El joven Werther me es antipático. Como tengo poco espacio, lo escribo de una vez. Ya luego veré qué significan estas palabras, puesto que debo de averiguar hasta qué punto, al referirme a este personaje, me refiero también al joven Goethe (1749-1832), de veinticinco años, quien se sentía reflejado en su creación. No hay que olvidar que esta novela fue considerada por su autor como una “confesión general”. Sin embargo, más adelante, cuando se volvió una moda de los jóvenes vestirse como Werther, cuando se le acusó de provocar el suicidio, y cuando se convirtió en su obra más popular, Goethe también fue alejándose de su personaje. Quizá –dándole vueltas al asunto– no me guste esa acción mecánica tan arraigada en este escritor de vivir e ir a confesarse a la literatura. Difícilmente me imagino a mí mismo en ese ir y venir, en ese movimiento pendular de la vida y de la literatura. Como estoy impedido, mejor me irrito. Hay una historia real en el fondo de esta novela: Goethe conoció a Maximiliane, una joven de dieciocho años comprometida con un hombre veinte años mayor que ella, Pietro Antonio Brentano. Naturalmente, el novelista no era bienvenido en este hogar, así que su alejamiento de los Brentano fue la primera motivación para escribir el Werther, a la cual se le sumaron otras. Hay entonces una bifurcación entre vida y obra, ya que el protagonista del libro tomó el camino del suicidio, en tanto que Goethe se dedicó a escribir. Me pregunto algunas cosas, por ejemplo, ¿qué pensaba desde su propio camino al mirar a su personaje? Puesto que el autor sufrió una especie de muerte al encarnar a un suicida, ¿se liberó de una carga? Nada tan lejano de Werther como el espíritu de su autor, tan mundano y enamorado. En cambio, el protagonista de esta historia se sumerge en sí mismo en una experiencia aterradora. Incluso antes de la decepción amorosa, el suicidio revolotea por la novela. Pero yo no llamaría sinceridad a las epístolas de Werther, hay demasiada literatura. Ha enfermado de literatura, como enfermara antes el Quijote y lo hicieran después madame Bovary y el distinguido Ignatius Reilly. Se trata de diferentes manifestaciones del mismo mal que afecta con mayor o menor versimilitud a quienes se encuentran aquejados por él. Werther: un largo monólogo con demasiadas didascalias para mi gusto y que culmina con un suicidio sobreactuado. Tal vez crean que me quiero parecer al viejo Goethe que se indignaba contra su personaje de juventud. Nada más lejano de eso, pues el tema de la sinceridad es de mi gran interés. Sólo que ignoro si será posible. Si pienso que la escritura es el momento de gran libertad, pero que al mismo tiempo me parece imposible concedérmela, entonces ¿cuándo podré escribir lo que verdaderamente deseo decir? Quién sabe, no quisiera profundizar mucho ante esta imagen que me ignora y que me refleja.
Johann Wolfgang Goethe. Las penas del joven Werther / Die Leiden des jungen Werthers (1774), tr. Isabel Hernández, il. Daniel Nikolaus Chodowiecki. Barcelona, Alba, 2011.
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