendería al diablo, cuerpo y alma.

A lo que respondió el vecino de mesa, levantándose:

–Permítame… Me ha sido imposible no oír.

Naturalmente, el Diablo, siempre atento, siempre de refinados modales victorianos. Y siempre, en estos cuentos, la elegancia de la intrusión fantástica, que, me imagino, era lo que más gustaba a los antologadores, quienes, en una noche de invierno hicieron una lista de escritores admirados. El buen gusto de la intromisión fantástica, seguramente que eso fue muy importante. Los modales de la realidad y su poética. Sí, se requieren refinados recursos literarios para crear el ámbito de lo fantástico. De lo contrario, pasa lo de siempre, que vivimos confinados a aceptar nuestra vida y contarla con algunas burbujas narrativas a las que llamamos “lo inexplicable”.

 

Silvina Ocampo, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Antología de la literatura fantástica (1940), 2ª reimp. México, DeBolsillo, 2023.

jueves, 2 de enero de 2025

Las aventuras de Barry Lyndon, de William Makepeace Thackeray



Esta novela se dio a conocer en once números de la revista Fraser’s Magazine, entre enero y diciembre de 1844. Yo hubiera sido de los lectores que más ansiosamente hubieran esperado el nuevo número para saber qué más acontecería con la vida de Barry Lyndon, el arrogante joven irlandés que se lanzó a recorrer las cortes europeas con el fin de estafar a todos los nobles posibles. Hubiera gozado, ya hacia la segunda parte del año, leer su regreso al país nativo, en donde destinó sus fuerzas a conquistar a una viuda snob y adinerada, la condesa de Lyndon. Sólo que la palabra “conquistar” tiene aquí un significado militar, bastante alejado de cualquier romanticismo: logra casarse con ella luego de espiarla y aterrorizarla metódicamente. El protagonista busca la riqueza y la nobleza a través de las amenazas y la intimidación de todo aquel que dude de su buen nombre. Debo decir que la gran exquisitez del estilo de Thackeray consiste en mostrar todo aquello que Barry Lyndon oculta fallidamente: el falso pasado ilustre, la justificación de sus crímenes, las confesiones inconscientes… El perfecto retrato del snob. Casi perfecto, puesto que tiene demasiada sinceridad; se le olvida limpiar sus crímenes, pues goza con ellos. Con qué alegría toma posesión de los palacios de su esposa, con el fin de poner vulgaridad en el mundo de los ancestros y de llenar de adornos de mal gusto el frondoso árbol genealógico de la condesa Lyndon. Los lectores de hoy me tendrán que perdonar tanto placer (no así los del siglo XIX, que disfrutaron tanto este libro), pero Barry Lyndon contiene momentos de suprema maldad y crímenes sin nombre. Maldad racionalista, planeada con detalle. En honor del protagonista –entre sus numerosos chantajes, fraudes, amenazas y sobornos–, hay que decir que el crimen más macabro del libro no lo comete él. Es cierto que lo propicia, pues se dedica a endeudar a un joven, el Caballero de Magny a través de las apuestas en el juego de baraja, hasta hacerlo insolvente. Cuando le presenta la cuenta, se descubre que el caballero es en realidad amante de la princesa Olivia, la esposa del príncipe Víctor, en cuya corte ocurre todo este pasaje. Entonces, se nos revela cómo es que toda la servidumbre está infiltrada por el poder, cómo es que todos se espían entre sí, en un mundo de delaciones y sospechas. Así que el Príncipe decide ejecutar su plan, comenzando por mantener en el terror a su esposa infiel, para más adelante, hacer que la lleven a una torre alejada con el pretexto de curarla de sus males provocados por la paranoia, y pedir ayuda a un experto en estos asuntos ––monsieur de Strasbourg–, quien sujeta el cabello de la Princesa con una mano y le separa la cabeza del cuerpo. Con razón Thackeray fue tan aficionado al siglo XVIII, siglo cínico que creó las fortunas que la hipocresía del XIX celebró.

 

William Makepeace Thackeray. Las aventuras de Barry Lyndon / The Luck of Barry Lyndon (1844), prólogo de J.P. Donleavy, traducción de Rafael Vázquez-Zamora. Barcelona, Bruguera, 1981.

martes, 31 de diciembre de 2024

Thomas Mann, de Eugenio Trías



Thomas Mann fue un gran escritor, pero no sé si fue un gran filósofo. De hecho, Eugenio Trías (1942-2013) considera que no quiso serlo, pues su vocación fue narrar. Sin embargo, si se profundiza en la arqueología individual del novelista se puede construir filosóficamente sobre ella. Este libro escrito en 1978 fue un intento de desarrollar las ideas que se pueden extraer de la obra del Nobel alemán, sólo que se abordan desde un nivel personal. Desafortunadamente, dice el autor, ése sería tema de otro libro posterior. Mientras tanto, conformémonos con dar vueltas por los círculos infernales de la subjetividad. Estamos seguros, Eugenio Trías y yo (pues me sumo a esa idea), que la manera de salir de esos laberintos es salir a la vida social. (Qué raro que yo lo diga, tan ensimismado, pero tan decidido a salir de mí.) Curiosamente, eso es muy protestante: la tentación de los protestantes no es el sexo o el desenfreno, sino la tentación de la interioridad. Todos esos placeres de la carne son los obstáculos para la autoposesión, de tal manera que la verdadera tentación es la de convertirse en estatua de hielo, morar en las alturas nevadas. Una soledad que tiene el peligro de la recaída en “la homosexualidad, su vecindad más tentadora”. Pero también existe otra tentación, que proviene del exagerado espíritu crítico, la esterilidad. Curiosamente, hay un juicio negativo de los climas cálidos (la madre de Mann era brasileña). Pero ceder ante lo “meridional”, ante el clima cálido, significaría el reblandecimiento de la voluntad, el deshielo y la consecuente liberación de los fantasmas personales. Entonces, se confundiría lo objetivo con lo subjetivo. Descansar en las playas italianas, posarse en la chaise longue, significaría derretirse, perseguir la Pasión, como en La muerte en Venecia. Así que se derivan dos maneras de concebir la voluntad: aquella que se manifiesta como una pereza soñadora (la cultura meridional) y la embriaguez de la productividad contraria a la vida (el espíritu alemán). Sé que, como cultura, hemos tomado partido a lo largo de los años a elegir entre Alemania y Francia, fisura original que ha tenido consecuencias políticas e ideológicas. Con lo que quiera que eso signifique, el talento de Thomas Mann consistió en salvar ese abismo, el alma fría poseída por la fantasía. Fue el portentoso narrador de un siglo que comenzó con la esplendorosa vida burguesa que dio a Goethe y que terminó en los balnearios para curar la tuberculosis. Es decir, la crónica de una gran Decadencia. Dejo para el final la idea que más me inquieta, de las planteadas por Mann: la idea de que la cultura y el arte le pertenecen a Alemania, en tanto que la civilización y el progreso son ideas francesas. Ambas se oponen, por lo que la cultura y progresismo son incompatibles, lo mismo que el arte y la democracia. Es decir, “la inteligencia es de derechas”. Naturalmente, no comparto este planteamiento, pero se trata de combatirlo desde sus raíces míticas (el asesinato de Abel que condena a la estirpe cainita). Si quieren medir fuerzas con Trías y Mann, la discusión está a partir de la página 57.

 

Eugenio Trías. Thomas Mann (1978). Barcelona, Acantilado, 2017. (Cuadernos, 78) 

lunes, 30 de diciembre de 2024

Saludo a Miguel Barnet



A un mes del cumpleaños de Miguel Barnet


En junio de 2022 estuve en el Instituto Cubano de Radio y Televisión de La Habana para hablar acerca del bolero, género que me apasiona, y sobre lo cual tengo que pedir disculpas a veces, porque los boleros son breves y mis disquisiciones sobre ellos no. Me dijeron que Miguel Barnet llegaría a la conferencia. ¡Qué bueno que lo hizo! Terminando la conversación fuimos a comer con los representantes del Programa Ibermemoria y con nuestro amigo Otto Braña, que dirigía entonces Radio Taíno, antes de que lo pusieran al frente del patrimonio del nuevo Instituto de Información y Comunicación Social. En esos días caminamos por las calles de La Habana con Luciana Delfabro, coordinadora nacional de Investigación Cultural de Argentina, con Sheila González, Directora Nacional de Cine de Panamá, con José Enrique Rodríguez, de la Cinemateca Dominicana, y con Enrique Serrano, director del Archivo General de la Nación de Colombia. Enrique Vargas, iberoamericano honorario, nos acompañó como representante de la Secretaría General Iberoamericana. Me acuerdo de todos ellos porque fueron unos días soleados y felices en La Habana, nos tomamos fotos con la imagen del Che en la Plaza de la Revolución y visitamos la Fundación Eusebio Leal, de quien tanto hay que hablar porque hizo mucho por las calles, los edificios y las plazas de la ciudad. Los habaneros escuchan su nombre y lo recuerdan con admiración. Visitamos la Bodeguita del Medio y comimos en el Floridita, en donde también nos tomamos fotos con la estatua de Hemingway. Qué nostalgia los daiquirís y los pavorreales en el Hotel Nacional en donde tocan diariamente los boleros. Los atardeceres que se derraman sobre Vedado y las filas en los helados Coppelia. También iba Ana Fernández de Lara, que me ayudaba a encargarme de ese Programa de Preservación Sonora y Audiovisual, que tuve la suerte de presidir mientras estuve al frente de la Fonoteca Nacional. Con qué alegría tocaban los músicos el bolero “Convergencia” adentro de la Bodeguita. Y la esquina de Prado y Neptuno, la más visitada por los turistas, aunque no ocurrió nada histórico, si es que uno de los chachachás más famosos no es histórico. Pasó caminando en los años 50 una muchacha gordita que inspiró “La engañadora”. En esa ocasión no estaba el Embajador de México, el gran Miguel Díaz Reynoso, pero nos acompañó Santiago Ruy Sánchez, agregado cultural de nuestra embajada, por las calles, bajo los calores, para tomarnos la foto en la estatua dedicada a Pedro Vargas. Qué desesperación no saber algo de cada rincón de Cuba. Pero me tengo que sentar a descansar o a tomarme algo para el sol, por suerte me toca frente a Miguel Barnet, que me dice que Agustín Lara, a su paso por Cuba, se enamoró de la hermana del compositor Juan Bruno Tarraza. Así que es posible que su bolero “Sueño guajiro”, que compuso a su paso por Cuba en 1938, haya sido inspirado en esa joven de 18 años que era Margot Tarraza (ahora encuentro su nombre): era soprano y vino a México en 1948 y actuó entonces en El Patio. Tiene lógica, porque la canción de Agustín dice: “Hacer con tu mejor vaivén / un canto caibarién / que te hable de mi pena”, y los hermanos Tarraza eran de Caibarién, un pequeño pueblo del centro de la isla. Sin embargo, una cantante de La Habana, Xiomara Fernández, se atribuía haber inspirado la composición de Agustín. Le dijo al periodista Pedro Jesús Herrera que Agustín le propuso matrimonio a su paso por Cuba y que le hizo esta canción que grabaron las hermanas Águila en 1939. Una cosa no obsta la otra, porque bien pudo el compositor regalarla a las dos, pero la referencia a Caibarién no deja duda… Le digo a Miguel Barnet que en la primera conferencia que di, cantó Amparo Montes, acompañada por Juan Bruno Tarraza, ahí pude saludarlo por única ocasión. Qué lástima, cada día me gustan más sus canciones, me hubiera encantado preguntarle qué las inspiró, especialmente “Palabras calladas”, que le hizo a Olga Guillot y que cantó Tin Tan en El Ceniciento

 

Siempre estoy en ti pensando

y tú de mí no sabes nada,

hace tiempo que te quiero

y me callo las palabras.

 

(Juan Bruno es el autor de la canción favorita de Carlos Monsiváis, “Como el besar”. Dejo el nombre de una canción que también me causa obsesión, quizá la encuentren: “Arrullos de mar”.) El libro más famoso de Miguel Barnet es Biografía de un cimarrón, producto de sus conversaciones con un antiguo esclavo, Esteban Montejo. (Lo reeditó en México el INAH en 2023; es el libro del cual Graham Greene escribió: “No ha habido un libro como este antes y es improbable que vuelva a existir otro como él”). Literariamente dialoga con nuestra literatura testimonial, la de Juan Pérez Jolote y La noche de Tlatelolco. Miguel entrevistó a Eugenio Montejo cuando éste tenía 103 años, pero vivió diez años más: murió tomando café un sábado por la mañana. Espero que alguien esté haciendo con Miguel el trabajo que él hizo, recoger sus palabras, pues conoce todo de los escritores cubanos y trabajó con Alejo Carpentier y Nicolás Guillén, y sabe evocar toda una literatura. Miguel es amigo de los escritores mexicanos y recibe admiración también de nuestro país. Su propia obra es poesía de bolsillo, es decir, poesía para consultar y tener cercana. Me encuentro un pequeño libro, Vestido de fantasma, que le editaron en Guadalajara (Presente y Futuro, 2008), con esos poemas suyos que son como meditaciones pequeñas, rítmicas:

 

Tienen prisa los días

que me persiguen como una sombra

Tienen prisa y yo voy lento

porque no quiero llegar

 

El tema del paso del tiempo… Lo deseamos y no. Buscamos en el espejo nuestro viejo rostro, así que necesariamente es el de otro. Y ese otro siempre mejor que nosotros. Diariamente, algo que no éramos ayer está aquí, enfrente. Busco no al que está sino al que estuvo. Pero en el espejo no se encuentra. Aquel que fue es un fantasma. Es una bella enunciación de un fantasma, pues es uno que quisiéramos encontrar, a diferencia de los fantasmas de los otros. El nuestro se llevó lo mejor, una juventud ilusoria, una vida plena, se alejó corriendo así que es imposible tomarlo del reflejo. La obra de Miguel Barnet ha consistido en conocer al otro, convertirse en él –consecuencia de la práctica antropológica–, qué curioso que en la poesía se duplique, mire al otro como un extraño. Me imagino una película surrealista en la cual el reflejo nos mira, se extraña y se aleja corriendo… Recorro este pequeño poemario, como calles vacías: en otro poema con rápidas imágenes hay dos personas, una pasea por París y otra duerme en Cuba, y todo es recordado como en una película muda. Parece un poema de los años 20, con una radio en que se oye un allegro de Mozart “que no debía entristecer a nadie”. Miro al poeta solo en su casa, feliz, en una comunión íntima que sólo da esa tranquilidad, dueño de sus palabras. No hay otra cosa, con ellas evoca a Emily Bronte y a Emilio Ballagas… Qué más puede hacerse con palabras, evocar, amasar otro yo. Eso, en el fondo, hago, hablando de ese viaje, de esa caminata por La Habana, de mi primer encuentro con alguien tan maravilloso como Barnet, de Juan Bruno Tarraza y sus boleros, y de este libro de poemas. No sé por qué escribo estas palabras. Quizá por el próximo cumpleaños de un admirado amigo. O tal vez porque es invierno y es buena idea acercarse al calor de Cuba.

sábado, 28 de diciembre de 2024

Quijote liberado, de Cervantes



Blackie Books ha hecho una edición “liberada” del Quijote. Por lo general odio que se alteren los clásicos con el fin de acercarlos a los lectores, porque pienso que contribuyen a hacerlos pueriles. Esta versión quita las historias que se cuentan los personajes de libro, la novela breve “El curioso impertinente” que se lee en uno de los pasajes y los hermosos discursos del protagonista. Al verlas omitidas me doy cuenta de que Don Quijote pocas veces estuvo al tanto de ellas y que, finalmente, persistía en su propia historia. Está bien, que se lea como sea, pero que se relea siempre. Los márgenes del libro están llenos de códigos QR que transportan a videos y sobre todo a varias de las muchas películas inspiradas en Cervantes. Además, hay márgenes con opiniones de los más grandes escritores de la humanidad que han leído esta obra. Casi no conozco elogio más grande a ningún libro que el dejó escrito Dostoyevski:

 

Si se acabase el mundo y alguien les preguntase a los mortales: “Veamos, ¿qué habéis sacado en limpio de vuestra vida y que conclusión definitiva habéis deducido de ella?’, podrían los hombres mostrar el Quijote y decir: ‘Ésta es mi conclusión respecto a la vida…”

 

Recuerdo a mi maestro de Literatura de los Siglos de Oro diciéndonos que sólo aquellos que han sufrido pueden leer el Quijote. Y al maestro Sergio Fernández advirtiendo que quien no lea el Quijote no debería de tener entrada al Más Allá, si es que hay algo allá. Ojalá en el Purgatorio tengan el Quijote en la sala de espera, en medio de las revistas para ojear. No voy a decir nada yo, qué podría decir, pero me llama la atención el comentario de Margaret Atwood, que opina que Don Quijote fue un romántico para los románticos, el primer realista para los realistas, el primer moderno para los modernos el primer surrealista para los surrealistas y el primer posmoderno para los posmodernos. Pero dado que estamos en esta situación, pienso que también Don Quijote ocupa el primer lugar en la literatura fantástica porque, como sabemos, al inicio del segundo tomo se sabe que apareció publicada la primera parte del Quijote. ¡Sancho es el principal afectado porque se cuentan cosas que no había modo de que se supieran! Ese hecho les parece fantástico a los personajes, pero real. Y, sin embargo, se reúsan a considerar verdaderas las fascinaciones de Don Quijote. Hay algo que me atrae tanto o más que su historia y es la vida de su autor, que no se imaginó las repercusiones del mundo que descubrió, que cobró una miseria por sus libros y que concibió su historia seguramente en una cárcel de Argelia. En una ocasión, Cervantes le prestó sus lentes a Lope de Vega pero éste no los pudo usar porque parecían “huevos estrellados mal hechos”. Sólo tengo la vaga buena noticia de que antes de que Cervantes muriera, supo que sus personajes ya caminaban por La Mancha con una realidad invencible.

 

Cervantes. Quijote liberado. Barcelona, Blackie Books, 2024. (Clásicos liberados)