¿Mi científico favorito? Charles Darwin (1809-1882),
definitivamente. Tiene, a mi modo de ver, muchas cualidades. En primer lugar, le
gustaba el piano, estar con su familia, conversar, leer novelas y recibir
amigos. Pero también, la paciente investigación y recolección de especímenes,
con el fin de construir los pequeños escalones que llevan a la construcción de
una teoría. El ánimo viajero, que no todos los científicos poseen, es otra de
las cualidades de este naturalista, pues hizo un viaje por el mundo y no se
negó a conocer ninguna evidencia. Por el contrario, todo le llamaba la
atención, los corales, las aves, las tortugas, las montañas, los insectos y los
fósiles. Incluso los humanos, los cuales son algo menos interesantes y complejos que los sedimentos rocosos.
Asimismo, la meticulosidad con que podía asociar los pequeños fenómenos
biológicos y hacer una proyección a gran escala, lo que le permitió, por
ejemplo, narrar la evolución de una célula cualquiera hasta su conversión en un
ojo, miles de generaciones después. Decía: “Mi teoría sirve para explicar estos
fenómenos biológicos, y no niego nada de lo que esté más allá, ustedes pueden
creer tranquilamente en lo que deseen”. Pero al hacer este corte, en el momento
de concebir su teoría, le dio un fuerte golpe a la Teología, un golpe del cual
aún no se repone, ni se repondrá. Es que si se puede explicar la vida sin la
hipótesis de Dios, bien a bien no se puede explicar la persistencia de este
personaje por aparecer en todos lados. El
origen de las especies (1859) es uno de los libros más emocionantes que
hay. Es la historia de un muro altísimo que a simple vista no tiene fin. Pero
con método, estudiando las especies a lo largo del mundo, se logra ver una
dirección al devenir de la vida. Cada pequeña mutación aleatoria de los
organismos tienen una repercusión enorme porque ayuda o perjudica a una especie
entera. Las musas de Darwin cuenta
todos estos aspectos, con el añadido de que lo hace amenamente, como una novela.
Y además convierte las teorías científicas en hombres. Aquellos que inspiraron
a Darwin tenían recelos y ganas de figurar. Malthus, a quien la Historia no
trata muy bien, pues la literatura inglesa se dedicó a burlarse de sus cálculos
sobre el hambre en el mundo (porque decía que la humanidad crece en número
mayor que los alimentos), aquí es tratado con bastante comprensión. Yo no sabía
que nació con el labio leporino y que con su inteligencia se sobrepuso a esta
condición. Hasta da gusto leer el episodio de su casamiento. Con respecto a
Darwin, se narra el viaje por el mundo que le dio los elementos para poder
enunciar su célebre teoría. Lo que hizo que el capitán del barco se enfureciera
a muerte, pues no sabía que su viaje gestaba una teoría que contradecía las
verdades de la religión. Y la escena cumbre: ver a Darwin en las islas
Galápagos, el lugar que guardaba tantos secretos sobre la vida. Darwin mirando
de frente a las legendarias y enormes tortugas. Le quitó algo de sublimidad el
enterarme que el gran naturalista no resistió la tentación de comérsela en un
delicioso caldo.
José Sarukhán. Las musas de Darwin (1988), 6ª ed. México, FCE, 2013. (Col. La
ciencia para todos, 70)
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