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jueves, 20 de octubre de 2016

Las musas de Darwin, de José Sarukhán


 
¿Mi científico favorito? Charles Darwin (1809-1882), definitivamente. Tiene, a mi modo de ver, muchas cualidades. En primer lugar, le gustaba el piano, estar con su familia, conversar, leer novelas y recibir amigos. Pero también, la paciente investigación y recolección de especímenes, con el fin de construir los pequeños escalones que llevan a la construcción de una teoría. El ánimo viajero, que no todos los científicos poseen, es otra de las cualidades de este naturalista, pues hizo un viaje por el mundo y no se negó a conocer ninguna evidencia. Por el contrario, todo le llamaba la atención, los corales, las aves, las tortugas, las montañas, los insectos y los fósiles. Incluso los humanos, los cuales son algo menos interesantes  y complejos que los sedimentos rocosos. Asimismo, la meticulosidad con que podía asociar los pequeños fenómenos biológicos y hacer una proyección a gran escala, lo que le permitió, por ejemplo, narrar la evolución de una célula cualquiera hasta su conversión en un ojo, miles de generaciones después. Decía: “Mi teoría sirve para explicar estos fenómenos biológicos, y no niego nada de lo que esté más allá, ustedes pueden creer tranquilamente en lo que deseen”. Pero al hacer este corte, en el momento de concebir su teoría, le dio un fuerte golpe a la Teología, un golpe del cual aún no se repone, ni se repondrá. Es que si se puede explicar la vida sin la hipótesis de Dios, bien a bien no se puede explicar la persistencia de este personaje por aparecer en todos lados. El origen de las especies (1859) es uno de los libros más emocionantes que hay. Es la historia de un muro altísimo que a simple vista no tiene fin. Pero con método, estudiando las especies a lo largo del mundo, se logra ver una dirección al devenir de la vida. Cada pequeña mutación aleatoria de los organismos tienen una repercusión enorme porque ayuda o perjudica a una especie entera. Las musas de Darwin cuenta todos estos aspectos, con el añadido de que lo hace amenamente, como una novela. Y además convierte las teorías científicas en hombres. Aquellos que inspiraron a Darwin tenían recelos y ganas de figurar. Malthus, a quien la Historia no trata muy bien, pues la literatura inglesa se dedicó a burlarse de sus cálculos sobre el hambre en el mundo (porque decía que la humanidad crece en número mayor que los alimentos), aquí es tratado con bastante comprensión. Yo no sabía que nació con el labio leporino y que con su inteligencia se sobrepuso a esta condición. Hasta da gusto leer el episodio de su casamiento. Con respecto a Darwin, se narra el viaje por el mundo que le dio los elementos para poder enunciar su célebre teoría. Lo que hizo que el capitán del barco se enfureciera a muerte, pues no sabía que su viaje gestaba una teoría que contradecía las verdades de la religión. Y la escena cumbre: ver a Darwin en las islas Galápagos, el lugar que guardaba tantos secretos sobre la vida. Darwin mirando de frente a las legendarias y enormes tortugas. Le quitó algo de sublimidad el enterarme que el gran naturalista no resistió la tentación de comérsela en un delicioso caldo.

José Sarukhán. Las musas de Darwin (1988), 6ª ed. México, FCE, 2013. (Col. La ciencia para todos, 70)

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