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lunes, 21 de agosto de 2017

La familia Gutiérrez Reyes. Tejedoras de Teotitlán del Valle, Oaxaca, de Ignacio Plá Pérez y Juan Antonio Sánchez Rull


Hace unos meses, durante una feria turística de México en Ottawa, Canadá, pude ver cómo, del fondo de una caja, se desplegó como saliendo de un capullo, un vestido teñido con cochinilla. Ese pequeñísimo insecto que infecta los nopales y que desde siempre ha servido para teñir la los hilos de algodón. Es ése que parece un tanque diminuto. Una munición insectil que trae su propia sangre dentro. No sé si es su pariente o es el mismo que aparece debajo de las piedras de los jardines. Y como no he aplastado ninguna y no creo hacerlo nunca, me quedaré con la duda de saber de su color interno. Puesto que son hemípteros, son los familiares más amigables de las chinches. Se les deja vivir sobre las pencas de los nopales, para luego rasparlas y exprimirlas, así su sangre ha teñido por siglos los telares de Oaxaca. Este libro se centra en las mujeres de la familia Gutiérrez Reyes, de Teotitlán del Valle, que han tejido por generaciones. Sus telas, sus colores, sus diseños inspirados en los motivos de las ruinas zapotecas. Puesto que las protagonistas usan el telar, mi comentario a este libro será textil. Los autores y los diseñadores del libro tomaron entre sus manos los distintos mechones que son los elementos del libro. Las numerosas fotografías a color, el estudio antropológico, los testimonios orales de las mujeres de la familia, las páginas con fondos de colores que contienen pequeñas citas de las protagonistas, el diseño gráfico y tipográfico… Me parece que si este libro fuera un textil, no estaría uniformemente tejido. Es cierto que la fotografía antropológica es un producto espantoso. De ahí que sea preferible por mucho la visión artística del fotógrafo. Sólo que en este caso me pareció que las imágenes eran como un gran jarrón decorado pero destruido en cachitos. El resultado mezcla dos tipos de fotos: las de amplios paisajes sin habitantes (cielos, cerros, cúpulas) y las de detalles y texturas (acercamientos al pelo de las señoras, guedejas de lana, imprecisas figuras en movimiento). Con lo que lo propiamente humano se encuentra difuminado, demasiado estetizada la visión del entorno. El discurso antropológico, independiente al principio del libro, nos habla del pueblo, de sus costumbres, de sus leyendas, de manera puntual y científica. Y por otra parte, las voces de las mujeres de esta familia, quienes fundamentalmente hablan en zapoteco. Hay algo muy elemental en las historias que aquí se reproducen. Quizá porque no hubo el tiempo o los medios para penetrar al mundo de su lengua. Sofía Gutiérrez Reyes dice: “Hay tantas cosas que podría contar que no va a alcanzar el tiempo”. Pero sólo se le dedica un párrafo a su voz. Tal vez sea el problema de libros como éste que pretende seducirnos por el tema, por los colores y las evocaciones de Oaxaca, pero que no renuncian a la formalidad “científica”. De ahí que veamos a las tejedoras, a las cochinillas y a su mundo como por el microscopio, bajo el portaobjetos. Es ciertamente un libro bello, pero el toque estaría en el arte de tejer sus elementos.

Ignacio Plá Pérez (textos) y Juan Antonio Sánchez Rull (fotografías). La familia Gutiérrez Reyes. Tejedoras de Teotitlán del Valle, Oaxaca. México, Conaculta. Nostra. Imágenes del Patrimonio de México, 2014.

sábado, 12 de agosto de 2017

La fugitiva, de Marcel Proust


El gozo de terminar un libro y luego hojear las páginas para revisar todo lo que uno subrayó, como un ladrón que va a revisar su botín, se multiplica cuando se trata de un libro de Marcel Proust. La fugitiva es la novela antes del fin, la penúltima parte de los siete libros, en que la noticia de la muerte de Albertine llega abruptamente. Tanto que a veces el narrador no se hace a la idea de que su amada está muerta. Eso se debe a que estamos hechos de varios yoes y algunos de ellos saben las nuevas noticias y algunos otros no. Así que nos vamos enterando de lo que nos va ocurriendo en la vida con cierto retardo, en el mejor de los casos. Ahora, a partir de las primeras páginas, la tarea de reconstruir con numerosos retazos la personalidad de Albertine, la cual era en el fondo un misterio. Aquellos a quienes amamos tienen una vida íntima muy interesante, pero desafortunadamente vedada para nosotros, por lo menos mientras están con vida. Una vez muertos comenzamos a conocer sus secretos. Mucho más rica la realidad de que nos vamos enterando, ya que la imaginación es bastante rudimentaria y no nos permite ver a las personas que están a nuestro lado. Y puesto que el amado es nuestro gran enigma, deberá de existir alguien que nos lo revele. Debe de existir, pues cuántas veces hemos sido nosotros quienes de una manera inocente hemos contado la historia de cualquier persona a alguien ávido de conocerla. Esa búsqueda en la obra de Proust choca con una circunstancia: que, por otra parte, pretendemos crear una ficción en torno a nosotros, construir un yo para mostrar, un yo interesado que busca el respeto, la estimación o la admiración. Desesperante mercado de caretas que comercian con las expectativas de los demás. Porque resulta que todo es obvio para los otros, menos para nosotros mismos. Entonces, para más tranquilidad, sería mejor en esta larga comedia de enredos ponernos a reflexionar acerca de la manera en que construimos las ideas que tenemos de los demás, nuestros allegados. Un solo aforismo basta para ver cómo la mirada de uno mismo mancha y distorsiona la percepción ajena: “No podemos quitarle la juventud, cuando envejece, a una persona que conocemos desde que era joven”. Igualmente, cuando los viejos nos cuentan su vida, los imaginamos viejos desde niños. Qué incapacidad de penetrar en los demás, en sus vidas, en sus pensamientos. Asimismo les ocurre a ellos, que no nos miran en nuestra intimidad por lo que nos encontramos fatalmente condenados a vivir nuestros recuerdos entre fantasmas, los habitantes de nuestro mundo interior, que sí lo comparten, pero por desgracia no lo saben. ¿Es decir que no hay modo de obtener esa pulpa de la intimidad amada? Sí, es posible, afirma el autor. No amando podríamos obtener bastante más. Pero sin esa pasión, ¿qué nos importaría obtenerla?

Marcel Proust. En busca del tiempo perdido: 6. La fugitiva / À la recherche du temps perdu: 6. La fugitive, tr. de Consuelo Berges, 6ª ed. Madrid, Alianza, 1981. (El Libro de Bolsillo, 132)

domingo, 6 de agosto de 2017

Cartas persas, de Montesquieu

No pensé que leyendo las Cartas persas conocería a un amigo dieciochesco, aristócrata e irónico. A Montesquieu lo veía de vez en cuando entre las listas de autoridades de la ciencia política, entre los precursores de no recuerdo qué temas, como una autoridad importantísima. Confieso que ignoraba la amenidad de su prosa. Este libro debe de ser considerado entre las novelas, pues el autor se disfraza de Usbek, un noble persa que viaja a París por nueve años, para describir la Francia del siglo XVIII. Por suerte, lo hizo en tiempos en que no existía la corrección política, ya que, por alguna razón, hoy es casi imposible criticar una cultura ajena. Podemos ridiculizar la nuestra con toda la amplitud que queramos pero las demás no. No está bien visto burlarse de los pueblos africanos, los musulmanes o los orientales. Lo que quiere decir que hemos olvidado una de las grandes lecciones del siglo XVIII y es que el hombre es ridículo se pare donde se pare y se disfrace de lo que se disfrace. En estas Cartas Usbek se asombra de la vida de las mujeres francesas, de los sacerdotes y sus ideas religiosas y de los políticos, pero no se da cuenta de los prejuicios con que llega a conocer París. Para él es motivo de sorpresa que las mujeres parisinas no tengan eunucos que las vigilen. Algo interesante habrá encontrado, ya que su estancia se prolonga por nueve años. Hoy, un libro así seguramente sería tan repudiado como lo fue hace trescientos años. Ese libro escrito por un francés de hoy más o menos sería así: un noble iraquí viaja a Francia y manda sus impresiones irónicas a su país. Naturalmente, los franceses lo repudiarían por dejar en ridículo a Francia ante el Medio Oriente. Una Francia que, por otra parte, puede ser tan conservadora como lo fueron sus antepasados del XVIII. Por otra parte, hablar hoy del Medio Oriente requiere un tacto especial porque a causa de nuestra Historia contemporánea, no está esa parte del mundo para servir de blanco de las ironías occidentales, sobre todo por el porcentaje de muertos con que contribuyen al errático destino de nuestro planeta. Así que mejor tomar otros rumbos en estos comentarios. Leí hace poco que en la literatura de aquel siglo de la Ilustración, la personalidad es algo inmutable, algo que no se explora como estamos acostumbrados hoy: está más dominada por las leyes de la física que de la psicología. De ahí que las cartas sean una serie de apreciaciones generales y nada de psicologías personales. Lo cual es muy útil para retratar sociedades enteras, pues Montesquieu lo hace con una gran penetración. Finalmente, Alfonso Reyes piensa que los libros más profundos de la literatura son los de viajes, pues se necesita viajar para conocer las costumbres y los hombres. Así que este libro estaría al lado de Don Quijote, de la Ilíada y la Odisea, por esa persistencia en conocer los hombres de otros lugares.

Montesquieu. Cartas persas / Lettres persanes (1721), 2ª ed., trad. de María Rocío Muñoz. México, Conaculta, 2015. (Col. Cien del Mundo)