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Paul Valéry
(1871-1945) tenía una libreta para apuntar cotidianamente sus pensamientos. Es
decir, una gran cantidad de libretas. Los pensamientos, una vez apuntados,
adquieren cierta forma estática que, ciertamente, no tiene nada que ver con el
pensamiento. Ése se mueve, inquiere, quiere convertirse en acción. Tal vez así
sabrá por qué piensa como piensa, ya que por alguna razón, fue puesto aquí sin
saber cómo y no tiene los medios para saber por qué piensa como piensa, de ahí
que tenga que hacer algunas comparaciones con el funcionamiento inorgánico.
Quizá así se logre encontrar una respuesta, comparando al ser humano con la
naturaleza. Mientras que nosotros podemos tomar ciertas decisiones, un caracol,
por ejemplo, está incapacitado para hacerlo. Karl Löwith (1897-1973), más que
un expositor, intenta ser un cristal que nos permita contemplar el pensamiento
del poeta francés. ¿Cuál sería la esencia de ese pensamiento? Difícil decirlo,
pero se puede partir de cualquier sitio… Por ejemplo, ¿qué explica que la naturaleza
sea como es?, ¿lo es por maquinaria, azar o intención? La maquinaria es incapaz de
la variedad, el azar tendería a equilibrar los fenómenos; ¿y la intención? Eso
es algo que nosotros ponemos dentro de ese funcionamiento, un agregado humano
que la naturaleza desconoce. Aquí se acaba nuestro abanico de posibilidades.
Hay que encontrar la palabra exacta para ponérsela al fenómeno, sólo así
podríamos comprenderlo. Pero esa palabra, ¿dónde se encuentra?, ¿existe? En cuanto más infinitesimal el pensamiento, más precisión
exige, la palabra se aleja, se hace evasiva. La queremos agarrar como a una
mosca obsesiva. Nosotros ante el mundo. Pero también estos dos conceptos son tan
relativos. Nosotros somos nosotros sólo en un cierto rango que nos permite la
naturaleza. Si el pensamiento tuviera acceso a herramientas que nos miren desde
un no-yo, ¿qué veríamos? ¿nos sorprenderíamos? ¿nos sería dado sorprendernos?
Qué podemos decir de esa secreción nuestra que se llama la sorpresa y que nos
sirve para hacer algo en el mundo. Ay, tomar un poco de mundo entre la mano y
no poder llegar a ninguna meta en nuestras conjeturas. Y si alguien, con una
tecnología que yo ignoro, ha logrado implantar en mí esta conjetura para que yo
crea que es mía, ¿lo seguiría siendo? ¿será posible de esta manera acabar con
lo mío y lo tuyo, todo aquello a lo que de un modo se aferra el pensamiento
como “sus” vivencias? La pregunta es si el mundo tendrá esa capacidad eterna de
sustraerse al pensamiento en tanto éste más lo persigue. Ah, y la tecnología no
nos ayuda a conocerlo, si es que pretendían buscar una solución por ese medio,
pues ella de lo que se encarga es de mediar nuestro actuar, interponerse para
no dejarnos observar el fenómeno de frente. Ahora bien, éste es sólo uno de los
aspectos de que tratan las ideas de Valéry expuestas en este libro, pero las demás
tampoco tienen nada de tranquilizador para el espíritu.
Karl Löwith. Paul
Valéry. Rasgos centrales de su pensamiento, tr. de Griselda Mársico.
Madrid, Katz, 2009.
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