Me reí mucho con este libro, el primero que leo de Fernando Aramburu. Pero una vez que terminé de reírme, comencé a culparme, puesto que es importante para mí saber si la risa es un elemento reaccionario en mi interior. O si la risa puede ser revolucionaria. Cuando una persona compra un libro que trata sobre la ETA, ¿sabe que tiene guardar una seriedad absoluta sobre el tema? El terrorismo, las guerras, las tragedias del ser humano, ¿pueden ser motivo de risa? ¿A partir de cuándo, cuántas generaciones hay que dejar pasar para poder reír? ¿Y de qué aspectos? No lo sé, he querido siempre sumergirme en el humor sin tener una guía metodológica. Es que el humor es como el arte, terreno de la libertad. Sin embargo, vemos los más desagradables cartonistas de los periódicos, como el caso del Reforma y su dibujante estrella, aprendiz de fascista… y algo nos impide sonreír. Quiere decir que tenemos una armadura que nos protege. No podría ensayar ni siquiera unas cuantas ideas sobre la risa. El volumen se llama Hijos de la fábula, título que, ahora, a la distancia, me alumbra mucho, no había pensado que los dos protagonistas son hijos de la costumbre de contarse cuentos. Son dos muchachos de Guipúzcoa, Asier (20 años) y Joseba (21), que ingresan a las filas de la ETA y son enviados a prepararse, en la clandestinidad, al sur de Francia. Pero apenas cruzan la frontera, se enteran de que la organización vasca ha sido disuelta y que sus afanes revolucionarios dejan abruptamente de tener un objetivo… No importa, hay que continuar la preparación militar, hay que estudiar la ideología de la organización. Y todo lo hacen construyendo sobre la nada, cuidándose de los posibles espías del gobierno, pero sobre todo, manteniendo el ideal revolucionario. Como son los únicos habitantes de ese ideal, son incomprensibles para el resto de la realidad. Así que son observados como dos personajes del teatro del absurdo, o como Oliver Hardy y Stan Laurel –como acertadamente los críticos han comparado–: vistos como dos personajes que sólo disponen de sus actitudes para fabricar su mundo. Porque ya la comparación con don Quijote y Sancho se me hace un poco más inexacta, puesto que Asier y Joseba no convencen. Son hijos de la fábula, pero hijos desheredados. No logran que nadie crea en ellos, pero tampoco quieren darse cuenta de que ninguno de los dos cree en ese ideal que los llevaba a levantarse temprano a marchar por Euzkadi. Ni siquiera son capaces de comprender a los personajes que los rodean. Hay algo más, los personajes no quieren hacer reír, tampoco pueden hacer sufrir. Ambos regresan a su pueblo, con diferentes anhelos. Uno de ellos quiere saber de su esposa, a la que dejó abandonada en su pueblo. Pero el otro busca dejar impreso su nombre en el libro del heroísmo. Las últimas páginas son conmovedoras. Cada uno decide buscar su destino. No hay tanto humor en ellas, más bien melancolía, porque el que decide seguir el ideal en soledad se hunde en la soledad y no en el heroísmo.
Fernando Aramburu. Hijos de la fábula. México, Tusquets, 2023. (Col. Andanzas)
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