Esta novela
trata sobre un tráfico de almas. Algo extraño. Pero más o menos lo que ocurre
es que el doctor Samaniego, el médico de un hospital frenopático, logra
extirpar el alma, la cual se encuentra en una glándula del cerebro. Tal como lo
creía Descartes. Así que Adolfo Bioy Casares (1914-1999) le dio seguimiento a
esa idea, y pensó en una época en que la ciencia pudiera localizar el lugar
exacto del alma en el cuerpo y así poder curarla. Extraer el alma y sumergirla
en la animalidad, es decir: ponérsela a un perro como en un baño de
inconsciencia. Y entonces, exponer las consecuencias en una vida cualquiera, en
un barrio cualquiera. Pero la manera de resolver la historia es, como
acostumbra el autor, darle la vuelta como un calcetín. Es decir, comenzar el
relato con normalidad, con la cotidianidad de la vida, para que, en algún
momento, esa vida se tope con lo extraño, con esa otra realidad que se ha
gestado en la oscuridad. Más o menos es una constante de su narrativa. Por lo
que puede ser considerado un escritor de ciencia ficción, más que un autor
fantástico. Curiosamente, por más que su tema sea el enfrentamiento del alma
con lo extraño, no es un autor misterioso. Quizá tenía una claridad muy poco
afín a sus intenciones. Y eso que intentaba algo sobrecogedor, la complicidad
de todos los personajes para conducir al protagonista al encierro y quizá a la
muerte. No sé si eso se le debe de agradecer o no al autor. Pero hay algo más,
algo que me gustaría llamar “cervantino”, en esta novela. Se debe a que,
conforme avanza la historia, nos vamos percatando de que estamos ante un
manuscrito y de que el protagonista le relata a alguien su historia. Sólo
llegar al final nos podrá decir a quién le escribe y desde dónde. Por qué medio
le hizo llegar estas hojas a su destinatario, y si es que finalmente llegaron.
Lo que quiere decir que el manuscrito tiene su historia propia, que es lo que
Cervantes también propone en el Quijote.
Ahora bien, hasta cierto momento, el narrador sabe todo de su historia, hasta
que sabemos la circunstancia en que escribe su manuscrito. Y el narrador
reflexiona sobre el problema en que se encuentra, encerrado, con riesgo de
perder su alma y ser sumergido en la animalidad, esa promesa de felicidad del doctor
Samaniego. Pero no hay mayor reflexión sobre el alma y su naturaleza. En esta
novela, el alma contiene la memoria, se va con ella cuando se le arranca del
cuerpo. Por ello, los personajes se llevan sus recuerdos cuando transmigran
quirúrgicamente. Ciertamente, la novela no se desborda ni deja misterios sin
aclarar. Acaso, el gran misterio es el de saber las relaciones de todos los
personajes entre sí. Aquellos que parecen tramar contra el protagonista guiándolo
hasta el frenopático para que el médico de almas experimente con su esposa.
Pero hay cierta decepción al comprobar que todo aquello que era oscuro se
ilumina sin consecuencias realmente perturbadoras.
Adolfo Bioy Casares. Dormir al sol (1973), prólogo de Claudia Piñeiro. México, Emecé,
2015.
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