Al hacer la
ficha bibliográfica de este libro hay que poner forzosamente "et al.", como recomienda la
academia. Lo malo es que entre ese montón van Rubén Bonifaz Nuño, José
Gorostiza, Salvador Novo... y otros. Entre esta compañía sí se siente bien la
poesía. Incluso hasta se pavonea, pues es tomada en serio, como tema importante
del día. Ignoro cómo son las sesiones de la Academia de la Lengua, si los
académicos de mayor edad toman una siesta de dos horas, si entretienen el
tiempo haciendo sonetos sobre lo aburrido de las intervenciones de los
lingüistas (o si eso ya no se acostumbra desde los tiempos de Salvador Novo), o
bien, si en el orden del día tocará examinar las oraciones subordinadas. Sé que
antes, el sobre del dinero lo daban al final de la sesión como un modo de
combatir el ausentismo. Se toca una campanilla, se anuncia a la poesía, se abre
la puerta y entra, con toda la pompa del caso. Ya en pocos lugares es tan bien
recibida, por lo que no desaprovecha la ocasión. Aquí sigue siendo la invitada
de honor, aun cuando se la quiera analizar como a un elefante en la
Sociedad de Zoología. Bien a bien, no entra caminando; más exactamente se
posa sobre las cosas. Ay, entonces será un asunto difícil de tratar y la
sesión durará un poco más. Don José Gorostiza (los académicos dejan los títulos
en el perchero al entrar y se ponen un austero "don") hace la
observación de que la poesía, al penetrar en la palabra, la descompone y la
abre a todos los matices de la significación. Esto hace que la poesía sea una
investigación de ciertas esencias que encontramos en nosotros mismos. Alzo la
mano para intervenir, tímidamente, sólo para agregar que pienso que la poesía
crea aquello que investiga. Ahora bien, si investiga su propia creación, indaga
sobre las consecuencias de sus palabras. El poeta arroja sus versos pero
no tiene tiempo de perseguir las ondas que su palabra produce en el lago del
lenguaje. Incluso, lo que de por sí no pretende la poesía, lo puede obtener,
pues no es pensamiento sistemático, pero quién sabe si pueda no serlo. La
poesía, a la que le gusta carcomer lo eterno y diariamente estrenar algo nuevo,
puede incluso colaborar en la construcción de una filosofía. Por ejemplo: “El
lago sin fondo / del hoy…” Son versos de Miguel de Unamuno, analizados por
Muricio Beuchot en su conferencia. La poesía comparte con el hoy esa
profundidad que se puede explorar sin fin. Los académicos tienen, o pueden
tener, como profesión, el asomarse a ese lago. Margit Frenk se asoma a la
lírica mexicana en su discurso de ingreso (¡mi capítulo favorito!). ¿Sabían
ustedes que en las coplas populares hablan los seres de la naturaleza, se dicen
verdades eternas, las cuales se contradicen entre sí, acerca del amor y de las
mujeres? Gestas y Dimas, Cupido y Venus, una paloma y un avión, el cielo y el
mar… En su geografía, el río Jordán corre por entre la Huasteca. En sus
disparates, hay profundidad. El entramado secreto del mundo y las voces estridentes
de sus cosas. Sin embargo, ninguna de estas coplas viene de más allá del siglo
XVIII. La poesía también necesita el antídoto académico contra ilusión de la
falsa antigüedad.
Mauricio Beuchot et al. El verso y el juicio. La poesía desde la
Academia Mexicana de la Lengua. México, Academia Mexicana de la Lengua,
2014. (Col. Lengua y memoria)
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