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viernes, 15 de julio de 2022

Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin



No puedo hablar de la novela Berlín Alexanderplatz de la misma manera en que no puedo hablar de la ciudad en que vivo. No sabría de dónde partir y a dónde dirigirme. No sabría si estoy hablando de una colectividad o de una persona (generalmente, de mí mismo). NO SABRÍA. Esta frase debería de aparecer pegada en cada una de las estaciones del metro, en el cartel que tienen los camiones, en los destinos que solicitan las aplicaciones de transporte, y hasta en el mismo destino final debería estar pegado este letrero con mi destino particular. No sabría. Bien, una vez aclarado esto, es decir, que no hay claridad, se puede comenzar a caminar por entre las calles de una novela publicada en 1929, época plena de la vanguardia, de una vanguardia un poco cansada, o bien de una vanguardia plenamente superada. En fin, no importa, finalmente lo que se diga de una época se puede sustituir, se puede arrancar y de hecho se arranca para que llegue alguien más y ponga el siguiente rótulo, de tal manera que las paredes de las épocas estén llenas de rótulos arrancados y de pegostes mal puestos. De esta novela llena de páginas arrancadas del directorio telefónico y de la guía de la ciudad, me encantaría ver el manuscrito. Estoy seguro de que el autor recortó y pegó pedazos de revistas, de códigos, de manuales… Qué bien. No sería el primero, me imagino, pero tampoco el último, pues las novelas de las ciudades necesariamente requieren de este tipo de asideros. Todo esto es necesario para contar la historia de Franz Biberkopf (exconvicto recién liberado, joven aún, con ganas de reinsertarse socialmente, trabajador). Pero ya lo habrán adivinado, la ciudad y sus malas influencias se lo tragan, ya que el contexto es: crimen, asociaciones delictivas, podredumbre social. No hay mucho más allá en el horizonte del protagonista, a pesar de su necesidad de reformarse, incluso de amar sinceramente. De hecho, su joven novia es asesinada hacia el final de la novela, es tragada entre voces y ruidos de una ciudad cuyo barullo es descrito detalladamente. Franz no es el asesino. Fue el asesino, pero de un crimen ya purgado, pues anteriormente había matado a otra pareja. Antes, durante, después, qué importa, lo cierto aquí es que no hay oportunidades de ascender en la escala de la moral. Miren, de hecho el autor ni siquiera se toma la molestia de amasar la realidad ni la materia prima de sus personajes y sus personalidades. Más bien, lo pone todo sobre el papel. No fue un naturalista, aunque no le molestaría ese método ya que es bastante efectivo conocer especímenes de hombre y colocarlos aquí, en el cuaderno, sin volver atrás a darle el último tratamiento. El mejor método de trabajo lo da la propia realidad: las marquesinas teatrales. Así que la muerte y la vida hablan desde los versos de las canciones moda, desde los carteles que anuncian las películas. ¿Recuerdan Nosotros los pobres en que los rótulos de los camiones van dando la pauta de la trama? ¡Si pudiéramos fijarnos en esas señales del destino cuánto nos ahorraríamos! Todo aquello que desdeñamos va marcando los tiempos de la vida, me refiero a las frases hechas, los comentarios de la gente en la calle. La que habla de si va a llover o no. No hace falta más para darle sentido a una historia. Dice este libro: “El mundo está montado de tal manera que los proverbios más estúpidos tienen razón”. Así que no nos esforcemos mucho. Tal como elogiamos la realidad, se va. Se transforma, no dejando rastro de aquello que vimos ayer. Como nosotros mismos no dejamos rastro en ella, no tiene sentido elogiarla. Si somos sensatos, no la recorremos buscando la vida sino la muerte, única manera de hacer algo en el día. En otra página, por ahí, se dice: “¿Cómo puede prosperar un hombre si no busca la muerte? La verdadera muerte, la auténtica. Toda tu vida te has preservado. Preservar, preservar; ése es el temeroso deseo del hombre, y por eso se queda en el sitio y no avanza.” Alfred Döblin (1878-1957), médico de profesión, describe un sector marginal de Berlín, un sitio difícil de querer y de elogiar. Mixtura de sentimientos, ya que a una ciudad la podemos amar en su totalidad y al mismo tiempo odiar parte por parte. O viceversa. El imperio de la ley no es para los pobres, pero tampoco el del sentimentalismo. Siendo así, el protagonista, que es buscado por el asesinato de su novia –pero ya dijimos que no fue él– es abatido por las balas. Kraj. Así hemos acabado nuestra obra en la Tierra, así nos vamos al Infierno con trompetas, con timbales y trompetas. Qué rápida y abruptamente nos vamos. En fin, no importa, ya que el narrador, por mucho que necesite del monólogo interior, puede hacer que el punto de vista salte a otro personaje. De estas argucias saltarinas se vale la vida para continuar su narrativa, sin merma de nada. No le hacemos falta, no nos importa lo que quiera expresar. Debería importarnos pues se trata de la velocidad del tiempo. Las estrategias narrativas son reflejo del mundo. Se desprenden de la dinámica de la realidad que nos rodea. Nada que ver con narrativas previas, en que la voz del narrador bastaba, pues no había nada roto en las ciudades. Pero si nos espía la multitud, si los periódicos hablan y habla la radio, si se escucha el ruido del gramófono y del teatro… se debe de espolvorear la narración en otras conciencias. Largamente, por décadas, se ha gestado la Simultaneidad. Sólo que antes era difícil conjuntar dos mundos, ya que no era posible saber qué hacían las personas al mismo tiempo. Nos hemos esforzado mucho para eso, para sumarnos todos en una misma acción conjunta. El reloj se pone a la hora exacta: la relojería del mundo que comienza con el engrane pequeño del cucú de pared y se conecta por medio de un complejo sistema con el de la bóveda celeste. Todo está en orden, la obra de teatro va a comenzar a la hora exacta, el tren pasará por el andén, etc., etc. Y de manera prevista, llega la hora en que el Destino se cierne sobre el protagonista. Ahora se va a poner interesante. La policía lo busca, así que los ángeles de la guarda se posan a su lado, Sarug y Terah, y conversan entre sí mientras lo acompañan por la calle. ¡Silencio! Hay que escuchar su plática. Se preguntan si vale la pena cuidarlo, al fin y al cabo Franz es uno más en el mundo, de todas maneras la policía va a dar con él. Mira, le dice Terah a Sarug: “Quien vive mucho, quien tiene muchas experiencias, tiene fácilmente tendencia a saber solo y entonces… a evadirse, a morir. No puede más, ha recorrido la vía de la experiencia, y se ha cansado al hacerlo, su cuerpo y su alma se han desgastado. ¿Lo entiendes?” Entendería que luego de este diálogo, los ángeles de la guardia prefirieran entrar al cine. O darse una vuela por el local de los periódicos. Las depresiones ciclónicas se desplazan desde Norteamérica en dirección Este. Se espera que despegue el Graf Zeppelin, incluso viene un análisis de la personalidad del comandante que lo dirigirá. El dirigible es el vehículo del futuro. Qué interesante todo esto. Incluso hemos olvidado al protagonista de esta historia, quien dio vuelta en alguna de las calles cercanas. Se fue meditando acerca de la lluvia y el granizo, contra eso no se puede hacer nada. Pero hay otras cosas contra las que sí se puede hacer, como el Destino, a ése hay que mirarlo a la cara, agarrarlo y destrozarlo. En eso pensaba.

 

Alfred Döblin. Berlín Alexanderplatz. La historia de Franz Biberkopf / Berlin Alexanderplatz. Die Geshichte vom Franz Biberkopf (1929), ed. y tr. Miguel Saénz, 9ª ed. Madrid, Cátedra, 2019 (Col. Letras Universales, 340)

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