“Ahorita va a venir Martha Zeller”, me dijeron en la Casita Blanca de Veracruz. ¿Martha Zeller? Sí, alguna vez supe que vivía en el Puerto, pero no que la iba a conocer. Desde hacía poco que redescubrí sus discos de los años 40 y me obsesioné en los pocos que grabó. Qué maravilla poder preguntarle de todos los boleros que grabó entonces, de aquellos compositores olvidados de los cuales me gustaría saber aunque sea un dato nuevo, Pablo Sánchez Vázquez, Miguel Ángel Pazos, Alfredo Parra… De este último, que murió atropelladoa los 35 años, es “Palabra de honor”: “Si te quieres convencer aquí está mi corazón, haz lo que quieras con él, te juro ser siempre fiel, por mi palabra de honor”. Hay tantos boleros por descubrir en la sinfonola de los años 40. Las trompetas dialogan melancólicamente con los clarinetes, mientras las percusiones los arrullan suavemente. Miguel Ángel Pazos dejó un bolero que se llama “Y después tú dirás…” que es tan evocador. ¿Cómo habrán sido los romances que nacieron de estas letras?
Vivamos la vida, no lo pienses ya más,
vivamos aprisa, ¿qué puede pasar?,
si ahora es bonito, que es lindo soñar.
Te quiero en mis brazos, tu boca en la mía,
sentirte en mi vida, después tú dirás.
¡Pero Martha Zeller, la creadora de todos ellos, no se acordaba de ninguno!
–Hace muchísimos años que no veo a ninguno de mis compañeros. Muchísimos años… –me dijo.
–¿De qué otros compositores se sentía usted más cercana?
–De Mario Ruiz Armengol, de él recuerdo sus canciones. ¿Por qué no nos vemos mañana abajo del hotel Diligencias y platicamos a ver de qué me acuerdo?
De incógnito en Los aficionados
Mi nombre es Matilde Erzbein Rodríguez. Mi papá era alemán, y se llamaba Carlos Erzbein. Nací en Pachuca, en donde mi papá era químico e ingeniero constructor. Mi mamá se llamaba Jania Rodríguez y tocaba la mandolina de oído, pero no porque se dedicara a eso. Yo estudiaba baile y también estudié guitarra pero nadie en mi familia se había dedicado antes a cantar. Por eso yo me fui a escondidas a cantar a la radio, porque sentí que no me iban a dejar.
Me fui a México, y, entonces, sin decirle a nadie, más que a mi hermana María Antonieta, la mayor. Y fuimos a escondidas a la XEW; me presenté como Martha Ballesteros, para que mi mamá no se enterara, y canté Perfidia, pero como me saqué el premio, me mandaron un telegrama diciéndome que había yo triunfado. Entonces ya supieron en mi familia. No me regañaron pero se soprendieron porque nunca me habían oído. Yo cantaba en el baño, en donde no me oyeran.
Uno llegaba a la estación y se inscribía. Yo llegué tarde y no me dejaban entrar, así que le dije al que estaba cuidando:
–Vengo de Pachuca y vengo a escondidas, déjeme entrar.
–Está bien, pase.
Regresé a Pachuca con mi hermana esa misma noche. Que nadie se diera cuenta… Nunca me imaginé que iba a llegar un telegrama, y mucho menos que iba a ganar. Fue una suerte, porque fui la última en inscribirse…
Todo salió porque yo oía Los Aficionados en la W y me decía:
–Yo canto mejor que la que está participando.
Por eso le dije a mi hermana:
–Acompáñame. Nada se pierde, si me tocan la campana, que mi mamá no sepa.
Pero gané y ya después ya no había manera de ocultarlo… Cuando llegó el telegrama, volví a la W, a ver qué ofrecían y cuánto iban a pagar. Pero pagaban muy poco. La W fue siempre como un espejo de presentaciones. Para los artistas no era el dinero, era la posibilidad de encontrar más trabajos. Ahí había una fuente de sodas a la que iban todos los empresarios y decían:
–Quiero contratar a fulana.
La primera vez que me acompañó una orquesta fue la de Miguel Ángel Valladares. También me acompañó después José Sabre Marroquín, un gran gran compositor, el autor de “Nocturnal”: “A través de las palmas que duermen tranquilas / se arrulla la luna de plata en el mar tropical…” Su hermano Manuel me escribió una canción, Extraña aparición: “Extraña aparición / hiciste en mi vivir…” Yo canté mucho de los Sabre, pero más de Manuel, como esa que dice: “Esta noche ha pasado como todas las otras, / no ha llegado a mi vida nada nuevo, mejor”.
¡Déjeme contarle una vez lo que hizo José Sabre Marroquín a Martha Triana! Ella llevo su instrumentación, pero le faltó un papel y entonces Sabre agarró las hojas y las aventó al suelo. Le dijo: “Recoja su música y váyase”. Nomás porque le faltaba un papel. Por eso le decían “el Vinagrillo”. Nada más porque le faltó un papel de la orquesta. Fue una grosería. Y Martha Triana cantaba muy bien.
Fui a la XEQ también, a El show de estrellas, y también gané. Y ya me quedé a trabajar, pero entonces yo fui a la W a decirles que si me podían dar trabajo ahí. Y me dijeron: “¡En seguida!”, y me dieron un programa de quince minutos. En esa ocasión me acompañó Roberto G. Treviño, al que le decían Tacos. En el jurado estaban Alfredo Núñez de Borbón y Mario Ruiz Armengol. Después me acompañaron pianistas como Teté Cuevas. Ponían distintos pianistas a los cantantes. No era el mismo, a menos que tuviera un programa especial, como el de Tardán. Yo en “sombreros Tardán” estuve un año, semana con semana, con Núñez de Borbón. Cantaba mucho “Terciopelo”: “Tranquila suavidad de terciopelo…” Y “Si regresara el amor”: “Si regresara el amor, aquel amor verdadero, / y se alejara el dolor, del corazón traicionero”. Años después, cuando quisieron que buscara compositor para hacer un LP, elegí grabar uno con las canciones de Alfredo.
Mis compañeros en la radio de los años 40
Mariano Rivera Conde, que estaba al frente de la Victor, me oyó en la W y me mandó a llamar. Y grabé dos años con él. Esos discos llegaron a Los Angeles y allá me oyó Frank Fouce, el dueño del Million Dollar Theater, y entonces me contactó. Por cierto que mi primer disco, en que me acompañó Mario Ruiz Armengol, en la Victor a mí nunca me gustó. Pero así fue que conocí a Mario. Él tiene unas canciones preciosas, como “Silenciosa”… ¿Quién las canta más que yo? Tienen muchas armonías, entonces no las canta nadie. Como “Triste verdad” que dice: “Yo nunca pensé / que algún día tendrías que saber / la triste verdad que ocultaba en mi ser…” Cantarlas se ve fácil. ¡Pero ya con la música es otra cosa…! En Estados Unidos le llamaron “Mr. Melody”.
También canté mucho de Curiel, como “Tu partida”: “Ay, qué amargura dejaste en mi vida. / Ay, qué fatiga de angustia y dolor…” Canté mucho de Curiel, pero aquí nadie canta eso. De las compositoras, Chelo Velázquez. Compuso poquitas canciones, pero “Bésame mucho” le dió la vuelta al mundo. Y tiene otras muy bonitas. Preciosas todas. Se las hacía a su esposo. No la trataba mal… pero no la quería. Y ella lo quería, lo adoraba. Entonces, le compuso todas esas canciones de amor: “Yo tengo que decirte la verdad / aunque me parta el alma, / no quiero que después me juzguez mal / por pretender callarla”. Y era una pianista fenomenal. De Gabriel Ruiz canté “Desesperadamente”. De Luis Arcaraz, “Muñequita de Esquire” y “Bonita”.
Con Joséphine Baker y Edith Piaf en El Patio
Me contrataron en El Patio, que era lo mejor de México. Ahí estuve cinco meses. Ahí no iban más que artistas internacionales. Trabajé alternando, unas semanas, con Joséphine Baker y Edith Piaf. Aunque no las traté porque yo no sabía francés, recuerdo que la voz de la Piaf era muy chiclosa. Yo tengo voz más grave, si hubiera estudiado hubiera sido contralto. Y ella, subía, subía… Era chiquita. Ganó mucho dinero. Y la Baker. Ésa salía a bailar con unos platanitos dominicos, para no gastar en tela, gastaba en platanitos.
También trabajé en carpas. Ahí conocí a Palillo, a Shilinski, a Manolín, al Chino Herrera, a Manuel Medel. A Marilú, pero nunca cantamos juntas… Mi mejor amiga de esa época era Chela Campos. La conocí porque también trabajó en El Patio, siempre con su bastón de cristal. Ella era de Jalapa y un tranvía la atropelló de chamaca y entonces quedó así, chuequita. Tenía mal la rodilla. Era muy gruñona, tenía muy mal carácter. Me contó que tuvo ese accidente en el tren, que vino a México y pidió una audición. Como ella cantaba muy bien le dieron la oportunidad. En La Habana trabajamos juntas. Ésa fue la primera vez que salí de México, al Montmatre, que es muy elegante, en donde trabajé con Los Panchos. También estaba Chela, pero no en ese lugar. Me acompañaba René Touzet. Era un gran pianista, y yo llevé todos mis arreglos de Mario Ruiz Armengol. Luis estaba feliz porque eran preciosos. Eso, porque iba a grabar y pensé regalarle mi música, instrumentada. Pero no guardo nada de eso… Cuando me vine para Veracruz, dejé todo en el DF.
Por cierto, estaba aquí en Veracruz. Me estaba desayunando, cuando leí: “Chela Campos murió”. Tres días después, fui a México, al Hospital de la ANDA, a preguntar: “¿Quién atendió a Chela Campos?” “Pues tal doctor”. Y fui y le dije: “¿De qué murió Chela?” “No sabemos. Se fue haciendo chiquita, chiquita. Fue a La India y regresó enferma no supieron de qué. Dicen que llegó mala, muy mala. Ya no se levantó. Cuando se murió estaba ya así, súper chiquita. Nunca supimos que le pasó.
Fui la voz más grave de la radio, más grave que la voz de Toña la Negra
Un día, la gran cantante Fany Annitúa me habló por telefóno y me dijo:
–Oiga, Martita, si usted se pone a estudiar un poquito, sería la mejor contralto de México, porque su voz es muy grave.
–Sí, pero con la voz de contralto yo no voy a comer –le respondí.
Cuando comencé con mis giras, mis contratos en la W, mis papás ya no vivían. Me fui a vivir a México, en la colonia Roma, en Jalapa 201, a una casa de dos pisos. Enfrente de la W había muchos agentes, y usted iba y a todos ellos les daba fotografías. Si te conseguían trabajo, pues se les daba la comisión. Pero había varios, no nomás uno. Tuve una representante. Una señora ya grande, pero no me acuerdo de su nombre, muy buena contratista. Tuve un representante negro también, grandotote, fue él quien me mandó a La Habana.
En una ocasión hice dueto con Aurora del Mar, para grabar un disco. Yo hice la primera voz y ella, la segunda, sin que mencionaran mi nombre, porque yo estaba en la Victor. Pero no porque siempre fuéramos a cantar. Las hermanas del Mar grababan en Peerless. Yo, en Victor. Ema se enfermó y me dijo:
–Sácame de apuros, tú eres la primera, me gusta tu primera.
–Sí, cómo no.
¿El amor? Me casé a los 17 años pero duró poco la historia. Yo tenía en mi mente ser cantante, ser artista. Y a él no le gustó. Entonces cada quien por su lado. Duramos tres años o menos. Él ya se murió, se llamaba Joaquín Furlong, y era viudo, tenía cuarentaitantos años. Me enamoré de él por cosas de la vida… Ya era un señor grande con hijas. Sus nietos son July Furlong y Óscar Athié. Él fue el papá de Irma, mi hija. Yo ya no me volví a enamorar, ni a casar. Me dediqué a mi carrera. Tuve pretendientes… pero nada más pretendientes. Pero eran pretendientes que conocía fuera de México. Pero tuve un amor platónico… ¡Frank Sinatra!
Hice mis versiones en español de canciones extranjeras
No es que traduzca canciones. Les pongo otra letra. Tengo varias aparte de Bluemoon. Cuando yo estaba viajando siempre me ponía a escribir. Me volví un poco poeta. Tenía mis cuadernos con apuntes, pero se los dejé a mi hermana en el DF. No sé que la haría a todo lo que le dejé, como mis pieles. Un dineral tenía yo en pieles: abrigo de tigre, de mono, de distintos animales… Ahí en W, había, a una vuelta, unos judíos que vendían toda clase de pieles. Ahí compraba yo todas las mías. Pero salían muy caras, muy caras.
Con Agustín Lara nunca canté porque no hice la gira que quería que hiciera con él a Estados Unidos. No podía porque tenía otro contrato. Pero de sus canciones, la que más me gusta es Noche de ronda. Mi contrato era para Brasil. Me fue muy bien, con los hermanos Castro.
En cine, doblé a Leticia Palma en Hipócrita, Camino del infierno y Mujeres sin mañana. También canté en Una mujer con pasado. ¡Ah, y en La mujer del puerto, con María Antonieta Pons! Doblé la voz en seis películas. En una ocasión, durante un intermedio, cuando grabábamos la música para una película de Leticia Palma, canté “Bésame mucho”. Manuel me dijo: “Cánteme usted una”. Y canté la canción de Consuelito. Cuando terminé, los violines empezaron con los arcos a golpear sobre el instrumento. Fue para mí el mejor homenaje, porque Manuel era un gran músico.
Nunca me he retirado. Aunque sea de vez en cuando, pero sigo... Le contaba que en el piso de la W está mi nombre. Porque estaban todos los nombres de los cantantes. En la W hice un programa muy bonito con Jesús Elizarrarás, La Hora Chrysler, y tocaba Elías Breeskin. Muy buen programa porque era a base de puro violín.
El último LP que hice, el de Consentida, lo grabé en un sólo día. No te creas que era tan fácil aprenderse una canción. Luego decía el productor: “Vamos a grabar en las películas”. Y le contestaba: “No, yo no puedo de un día para otro”. “Pero es muy buena”. “No, no me diga eso, porque ya no duermo”.
La canción que más me pedían era “Pensando en ti”, de Alfonso Torres: “Pensé que este nuevo cariño…” En La Habana era una algarabía oír esa canción. No la grabé, pero llevé a Alfonso a la Habana. Y tuvo tanto éxito que lo contrataron para que él fuera a dirigir, porque él no tocaba nada. Bueno, un poco de piano. Pero era director. Yo llevé esa canción a la RHC (Radio Habana Cuba-Cadena Azul). La cantaba diario. Allá me pusieron mi nombre artístico, “El lucerito de Pachuca”. Varias personas me pusieron de distintos modos en las ciudades a que llegaba: “La cantante romántica”, “La voz de terciopelo”… Pero “El lucerito de Pachuca” me gustó más. Y cada vez que hacían un reportaje me decían “El lucerito de Pachuca”, como en La Habana.
Brasil es el país en donde más me gustó cantar porque llegué en tiempo de carnaval y, luego vi el Corcobado, que es tan hermoso. Me gustaron mucho sus playas y sus hoteles. Estuve un mes. También viajé a Perú. No me traía canciones de allá, porque apenas iba una semana… De Cuba sí. Me traje canciones de Juan Bruno Tarraza. De sus canciones, la que más me encanta es “Soy feliz”, que dice: “Pero es que estoy tan enamorada…” Chela Campos cantaba también varias canciones de él.
* * *
–Bueno, ya platicamos. Qué bueno que nos conocimos y que fuimos amigos –me dijo al despedirnos.
Volví a México a buscar la casa de Martha Zeller en la Colonia Roma, a ver si por alguna ventanita podía ver sus abrigos de pieles exóticas y sus fotografías de viaje por el continente. Poco tiempo después, el 5 de septiembre de 2014, me avisaron que había muerto, casi a los cien años de edad. Ayer volví a escuchar sus canciones, tan poquitas, pero con ellas recorrí la ciudad de 1946, con un poco de melancolía.
(2014-2024)
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