El tema de
la guerra… Qué delicado. Hay demasiado sufrimiento, demasiadas vidas
desperdiciadas, demasiados conflictos personales porque el destino colectivo
entra en conflicto con el destino individual y lo que uno buscaba de la vida es
resuelto por el destino de una manera inesperada que no admite reparos. La
cantidad de testimonios que aparecen aquí son una especie de muro. Si
criticas este libro, estarías relativizando este dolor que casi puedes tocar.
De hecho, lo puedes tocar. Los jóvenes, cuyos cuerpos regresaban de la guerra
en Afganistán en ataúdes de zinc, son los protagonistas. Sus
sueños, sus vidas segadas en la guerra, la locura del contacto con la muerte,
en fin, todo eso que reflejan los testimonios recogidos durante años por la
escritora bielorrusa. ¿Qué mayor objetividad que la suma de todas estas
subjetividades, tejidas con esmero? Si tú te atreves a decir algo estarías
vulnerando este dolor colectivo, tejido tan apretadamente que si vulneras uno,
vulneras a todos. Sin embargo, me atreveré a hacerlo, ya que la autora se
presenta como una interlocutora que se interesó por todos ellos y puso al frente el mérito de estas vidas, y porque me parece que
manipular el significado de ese periodo es igualmente grave. En primer lugar,
se afirma que los hombres pierden su valor y que se les arrebata al ser
sacrificados por algo como una guerra que ni les va ni les viene. Muy bien,
nada que oponer. Así que se destaca un coro de voces individuales
que nos explique qué estaban haciendo cuando fueron reclutados, qué sueños
tuvieron que abandonar. Lo individual en primer plano. Muy bella idea. Sólo que
a partir de ahí, no entendemos nada. Todo el tejido del mundo se deshace entre
nuestras manos. Sólo nos es dado contemplar el horror de la guerra. Pero no nos atrevamos a pensar en el Horror de la Guerra, no es tan abstracto, ah
no, permítame, nos interrumpe la autora: es el horror de la guerra del
comunismo. De hecho, no es tanto el horror de la guerra, sino el horror del
comunismo. Todo lo que sirva para adjetivar al comunismo se vuelve espantable.
¿Qué, el capitalismo no tiene los mismos componentes de horror? Quizá, pero ése
no es nuestro tema, lamentablemente. Los libros de historia, sin embargo, nos
han hablado de que detrás de esa frontera, por entre esos inhóspitos caminos
del desierto hay una República Afgana, y que los talibanes tienen unos planes
bastante terribles y son apoyado por los Estados Unidos. Qué pena, pero ése
tampoco es el tema de este libro. De hecho, y para no confundir al lector,
mejor no se menciona siquiera la palabra “talibán” o términos como “República
Afgana”. Son testimonios de un sufrimiento circular, sin progresión narrativa y
con una estructura formal francamente pobre; y su efectismo sentimental, aunque
nunca se habla de eso, no está desprovisto de fines políticos.
Svetlana
Alexiévich. Los muchachos de zinc. Voces
soviéticas de la Guerra de Afganistán / Cínkovie málchiki, tr. de Yulia
Dobrovolskaia y Zahara García González. México, Debate, 2016.
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