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sábado, 22 de octubre de 2016

Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime, de Immanuel Kant


Ésta es La Razón. Aunque, en rigor, no debe de ser femenino bajo ninguna circunstancia. No se la deben de figurar con faldas por ningún motivo, ya que no se ha dado la circunstancia de que este personaje las haya usado nunca. Sí los cabellos largos, pues en su debut en sociedad llevaba unas pelucas largas y cenizas, como ya las han visto en las películas. Pero La Razón, ante quien ha comparecido la Historia entera, así como la Religión, tiene un criterio masculino. Aun más, ya han de haber adivinado sus rasgos fisionómicos: completamente europeos. Mr. David Hume ha tenido la cortesía de invitar a todo mundo a que presente un solo ejemplo de un negro que haya demostrado talento. Los hallaremos con otras características, dice el autor:  “Los negros son muy vanidosos, pero al modo de los negros, y son tan habladores que han de ser separados unos de otros a palos”. Las mujeres, bueno, ellas tienen otras virtudes, para qué vamos a mentir. Ellas tienen una inteligencia bella, en tanto que el hombre tiene una inteligencia profunda. Nada de confundir, haríamos daño a este bello sistema kantiano. Incluso les sienta mal estarse llenando la cabeza de griego y de filología. Bien pudieran entonces llevar barba ese tipo de mujeres. La Razón es ese autómata que tiene la capacidad de marcar las divisiones entre las emociones y las virtudes humanas, puede decirnos gracias a sus conocimientos geométricos qué es la cortesía, qué la amabilidad y qué el honor, virtudes que se despliegan gráficamente sobre el mapa del alma humana. Bellamente fijas como las estrellas en el firmamento. Éstas son las nociones del profesor Kant (1724-1804) para explicarse su entorno, una especie de estrategia para conocer al ser humano: el alma ha de parecerse al mundo natural que miro diariamente, inmutable. De donde se desprende que no ha de haber tenido ningún éxito social. Por el contrario, toda esta cartografía es posible nada más por el desconocimiento de los seres concretos, por una falta de capacidad por comprender a los demás. “Es que eran otros tiempos, hay que reconocer el esfuerzo de Kant por intentar hacer del alma humana algo comprensible en términos abstractos”, dicen los estudiosos de la obra de este filósofo. Claro, no somos tontos, entendemos eso. Pero ya que lo hemos comprendido, no nos habremos de quedar a medio camino en el camino de la justificación. Lo más notable del prólogo es la capacidad de su autor de no darse cuenta de nada de lo que dice el autor que estudia: elogia su claridad estilística, lo compara con Newton y hace notar sus aspectos antropológicos. Y, fundamentalmente, hacer como que no pasa nada cuando los prejuicios logran colarse en la tertulia del conocimiento.

Immanuel Kant. Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime / Beobachtungen über das Gefühl des Schönen und Erhabenen (1764), introducción, traducción y notas de Luis Jiménez Moreno, 3ª ed. Madrid, Alianza Editorial, 2015. (El Libro de Bolsillo, F38)

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