Cuando
murió Lenin –en 1924–, el joven filósofo húngaro György Lukács (1885-1971) tuvo
cierta desesperación. Así que sin grandes aspiraciones teóricas (aunque las alcanzó), escribió un
texto sobre la coherencia del pensamiento del dirigente ruso. Ya antes, Marx
había tomado los términos filosóficos de la filosofía de Hegel y los había
convertido en categorías económicas. Lenin, por su parte, tomó esas categorías
económicas y las usó siempre con fines políticos. Cada día leía la prensa, siempre
con un fin estratégico: saber la actualidad de la revolución. Todos los hechos
eran vistos minuciosamente desde ese punto de vista. Mientras leía este texto
de Lukács, me preguntaba acerca del compromiso, sobre la constancia de un
personaje, golpeando diariamente sobre los hechos para hacerlos colapsarse. Los
miles de artículos de la prensa actual son textos que hablan sobre la
Coyuntura. Ese ser que no tiene una vida prolongada, tiene sólo unos días de
vida, quizá meses. Y sin embargo está siempre, consume la tinta de los diarios.
Los textos de Lenin son coyunturales por definición. Pero no de la misma manera, siempre
están dirigidos a un fin estratégico. En cambio, el periodismo de todos los
días trata de acomodar las piezas pequeñas a unas leyes eternas –las de la
supuesta democracia– que no pueden ser cambiadas. ¿Es posible llevar hasta las
últimas consecuencias este ideario, el de estar acechando los hechos para tomar
por las orejas a la realidad y obligarla a modificarse? Idealmente, sí. ¿Pero
Lenin? Aparece en estas páginas algo idealizado, me parece. Al mismo Lukácz así
lo juzgó, por eso, al final de su texto agrega unas palabras escritas en 1967.
Ahí redondea su apreciación de Lenin. Cuenta que el líder ruso fue escondido en
Suiza, en un hogar proletario. En una de las comidas, un trabajador elogió la
calidad del pan. Entonces, Lenin, hijo de un funcionario imperial ruso que
jamás conoció la indigencia, se dio cuenta del esfuerzo que hacían esos
trabajadores por hacerle llevadera su estancia. El mismo pan –nada para Lenin,
un lujo para los trabajadores– tiene dos puntos de vista: es la base de la
lucha de clases. Un pedazo de pan al que se llega por un complicado rodeo
teórico, pero del cual se concluye que es el asunto por el que se enfrentan las
clases sociales. Aquí nada de “con su pan se lo coma”, aunque cada quien remoje
el pan en la realidad, para absorberla. Incluso hasta el mendrugo más
insignificante tiene un significado. Es una teoría y una actuación totalizante.
Lukácz presenta el pensamiento de Lenin como una especie de abstracción
extraída de una actuación. No hay planteamientos sueltos, desligados de la
realidad, ésos que tanto nos gustan abordar cuando vamos a una cena. Todo es
una totalidad, un flujo constante entre el actuar y el teorizar, porque no
existe teoría de Lenin suelta, apartada de un hecho político. Lo que quiere
decir también que no hay tranquilidad en este personaje, los hechos más
pequeños lo van a despertar, a quitarle el sueño. Como aquella princesa del cuento que no puede
dormir porque tiene bajo el colchón un pedacito de pan (o un guisante, lo mismo da). Por otra parte, no hay nada tan bello como la Appassionata de Beethoven. Lenin la escucha
con absoluto fervor, piensa en acariciar las cabezas de los hombres, hablar con
placidez de la belleza. ¡Pero qué error!, le dice a Máximo Gorki: no puedo
acariciar cabezas, pues me cortarían la mano de un mordisco. Aunque Lenin esté
en contra de la violencia contra el hombre (idealmente), todavía falta un largo
camino para lograr esa paz deseada. Antes hay que golpear muchas cabezas, sin
piedad. El texto de Lukácz es ideal para una tarde de descanso.
György
Lukács. Sobre Lenin y Marx, estudio
preliminar y notas de Miguel Vedda, traducciones de Karen Saban, Miguel Vedda y
Laura Cecilia Nicolás. Buenos Aires, Gorla, 2012. (Col. Latencias. Serie Teoría
Crítica)
No hay comentarios:
Publicar un comentario