El intelectual es un especimen extraño. Ni siquiera hay una
taxonomía clara para saber quién es y cuál no. De manera general, aceptamos que
se trata de aquel que, sin ser especialista, participa del debate público.
Curiosamente, este profesional de la superficialidad es el que más sabe de
todo. Quizá se debe a que su oficio es anudar todo aquello que se manifiesta de
manera particular. De ahí que los analistas políticos –los que son
exclusivamente analistas políticos–, no deberían entrar en esta clasificación. Algunos
de los entrevistados en este libro, como Huberto Batis y Emmanuel Carballo, son más bien editores
y críticos literarios. Pero qué objetar, si son los que dieron las mejores
entrevistas. Lo mismo pensaría de Rolando Cordera, Lorenzo Meyer (¡otra entrevista
notable!) o Jorge G. Castañeda, que me parece que entrarían mejor en una
clasificación de “analistas”. La presencia de Juan Ramón de la Fuente, por su
parte, me parece inexplicable. De igual manera, la muestra de representados se
inclina por los miembros de la revista Nexos
(hubiera sido magnífica una entrevista con Enrique Florescano), mientras que Letras Libres sólo tiene la voz de Roger
Bartra. No sé qué opinen los personajes acerca de la opinión de los autores,
para quienes estas entrevistas son algo así como un epitafio, el fin de la “era
de los intelectuales”. Desafortunadamente, es algo que ni siquiera tratan con
sus entrevistados, pues son más bien conversaciones biográficas, notablemente bien conducidas. En un epílogo,
se nos revela lo que los autores pensaban de todo aquello que escucharon. Sin
embargo, no estoy de acuerdo con la principal de las conclusiones: que la autoridad
vertical sea la única forma de actuar de un intelectual. Es cierto que algunos
lo han practicado de manera más autoritaria que otros, por ejemplo: Octavio Paz
en mayor medida que Carlos Fuentes. Es cierto que vemos a intelectuales que
frecuentemente censuran otras opiniones o no las toleran en sus publicaciones.
Pero esa actuación no es consustancial al intelectual. Es el poder el que
debería de ser erradicado, por lo que a un intelectual que decida por los demás
debería de sucederlo uno que elabore ideas o teorías para luego arrojarlas
lejos de sí, para que las utilicen los otros si es que les sirven. Por otra
parte, los intelectuales nunca han abundado, siempre han sido pocos. Pero con
la sustancia de su obra le han dado sustancia a una época. No han sido
sustituidos por los especialistas, pues muchos de ellos, como lo refiere Juan
Villoro en su entrevista, son incapaces de redactar un artículo de divulgación.
En todo caso, entrarían, al discutir, en un espacio hecho para el debate
intelectual.
Luciano Concheiro y Ana Sofía Rodríguez. El intelectual mexicano: Una especie en
extinción. México, Taurus, 2015.
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