Yo hubiera contado esta vida de otra manera. La habría
organizado de lo más general a lo particular, aclarando cuántas campañas tuvo
Pancho Villa y cuál fue la importancia de cada una de ellas. Le habría dado un
gran peso conceptualmente a la relación de Villa con Francisco I. Madero, pues
parece que siempre le fue fiel. Pero el autor eligió el método opuesto. Es
decir, con el peso de toda su investigación va narrando lo que ocurrió día tras
día, el cuatro, el cinco, el seis de abril, si Pancho Villa salió o no a
caminar por Celaya. En ciertos pasajes del libro, llega a parecer un recurso
inacabable. De ahí que se utilicen las notas al final de cada capítulo para
hacer apreciaciones preliminares, lo cual hace de esas notas lo más valioso del
libro y lo más entretenido. Las grandes periodizaciones las logra el lector una
vez que ha recorrido junto a Villa el camino de su vida. Entonces se puede
decir que fue un revolucionario inspirado por Madero, y que Carranza no le tuvo
nunca confianza, por lo que Villa tuvo conflictos que culminaron en su derrota
a manos de Obregón, el único general de la Revolución que nunca perdió una
batalla (según escribió José Emilio Pacheco). Una vez trazado el camino principal,
se podría rellenar con la abundante información. Pero basta. Me perderé por un
caminito bastante marginal en el enorme mapa de este libro. Comencé a subrayar
las referencias musicales, las cuales me llamaron la atención desde las
primeras páginas del libro. Así me di cuenta de que las batallas
revolucionarias y las tomas de las ciudades estaban siempre acompañadas de
música, y que prácticamente en toda ocasión se escuchaba una marcha, una polca
o un vals. Desde los primeros días del movimiento armado, en 1910, se escuchaba
en Ciudad Juárez el repertorio revolucionario. Un pasodoble cuyo origen siempre
me había intrigado, “El zopilote mojado”, se tocaba en los días en que Madero
se levantó en armas. No se dice que el corridista Samuel M. Lozano había sido
adicto a Villa y que éste, en una ocasión, le dio dinero para que se comprar
una guitarra. Lozano fue el autor de “Tampico hermoso” y se dice que de “La
rielera”. Este músico le puso letra en español a una canción francesa que
sonaba entonces en los discos, “Marieta”, por lo que la suposición de que era
la oaxaqueña María del Carmen Rubio es un poco arriesgada. Y, en general,
aunque las inspiradoras de canciones como “La Adelita”, “Joaquinita”,
“Valentina” o “Jesusita en Chihuahua” debieron de tener una musa real,
perseguirlas hasta la fuente exacta es un imposible. “La cucaracha” venía ya
desde España, por lo que no es exacto que se refiera a Victoriano Huerta. Sí
fue la canción que trajeron los villistas a la capital en 1914, y luego se
convirtió en una de las más importantes de entonces. A Villa le gustaba hacer ejercicio
mientras una banda de música le tocaba la canción “Las tres pelonas”. Eso me lo
contó mi amigo el productor de radio Jesús Elizarraraz, quien de niño conoció a
Villa en Torreón. Comprobar que una anécdota tan pequeña coincide con las páginas
de un libro le da credibilidad a la historia escrita.
Paco Ignacio Taibo II.
Pancho Villa. Una biografía narrativa
(2006), 13ª reimp. México, Planeta, 2016.
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