“¿Y ahora
qué escribes?” ¡Qué pregunta! Alfonso Reyes la detestaba. “Pues escribo”,
respondía. Claro, hay que explicar un poco esta respuesta. A veces despertaba
con la curiosidad de un episodio de la mitología griega y se dedicaba a
aclararlo. En otras ocasiones, un problema sobre el tema de “el pecado de haber
nacido”, presente en Calderón de la Barca. Eso lo vi en un libro de Plinio…
debe de estar por este lugar, es una idea que ya estaba en la antigua Roma. Se
comienzan a llenar unas hojas sobre el escritorio. Y luego, conforme se
desarrolla el tema, el texto adquirirá redondez. Cuando el ensayo tenía ya una
forma satisfactoria, su autor volteaba hacia atrás, a unos cajoncitos
rotulados: “Literatura griega”, “Teoría literaria”, “España”, los abría y los
depositaba dentro. Una vez que notaba que un cajón se abultaba, sacaba las
páginas, a ver qué tenemos aquí, ya están listos para retocarse y formar un
libro. En ese momento se veía el tema, la extensión, lo que podía añadirse. No es
tan obvia la pregunta, pues he visto a autores que, por el contrario, trabajan
sobre un libro antes de pasar al siguiente. Y Reyes… él tenía el doble trabajo
de escribir y clasificar. Ya su labor de ordenar su propia obra fue un esfuerzo
(más adelante se necesitó de dos eruditos, José Luis Martínez y Ernesto
Mejía Sánchez, para continuarlo). Y yo, no quedo satisfecho. Pienso que hay
otros órdenes posibles. Lo que de hecho, ha producido numerosas antologías
temáticas. En el caso de la literatura española, en este libro aparece no como
en las ordenadas historias literarias, sino como una selva llena de
bibliografía. Y además, a Reyes le gusta andarse por las ramas de ese tema. La
oportunidad que tuvo de conocer de cerca las publicaciones de filología de hace
cien años y de conversar con las grandes figuras de esa disciplina, no la
desaprovecha. Suena a arte vivo el de los Siglos de Oro en sus ensayos, autores que una mente
más pedagógica decapitaría se encuentran en estas páginas. Don Alfonso, ¿no que
sólo el agua cristalina de las conclusiones y todo lo demás a los apéndices?, le pregunto “Son
testimonios de una época de mi vida”, responde en la primera página. Es cierto,
época extraña, la de la primera mitad del siglo pasado, en que la prensa
toleraba la demasiada erudición. De todos modos, algunos nombres cuajan en
medio de todo ese ramaje exuberante del barroco. Qué curioso… En menos de cien
años, Cervantes se ha convertido en el mayor referente de esos siglos. No pasa
así en este libro; Reyes muestra mayor curiosidad por Gracián o por Lope de
Vega, ejemplo de autor que podía vivir y escribir (pues la mayoría… tenemos que
elegir entre una y otra cosa, y optar por la escritura). La novela no fue el
género favorito del Ateneo de la Juventud, y Reyes prefería el teatro y la
poesía, si lo dedujéramos de estos textos. Pero el personaje más referido es
Juan Ruiz de Alarcón, quizá interesante por su condición de indiano en España,
como el propio Reyes. Como don Alfonso es siempre la sugerencia del trabajo y
la curiosidad, se me ocurre que un tema maravilloso sería una gran analogía
entre ambos escritores, su inteligencia y su cortesía americana. Pero eso no lo
podría yo, se necesitaría conocer dos épocas y dos mundos, además de dos
autores, para lo cual sólo tendría alcance alguien como el autor de estas páginas.
Alfonso Reyes. Capítulos
de literatura española, Primera y segunda series. De un autor censurado en el
“Quijote”. Páginas adicionales, 1ª ed., 2ª reimp. México, FCE, 1996. (Obras
completas, VI)
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