En 1923, a los veinte años, el escritor francés Raymond Radiguet dijo a sus amigos: “Dentro de tres días seré fusilado por los soldados de Dios”. Puntuales, los soldados de Dios bajaron por el joven novelista. Gilberto Owen no recibió la misma atención celestial que el escritor francés: su padre, Guillermo Owen murió inesperada y violentamente en un pleito callejero. El cielo, distraído, y ese ángel de la guarda que se duerme borracho mientras allí a la vuelta matan a su pupilo, enmarcan su muerte. Al final del poema “Sindbad el varado”, Owen se pregunta qué le diría ese ángel a su Amo, cuál sería su pretexto ante esa muerte. Cada pregunta que interrogue por el padre será un intento de tender un puente con el origen primero de la existencia. ¿Acaso se puede estar seguro del rumbo elegido si no sabe de qué puerto se zarpa? ¿Existirá una relación entre este suceso y la elección de Sindbad y no de Ulises como protagonista de su naufragio? Sindbad, a diferencia de Ulises, no lleva rumbo. A diferencia de sus compañeros de grupo, Owen lleva hasta las últimas consecuencias su elección; pareciera decir, a diferencia de Gide: “Hay un poco de Ulises en Sindbad”. El sexto día de su poema, escribe:
Este camino recto, entre la niebla,
entre un cielo al alcance de la mano,
por el que mudo voy, con escondido
y lento andar de savia por el tallo,
sin mi sombra siquiera para hablarme.
Ni voy –¿a dónde iría?–, sólo ando.
¿Es posible una explicación de su vagar que omita esa ausencia primera de su vida? Cuando Owen se pregunta si la corriente del río puede existir aun si fuente se ha secado y, cuando mira una luz en el cielo sin saber si la estrella de donde mana existe, ¿está reflexionando sobre su propia existencia? Todo –mar, montañas, días, barcos–: todo se está separando continuamente de sí mismo: y así la imagen sobrevive al objeto y el eco persiste sin la voz. Y la escena que el verso eterniza por un instante dejará de ser la misma al instante siguiente: Todo está a punto de partir.
Si nada es igual a sí mismo y el desdoblamiento es la imagen a resolver, la poética de Owen se realiza en un hombre que mira alejarse sus propias experiencias vitales: el río, espejo que anda / llevaba al mar mi mirada sin mí. La ruta trazada por Owen a partir de su obra temprana es recorrida muy conscientemente: las experiencias íntimas vertidas en su obra de juventud y que perviven en Desvelo (1925) son cuidadosamente separadas del yo lírico. Y esos dos Gilbertos Owen puestos frente a sí se multiplican al infinito, de la misma manera que dos espejos que se miran mutuamente. Lo que para los Contemporáneos fue programa cultural se convirtió en experimento individual para Owen; especialmente la consigna proclamada a finales del siglo XVII por Fénelon, el sacerdote y orador francés: Il faut se perdre pour se retrouver (“Es necesario perderse para encontrarse”). No tuvo el poeta otra fidelidad mayor.
Gilberto Owen cerró el cofre de su poesía y tiró la llave al mar. Cuánto tiempo habrá caminado sin rumbo por el olvido, el suficiente para quedar en las mismas circunstancias que cualquier otro lector. La relectura de su obra parece para su propio autor el descubrimiento de un desconocido. Pareciera que el método de Owen consistiera en alejarse de sí mismo, olvidarse y, luego, verse pasar por alguna de las calles de su obra. Si Xavier Villaurrutia vio pasar su sombra por la calle, si persiguió sus propios pasos, no tuvo las mismas motivaciones que Owen porque su obra transcurre en el sueño. Owen, en cambio, se buscó durante el desvelo. La soledad del sueño villaurrutiano transcurre en el mar sin olas, desolado; Owen parece más la barca de Lope de Vega, sin velas desvelada.
El autor de Perseo vencido, de Novela como nube, de Línea, salvó del naufragio su perplejidad. Así nos acompaña frente a su obra; está a nuestro lado, sorprendido de las mismas imágenes que nosotros, sus lectores. Algunas referencias continúan transparentes; por ejemplo, muy al principio de Novela como nube se refiere a sus amigos, los que discurren sobre filosofía, “de Wolfflin a Caso”: “Merecen quedarse en Caso para siempre”, sentencia. (Me cuenta Miguel Capistrán que Owen y Jorge Cuesta se conocieron en una de las grandilocuentes clases de Filosofía de Antonio Caso burlándose de que el maestro hablaba de un ejército que “caminaba bajo el sol durante el día y la noche”). Pero ¿qué quiere decir exactamente con sus continuas alegorías construidas con el viento y los rincones? ¿Qué sentido tiene tomar como interlocutor a Natanael en varios poemas? Natanael fue, según san Juan, uno de los primeros en reconocer a Jesús como Rey de los judíos. A él le dijo Jesús: “En verdad os digo que veréis abierto el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el hijo del hombre”. A ese apóstol al que le fue dado ver ángeles le muestra Owen su libro: río sin surtidor, corro mutilado. ¿Y cuál es el sentido primero de los ángeles que vuelan en algunos de sus versos? El autor se halla exiliado definitivamente de los límites de su propia obra; para concluir Desvele, escribe:
Palabras oscuras, que entonces
me parecían, ¡ay!, tan claras.
Hoy me estaría aquí pensando
hasta el alba, desesperadamente,
sin arrancarles un sentido:
¡tan de otro me suenan,
tan lejanas!
La primera etapa poética de Owen, juanramonista y sincera, parece manifestarse posteriormente por otros cauces: si bien no reniega jamás de la confidencia, la envuelve en el misterio. De cada rincón de su obra sale al paso un secreto. Si se refiere a las “jaibas bibliopiratas” –explica Vicente Quitarte– es porque vio a varias de ellas entrar a las casas de Mazatlán a robar libros. Menos visible fue a la larga la influencia de López Velarde, omnipresente en la pequeña novela La llama fría (1925) en la que Juan –establecido en la ciudad– evoca a Cristina, una solterona del pueblo en palabras como las siguientes, palabras parecidas a las que López Velarde utilizó para caracterizar a su prima Águeda:
"Muy de mañana, cuando a mí me levantaban para bañarme, tú estabas ya regando tus plantas, y ya tus canarios transformaban en una música que no entenderé nunca el alpiste matutino. El sol te envolvía, blanca, azul o rosa, con unos rayos extraños, mas pronunciadamente incoloros, que habían perdido todo su calor y su fuerza para no ser junto a ti, ciñéndote, sino como aquellas grandes vitrinas que en la sala cubrían las chucherías predilectas."
Pero cuando Juan regresa al pueblo encuentra a Ernestina convertida en una mujer a la moda, sensual y de movimientos estudiados. Contrastada con Al filo del agua, de Agustín Yáñez, La llama fría demuestra que la moda socavó los cimientos más profundos, los que ni la Revolución movió siquiera. Owen reformula los motivos por los cuales mejor será no regresar al pueblo. (Al margen: la obra de Owen es una constante alabanza de corte, a diferencia de López Velarde. La seducción del lenguaje cinematográfico es notoria en su narrativa; ya en Desvelo existe una búsqueda de expresión de la modernidad urbana. Y en Novela como nube, Ernesto se muestra sumamente reacio a volver a la parte semirrural de la ciudad.) Si bien los recursos de La llama fría no aparecen en Novela como nube, la ruptura con López Velarde no parece ser total: varios temas surgen en el centro mismo de las aguas de su posterior obra poética. (El comentario vale, creo, porque fue Owen el poeta de su grupo que mantuvo la distancia menor entre su poesía y su prosa.) Eugene L. Moreta afirma en su libro Gilberto Owen en la poesía mexicana (1985) que el retorno al pueblo, el insomnio, el naufragio y el pecado son temas constantes en la obra de los dos poetas. Sobre todo, el tema de la “dualidad funesta” se muestra como una de las grandes herencias temáticas de López Velarde en Contemporáneos.
Pero dejar en estos términos las notas sobre la poética de Owen equivaldría a creer todo lo que el autor desea. El yo lírico y su circunstancia, todos los deseos que se manifiestan a lo largo de la obra, la elección formal, cada uno de los asuntos abordados son una creación de Gilberto Owen (el yo lírico no elige los recursos con los cuales es formulado, aunque le pese al formalismo): fue Owen, nacido junto al “amarillo amargo mar de Mazatlán”, el elegido por Álvaro Obregón para resumirle los periódicos, el repetidamente enamorado, fue él quien decidió el uso de su obra. ¿Cómo utilizó su propia obra el poeta? ¿Qué está afuera de su poética?
Ante todo está la decisión de Owen de enrarecer su propio discurso: al lector educado en el Modernismo la retórica de Novela como nube lo alejó de inmediato. Fue parecer de sus compañeros de grupo alejarse de la poesía colectiva. Cuesta y Novo y Villaurrutia y Owen se dirigen a la inmensa minoría: en ellos está el origen de la separación de la poesía con respecto a su público lector. Aristocracia intelectual y poder que proviene de esta decisión; en términos de Michel Foucault es una “sociedad de discurso”. Tal como lo señala el filósofo francés, la apropiación del secreto y la no-intercambiabilidad van seguidas de concentración de poder. No es exagerado decir que los actuales grupos de poder intelectual tienen su fuente más próxima en la generación de Contemporáneos y que buena parte del tributo que se le rinde es un reconocimiento de los herederos. Pero esto se evita –diría Foucault– regalando el secreto, gritándolo por las calles. Owen estaba consciente de esta actitud, a mitad de Novela como nube (capítulo 18), se adelanta al que juzga “el más justo reproche”. Esta obra tan cercana a las novelas greguería de Gómez de la Serna fue concebida así, “vestida de arlequín, hecha toda de pedacitos de prosa y de color y clase diferentes”. “Sólo el hilo de la atención de los numerables lectores pueden unirlos entre sí”.
Pero la actitud sostenida por Owen era necesaria: la renovación literaria de los veinte sólo fue posible en estos términos: la creación de un público capaz de apreciar las obras nuevas. De la misma manera –escribe Ricardo Piglia– procedió Borges: creó la tradición en la cual su literatura era entendida y se dedicó a traducir los textos que hacían entendible su obra en el contexto hispánico. Así, Owen tradujo a Cocteau, a la Dickinson y a Valéry.
Más sorprendente y menos comentada es la posición de Owen frente a la literatura pura: aquella escuela que a mediados de los veinte pretendía poner a dieta a la poesía. Vaciarla de todo contenido. Según Marcel Raymond, el abate Bremond, principal teórico de esta escuela, subordina la poesía a la mística cristiana. Y Owen opina que Bremond es “más papista que Valéry”. Aquí también se revela la dirección de la obra de Owen: a la poesía pura opone la poesía plena. Y esta plenitud consiste en incorporar los elementos del nuevo arte: la cinematografía. Buena parte de las mejores técnicas narrativas y organizadoras de la obra narrativa y poética de Owen provienen de su afición al cine.
En 1934, siete años después de las opiniones anteriores, Owen publica en Bogotá un breve texto titulado “Poesía y revolución”. El sarampión en forma de marxismo que dijo el poeta que lo aquejó un tiempo no aparece en este texto: se trata más bien de una filiación a destiempo con Álvaro Obregón y su proyecto, de una nostalgia por el pasado inmediato en el que las montañas, el sol y los pueblecillos de México fueron el material de la poesía. Fue el de los Contemporáneos en los años veinte un nacionalismo pragmático: lo que saliera con esa materia prima era lo mexicano. Sentía Owen que era revolucionario sin tener que gritar “¡Viva la Revolución!” en todo momento. No fue el caso de algunos de sus compañeros, aterrados sólo de pensar en Zapata o en Villa. Fue la suya una utopía que, una vez que se resuelva todos los demás problemas del mundo de una vez y para siempre, yo acepto: la legítima alegría de trabajar belleza inútil.
Ya son cien años de su vida. Salgo a la calle y encuentro una sombra caminando despreocupadamente, comienzo a ponerle pies de carne y hueso, a su mirada se le ha restituido la ironía. Si le digo Gilberto Owen, da la mano. Unos grilletes en forma de pies de página impiden que salga volando. Trato de ver qué tiene adentro, meto la mano entre sus vísceras y saco una bolsa. Luego la cosa es muy aburrida, porque tiene él otra bolsa, en la que también está él, que a su vez tiene una bolsa…
¿Cuándo acabaremos de empezar a leer a Gilberto Owen?