Es una historia de la música popular española que abarca noventa
años, contra lo que dice en el título, pues no se limita a “la música norteamericana”.
Por el contrario, pone la influencia de los Estados Unidos en un marco que
incluye las músicas de Cuba, México y Europa. Como no tiene gran agilidad para
la narración, y como tampoco le gusta mucho contar anécdotas sobre las vidas de
los personajes de que trata, la lectura no es, ni de lejos, agradable. Por el
contrario, para llegar al final del libro el lector es el que debe colaborar
con el entusiasmo. Y eso que hay grandes historias, grandes cantantes y
compositores. Debo de confesar que me encanta la música del franquismo, lo cual
me hace opinar de manera opuesta a lo que decía el escritor Manuel Vázquez
Montalbán, quien desautorizó toda esta época. Ya se sabe que Celia Gámez, la
gran argentina que triunfó en España, tuvo como padrino de bodas a José
Millán-Astray, es decir, el general que pronunció la temible frase: “¡Muera la
inteligencia!” Las primeras veces que oí canciones como “Alas”, sentí culpa,
pues se estrenó en 1941, poco después de la llegada de Franco al poder, pocos
años después del asesinato de García Lorca. Y Celia Gámez cantaba ese foxtrot
con total frivolidad: “Alas para poder volar, / alas pide mi corazón”. Ay, los
españoles pedían zarzuelas frívolas con influencia del swing, de la samba
brasileña y de los tangos. Este libro es la –justa– exculpación del arte, aun
en esa circunstancia. Los españoles querían oír jazz, canciones mexicanas y
volver al teatro a escuchar de nuevo: “Por la calle de Alcalá, con la falda
almidoná / y los nardos apoyaos en la cadera”. Ciertamente, hay mucho de ese
casticismo que quizá las siguientes generaciones españolas aborrecieron: mucha
de esta música hoy es difícil de encontrar en Madrid. Pero algo más ocurrió
entonces, porque en medio de todo eso, hubo un público que buscaba el jazz. El
saxofonista de bebop, Don Byas, que tocó con Count Basie y Duke Ellington, era
de madre española, así que viajó a España con gran éxito. Un joven pianista
ciego de Barcelona, Teté Montoliu, conoció a Don Byas y a Lionel Hampton en el
Hot Club de su ciudad. Ese encuentro fue definitivo para el jazz español. Pero
no es lo único importante. Durante muchos y muchos años, hubo un gran número de
músicos y de orquestas que trataron de hacer jazz en la España de Franco. Hay
dos aspectos en los que esta época de España se parece a México. En primer
lugar, que, desde el punto de vista musical, son dos periodos desconocidos en
ambos países, pues se conoce sin profundidad la riqueza de toda una época. Y,
por otra parte, el hecho de que, en distintas proporciones, las distintas influencias
musicales extranjeras modelaron los estilos de moda. Por esa razón pueden
escucharse canciones de José Alfredo Jiménez y boleros de Consuelo Velázquez
cantadas por grupos españoles. Dentro del mundo de la música se vivía en gran
diversión, pero ¿qué hacer si fue el único aspecto que no aparece en las páginas
de este libro?
Ignacio Faulín Hidalgo. Bienvenido, Mr. USA. La música norteamericana en España antes del rock
and roll (1865-1955), prólogo de Leo Harlem. Lleida, España, Editorial
Milenio, 2015.
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