Los actuales medios corporativos de comunicación, así como las redes sociales, no luchan por la verdad. De hecho, ya no es siquiera una de las consignas que podría reivindicar cualquier periódico tomado al azar. Por el contrario, su frase más afinada sería: “La verdad es irrelevante”, formulada por Raymundo Riva Palacio (“La abrupta salida de Azucena”, La política On Line, 22/1/24), queriendo decir que no importa lo que pasara en realidad: nadie quitará del imaginario colectivo la idea de que Andrés Manuel López Orador ejerció la censura. La verdad es irrelevante, pero también es indiferente, según los nuevos ideólogos de la crítica textual. Las noticias falsas, a las cuales se afiliaron Donald Trump, muchos diarios estadonidenses, la mayor parte de la prensa mexicana, etc., no son el resultado de una documentación cotidiana de los hechos, sino textos que sirven para construir una realidad. Algunos medios, El Universal, Reforma, Televisa, TV Azteca, ya tienen la edad suficiente para aparecer en una versión de la Historia de México en 50 mentiras, pero sobre todo sería interesante categorizarlas. Tradicionalmente, se puede pensar en aquellas que se difundían de acuerdo con el gobierno para desviar la atención sobre ciertos hechos polémicos para ciertos regímenes. Hoy, se pueden consultar las diferentes coberturas para percatarse de que las noticias, en su conjunto, no alcanzan a cubrir los fenómenos. Aunque ocurre que muchos hechos se cubren de manera coral, repitiendo las mismas frases, coincidiendo incluso en frases o en fechas de lanzamiento de las noticias, como en el caso de Anabel Hernández, cuyas afirmaciones sobre supuestos nexos entre López Obrador y el Cártel de Sinaloa aparecieron de manera sospechosamente coordinada con otros portales y con The New York Times. En el caso de los medios estadounidenses, pueden leerse ciertas notas como una negociación con el poder político, como se ve en el reciente reportaje de este periódico sobre un supuesto laboratorio de fentanilo en Sinaloa: un medio que publica notas falsas para sostener el discurso del gobierno estadounidense. Es, finalmente, un feliz regodeo en sus propias editoriales, una cocción que consiste en echarse su propia salsa y saborear sus propias recetas, convencidos de que el país, la sociedad, quieren servirse ese plato y saborearlo. Es la filosofía del coreano Byung-Chul Han, que considera que las noticias falsas son inmunes a la verdad. Entonces, se postula esta afirmación válida para este momento de la sociedad: discurso y verdad son independientes. La verdad no tiene sus cronistas, y los cronistas de moda construyen “su narrativa”, la cual se levanta para erigirse en la verdad de una época. Sería tan cómoda esta forma de ver si no es que la credibilidad de los medios comerciales de América Latina no se hubiera derrumbado. Su respuesta es, naturalmente, su misma receta. El columnista Sergio Sarmiento culpó a las mañaneras de López Obrador de minar la credibilidad de la prensa. Esta frase tan ingeniosa no sirvió en esta ocasión como aderezo de la prensa autocelebratoria. Por desgracia para ellos, la conclusión de este periodo es que los periodistas se harán responsables de sus palabras. Los habituales montajes, las fábulas de la tirania antidemócrata, la renovación de opinólogos sin renovación de ideas, el reciclaje del miedo al comunismo, es decir, la actual tramoya de los medios de comunicación… Y el rostro indignado de Ciro Gómez Leyva cuando se duda de su integridad, que casi nos hace decir: “Seguro que es un periodista impecable”. Incluso intentaré olvidar que pidió disculpas por publicar cotidianamente (sólo 90 días seguidos) encuestas falsas favoreciendo a Enrique Peña Nieto en 2012. La prensa actual es sólo una moderna encarnación de una costumbre antigua, parece decir el título de este libro: La historia del mundo en 50 mentiras, de Natasha Tidd, autora de un blog dedicado a develar falsedades históricas. En retrospectiva, deben de organizarse las mentiras históricas en categorías más ambiciosas. Ciertamente, su negocio tiene poco más de un siglo, pero antes de eso debe de hablarse de manipulaciones, de embustes, tergiversaciones, más que de mentiras creadas deliberadamente en un combate de discursos. Hay cincuenta ejemplos en este libro en que se puede profundizar con el fin de construir las categorías de la mentira. Por ejemplo, está el caso de Iván IV el Terrible (1530-1584), coronado primer Zar de Rusia a los 16 años. Dentro de Rusia, creó un territorio controlado directamente por él, llamado Opríchnina, y por una tropa de élite a su servicio. Para fortalecer su imperio era necesario un sucesor fuerte, pero él, en un arranque de ira, había matado con un golpe de su cetro a su primogénito, Iván Ivanóvich, a los 27 años. El segundo de sus hijos, Teodoro I, gobernó trece años, a partir de la muerte del Zar, en 1584. Aunque “gobernó” es un decir, porque dedicaba su atención a rezar y a hacer sonar las campanas de las iglesias, así que fue realmente manipulado por Borís Godunov, designado por Iván IV para asistirlo en su gobierno. Se pensaba que Teodoro I no duraría mucho en el poder, así que se tendría que esperar a que creciera su hermano menor, Dimitri, sólo que él fue asesinado a los ocho años, en 1591. Hay óperas, obras de teatro, cuadros, cuentos, novelas y películas, relacionados con este pasaje de la historia rusa, inspiradas en el crimen del padre, en el poder absoluto, en el misticismo enajenado de Teodoro, en el poder de Borís Godunov… Una vez muerto Teodoro I, ascendió al trono como Borís I, quien gobernó por siete años. Murió en 1605 y le dejó el poder a su hijo Teodoro II, pero sólo estuvo días en el trono, pues fue asesinado poco después. La mentira, o más bien: la aceptación de la mentira, se manifestó porque entre 1604 y 1611 aparecieron sucesivamente tres jóvenes que aseguraban ser Dimitri, el asesinado hijo de Iván el Terrible. Cada uno de ellos quiso convencer que había sobrevivido milagrosamente al asesinato. Incluso, la viuda del Zar, María Nagaya, reconoció al primero de esos Dimitris como su hijo, aunque lo hizo porque temía que la asesinaran si no lo hacía. Por otra parte, Dimitri I el Impostor, se había reunido con un noble polaco que le dio la mano de su hija Marina Mniszech a cambio de un millón de eslotis (la moneda polaca) para que ella lo acompañara en la aventura de tomar el poder de Rusia. Sin embargo, Dimitri I duró poco tiempo en el trono, pues fue asesinado en 1606, cuando apenas había gobernado por diez meses. Afortunadamente para los conspiradores, apareció un segundo Dimitri que Marina lo reconoció como su esposo, milagrosamente salvado. El matrimonio, seguido de un ejército de campesinos apoyado por Lituania y Polonia, quiso avanzar hacia Moscú, pero Dimitri II fue asesinado en 1610. Todavía apareció un tercer Dimitri, que se proclamó zarévich en mayo de 1611, sólo que decepcionó a su partidarios, quienes lo asesinaron un año después. Quizá cansadas de ver que se repetía la misma obra, cada vez con menor fortuna, varias ciudades rusas decidieron acabar con Marina Mniszech, quien tenía un hijo de tres años al que llamaba “el verdadero Zar”, Iván Dimitriyevich. Ella murió en prisión en 1614, y ese mismo año, su hijo fue colgado públicamente, seguramente para desanimar las vocaciones de cualquier aspirante a llegar a Zar por el camino de la estafa.
Natasha Tidd. La historia del mundo en 50 mentiras / A SHORT HISTORY of the WORLD in 50 LIES (2023), tr. Citlali Valentina Bonilla García. México, Crítica, 2024.