A un mes del cumpleaños de Miguel Barnet
En junio de 2022 estuve en el Instituto Cubano de Radio y Televisión de La Habana para hablar acerca del bolero, género que me apasiona, y sobre lo cual tengo que pedir disculpas a veces, porque los boleros son breves y mis disquisiciones sobre ellos no. Me dijeron que Miguel Barnet llegaría a la conferencia. ¡Qué bueno que lo hizo! Terminando la conversación fuimos a comer con los representantes del Programa Ibermemoria y con nuestro amigo Otto Braña, que dirigía entonces Radio Taíno, antes de que lo pusieran al frente del patrimonio del nuevo Instituto de Información y Comunicación Social. En esos días caminamos por las calles de La Habana con Luciana Delfabro, coordinadora nacional de Investigación Cultural de Argentina, con Sheila González, Directora Nacional de Cine de Panamá, con José Enrique Rodríguez, de la Cinemateca Dominicana, y con Enrique Serrano, director del Archivo General de la Nación de Colombia. Enrique Vargas, iberoamericano honorario, nos acompañó como representante de la Secretaría General Iberoamericana. Me acuerdo de todos ellos porque fueron unos días soleados y felices en La Habana, nos tomamos fotos con la imagen del Che en la Plaza de la Revolución y visitamos la Fundación Eusebio Leal, de quien tanto hay que hablar porque hizo mucho por las calles, los edificios y las plazas de la ciudad. Los habaneros escuchan su nombre y lo recuerdan con admiración. Visitamos la Bodeguita del Medio y comimos en el Floridita, en donde también nos tomamos fotos con la estatua de Hemingway. Qué nostalgia los daiquirís y los pavorreales en el Hotel Nacional en donde tocan diariamente los boleros. Los atardeceres que se derraman sobre Vedado y las filas en los helados Coppelia. También iba Ana Fernández de Lara, que me ayudaba a encargarme de ese Programa de Preservación Sonora y Audiovisual, que tuve la suerte de presidir mientras estuve al frente de la Fonoteca Nacional. Con qué alegría tocaban los músicos el bolero “Convergencia” adentro de la Bodeguita. Y la esquina de Prado y Neptuno, la más visitada por los turistas, aunque no ocurrió nada histórico, si es que uno de los chachachás más famosos no es histórico. Pasó caminando en los años 50 una muchacha gordita que inspiró “La engañadora”. En esa ocasión no estaba el Embajador de México, el gran Miguel Díaz Reynoso, pero nos acompañó Santiago Ruy Sánchez, agregado cultural de nuestra embajada, por las calles, bajo los calores, para tomarnos la foto en la estatua dedicada a Pedro Vargas. Qué desesperación no saber algo de cada rincón de Cuba. Pero me tengo que sentar a descansar o a tomarme algo para el sol, por suerte me toca frente a Miguel Barnet, que me dice que Agustín Lara, a su paso por Cuba, se enamoró de la hermana del compositor Juan Bruno Tarraza. Así que es posible que su bolero “Sueño guajiro”, que compuso a su paso por Cuba en 1938, haya sido inspirado en esa joven de 18 años que era Margot Tarraza (ahora encuentro su nombre): era soprano y vino a México en 1948 y actuó entonces en El Patio. Tiene lógica, porque la canción de Agustín dice: “Hacer con tu mejor vaivén / un canto caibarién / que te hable de mi pena”, y los hermanos Tarraza eran de Caibarién, un pequeño pueblo del centro de la isla. Sin embargo, una cantante de La Habana, Xiomara Fernández, se atribuía haber inspirado la composición de Agustín. Le dijo al periodista Pedro Jesús Herrera que Agustín le propuso matrimonio a su paso por Cuba y que le hizo esta canción que grabaron las hermanas Águila en 1939. Una cosa no obsta la otra, porque bien pudo el compositor regalarla a las dos, pero la referencia a Caibarién no deja duda… Le digo a Miguel Barnet que en la primera conferencia que di, cantó Amparo Montes, acompañada por Juan Bruno Tarraza, ahí pude saludarlo por única ocasión. Qué lástima, cada día me gustan más sus canciones, me hubiera encantado preguntarle qué las inspiró, especialmente “Palabras calladas”, que le hizo a Olga Guillot y que cantó Tin Tan en El Ceniciento:
Siempre estoy en ti pensando
y tú de mí no sabes nada,
hace tiempo que te quiero
y me callo las palabras.
(Juan Bruno es el autor de la canción favorita de Carlos Monsiváis, “Como el besar”. Dejo el nombre de una canción que también me causa obsesión, quizá la encuentren: “Arrullos de mar”.) El libro más famoso de Miguel Barnet es Biografía de un cimarrón, producto de sus conversaciones con un antiguo esclavo, Esteban Montejo. (Lo reeditó en México el INAH en 2023; es el libro del cual Graham Greene escribió: “No ha habido un libro como este antes y es improbable que vuelva a existir otro como él”). Literariamente dialoga con nuestra literatura testimonial, la de Juan Pérez Jolote y La noche de Tlatelolco. Miguel entrevistó a Eugenio Montejo cuando éste tenía 103 años, pero vivió diez años más: murió tomando café un sábado por la mañana. Espero que alguien esté haciendo con Miguel el trabajo que él hizo, recoger sus palabras, pues conoce todo de los escritores cubanos y trabajó con Alejo Carpentier y Nicolás Guillén, y sabe evocar toda una literatura. Miguel es amigo de los escritores mexicanos y recibe admiración también de nuestro país. Su propia obra es poesía de bolsillo, es decir, poesía para consultar y tener cercana. Me encuentro un pequeño libro, Vestido de fantasma, que le editaron en Guadalajara (Presente y Futuro, 2008), con esos poemas suyos que son como meditaciones pequeñas, rítmicas:
Tienen prisa los días
que me persiguen como una sombra
Tienen prisa y yo voy lento
porque no quiero llegar
El tema del paso del tiempo… Lo deseamos y no. Buscamos en el espejo nuestro viejo rostro, así que necesariamente es el de otro. Y ese otro siempre mejor que nosotros. Diariamente, algo que no éramos ayer está aquí, enfrente. Busco no al que está sino al que estuvo. Pero en el espejo no se encuentra. Aquel que fue es un fantasma. Es una bella enunciación de un fantasma, pues es uno que quisiéramos encontrar, a diferencia de los fantasmas de los otros. El nuestro se llevó lo mejor, una juventud ilusoria, una vida plena, se alejó corriendo así que es imposible tomarlo del reflejo. La obra de Miguel Barnet ha consistido en conocer al otro, convertirse en él –consecuencia de la práctica antropológica–, qué curioso que en la poesía se duplique, mire al otro como un extraño. Me imagino una película surrealista en la cual el reflejo nos mira, se extraña y se aleja corriendo… Recorro este pequeño poemario, como calles vacías: en otro poema con rápidas imágenes hay dos personas, una pasea por París y otra duerme en Cuba, y todo es recordado como en una película muda. Parece un poema de los años 20, con una radio en que se oye un allegro de Mozart “que no debía entristecer a nadie”. Miro al poeta solo en su casa, feliz, en una comunión íntima que sólo da esa tranquilidad, dueño de sus palabras. No hay otra cosa, con ellas evoca a Emily Bronte y a Emilio Ballagas… Qué más puede hacerse con palabras, evocar, amasar otro yo. Eso, en el fondo, hago, hablando de ese viaje, de esa caminata por La Habana, de mi primer encuentro con alguien tan maravilloso como Barnet, de Juan Bruno Tarraza y sus boleros, y de este libro de poemas. No sé por qué escribo estas palabras. Quizá por el próximo cumpleaños de un admirado amigo. O tal vez porque es invierno y es buena idea acercarse al calor de Cuba.
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