Me preguntaba, mientras leía el gran reportaje de John Reed (1887-1920), ¿cómo lo habrá escrito?, ¿en qué momento tuvo la tranquilidad suficiente para ordenar las discursos de los militantes, las barricadas populares y hasta los gestos de los generales? Todo hace suponer que fue escrito momentos después de ocurrido. Apenas había tiempo para dormir en esos diez días. Pero si estremecieron el mundo, es lógico que hayan estremecido a su autor, y que no lo dejaran dormir. Aunque el tiempo no se detiene, y hay que ir corriendo de las calles al partido, y del partido al congreso, queda el espacio suficiente para el dramatismo. De pronto, todos los asistentes al congreso se callan, y aparece Lenin, la voz que explica lo que está ocurriendo allá afuera, del otro lado de los muros. A John Reed lo impresionaron sus palabras, la lenta seguridad con que las pronunciaba. Son diez días delicados porque en medio de la zozobra, la revolución pudo ser derrotada. Supe después que el autor llenó papeles de notas, recogió toda la propaganda política que pudo. Los muros de Moscú no eran suficientes para la cantidad de carteles, así que se sobreponían unos sobre otros. Hasta dieciséis encimados despegó este periodista de una pared. Qué desesperación, mejor una plasta de papeles arrancada de un tirón. “Mira: ¡he arrancado la revolución y la contrarrevolución de una sola vez”, le dijo a su amigo Albert Rhys Williams. Gracias a este compañero suyo me entero que Diez días que estremecieron el mundo fue escrito en 1918, en NuevaYork, a donde viajó acompañado de sus apuntes y sus documentos. Los agentes de la procuraduría los los confiscaron en la aduana, pero Reed pudo salvarlos, y la policía asaltó seis veces la imprenta buscando el manuscrito. A los treinta y tres años, luego de contraer el tifus, murió en Rusia. Su sepulcro sigue (hasta donde sé) en la Plaza Roja, con una lápida que dice: “John Reed. Delegado a la Tercera Internacional. 1920”. Sigue ahí, me imagino, porque no se ha puesto en duda su compromiso ni la calidad excepcional de su trabajo como reportero. Y eso que, muchas veces, a este tipo de personajes se les mira desde la posteridad con una piedad no pedida. “Es que murió al amanecer del mundo soviético”. Naturalmente, no es mi visión. Las letras de la Unión Soviética nacieron con el género de la literatura documental. Y su fin también fue acompañado por este género, en la forma de los reportajes de Svetlana Alexiévich. A los libros de esta autora me gustaría tratarla en otra ocasión, pero no quisiera dejar de resaltar que son visiones opuestas. Reed se entusiasmó con los hombres que hicieron la Revolución Soviética, compartió ideales, y, especialmente, los puso en la perspectiva de sus ideales históricos. No es el caso de la Premio Nobel rusa; ella tiene en cada una de sus páginas la ideas del moderno conformismo burgués que es el pacifismo: sus ideas contra la guerra se enuncian sin contexto y sin perspectiva pues quiere poner la Historia del tamaño de los hombres, hacerla del tamaño de su dolor y sus experiencias. Suena bien, aunque eso suponga olvidar el contexto político del mundo, lo que nunca ocurre en las páginas de John Reed.
John Reed. Diez días que estremecieron el mundo. [Barcelona], Sol 90, 2009. (Biblioteca Pensamiento Crítico)
No hay comentarios:
Publicar un comentario