Elena Garro (1916-1998), una madeja demasiado
enmarañada. Su obra está a tal grado enredada en su vida que es inútil siquiera
intentar separarlas. Les molesta mucho a los críticos literarios que la
atención salga del mundo autónomo de la literatura. Pero el rostro de la Garro
es enorme, sale como una luna a iluminar el cielo de su novela más importante.
Es difícil saber cuándo se escribió Los
recuerdos del porvenir, de qué manera se fue articulando la estructura y
cómo decidió que fuera el pueblo mismo un personaje que contara su propia
historia. La autora, pienso, noveló asimismo el proceso de creación. Lo que
quiere decir que quizá no sabremos cuántos años dedicó a su escritura, si
efectivamente fue concebida en su totalidad antes, por ejemplo, de que Juan
Rulfo escribiera su obra. Ella, a veces decía que Octavio Paz leyó la novela
llorando porque era mejor escritora que él y que entonces le pidió que la
quemara. Según esta versión, la novela fue salvada del fuego de la estufa para
ser llevada a la editorial. Pero la misma autora también contó, contradiciendo
su propia versión, que fue Paz quien llevó el manuscrito a Joaquín Mortiz.
Disfrazada de inocencia, Elena Garro fue reescribiendo su vida, nos fue dejando
borradores sucesivos. ¿Y la verdad? Una versión más dentro de todo ese
papelerío. No sé el lugar que se le ha dado a esta novela en la historia de la
literatura. Sin duda lo tiene, prominente. Debe de existir una relación entre
ella y Rulfo. Ignoro si se conocieron, si tuvieron alguna relación, si
exploraron fuentes parecidas, y por qué tienen ambos la Guerra Cristera en sus
entrañas. Y sin embargo, son opuestas sus visiones. En Rulfo, el Bajío es una
zona castigada por su compromiso con las peores causas de nuestra Historia. La
visión de la Garro es, por su parte, bastante conservadora: la condena tácita
al gobierno, la idealización del pueblo y de su ideología. Esa voz narrativa
que caracteriza el libro, por la que habla la colectividad, un nosotros que a
veces es un yo, es voz de Homero o de La Biblia. Pero, ¿por qué esa
característica aparece también en Cien
años de soledad? La historia de América Latina contada en términos
fantásticos. Ésa es otra cuestión. Por qué. El tema de la verosimilitud, las
leyes de la narrativa llevadas hasta el límite. En el caso de García Márquez
hay resonancias bíblicas. Y en la Garro, la supervivencia de la visión
infantil. Conforme la trama se va tensando, el pueblo de Ixtepec se va asomando
por las ventanas, mira con disimulo. Pronto, tendrá que ocurrir un desenlace,
quizá trágico o inesperado, pero siempre memorable. Y lo que ocurre es la
fantasía, lo inexplicable, aquello que suena a mentira, a historia antigua. En
el caso de esta autora, toma el aspecto de una verdad irrefutable y
admirablemente bella. Las
historias viejas de una familia cualquiera muchas veces estuvieron a punto de
cubrirse de magia. Pero al contarnos las de nuestro propio pasado, casi nunca
se tuvo el cuidado de dejar que permaneciera.
Elena Garro. Los recuerdos del porvenir [1963]. México, Joaquín Mortiz, 2010.
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