¿Filosofía medieval? Esta bien. Casi lo escupió el librero, me lo puso en las manos. Además, lo tradujo Elsa Cecilia Frost y está en la colección Breviarios del Fondo, la cual siempre me reclama que no la frecuento como debería. Está bien que “toda biblioteca personal sea un proyecto de lectura”… Pero si lo pospones demasiado, será un monumento póstumo a tu falta de constancia. Fui dedicado, me sumergí en las páginas de este volumen consagrado a Tomás de Aquino (1224 o 1225-1270) y supe que la novedad que inyectó al mundo del siglo XIII consistió en haber conciliado el pensamiento de Aristóteles con el catolicismo. Antes, pero mucho antes, ocho siglos atrás, Agustín de Hipona había llevado el pensamiento occidental por el camino del platonismo. Tomás de Aquino sería un paréntesis aristotélico porque nuevamente con Descartes se retomaría el camino anterior. Como se trata de una obra de Frederick Copleston (1907-1994), guardé cierto respeto. Fue el gran historiador de la Filosofía que resistió en 1948 un debate con Bertrand Russell acerca de la existencia de Dios. Ante ellos, ni siquiera existo. No tengo necesidad de existir. Ante un pensador –Tomás de Aquino– cuyas ideas trazaron un mundo soy una modesta nada. Cómodamente veo el debate en que Copleston dice que existen seres cuya existencia no se explica por sí misma, requieren de un ser necesario. Si buscamos la causa de un ente daremos con otro ente sucesivamente hasta topar con el muro de la causa primera. El razonamiento realizado en el siglo XIII antes de la existencia siquiera de la idea de ciencia, y mucho menos de ciencias diferenciadas, nos arroja a un mundo muy distinto al que nos lleva la misma pregunta una vez que la documentación sistemática de los fenómenos se ha llevado a cabo. La existencia de Dios no es evidente, tiene que ser explicada, demostrada a través de un razonamiento. De abajo hacia arriba brota el árbol del conocimiento, desde la experiencia, buscando la causa que empuja detrás del fenómeno. Y de arriba desciende la verdad de la fe revelada. Curiosamente, desde abajo no se puede llegar a tocar las verdades que emanan de la Teología. Si el mundo se explica autosuficientemente, esas verdades eternas, por coherentes que sean, se quedan aisladas, solas en su soledad autoevidente. Eso no impide que, por ejemplo, algunos científicos puedan habitar ambos mundos, el de la ciencia y el de la religión. Hay algo que me llama la atención del pensamiento tomista: que sus reflexiones parten de la etimología de las palabras. Conceptos como “sustancia” son posibles porque forman parte de la lengua latina. En griego (ousía) esa palabra significa: “entidad dada en la presencia”. Sería un ladrillo con el que no se puede construir el mismo razonamiento. El edificio resultante es, no obstante, bello. Los sentidos reproducen las cosas; nuestro intelecto, su esencia, etc. Tuve la necesidad de escapar de esa aparente perfección, así que recordé a Enrique González Rojo. Por suerte existen sus palabras al respecto (programa Historia de la Filosofía del 17 de agosto de 1971, Radio UNAM, acervo de la Fonoteca Nacional), que a partir de aquí sólo parafraseo: El santo consideraba pecado elevarse sobre el propio estamento, pues era un orden social creado por Dios. Fue un celoso defensor del feudalismo eclesiástico y consideraba la esclavitud como un castigo por los pecados. La nobleza tiene una inclinación innata a la virtud. Su ideario protegía a la iglesia del estado. Exigía que el estado exterminara las herejías, y cuando se creó la Inquisición, su orden, la dominica, participó activamente. “Fue partidario de las indulgencias: del derecho de la Iglesia a entregar salvoconductos de absolución de los pecados a cambio de dinero, porque según él ‘Dios tiene creado un fondo inagotable de méritos provenientes de las hazañas de los santos a cuyas expensas puede perdonar a los personajes’. Las indulgencias fueron fuentes de inmensos ingresos. La oficina papal llegó a confeccionar una lista de precios y un catálogo de delitos con el nombre de tarifa de la santa oficina apostólica.” Qué alegría escucharlo hablar de la distancia entre el pensar y el actuar, incluso (y sobre todo) entre los santos varones.
F.C. Copleston. El pensamiento de santo Tomás / Aquinas (1955), tr. Elsa Cecilia Frost.México, FCE, 1960 (Col. Breviarios del Fondo, 154)